Desde que tengo uso de razón (hace ya unos cuantos años, jajaja) he sabido de las características tan especiales de nuestro país. En la infancia supe de lluvias intensas con muchas inundaciones, de ceniza volcánica del Carrán (macizo a orillas del Lago Ranco), del Terremoto de 1960 (porsiaca, yo era apenas un proyecto de Principessa, jajaja), el que sin duda, fue uno de los mayores desastres naturales vividos en mi corta existencia. Aún me parece ver el efecto del movimiento de la placa tectónica en el suelo terrestre cercano en mis pequeñas patitas y esa sensación de estupefacción frente a una fuerza desconocida e inmanejable.
No pasó mucho tiempo o, tal vez, fue en esos mismos días o meses (no tengo tan claro algo casi congénito) el mundo se preparaba -y Chile también- para lo que significaría la posible colisión del Cometa Halley con nuestro planeta. Recuerdo días de terror cuando con mis hermanos (apenas con un par de años más y uno menos) y nuestros vecinitos nos preguntábamos qué pasaría con nosotros. En ese tiempo debe haber sido que comencé a tener sueños recurrentes de "acabo de mundo", de los que despertaba muy asustada, sintiendo el vértigo de una caída al vacío al estilo de la película "2012". En tanto, los adultos rezaban cada atardecer, para aplacar la furia de un Dios al que se temía.
Posteriormente, los desastres ya no fueron de orden geográfico, sino más bien políticos.
Primero, se anunciaron con los melódicos gritos de "Venceremos, venceremos...", consigna que una vez triunfadora, adquirió cierto tonillo populista y prepotente. Junto a este insólito triunfo de las masas, llegaron varios desastres consustanciales a él, más bien producto del mucho entusiasmo y de la inexperiencia absoluta en estas lides, porque una cosa son los discursos, más o menos encendidos, y otra bien distinta es poner en práctica la "Revolución popular". Ello dio lugar a varios desastres asociados, a nivel nacional, como las "tomas", la agitación social, las huelgas, las marchas, las largas colas frente al desabastecimiento, el mercado negro, el acaparamiento de mercadería, el gran paro camionero (del cual tuvimos noticia de primera fuente, pues los hechos se desarrollaban a escasos 7 kms. de La Unión) y otros más (según me han contado, jejeje). Y ese ambiente tremendamente caótico y casi anárquico, cambia de un rato a otro, de manera violenta y brutal. Se inicia una nueva catástrofe.
Durante muuuucho tiempo, hasta los volcanes y las fallas geológicas estuvieron silenciosos y sólo se escuchaban las botas de los militares, las ráfagas de metralleta algunas noches, entre "toque y toque" y los bandos de la Junta Militar que se transmitían en las radios y en los canales de televisión autorizados para funcionar. Este fue el desastre del olvido, del silencio, de una voz única, de una verdad sesgada y amordazada. Un desastre sin muertos ni desaparecidos oficiales, donde el Sr. "Corales" dirigía el circo entregando a los que aplaudían más de algún premio. En aquellos tiempos, la catástrofe tenía vocación de iceberg.
Poco a poco fue cayendo el velo de lo secreto y escondido, transformándose en público lo que, no hasta hacía mucho, era información privilegiada (el iceberg se fue derritiendo). Y aunque "en Chile no se movía una hoja" sin que lo supiera el Gran Reconstructor del país, empezó a escucharse, desde lejos, desde el fondo, desde los distintos rincones del país, un murmullo en sordina, cada vez más, aumentando de volumen, hasta que los más osados (¿valientes o atrevidos?) fueron elevando su voz en forma de protesta, cuyo eco se multiplicó en los distintos confines y fue ganando fuerza, atrayendo más gente, que fue perdiendo el miedo y fue capaz de decir
¡NOOO!
¡NOOO!
Y no sólo fue la gente, también la tierra, nuestra tierra, salió de su marasmo de años e hizo sentir su voz de trueno para el año 1985 en la zona central, que dejó al Puerto de Sn. Antonio "patas pa'rriba".
(Hubo un tiempo en que nosotros también fuimos felices, período acaso breve, pero intenso. En que no nos cuestionamos en profundidad lo que estábamos viviendo, en que vivimos el día a día como sobre una cuerda floja, pero sin mirar hacia el abismo).
La alegría llegó, el miedo remitió, recuperamos muchos de nuestros derechos, pero la herida demoró en cicatrizar. No era fácil: allí estaba el causante para recordarnos su poder, aún no disminuido lo suficiente.
Pasaron los años y mientras la vida política se iba decantando, comenzaban a aparecer, de nuevo las catástrofes como para recordarnos, que habíamos salido del Infierno, pero no estábamos en el Paraíso (es que ya hasta las hojas pudieron moverse, jajaja): inundaciones invernales, aluvión en Antofagasta, nieve invernal excesiva en Lonquimay. Una que otra sequía o invierno muy riguroso, nada que no pudiera ser solucionado.
Pasaron los años y mientras la vida política se iba decantando, comenzaban a aparecer, de nuevo las catástrofes como para recordarnos, que habíamos salido del Infierno, pero no estábamos en el Paraíso (es que ya hasta las hojas pudieron moverse, jajaja): inundaciones invernales, aluvión en Antofagasta, nieve invernal excesiva en Lonquimay. Una que otra sequía o invierno muy riguroso, nada que no pudiera ser solucionado.
Y pronto se dio inicio a la fiesta de "fuegos artificiales". La inauguró el volcán Chaitén el 2008, trayendo como consecuencia mucha gente transplantada de raíz a Puerto Montt.
Pero faltaba el evento que marcaría el inicio del ciclo catastrófico a nivel casi global, en el que aún estamos inmersos: el terremoto y tsunami del 27 F 2010, que nos volvió a recordar que éramos un país de naturaleza telúrica, que la fragilidad era nuestra mayor característica, que la familia era más importante que lo material. El daño material fue inmenso, las pérdidas humanas aún se lamentan, la recuperación, más lenta de lo esperado.
El mismo año, una nueva jugarreta de la tierra, dejando prisioneros a 33 mineros y toda una nación pendiente de su suerte, felizmente la mejor prevista.
El 2013, nuevamente las cenizas invadieron parte de nuestro cielo, en el sur: el Caulle hizo erupción, afectando extensas zonas de nuestros vecinos argentinos.
El 2013, nuevamente las cenizas invadieron parte de nuestro cielo, en el sur: el Caulle hizo erupción, afectando extensas zonas de nuestros vecinos argentinos.
Y así, suma y sigue: 2014 fue el año del terremoto en Arica (¡qué viene el lobo, qué viene el lobo...hasta que llegó!!) y el gran incendio en los cerros de Valparaíso
Y este año pareciera que los desastres se estuvieran turnando : los incendios forestales en la zona sur durante meses, el despertar del Volcán Villarrica, el aluvión en el norte, con pueblos como Diego de Almagro, Chañaral y Copiapó prácticamente arrasados por agua, lodo, rocas y todo tipo de material.
Y de corolario, hace unos pocos días, la guinda de la torta: el Volcán Calbuco sepultando bajo toneladas de piedras y cenizas los campos de la Región de Los Lagos.
En tanto, en la arena político-financiera, se suceden los desastrosos escándalos de los casos PENTA, CAVAL y SOQUIMICH.
Frente a este panorama, tan nublado y "ceniciento", con nubes negras en las capas superiores, que no pareciera que fuera a mejorar muy pronto, hay que tratar de respirar lo mejor posible, adaptando los pulmones o transformándolos en branquias (jajaja). No debemos detenernos a la vera del camino ni tampoco unirnos a las masas vociferantes. No es una solución.
¿Qué debemos y/o podemos hacer entonces?
Marcar la diferencia. No caer en la amargura ni en el cinismo. No repetir clichés o lugares comunes. Evitar el rictus, privilegiar la sonrisa. Preocuparte por los que te rodean. Hacer bien el trabajo que desempeñas. Entregar cariño a tus seres queridos y amigos. No tentarte con la maledicencia y la crítica destructiva. Seguir esbozando sonrisas y saludos cariñosos, contribuyendo a que la luz del sol alumbre un poquito más y el calor de hogar siga entibiando el alma.
¡Ya pasará...ya pasará! ¿Y si no pasa? Habrá que recordar a Darwin y adaptarse... ¿Quién no nos dice que en el futuro la "incertidumbre" sea lo único cierto que tengamos?
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