domingo, 18 de abril de 2021

Déjame que te cuente, Mirella...[3]

 

  Déjame que te cuente, querida hija, que ya estamos en 2021, segunda quincena del mes de abril. 

  En Rancagua el verano se ha extendido aunque en las mañanas y tardes ha bajado un poco la temperatura. Al paraguas 🌂no ha sido necesario sacudirle el polvo acumulado ni tampoco abrirlo ☔ pues no ha llovido desde hace un tiempo. Ésta es una de las características que amamos de la ciudad cuando llegamos acá, ¿recuerdas? La lluvia y la humedad valdiviana nos había calado hasta los huesos. De aquello ya hace 15 años. Por acá es muy grato el clima (lo que no quita que en verano resulte demasiado caluroso en ocasiones), pero, a pesar de que a mí me encanta, estoy consciente de que no es nada de conveniente para las actividades agrícolas y frutícolas. Estamos en un periodo de sequía que ya lleva unos años, secuela del cambio climático.

   Yéndome  a un plano general, cabe mencionarte que todo ha seguido su decurso. No hemos vuelto a la normalidad que conocimos antes de esta pandemia, de la que te hablé el mes de abril de 2020. Llevamos más de un año en esta situación de incertidumbre, pasando de una fase a otra, con avances y retrocesos, con más o menos víctimas a causa de este virus que aún no se cansa ni da tregua. Recuerdo que en aquella ocasión te hablaba de dos meses de pandemia al menos. ¡Qué ilusa e ignorante fui, además de optimista! Las olas de contagio se suceden, en todas partes, y cuando ya nos creíamos algo más seguros, la realidad nos volvió a recordar lo frágil que es la vida humana.

  En lo familiar, te cuento que este jueves nos avisaron que una prima había fallecido de covid el miércoles, en Santiago (originalmente ella era valdiviana). No lo esperábamos, aunque tampoco estábamos informados de su enfermedad, porque habíamos perdido el contacto con esa parte de la familia, los hijos de un hermano de nuestro padre. Con ellos compartimos muchos instantes durante nuestra infancia y adolescencia, por cercanía geográfica y afectiva. Incluso yo estuve residiendo en la casa familiar de Valdivia en dos ocasiones. Mientras cursaba primer año medio en el Liceo de Niñas y en mi primer año en la UACh (1972), además de vivir un par de meses en casa de Neldy, la mayor, el año 74. Por tanto, creo que fui la que más compartí y conocí a nuestros tíos (fallecidos hace años) y primos, cuatro en total. El viernes estaban en los trámites funerarios de Ruth cuando se produjo la muerte de Ingrid, su hija menor, que vivía con ella en Santiago. La muerte y la pandemia se ensañó con la familia. Ha sido un golpe duro en el ánimo de quienes las conocimos y lo peor es que sólo podemos acompañar a través de una llamada telefónica. Es lo que ha sucedido y sigue sucediendo con los familiares cercanos de las más de veinte mil víctimas del virus en nuestro país. El resto de la familia, en la que tú creciste, está bien. Nos mantenemos en contacto, aunque no todos "marcan tarjeta" a diario. Tu tío Tito se ha recuperado en forma admirable, física y anímicamente, hasta la fecha. Cruzamos los dedos para que siga así y su tratamiento sea exitoso. 

 Así  están  las cosas, querida hija. Más  encerrados que antes, a pesar de que los más creciditos de todos nosotros, tu familia cercana, estamos vacunados. Sabemos sí que aquello no es garantía suficiente, aunque una muy buena defensa. Pero esto se alarga y alaaaarga. Ello me ha llevado, inconscientemente, a introducir algunos cambios en mi rutina para seguir adelante con ánimo. Salgo a caminar todos los días en el momento de la 'franja deportiva'. No, no creas que he visto la luz y me quiero transformar en atleta a mis años. Sigo sin practicar deporte y no pretendo, a estas alturas, llegar a ninguna olimpíada.  A años luz estoy de aquello. Lo que realmente realizo es la actividad física de caminar 🚶🚶 , a lo menos 5 kms. cada día. Salgo para donde estoy vuelta y a paso de persecución, camino unos 35 minutos hacia adelante para luego iniciar la tarea de regreso y llegar a palacio un par de minutos antes de que sean las 9 horas. Ya llevo diez días en esta misión de recuperación muscular y, toco madera, espero perseverar en aquello. Tú sabes que no es fácil mantenerse si no existe el hábito. En mi vida puertas adentro me he volcado en la lectura, más en las labores de jardinería-horticultura y cocina. Te cuento que, al fin, después de pensarlo por mucho tiempo, adquirí una máquina para hacer pan. En sí misma, la decisión, debo decir, no fue nada de afortunada -hasta ahora-. El aparato funcionó la primera vez a medias, y ...nunca más, 🙈. Todo el trámite de envío a servicio técnico ha quedado en standby por esto de las restricciones sanitarias aplicadas al comercio. No obstante, como ya me había provisto de insumos para mi incursión en el ámbito panadero, retomé la sana costumbre (bueno, nunca tan sana pues puede aumentar los gramos en el cuerpo por el gusto de consumir algo hecho con las propias manos) de elaborar pan, flanes, pasteles y quequitos. La mejora es permanente y notoria... y mi cuerpo lo sabe, 😅. Por eso, luego debí incorporar las necesarias caminatas... La satisfacción ha sido otro efecto colateral valioso. Mientras tanto, el artefacto comprado permanece silencioso y enojado, devuelto en su caja originaria, en espera de la reapertura del comercio.   

  Para ser justos, debo señalar que no todo ha sido encierro. Hice un par de salidas durante el verano, todo dentro de lo normativo, lo que me permitió la gran ventaja de compartir con la familia y, además, conocer un par de sectores nuevos. 

  En enero me trasladé hasta Curepto y alrededores; a mediados de febrero lo hice hasta Valdivia, La Unión y Lanco. Estuve por allá hasta mediados de marzo. Allí me sorprendió la  cuarentena, lo que no impidió el contacto familiar, que era lo importante. Por tanto, en algo varió mi rutina durante todo este tiempo extraño y aquello contribuyó a recomponerme anímicamente y juntar "vitaminas" para lo que resta. 

   Vivo sola pero no estoy ni me siento sola, hija mía. Al otro lado de la línea está la familia que tú conociste y las amigas, algunas de las cuales sólo te han conocido a través de mi recuerdo. Te escribo y converso contigo tratando de suplir en parte el estar impedida de ir a dejarte flores. Están prohibidas las visitas en esta fase, en la que llevamos ya veinticinco días. Ya será el tiempo de volver al parque. Déjame que te cuente, hija, todo esto, que ayuda a la memoria, da un sentido al cariño y acompaña la soledad.   

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