martes, 10 de diciembre de 2019

Ya en casa...

    La tecnología me ha jugado una mala pasada. He perdido varias veces lo que he ido escribiendo, al menos en tres entradas, y he tenido que reescribir, apelando a la memoria, que no siempre es tan fidedigna, especialmente a esta edad. Hoy, al fin, logré dar con una aplicación que me permita ir grabando y luego traspasando lo escrito directamente al Blog sin inconvenientes. Con esto, solucioné el problema que se me estaba presentando. A propósito de aquello, me acabo de acordar que mis amigas, en el tour, recurrían a mí, porque yo era más "entendida" que ellas en internet y tecnología. La verdad es que he tenido que aprender a pulso, pues, desde ya hace tiempo, no tengo cerca -ni lejos-, quien me ayudaba en estos apuros. La necesidad, dicen, crea el órgano. No hay mayor verdad que aquello.
     Cambiando de tema, esto de volver a la cotidianeidad no ha sido fácil. He tenido que hacer esfuerzos conscientes para ocupar mi tiempo entretenidamente, sin caer en el aburrimiento y la ansiedad, que me lleve a comer más de la cuenta y a deshoras, que es lo grave. Ya con tres kilos de más producto de la comida buffet,  debo disminuir con urgencia lo extra... de lo extra, de otra manera la ropa encogerá sin remedio (jajaja, la culpa, seguro, es de la ropa). 
   Pensando en las cosas buenas de la vida, qué grato es comer delicias, pero, como en todo lo bueno -dijo la pesimista- luego vienen los arrepentimientos y las acciones, desesperadas o no, para revertir las consecuencias de lo ingerido. 
   Pensándolo bien, esto de "arrepentirse" ha sido una estrategia, un arma, una amenaza de toda la vida de las religiones. Una manera de contener a los gozadores y pecadores. Los separo, porque no son lo mismo. Los pecadores van contra principios establecidos por una entidad espiritual;  los gozadores, contra la austeridad y el ascetismo, ya sea personal o colectivo. El pecador, ofende; el gozador, da envidia (jajaja).
    Esto de gozar - ya que no pecar a estas alturas- de la belleza de la vida diaria es una necesidad humana, siempre y cuando haya que mantener la boca cerrada y las mandíbulas tranquilas. Me gusta comer, pero es necesario restringirse en lo que aconseje la cordura (también la gordura, jajaja), para no caer en un exceso que hace perder el sentido de lis goces de la vida.
   La memoria me trae el recuerdo de una lectura clásica y fundamental: El ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha. En la segunda parte, con parsimonia y absoluta seriedad, como un padre que aconseja a su hijo, Don Quijote le habla a Sancho con respecto a este tema:  "Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago. Sé templado en el beber, considerando que el vino  demasiado ni guarda secreto ni cumple palabras. Ten cuenta, Sancho, de no mascar a dos carrillos, ni de erutar delante de nadie".  ¡Sabias palabras las de don Quijote! 
   Y, en relación a la comida, me ha dado hambre. Ya son las 20,30  y no he comido desde el almuerzo... ¡Upps! ¡Nooo! Me olvidaba que me serví té de sobremesa, luego un postre de frutas y, a media tarde, otro poco de fruta con otro té. O sea, no tendría necesidad de comer más por el día de hoy. Sin embargo, presiento que no dormiré tranquila y capaz que me levante sonámbula a revisar el refrigerador. Mejor me ahorro esa levantada de madrugada y me sirvo unas ricas onces ahora mismo. Tostaré el pan al límite para quemar carbohidratos y respetar la dieta. 
  -¿¿Dieta?? ¿¿Cuál dieta?? (habla mi conciencia).
  - El próximo lunes comienzo...

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