"El pintor de almas" de Ildefonso Falcones.
Son los inicios del siglo XX en Barcelona, 1902 para ser exactos. Dalmau, joven artesano, diseñador de cerámicas y pintor naciente, recorre las calles céntricas de la capital catalana, admirándose de las novedosas, coloridas, y cada cual más modernista, obras que se están construyendo o habilitando en su ciudad.
Pareciera que allí hubiera concurrido la más granada muestra de arquitectos, ceramistas, vidrieros, diseñadores de toda España, destacándose los grandes Antonio Gaudí, Lluís Domènech, Josep Puig i Cadafalch, Josep María Jujol, Ramón Casas, Enric Sagnier, entre muchos otros.
La fascinación por un arte suntuoso, decorativo, dinámico, lleno de vida, se muestra con vigor y fuerza en obras como el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia, la Casa Batlló, la Casa Milà o La Pedrera, la Casa Vicens, el Parque Güell (de Gaudí); el Palau de la Música, el Hospital de Sta. Cruz y San Pablo, el Hotel España, la Casa de Lleó Morera (de Domènech);
la Casa Amatller (de Puig i Cadafalch) y muchas más. Es la Barcelona floreciente, que recorre el Paseo de Gracia, que se reúne en algún café céntrico, que asiste a bailes, al teatro, a exposiciones y, además, a la iglesia de su sector, cada semana, religiosamente.
Pero hay otra Barcelona : la de las fábricas e industrias, donde miles de obreros trabajan un mínimo de 12 horas diarias, de lunes a domingo en la mayoría de los casos, lo que deben hacer si quieren recibir un salario que apenas alcanzará para mal vivir junto a su mujer e hijos. Una Barcelona en que las mujeres trabajan de empleadas en las casas de los que tienen el poder económico, de lunes a domingo. O lavan la ropa de los de clase alta en lavaderos públicos, planchan con pesados artefactos a carbón días completos, permanecen agachadas sobre una máquina de coser o sobre la prenda si es a mano, cosiendo a la luz de las velas, por horas y horas.
Esta vida que casi no lo es, va originando la tormenta perfecta. Es el tiempo de un activo movimiento obrero y de sus familias, que inician huelgas y se movilizan en grandes mítines para exigir condiciones más dignas, que habitualmente terminan sin logros. Es el tiempo de la efervescencia política, en que socialistas, comunistas y anarquistas actúan con la similar motivación de mejorar las condiciones laborales, aunque con distintos métodos e irregular suerte. Además, luchan a brazo partido para acabar con la presión y omnipresencia de la Iglesia, que aboga por la caridad y el respeto a los mandamientos, mientras se beneficia, por ejemplo, en el caso de las numerosas congregaciones de religiosas, con el trabajo de sus acogidas, rompiendo los precios de ciertos trabajos, pues las internas hacen la labor gratis, mientras las monjas cobran.
Todo aquello que se repite año a año, termina por explotar en 1909, cuando obreros jefes de familia, los denominados reservistas, son obligados a participar en la guerra de ultramar, que se desarrolla en el Rif, donde las tribus bereberes enfrentan las tropas españolas en colonias españolas de Marruecos, especialmente en Melilla y Ceuta.
Miles de mujeres con sus hijos quedarán en la inopia, por lo que se recrudecen los movimientos obreros y toda la rabia e impotencia de años se desata en contra de la Iglesia en lo que se llamó la "Semana trágica", durante la cual 80 edificios eclesiásticos fueron asaltados e incendiados, aunque sin cobrar las vidas de sus residentes y encargados.
El resultado de la huelga general e insurrección obrera, además de la destrucción inmobiliaria de 112 edificios públicos, incluidos los religiosos, fue de más de 70 muertos y medio millar de heridos. La represión fue feroz, con miles de presos, entre los cuales se desterró a 175, se condenó a 59 a cadena perpetua y 5 fueron fusilados.
Todo lo anterior es absolutamente histórico.
Ildefonso Falcones, autor también de las aclamadas y premiadas novelas La catedral del mar, La mano de Fátima , La Reina descalza y Los herederos de la tierra, en El pintor de almas (ha sido una verdadera suerte poder acceder digitalmente a ella, pues en marzo recién pasado era todavía top venta en librerías españolas) ubica a sus personajes, Dalmau, Emma y Josefa en este contexto. Mientras las mujeres viven y sufren las penurias y abusos de empleadores, pasando hambre permanente, Dalmau es quien logra acceder a la clase poderosa, creyendo ingenuamente en la aceptación social por parte de una casta absolutamente cerrada.
El mundo de la mendicidad, abundantísima a comienzos del siglo XX, es también mencionado y descrito, sin que exista ningún apoyo oficial y/o religioso efectivo para solucionarlo.
....
La lectura de esta extraordinaria novela me llevó nuevamente a Barcelona y la sorpresa fue grande al comprobar que la descripción del centro de la capital catalana de comienzos del siglo XX no dista mucho, a grosso modo, de lo que he podido apreciar en mis dos visitas a la ciudad (2016 y 2017-2018).
Todas las construcciones mencionadas siguen existiendo, visitadas más que nunca por los turistas. También aparece mencionado el Parque de la Cuidadela, lugar imperdible para todo visitante actual, la Plaza de Toros en Poblenou y otros sectores completamente vigentes.
Lo que seguramente más ha cambiado es el Puerto y las poblaciones periféricas en el transcurso de poco más de un siglo, lo último, una tarea pendiente.
Me fascinó la manera cómo se expresa la capacidad de dibujar, de crear y de reproducir la expresión humana, los sentimientos, el "alma", con unos pocos trazos y con el manejo de la luz y de la sombra. Ésta es una de mis grandes frustraciones: no haber tenido habilidad para el dibujo ni para el arte en general (tampoco en particular, jajaja). Como premio de consuelo, me queda el haberme transformado en una diletante entusiasta de la plástica, de la música, de la danza. ¡Algo es algo!
Habiendo leído todas las novelas mencionadas de Falcones, estoy en condiciones de recomendarlo a ojos cerrados. Cuando el verbo es bien utilizado se nota y Falcones lo demuestra en cada página. Uno sufre, se alegra, se emociona y ve a través de los ojos de sus protagonistas. Una excelente manera de viajar en el tiempo, con la gran ventaja de volver a un mundo menos duro (¿?). ¡No te lo pierdas! ¡Hasta pronto!
Son los inicios del siglo XX en Barcelona, 1902 para ser exactos. Dalmau, joven artesano, diseñador de cerámicas y pintor naciente, recorre las calles céntricas de la capital catalana, admirándose de las novedosas, coloridas, y cada cual más modernista, obras que se están construyendo o habilitando en su ciudad.
Pareciera que allí hubiera concurrido la más granada muestra de arquitectos, ceramistas, vidrieros, diseñadores de toda España, destacándose los grandes Antonio Gaudí, Lluís Domènech, Josep Puig i Cadafalch, Josep María Jujol, Ramón Casas, Enric Sagnier, entre muchos otros.
La fascinación por un arte suntuoso, decorativo, dinámico, lleno de vida, se muestra con vigor y fuerza en obras como el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia, la Casa Batlló, la Casa Milà o La Pedrera, la Casa Vicens, el Parque Güell (de Gaudí); el Palau de la Música, el Hospital de Sta. Cruz y San Pablo, el Hotel España, la Casa de Lleó Morera (de Domènech);
la Casa Amatller (de Puig i Cadafalch) y muchas más. Es la Barcelona floreciente, que recorre el Paseo de Gracia, que se reúne en algún café céntrico, que asiste a bailes, al teatro, a exposiciones y, además, a la iglesia de su sector, cada semana, religiosamente.
Pero hay otra Barcelona : la de las fábricas e industrias, donde miles de obreros trabajan un mínimo de 12 horas diarias, de lunes a domingo en la mayoría de los casos, lo que deben hacer si quieren recibir un salario que apenas alcanzará para mal vivir junto a su mujer e hijos. Una Barcelona en que las mujeres trabajan de empleadas en las casas de los que tienen el poder económico, de lunes a domingo. O lavan la ropa de los de clase alta en lavaderos públicos, planchan con pesados artefactos a carbón días completos, permanecen agachadas sobre una máquina de coser o sobre la prenda si es a mano, cosiendo a la luz de las velas, por horas y horas.
Esta vida que casi no lo es, va originando la tormenta perfecta. Es el tiempo de un activo movimiento obrero y de sus familias, que inician huelgas y se movilizan en grandes mítines para exigir condiciones más dignas, que habitualmente terminan sin logros. Es el tiempo de la efervescencia política, en que socialistas, comunistas y anarquistas actúan con la similar motivación de mejorar las condiciones laborales, aunque con distintos métodos e irregular suerte. Además, luchan a brazo partido para acabar con la presión y omnipresencia de la Iglesia, que aboga por la caridad y el respeto a los mandamientos, mientras se beneficia, por ejemplo, en el caso de las numerosas congregaciones de religiosas, con el trabajo de sus acogidas, rompiendo los precios de ciertos trabajos, pues las internas hacen la labor gratis, mientras las monjas cobran.
Todo aquello que se repite año a año, termina por explotar en 1909, cuando obreros jefes de familia, los denominados reservistas, son obligados a participar en la guerra de ultramar, que se desarrolla en el Rif, donde las tribus bereberes enfrentan las tropas españolas en colonias españolas de Marruecos, especialmente en Melilla y Ceuta.
Miles de mujeres con sus hijos quedarán en la inopia, por lo que se recrudecen los movimientos obreros y toda la rabia e impotencia de años se desata en contra de la Iglesia en lo que se llamó la "Semana trágica", durante la cual 80 edificios eclesiásticos fueron asaltados e incendiados, aunque sin cobrar las vidas de sus residentes y encargados.
El resultado de la huelga general e insurrección obrera, además de la destrucción inmobiliaria de 112 edificios públicos, incluidos los religiosos, fue de más de 70 muertos y medio millar de heridos. La represión fue feroz, con miles de presos, entre los cuales se desterró a 175, se condenó a 59 a cadena perpetua y 5 fueron fusilados.
Todo lo anterior es absolutamente histórico.
Ildefonso Falcones, autor también de las aclamadas y premiadas novelas La catedral del mar, La mano de Fátima , La Reina descalza y Los herederos de la tierra, en El pintor de almas (ha sido una verdadera suerte poder acceder digitalmente a ella, pues en marzo recién pasado era todavía top venta en librerías españolas) ubica a sus personajes, Dalmau, Emma y Josefa en este contexto. Mientras las mujeres viven y sufren las penurias y abusos de empleadores, pasando hambre permanente, Dalmau es quien logra acceder a la clase poderosa, creyendo ingenuamente en la aceptación social por parte de una casta absolutamente cerrada.
El mundo de la mendicidad, abundantísima a comienzos del siglo XX, es también mencionado y descrito, sin que exista ningún apoyo oficial y/o religioso efectivo para solucionarlo.
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La lectura de esta extraordinaria novela me llevó nuevamente a Barcelona y la sorpresa fue grande al comprobar que la descripción del centro de la capital catalana de comienzos del siglo XX no dista mucho, a grosso modo, de lo que he podido apreciar en mis dos visitas a la ciudad (2016 y 2017-2018).
Todas las construcciones mencionadas siguen existiendo, visitadas más que nunca por los turistas. También aparece mencionado el Parque de la Cuidadela, lugar imperdible para todo visitante actual, la Plaza de Toros en Poblenou y otros sectores completamente vigentes.
Lo que seguramente más ha cambiado es el Puerto y las poblaciones periféricas en el transcurso de poco más de un siglo, lo último, una tarea pendiente.
Me fascinó la manera cómo se expresa la capacidad de dibujar, de crear y de reproducir la expresión humana, los sentimientos, el "alma", con unos pocos trazos y con el manejo de la luz y de la sombra. Ésta es una de mis grandes frustraciones: no haber tenido habilidad para el dibujo ni para el arte en general (tampoco en particular, jajaja). Como premio de consuelo, me queda el haberme transformado en una diletante entusiasta de la plástica, de la música, de la danza. ¡Algo es algo!
Habiendo leído todas las novelas mencionadas de Falcones, estoy en condiciones de recomendarlo a ojos cerrados. Cuando el verbo es bien utilizado se nota y Falcones lo demuestra en cada página. Uno sufre, se alegra, se emociona y ve a través de los ojos de sus protagonistas. Una excelente manera de viajar en el tiempo, con la gran ventaja de volver a un mundo menos duro (¿?). ¡No te lo pierdas! ¡Hasta pronto!
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