Inicié el regreso a mi hogar, casi en las mismas condiciones de hace justo un año atrás cuando comenzaba el mismo proceso, sólo que desde España. La historia pareció repetirse, aunque en una escala más reducida, por las distancias y por estar en el propio país. Esta vez tampoco estaba segura si iba a llegar a destino sin novedad. Salí de una ciudad en cuarentena, que no era la misma que había declarado como sede de mis vacaciones, nada menos que a 89 kms. más al sur, lo que no resulta menor si se trata de fiscalizaciones. Unas horas antes de la partida, los nervios me consumían, pero trataba de disimularlo, no muy bien me imagino, toda vez que soy una pésima actriz (😂). Quiero dejar en claro que no hubo ni la más mínima intención de vulnerar el sistema. Sin embargo, ambas ciudades, la declarada como efectiva y en la que residía momentáneamente, estaban en la misma situación de confinamiento, de manera que aunque hubiera querido trasladarme a la original -y legalmente autorizada- no habría podido. La gran ventaja es que son parte del mismo territorio provincial, por lo tanto no había habido ninguna vulneración en mi traslado provisorio. La suerte me acompañó. No hubo fiscalización de salida esa noche (el día que fui a comprar el pasaje sí la había) y llegué a mi ciudad de origen sin problemas. Acá, los fiscalizadores estaban ocupados de los viajeros que iban a Santiago, de forma que tampoco tuve interferencias a la hora de salir del Terminal. En todo caso, había tramitado los documentos correspondientes.
Todo parece difícil en Marte, sólo apto para superhombres, científicos en primera instancia, que, lo más seguro, serán superados por intereses económicos y políticos, una vez establecidos los primeros asentamientos. Mientras el magnate Elon Musk señala que el hombre estará en el Planeta Rojo el año 2025, la NASA habla de 2030 y los Árabes, de 2032.
En el volumen I de la Trilogía Marciana del escritor estadounidense Kim Stanley Robinson, Marte Rojo, se nos da como fecha el año 2026. ¡Bastante cerca de lo proyectado!, sobre todo considerando que la novela fue escrita el año 1992.
Al final del volumen, ya es casi fin del siglo XXI y la realidad planetaria ha cambiado. La utopía ha desaparecido hace décadas, mientras una realidad distópica se ha instaurado, dividida en dos facciones. Los detalles se los dejo a los amantes de la lectura de ciencia-ficción y a los curiosos por este futuro, ya muy cercano.
Desde una perspectiva técnica, el relato se inicia con un acontecimiento clave y cruento que ocurre en la mitad de la historia, hecho que en ese momento carece del profundo significado que adquiere después, cuando, como lector, ya conocemos a los personajes protagonistas. Una vez llegué a ese hecho, releí el primer capítulo para comprender la magnitud del suceso y las motivaciones del personaje. Ahora, y no al comienzo de la lectura, estaba en condiciones de evaluar sus conductas. Interesante recurso, al que se agrega que la narración va cambiando de punto de vista: cada ciertos capítulos, la historia se entrega a través de la visión de un personaje distinto. Esta técnica enriquece y complejiza el mundo narrativo y sus personajes.
Mientras escribo, la Tierra sigue en su doble movimiento, que también parecieran tener las naciones que la habitan. La pandemia sanitaria continúa hasta cuando sea su lógica, lo que no impide que varios países continúen con sus amenazas e incursiones en terrenos vecinos o no tanto. Marte, en tanto, aún permanece tranquilo, helado, solitario, magnífico, como lo ha estado por millones de años. ¡Qué aproveche su último tiempo en soledad! Ya queda menos para la invasión...
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