miércoles, 29 de septiembre de 2021

Nómades...

 

   El ser humano está volviendo a sus raíces, a su origen, pero no en cuanto a un espacio específico, sino más bien a una forma de vida, movido esencialmente por las mismas motivaciones de nuestros lejanos antepasados: el agotamiento de la tierra y sus recursos, el desmedro de las condiciones de vida o el peligro ocasionado por la misma especie. Así lo hicieron los primeros humanos cuando la inmensidad del mundo era desconocida y los congéneres, pocos. No había mayores problemas salvo los esfuerzos y riesgos que implicaban el traslado, más o menos frecuente, en un medio agreste. En aquellos tiempos, formar parte del grupo que se desplazaba era clave para la supervivencia. Seguramente, en forma incipiente, los lemas eran similares a algunos actuales como "juntos podemos más", "unidos podemos", "juntos por el cambio (...de lugar, 😅)". Ese hombre vivió a la intemperie, en cuevas, al interior de construcciones de paja, barro, ramas, etc. No había riesgos de una bala loca, de portonazos ni asaltos de motochorros. Lo más, el golpe de un peñasco, la herida de una lanza o el desgarro de los colmillos de un tigre 🐯 dientes de sable, amén de varios otros depredadores de los que los neanderthales, cromañones y homo sapiens fuimos y somos "colegas". 

   Una vez que el ser humano aprendió a cultivar la tierra fue dejando atrás la tediosa y sacrificada costumbre del permanente desplazamiento por necesidad de recursos y clima. Ya podía sobreponerse al medio y utilizarlo en forma más óptima para su provecho. Empezaba a dominar a la naturaleza (o eso es lo que creía, si no pregúntenle a "don" Cambio Climático). Vivió miles de años en pequeños asentamientos organizados en torno a una economía de subsistencia. Aún no interiorizaba el concepto de la riqueza material como herramienta de dominio político, sino como mera solución  a las necesidades básicas.  

  Cuando llegó el aumento excesivo de población en las grandes ciudades, las necesidades crecieron y se hizo necesario fortalecer el trabajo agrícola para atender la demanda cada vez más creciente de las ciudades. No obstante los desarrollos y avances no fueron parejos. Dejemos a las urbes con sus problemas de abastecimiento y dirijámonos a esos pueblos más atrasados, más alejados, con muchas necesidades también pero que no saben cómo cubrirlas porque su cultura y visión de mundo es diferente. No trabajan la tierra ni están en un incipiente desarrollo del intercambio de especies. No aprecian el trabajo sino la guerra. Ellos se trasladan buscando la comida, la que obtienen por medio de la fuerza de la conquista de los más débiles o menos preparados. Son los pueblos bárbaros, hordas de tribus numerosas que llegaron a las fronteras del Imperio Romano y que lograron permear la vigilancia, invadiendo, arrasando y conquistando en momentos en que el Imperio de Occidente había comenzado su declinación. Es cierto que los romanos también habían invadido diferentes pueblos y extendido sus fronteras de manera impresionante. Pero sus objetivos eran diferentes: a Roma la mueve el deseo de conquistar más  tierras y romanizarlas y, por ende, ampliar su poder, tener más riquezas. No abandona su lugar de origen  en busca de otro lugar, por tanto el propósito es diferente y no es una lucha de sobrevivencia. Las invasiones bárbaras, en cambio, constituyen migraciones en todo el sentido del concepto, que también, por cierto, incluían el ingrediente de dominación política y posesión territorial.   

   Mucho antes de los bárbaros, siglos antes de Cristo (-XIV), hubo una migración, un Éxodo famoso. El motivo era más espiritual que material.  Era una cuestión de vida o muerte, salvar de la esclavitud al pueblo hebreo. Moisés fue quien guio por el desierto a su pueblo para llegar a la Tierra Prometida. El sufrimiento y las penalidades fueron numerosas pero la fe les permitió seguir. Finalmente llegaron - no todos- (Moisés quedó en el Monte Nebo, dicen). Al parecer hubo un final feliz para los demás, pero no hay certeza de aquello, pues el relato de esta migración es parte del mito religioso cristiano. De todas formas, aunque el "pueblo elegido" no fuera precisamente éste, en la realidad de esos tiempos grupos humanos desplazándose deben haber sido una cosa cierta. 

   El advenimiento de la era moderna comenzó bien movida. Posterior a la llegada de los "bárbaros" habían cruzado el Mare Nostrum los musulmanes: una nueva creencia religiosa emprendía la Hégira desde África para asentarse en la Península Ibérica. Dominaron por mucho tiempo el territorio conquistado, pero llegó el momento en que el sentimiento de pertenencia de los pequeños reinos peninsulares se transformó en el elemento que los unió por una causa común: vencer al "infiel". Los musulmanes que no aceptaron las reglas cristianas debieron emprender la huida. En este mismo tiempo, finalizando el medioevo, los burgos se constituyen en un enorme atractivo para poblaciones enteras. El comercio y la industria rudimentaria movilizaron grandes masas humanas  produciéndose la llamada migración  "interna"  campo-ciudad, que continúa vigente, principalmente causada por la pobreza rural  y la búsqueda de nuevas oportunidades.   

    La era moderna trae consigo también la gran empresa de los "Descubrimientos", que dio el vamos a una nueva oleada de desplazamientos, tras la persecución de las riquezas que poseía el nuevo continente, tanto en minerales como en tierras. La conquista y la colonización fueron los siguientes pasos, con  más de un genocidio a su haber tanto en América como en África. Y luego vino el secuestro y desplazamiento obligado de millones de africanos para el oscuro y lucrativo negocio de la esclavitud, seguido por la emigración de numerosos ciudadanos chinos, irlandeses e italianos, especialmente  durante el siglo XIX , atraídos por el oro en California y por ese paraíso de oportunidades en que se había transformado Estados Unidos. Hubo grupos que se aventuraron a viajar más al sur de América y es así como desde finales del siglo XIX y comienzos del XX a los países de Argentina, Perú y Chile  llegaron muchos europeos, chinos y alemanes, respectivamente, que, en el caso de Argentina y Chile, adquirieron la categoría de colonos.  

    Durante el siglo XX los desplazamientos han sido cuantiosos, terrible consecuencia de las guerras mundiales, la guerra civil española y las otras guerras en distintas partes de nuestro verdeazulado planeta, tanto en la primera mitad como en la segunda. Estos inmigrantes, unidos a los voluntarios en busca de un mejor futuro han sido, en parte, la causa de la pujanza en muchos sectores de la industria y del comercio, como también de la aparición del crimen gansteril, en la primera mitad del siglo, y de algunos carteles de la droga en las últimas décadas.    

   La migración y los desplazamientos nunca han dejado de existir, así que debo corregir la idea inicial con la que partí. No se trata de que el ser humano esté volviendo al pasado. Es otra la historia: ahora estamos más informados, diariamente y mediante imágenes y videos. La realidad, por tanto, es más presente y demandante. Sabemos lo que ocurre al minuto, a diferencia del pasado en que había ocasiones en que nunca se supo lo que sucedió en otra parte del mundo, sino hasta años después. 

  De acuerdo a lo visto, en la actualidad y desde la última década del siglo veinte en especial, los desplazamientos son de tipo forzado o voluntario. Son forzados cuando la guerra o la situación política es el detonante para buscar otro país donde vivir. Es migración voluntaria cuando desde países pobres o subdesarrollados salen flujos de personas hacia naciones desarrolladas. Por ejemplo, desde Centro-América hacia Estados Unidos o desde alguna región de África hacia Europa. En nuestro caso, peruanos, bolivianos, colombianos y haitianos pertenecen a este tipo, mientras que muchos venezolanos son migrantes forzados. 

   No es fácil tratar el tema. Es difícil evaluar y proponer medidas, porque nunca estaremos todos de acuerdo, ya sea por conveniencia política, por razones humanitarias o intereses personales. No es raro que viendo a cientos de migrantes subsaharianos hacinados en una patera, arriesgando su vida a cada instante en medio del mar, no empaticemos.  Lo han hecho muchas naciones y ONGs, pero también ha habido países que les han negado el auxilio básico. Muchos les han dado acogida en albergues y campos de migrantes (que tristemente recuerdan los campos de concentración nazis) donde permanecen por meses y hasta años. Otros países los han incorporado  como, por ejemplo, Alemania, y ya llevan más de trece millones, con los consiguientes problemas y carga para el estado.   

   Los hechos vividos recientemente en el norte de nuestro país (los flujos migratorios ilegales por el sector de Colchane más la marcha en contra con la quema de pertenencias en Iquique) han mostrado la gravedad del problema. Ya va un millón y medio de habitantes más y no es una cifra menor. Varios políticos dicen que somos "un país acogedor", lo que no deja de ser cierto por un lado en un sentido general. Pero sucede que "acoger" significa 'admitir, recibir, ayudar y proteger' y nosotros como individuos y como país ¿estamos en condiciones de ayudar y proteger a esa cantidad de personas? ¿Tenemos el equipamiento habitacional para ello, los puestos de trabajo, los colegios y los programas de salud? 

  Fácil es invitar, recibir y ayudar a algunos, seguramente. ¿Pero con todos y más será posible sin que el bienestar de los propios connacionales y los recursos estatales no se vean perjudicados? No me gustaría estar en los zapatos de aquellos que tienen que decidir al respecto y debieran actuar con eficiencia y eficacia. Los políticos "hablan" pero no "hacen" y con mayor razón si son candidatos a algún cargo como es el caso de algunos presidenciables. Además, también hay que tratar de empatizar con los nacionales que han sufrido los efectos negativos de la situación, sin llegar a extremos.    

  La verdad, es un tema realmente complejo. Si fuera uno quien debiera abandonar su casa, sus familiares y su país nos parecería, seguro, algo terrible. Dejar todo atrás, arriesgarse hasta lo indecible, olvidarse de lo obtenido hasta la fecha, para partir tras una esperanza que puede que nunca se haga realidad es jugarse el todo el todo, casi como en una ruleta rusa. Y sin embargo, hay tanta gente que lo hace cada día, que se atreve, que saca fuerzas de flaqueza, que opta por la vida, pero la tierra ya no es una inmensidad casi vacía como al inicio de los tiempos. Somos muchos, casi demasiados, los que habitamos el planeta y no menos los que vegetamos y queremos que todo siga igual per seculum seculorum. Sin embargo, el mundo es cambiante, la naturaleza nos está dando muuuchas sorpresas y debiéramos prepararnos para ello, aunque con razonable inquietud, porque tampoco se trata de desesperarnos y no-vivir el presente por prepararnos para vivir un futuro. 

    Por ahí leí que "todos somos migrantes", mirada la situación desde la aparición del hombre en la Tierra. ¡Seguro! Nuestros antepasados debieron estar entre los que cruzaron el Estrecho de Bering, con más riesgos y menos medios. ¡Quién sabe en qué acabe todo esto! La historia dará seguramente acabada cuenta de ello si la especie humana vive lo suficiente para escribir de lo sucedido en este siglo XXI. En todo caso, yo poco sabré de ello salvo que me reencarne en otro ser humano. Si así sucediera, ojalá sea en otra parte del mundo, para conocer muy bien otro lugar aunque sea en otra vida y no me acuerde para nada de ésta. Hasta pronto.    

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