Hay crímenes y delitos que no aparecen tipificados en
nuestro cuerpo legal, pero que, no por ello, dejan de ser crímenes. No son
atentados contra la propiedad privada, ni contra la integridad física de los
demás, ¡no, de ninguna manera! ¡Son crímenes contra los valores humanos, contra los sentimientos,
contra las emociones, contra la autoestima del otro ser humano que se tiene
enfrente o a la distancia! Crímenes como el engaño, la venganza, la
manipulación, el chantaje emocional.
Son crímenes que no sólo dañan al otro, sino a toda la
Humanidad, por el impacto que produce en cada afectado. Impacto que tiene que
ver con el surgimiento de la desconfianza hacia los demás, la duda, el silencio y ocultamiento
propios, la insinceridad y la réplica, en un alto porcentaje, del delito del que se ha
sido víctima.
En este sentido, todos, en alguna ocasión, hemos sido o somos victimarios, cuál
más cuál menos, y no nos falta justificación para nuestros actos deleznables. No me salvo, de eso
estoy segura; por lo tanto, estoy lejos de tirar la primera piedra. No obstante,
el amor (aunque no sea el adecuado) y la falta de lucidez son atenuantes para
algunos o muchos, quienes llevados por el cariño, la pasión, la inmadurez, la inconsciencia,
cometen acciones que lastiman al otro u otros.
¿Debemos ser perdonados por aquello?
Creo que
no, entendiendo el “perdón” como la aceptación de estas "malas" acciones. Todos
estos “criminales”, que somos o hemos sido, debemos y vamos a “pagar” por nuestras
actos, ya sea con el peso en nuestra conciencia o asumiendo, así sea con dolor,
el resultado a corto o mediano plazo, cuyo efecto “dominó” se irá haciendo sentir cada vez más nítida y
audiblemente, hasta terminar con la caída de la última pieza (golpe de gracia para algunos). Y ese resultado que puede involucrar abandono, soledad, pérdida de los afectos, menoscabo de la imagen, caída de las caretas, condena pública, rechazo social, un recordatorio
constante,…deberá ser aceptado aunque no nos guste.
Y así como en el ámbito de la justicia se habla de los criminales de “cuello y corbata”, en el ámbito de lo humano también los hay…y son los peores. Son aquéllos (y aquéllas) que se movilizan en plena conciencia de sus actos y premeditadamente van entretejiendo sus redes como arañas en torno a sus víctimas. Lo más imperdonable en ellos es la manipulación y el chantaje emocional en torno a los afectos verdaderos, a los recuerdos, al amor a otros que ya no están, todo lo cual usan como soporte y salvoconducto para llegar a su víctima y vencer sus defensas. Estos criminales, al contrario de los anteriores, sólo tienen agravantes, por el claro discernimiento que guía sus acciones.
A su debido tiempo, les corresponderá pagar, en sí mismos o
en sus más cercanos. Porque no debemos olvidar que cada acción genera una
reacción, transformándose esta última en acción que origina una nueva
reacción y así, por tiempo indefinido (como las ondas en el agua al tirar una piedra). Y
si bien es cierto los hijos no son responsables de las malas acciones de
sus progenitores (ya lo dijimos en ocasión anterior), pueden, en esta cadena
interminable de acontecimientos, recibir las consecuencias, directa o
indirectamente, y sólo seremos conscientes cuando ya sea demasiado
tarde.
Estemos en cualquiera de los dos grupos, a la hora de pasar por la caja registradora, no servirá de nada cerrar los ojos o esconder la cabeza. Sólo nos resta actuar con dignidad, porque "no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague".
A buenos entendedores...
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