- ¡Oh! ¡Cuántas lunas y cuántos soles! ¡Bienvenida! ¡Es bueno leerte en estos tiempos!...Claro que hay más de uno.
- ¿A saber?
- Están los exilios por decreto, oficiales, legales, irrefutables, por un lado. Por otro, existen los exilios necesarios, convenientes si se quiere seguir viviendo.
- ¡Cierto! ¿Son los únicos?
- No, ésos son los literales. Donde eres expulsado, desterrado de tu país o tú lo haces, escapando del peligro. Pero, también los hay voluntarios desde lo emocional o volitivo. Ya lo verás.
El exilio es una de las sentencias más dolorosas cuando se recibe como condena o cuando se decide para salvar la vida. Significa dejar atrás toda tu vida anterior y seguir casi a tábula rasa, sin que apenas puedas llevar lo que te quepa en los bolsillos y poco más. Significa dejar atrás lazos, de amistad, de familia, de estudios, de trabajo. Implica dejar tras de ti a tus muertos y esperar que todo quepa en el corazón y en la memoria. Es empezar de nuevo en un mundo distinto, donde debes resetearte, reaprender, esperando una rápida adaptación...y aceptación.
- Están los exilios por decreto, oficiales, legales, irrefutables, por un lado. Por otro, existen los exilios necesarios, convenientes si se quiere seguir viviendo.
- ¡Cierto! ¿Son los únicos?
- No, ésos son los literales. Donde eres expulsado, desterrado de tu país o tú lo haces, escapando del peligro. Pero, también los hay voluntarios desde lo emocional o volitivo. Ya lo verás.
El exilio es una de las sentencias más dolorosas cuando se recibe como condena o cuando se decide para salvar la vida. Significa dejar atrás toda tu vida anterior y seguir casi a tábula rasa, sin que apenas puedas llevar lo que te quepa en los bolsillos y poco más. Significa dejar atrás lazos, de amistad, de familia, de estudios, de trabajo. Implica dejar tras de ti a tus muertos y esperar que todo quepa en el corazón y en la memoria. Es empezar de nuevo en un mundo distinto, donde debes resetearte, reaprender, esperando una rápida adaptación...y aceptación.
Ésos son los exilios de hecho, reales, literales. De los que habla Jordi Sierra i Fabra, escritor catalán, de larga trayectoria, extremadamente prolífico, candidato dos veces al Nobel en representación de España, nacido en 1947.
En la trilogía El tiempo del exilio, Sierra nos entrega el relato de españoles republicanos que debieron exiliarse, primero en Francia, y luego en México, para escapar de los efectos de la derrota en la Guerra Civil a manos de Francisco Franco. Fue un deambular de mal en peor, hasta que lograron, la mayoría de los protagonistas, adaptarse, sobrevivir y prosperar.
Primero fue la decepción de la derrota, luego los campos de refugiados en Francia, más bien campos de concentración para la mayoría; para otros, campos de exterminio, la antesala para llegar, por ejemplo, a Mathaussen, bajo la indiferencia de la dictadura española y la connivencia del gobierno francés invadido primero, y "supervisado" después por los alemanes. Finalmente, destino a México, gracias a la gestión del gobierno mexicano, que los recibió como héroes al comienzo, para, paulatinamente, ir derivando en una actitud que terminó en rechazo.
Los años oscuros es el primer volumen de la trilogía. En 1939, un grupo de 1500 exiliados y algo más, se embarcan en el Sinaia en un puerto francés rumbo a México, en un viaje que dura semanas. No todos van lo cómodos que quisieran. Comienzan los primeros roces, por razones ideológicas (hay diferentes posturas según si se es comunista, socialista, anarquista o de otra orientación). Mientras unos creen firmemente que volverán rápidamente a la patria y que recuperarán la República, otros consideran que deben asumir que pasará mucho tiempo antes de regresar e incluso puede que nunca lo hagan. Aquella diferente perspectiva de la realidad que viven, enciende odios, que en uno de los casos durará toda la vida. También surge el amor en un par de jóvenes, que fructificará con el tiempo.
Sea cual sea la postura, además del excelente recibimiento, el encuentro de un trabajo que no resulte humillante, más la comprensión y adaptación a una mentalidad, costumbres, modismos lingüísticos tan distintos no resulta tarea fácil. Hay casi momentos de rendición, pero se logra salir adelante, aun a costa de la dignidad y del peligro.
Los años de la espera se titula la II parte.
Ya afianzados, alguno dejando atrás su idealismo revolucionario y entrando en la peligrosa práctica de la corrupción; otro, siendo humillado pero finalmente demostrando su valía profesional; aquella, logrando salir de la sordidez del oficio más antiguo del mundo, todos van prosperando y dejando de pasar penurias y hambre. Mientras tanto un hijo, inubicable por años, logra llegar al país de acogida y a su familia, de cuerpo presente pero de alma ausente, aún prisionera en Mathausen, subiendo interminablemente la escalera del infierno y observando noche tras noche, el asesinato de sus compañeros y amigos.
Hay un tiempo de relativa paz, en incluso felicidad para algunos, lo que les hace descuidados de los signos. Este casi espejismo se resquebraja, su fragilidad se hace patente y el caos ingresa al mundo cotidiano nuevamente.
Los años rojos, III volumen, queda a la espera. Aún no es liberada su descarga de internet (ya van dos novelas pendientes para mí).
Jordi Sierra i Fabra ha sido una grata sorpresa para mí. Muy fácil de leer, aparentemente simplista, con un recurso que no había encontrado con anterioridad. No tiene nada de extraordinario en sí mismo -el recurso-. Lo singular es su parecido a uno que yo usé por años y que he replicado al comienzo de este escrito. En mi caso, un diálogo con mi alter ego a manera de introducción. En Jordi Sierra, obviamente con más calidad (creo yo, jajaja), al inicio de cada parte interna de un volumen, aparece un diálogo que va adelantando los acontecimientos en que estarán envueltos los personajes y los contextualiza históricamente. No hay que olvidar que esta trilogía tiene base histórica. El diálogo no alcanza a ser un spoiler. Cumple la función de recordarle al lector la trama, crear suspenso ante lo que viene e introducirlo en el momento histórico. Todo ello resulta muy ilustrativo y, al mismo tiempo, motivador.
...
Regresando al principio, los exilios voluntarios son a veces indetectables. Un anacoreta o ermitaño es visible o se sabe de él porque de vez en cuando debe recurrir a la civilización, especialmente para cubrir necesidades de alimentación. Sin embargo, en las pequeñas, medianas y grandes ciudades están aquellos exiliados del sistema, sea en solitario o no. Son aquellos que en la actualidad, en muchos lugares del mundo, han dejado su actitud conformista y están saliendo a las calles, desafiantes y destructivos muchos de ellos. El resentimiento los carcome y los alimenta. Resultan peligrosos para el que quiere vivir en paz, pero son rica materia prima para los oportunistas.
A los anteriores, cabe agregar a los autoexiliados, con los que "comulgo" en reiteradas oportunidades, en sentido metafórico, indudablemente. Lejos estoy desde hace años de la ingestión de hostias (de ambas, jajaja). Me adhiero a la causa del autoexilio libremente decidido cuando éste no hace daño ni al que lo suscribe ni a los demás. Cuando resulta de una opción elegida en plenas facultades, sin odios ni rencores, sin actitudes de superioridad malsana ni misantropía y que, con relativa facilidad, tiene necesarios períodos de integración, es una alternativa a considerar y a gozar cuando la mente y el cuerpo lo soliciten. En este caso, sólo en éste, el "exilio" adquiere una connotación positiva. Pero, claro, se requiere de una situación material y emocional sustentables. Como ven, el que puede puede.
Primero fue la decepción de la derrota, luego los campos de refugiados en Francia, más bien campos de concentración para la mayoría; para otros, campos de exterminio, la antesala para llegar, por ejemplo, a Mathaussen, bajo la indiferencia de la dictadura española y la connivencia del gobierno francés invadido primero, y "supervisado" después por los alemanes. Finalmente, destino a México, gracias a la gestión del gobierno mexicano, que los recibió como héroes al comienzo, para, paulatinamente, ir derivando en una actitud que terminó en rechazo.
Los años oscuros es el primer volumen de la trilogía. En 1939, un grupo de 1500 exiliados y algo más, se embarcan en el Sinaia en un puerto francés rumbo a México, en un viaje que dura semanas. No todos van lo cómodos que quisieran. Comienzan los primeros roces, por razones ideológicas (hay diferentes posturas según si se es comunista, socialista, anarquista o de otra orientación). Mientras unos creen firmemente que volverán rápidamente a la patria y que recuperarán la República, otros consideran que deben asumir que pasará mucho tiempo antes de regresar e incluso puede que nunca lo hagan. Aquella diferente perspectiva de la realidad que viven, enciende odios, que en uno de los casos durará toda la vida. También surge el amor en un par de jóvenes, que fructificará con el tiempo.
Sea cual sea la postura, además del excelente recibimiento, el encuentro de un trabajo que no resulte humillante, más la comprensión y adaptación a una mentalidad, costumbres, modismos lingüísticos tan distintos no resulta tarea fácil. Hay casi momentos de rendición, pero se logra salir adelante, aun a costa de la dignidad y del peligro.
Los años de la espera se titula la II parte.
Ya afianzados, alguno dejando atrás su idealismo revolucionario y entrando en la peligrosa práctica de la corrupción; otro, siendo humillado pero finalmente demostrando su valía profesional; aquella, logrando salir de la sordidez del oficio más antiguo del mundo, todos van prosperando y dejando de pasar penurias y hambre. Mientras tanto un hijo, inubicable por años, logra llegar al país de acogida y a su familia, de cuerpo presente pero de alma ausente, aún prisionera en Mathausen, subiendo interminablemente la escalera del infierno y observando noche tras noche, el asesinato de sus compañeros y amigos.
Hay un tiempo de relativa paz, en incluso felicidad para algunos, lo que les hace descuidados de los signos. Este casi espejismo se resquebraja, su fragilidad se hace patente y el caos ingresa al mundo cotidiano nuevamente.
Los años rojos, III volumen, queda a la espera. Aún no es liberada su descarga de internet (ya van dos novelas pendientes para mí).
Jordi Sierra i Fabra ha sido una grata sorpresa para mí. Muy fácil de leer, aparentemente simplista, con un recurso que no había encontrado con anterioridad. No tiene nada de extraordinario en sí mismo -el recurso-. Lo singular es su parecido a uno que yo usé por años y que he replicado al comienzo de este escrito. En mi caso, un diálogo con mi alter ego a manera de introducción. En Jordi Sierra, obviamente con más calidad (creo yo, jajaja), al inicio de cada parte interna de un volumen, aparece un diálogo que va adelantando los acontecimientos en que estarán envueltos los personajes y los contextualiza históricamente. No hay que olvidar que esta trilogía tiene base histórica. El diálogo no alcanza a ser un spoiler. Cumple la función de recordarle al lector la trama, crear suspenso ante lo que viene e introducirlo en el momento histórico. Todo ello resulta muy ilustrativo y, al mismo tiempo, motivador.
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Regresando al principio, los exilios voluntarios son a veces indetectables. Un anacoreta o ermitaño es visible o se sabe de él porque de vez en cuando debe recurrir a la civilización, especialmente para cubrir necesidades de alimentación. Sin embargo, en las pequeñas, medianas y grandes ciudades están aquellos exiliados del sistema, sea en solitario o no. Son aquellos que en la actualidad, en muchos lugares del mundo, han dejado su actitud conformista y están saliendo a las calles, desafiantes y destructivos muchos de ellos. El resentimiento los carcome y los alimenta. Resultan peligrosos para el que quiere vivir en paz, pero son rica materia prima para los oportunistas.
A los anteriores, cabe agregar a los autoexiliados, con los que "comulgo" en reiteradas oportunidades, en sentido metafórico, indudablemente. Lejos estoy desde hace años de la ingestión de hostias (de ambas, jajaja). Me adhiero a la causa del autoexilio libremente decidido cuando éste no hace daño ni al que lo suscribe ni a los demás. Cuando resulta de una opción elegida en plenas facultades, sin odios ni rencores, sin actitudes de superioridad malsana ni misantropía y que, con relativa facilidad, tiene necesarios períodos de integración, es una alternativa a considerar y a gozar cuando la mente y el cuerpo lo soliciten. En este caso, sólo en éste, el "exilio" adquiere una connotación positiva. Pero, claro, se requiere de una situación material y emocional sustentables. Como ven, el que puede puede.