jueves, 20 de julio de 2023

Síntesis Colombia...

  

  Ya van siete días, los mismos que estuvimos en la nación cafetalera y pareciera que hubiéramos estado allá un mes. Aún  están  absolutamente  frescos y vigentes los momentos vividos y compartidos, todavía resuenan las risas estentóreas o controladas de alguna de nosotras ante cada situación vivida por todas o por alguna. Penas no pasamos de ninguna manera; malestar, tal vez, por alguna situación climática desacostumbrada, pero a la que rápidamente, si no nos acostumbramos -que sería mucho decir- al menos nos habituamos. Aquello de vivir el día entre 32 grados promedio como máxima y 26 como mínima nos parecía increíble. Ahora ya sabemos que es posible allí y en varios lugares más. Y es lo que están sufriendo los habitantes del hemisferio norte por estos días, me refiero a la poca distancia entre una máxima inusualmente alta y una mínima que tiene vocación de máxima.    

   Sabíamos que el clima tropical suponía lluvias repentinas con temperatura y humedad altas, pero otra cosa es experimentarlo en la propia piel -al menos en la mía- acostumbrada por décadas al clima templado -más bien helado- del sur del mundo. Las tormentas eléctricas nocturnas tampoco estuvieron ausentes en pleno anochecer caluroso. Los permanentes cielos amenazadores no nos obligaban a llevar más ropa que la veraniega, a pesar de algunas gotas sorpresivas y eso nos hizo sentirnos livianas y relajadas a la hora en que "apretaba" el calor.   

   Pasando a otro aspecto, si vas a Cartagena de Indias no te quedes con sólo lo que se muestra a los turistas: Boca Grande y sus bellos edificios, la hermosa playa con sus parasoles, las mansiones cercanas con jardines y piscinas, los alrededores al lago artificial y el centro histórico.  Si puedes, y claro que hay formas de hacerlo, sal a los suburbios. Te vas a encontrar con una realidad distinta: calles deterioradas, mucha basura en las vías, más problemas de tráfico que en el centro, pobreza y suciedad en las construcciones. Ya aquello se advierte cuando uno recorre la calle más cercana a la playa, que carece del equipamiento que podría hacer de todas aquellas cuadras una bellísima avenida o costanera. Pero, es tal vez ese contraste lo que la hace una ciudad en que uno se siente cómodo, pues tiene vida, las caras de sus habitantes se sienten reales, no formando parte de una preparada puesta en escena. Es así como se ve en todos lados, en que, además de mucho comercio establecido, también existe variado comercio ambulante e informal. Las calles están siempre llenas de gente y la actividad hasta el anochecer es constante.  

  Como Cartagena es una ciudad que vive del turismo durante todo el año (su invierno es verano para nosotros) existe una actividad que no para, pues los turistas no cesan de arribar a la urbe. Nos encontramos con muchos chilenos. Parecíamos ser la nacionalidad predominante aparte de los dueños de casa, lo que provocó un buen golpe anímico en nosotras. La alegría de los colombianos, no obstante, no es total. Especialmente los taxistas, con quienes tuvimos mayores posibilidades de intercambiar palabras. Ninguno se manifestó conforme con su presidente. Los precios del combustible habían subido mucho y los servicios básicos ídem. Nos mencionaron, por ejemplo, la electricidad. Al comienzo eran cautos, hablaban de que su presidente y el nuestro eran amigos. Nosotras les aclarábamos enseguida que hablaran sin problemas, si total nosotras no éramos  partidarias del nuestro, 😂.  Era lo que necesitaban para explayarse. Mucha inmigración, tráfico vehicular incontrolado, que les obligaba a días de restricción y otros problemas parecidos -como en  todas partes-.    

   El turista no pasa inadvertido en Cartagena. Es identificado rápidamente hasta en su nacionalidad. La clave del vendedor de cualquier producto es la insistencia, tanta que hostiga y molesta. De todo se vende en la calle (bueno, no sé si de todo,😏), desde souvenirs,  frutas, bebidas, ropa, alimentos, productos típicos, joyas, hasta masajes, acompañamiento en fotografías (las Palenqueras, por ejemplo) y tours de diverso tipo. Y esto es una cantinela permanente e insistente. Uno opta por no contestar ni mirar, pues hacerlo da pie para que no te dejen escapar como posible cliente. Muchas veces, aun queriendo saber cuánto costaba un producto, ni siquiera preguntábamos, porque aquello iba a significar una lucha posterior para desembarazarse del vendedor. Hasta te "marcaban", metafóricamente hablando, porque te seguían o esperaban afuera de una tienda o de los servicios higiénicos.  

   Así y todo, el trato hacia el turista es muy bueno, tanto en hoteles como en restaurantes, galerías, tiendas, en los taxis y tours. La única excepción que vivimos en carne propia fue la del conductor de la lancha que nos regresó de las Islas del Rosario y que, a sabiendas de nuestra inexperiencia marinera, nos zarandeó todo lo que pudo, aunque sin palabras. Siempre escuchamos, donde fuéramos, una sonrisa, una palabra amable, un "a la orden, patroncita", "con mucho gusto", "¿qué quieren mis amores?", o algo parecido. No recuerdo haber escuchado palabras de doble sentido ni soeces. De vez en cuando, alguno que decía que le gustaría venir a Chile, aunque sea en un rinconcito del equipaje. En cambio, escuché más de un término o expresión no muy académica de compatriotas, no de otros, de nosotras mismas, 😂. Es que nuestra versión del castellano o español es tan florida y plena de metáforas procaces (la de todos los chilenos), que a veces, al extranjero, lo deja fuera de la conversación. Para qué  les voy a contar de esa noche en que volvíamos a nuestro hotel, muy de cinco estrellas como es ya de público conocimiento, y al escuchar quejarse de cansancio a una de las compañeras de ruta, las expresiones sinónimas y metafóricas no se hicieron esperar de parte de las otras. No sé si la que estaba muy cansada se habrá liberado de algo de su cansancio al escuchar tal muestra de sororidad en términos tan poco elegantes, 😂. Yo, siempre digna, no eché más leña al fuego, sino que presenté mi sentido y escandalizado reclamo a la Jefa de la tribu,😂,que, frente a tal planteamiento, alcanzó a guardarse su aporte lingüístico a la causa, 😂.     

   En Cartagena de Indias no se pasa penas. Imagino que el clima contribuye a ello, así como el colorido de las flores, de las frutas, de la vestimenta, de los souvenirs y de los locales comerciales y de entretenimiento, aunque los hoteles y las mansiones del sector de Boca Grande tengan como color característico el blanco. Las chivas, esos buses turísticos a los que se sube por escaleras, son una muestra de ello, ¡puro colorido!, al que se agrega la música bulliciosa una vez empieza a atardecer y comienzan a funcionar las fiestas móviles en las chivas rumberas. Hasta los vampiros permanecen escondidos frente a tal bullicio que recorre las calles del centro de Cartagena cada atardecer y anochecer.    

    En cambio, en Bogotá la vitalidad se amortigua un tanto. El mismo clima, sin duda, influye en aquello. La tropicalidad casi desaparece y la temperatura al menos disminuye en unos 10 grados. Por tanto, la lluvia ya no es tan bienvenida como en la ciudad heroica. Los mismos comerciantes no son tan insistentes y, en ese sentido, uno camina más tranquila por las calles. En Bogotá la historia se impone por sobre el turismo. Varios museos, palacios y casas patrimoniales, edificios coloniales marcan presencia. La gente se ve más seria. Muchas personas se observa en los paraderos del transporte público, el Transmilenio. Se trasladan a trabajos más "tradicionales". El relax típico de vacaciones sólo lo vimos patente en el Cerro Monserrate y en Zipaquirá, pues allí estaban los turistas, que no se distinguían mayormente en el centro histórico de la ciudad, lo que no quita que haya comercio callejero en la zona céntrica orientada a los visitantes. Nos sorprendió ver, por ejemplo, un señor que enseñaba a bailar salsa en la calle, acompañado de su equipo de música. Eso significaba que tenia público para su actividad turística y artística.     

   La oferta gastronómica es amplia y variada, para todos los gustos y todos los bolsillos. Si uno se queda en el lugar de Boca Grande, por cierto que los precios serán más elevados, en tanto - hablo de Cartagena, en el centro histórico hay valores según la capacidad adquisitiva. De cualquier manera, es más económico que en nuestro país. En Bogotá sólo tuvimos una ocasión para almorzar. Resultó ser un lugar cómodo, barato y de comida sabrosa y abundante. En Zipaquirá, el total fue superior, pero es que la cantidad y calidad de la comida, como el local resultaron fantásticos. Nada de lo que comimos nos afectó y eso que hubo comida desconocida para nosotras, como los patacones (plátano  frito o a la plancha o arroz con coco). Las limonadas, incluyendo las callejeras, nos encantaron. Me olvidaba que la mojarra con ojos no gustó a todas aunque a mí me pareció muy sabrosa. Del vino colombiano nada puedo decir, no lo probé. Mis compañeras son cerveceras, la mayoría, por excelencia, y yo no quise aventurarme a hacer abrir una botella que pudiera no gustarme y que, tampoco, podría consumir sola. Así que me adecué a las circunstancias, es decir, una que otra cerveza -¡guácala!- o alguna limonada, todo con hielo, por cierto (llegando acá,  me he vengado con el tintico, ¡salud!,🍷).   

   Luego de este viaje, tan grato en la compañía así como en las experiencias, no me queda más que señalar que, con gusto, regresaría a Colombia. Estoy segura que son numerosas las ciudades que guardan más de un centro histórico interesante, paisajes exuberantes y excelentes experiencias dignas de disfrutar. La pondré en la lista de futuras visitas, una vez vea otras realidades latinoamericanas que aún no he visitado. Todo a su tiempo, en tanto pueda, y si es en tan grata y divertida compañía, "más  mejor". Hasta muy pronto, en otra aventura viajera o en alguna vicisitud cotidiana. Bye, bye, amores, 😂 

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