lunes, 25 de noviembre de 2019

Bitácora...Lunes 25...

Semana Cuatro...
Lunes 25...
   Estamos viviendo los últimos días en Jordania, con citas claves e imperdibles, amén de fascinantes:  el Mar Muerto y Petra.
    Cuando niña (hace unos cuantos años nada más,  jaja) saber que había un océano que llevaba este nombre me pareció misterioso, de mal agüero, así como el Triángulo de las Bermudas. Ya crecida  entendí su significado, pero no sé por qué pensaba que tenía color negro, a pesar de que existe un mar con ese nombre. No es raro asociar la muerte con la oscuridad... Ayer tuvimos la fortuna de llegar hasta este mar, y aún más, de bañarnos en él, tiempo suficiente  para convencernos que no hay ningún carácter esotérico en él,  ni intervención del mal en su existencia.   
Después de un recorrido de casi una hora, en bus, llegamos donde "el difunto",  cuyas aguas son claras pero el fondo, especialmente en la orilla, es de color blanquecino por la concentración de sal mayor que la normal, tal como sucede en la  Laguna Céjar de nuestro país.  
    Eran las 9 de la mañana cuando ya  nos dirigíamos a los vestuarios. 
No más de 10 minutos y  estábamos en las aguas del mar salado, casi tibio, flotando sin problemas y haciendo una que otra pirueta para que las fotografías resulten lo más creativas posible. 
Ya remojadas completamente y resbalosas con la sal, se nos ocurrió darnos un "baño" de barro (baño es un decir nada más, pues lo que realmente hicieron los jóvenes fue embadurnarnos de un barro negro que tenían en dos baldes, desde la cara hasta los pies a cambio de 5 dólares y todo mientras permanecíamos paradas)

  Participar en esta experiencia tan "extrema" tuvo sus buenas razones. En primer lugar, la curiosidad (queríamos saber si realmente era tan "milagroso"  como habíamos sabido) y, en segundo lugar, la  diversión. ¡Y claro que nos divertimos!...hasta que nos dimos a la tarea de desalojar el barro de nuestras "pieles de ángel" (me acordé de Camilo Sesto), labor con carácter de "misión imposible". 
 Aunque casi le ganamos la lucha al barro, nos quedó un ligero olor, no precisamente a rosas, sino a lodo estancado (¡jajaja!). Luego de dos duchas, lavado de cabello y de volver a vestirnos como llegamos, nos autoconvencimos que nuestra piel estaba sedosa y rejuvenecida, jajaja.
    Después de degustar un rico almuerzo en el mismo complejo, de sacar la enésima foto grupal del viaje, nos encaminamos hacia la ciudad perdida de Petra, en bus, por supuesto. No la visitaríamos ese día, pero pernoctaríamos lo más cerca que pudiéramos.  
El Hotel-Resort Hyatt Zaman, al que llegamos ya anocheciendo, nos encantó. 
Llaves tradicionales, habitaciones como pequeños departamentos o cabañas de un piso, de construcción más bien artesanal, con callecitas interiores múltiples y pequeños jardincillos estratégicamente ubicados. 
¡Hermoso todo!, con una cena completamente de nuestro agrado y en un espacio óptimo para el disfrute.
 Entre parénte-sis,   lo que nos sorprendió un poco en Jordania es la diferencia de clima con respecto a Egipto, a pesar de la poca distancia. Mientras en la nación del Nilo, la temperatura es cálida todo el día sin grandes diferencias, en Jordania, las mañanas y las noches son bastante heladas, por lo que debimos abrigarnos más que en el país anterior.  
Hoy partimos en busca de "El Tesoro" perdido. ¡Tal cual!  Pues a la construcción principal de PETRA, precisamente se le llama "El Tesoro" porque se cree que allí se habría sepultado integrantes de la Familia Real Nabatea gobernante o que los beduinos u otros habían ocultado riquezas.
 A Petra se la conoce como la "ciudad perdida", pues habiéndose fundado a fines del siglo VIII a.C., pasó siglos abandonada hasta ser redescubierta por un explorador, en 1812. 
   El sitio arqueológico queda bastante cerca de la ciudad. Allí llegamos y, dado el momento, caminamos por un largo Desfiladero, con breves detenciones explicativas, hasta llegar a la nueva Maravilla del mundo, el frontis del Tesoro, a dos kms. de distancia, donde muchas personas ya se encontraban allí con la misma avidez y similar propósito. 
  Lo asombroso de este monumento patrimonial es el tamaño, 40 mtrs de alto y 28 de ancho, con dos niveles y estatuas muy hermosas, lamentablemente bastante erosionadas. A ambos lados, los peldaños de una escalera, esculpidos en la roca, cuyo objetivo es que las almas de los muertos puedan subir al cielo.
    Las rocas horadadas son tumbas, que existen, desde antiguo, en forma numerosa en Petra, ya sea como simples orificios o acompañados del ornamento alrededor de él. En algunas especies de hornacinas había unas formas amorfas, cuyo contenido fue explicado por el guía.  
Arribamos al  Anfiteatro Romano, cuyo material de construcción es similar a todo lo anterior , esculpido en la roca, con capacidad para unos 4.000 espectadores. 
Las columnas de la orquestra que sobreviven al paso del tiempo y a la destrucción humana, son de estilo romano, claramente. Aquí es importante señalar que esta ciudad pasó a anexarse al Imperio Romano en tiempos del Emperador Trajano. 
 No la recorrimos toda. No teníamos el tiempo suficiente para regresar y pasar a vitrinear unas tienditas si seguíamos. Por lo tanto, el Anfiteatro se convirtió en nuestra frontera. Desde allí reiniciamos el camino de regreso a la entrada, para lo que ocupamos un tiempo récord, sin dejar de observar cada puesto a nuestro paso.   
Al terminar la visita, anotamos mentalmente en nuestra bitácora el correspondiente "tic" para indicar otro sueño cumplido. No sabemos lo que nos depara la vida y el tiempo, por lo que en la medida que podamos ir chequeando o tachando (depende del gusto) sueños realizados, nuestros ojos y nuestros sentidos se habrán ido colmando de maravillas, ya sean oficiales o no. Dejaremos mañana este país, con un tránsito tan colapsado  en su capital como en Egipto.

    Ignoramos si algún día reandaremos el camino. Si no es así, nos vamos contentos de haber estado allí, donde la vida y la naturaleza cobran peaje para captar la atención de quienes quieren conocer y compartir cultura.

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