Cuando veo los grupos de gente, más o menos numerosos, movilizándose cada vez que sucede algún hecho luctuoso, habitualmente donde hay algún niño, mujer, hombre o joven del "pueblo" involucrados, me surge la duda acerca de la sinceridad de sus gritos, sus lienzos y sus pancartas. No se trata de que no crea que hay personas más sensibles que yo, con mayor conciencia social. Sucede simplemente que cada vez estoy más descreída con respecto a mis congéneres, especialmente cuando observo que muchos actúan no conducidos por unos sentimientos más o menos sinceros, sino, al parecer, guiados por otros propósitos u otras pasiones y/o creencias. Si a ello se le agrega la violencia irracional, más irracional toda vez que el blanco es equivocado, no me cabe duda que la razón ha pasado al olvido, o bien, el hecho se transforma en la excusa para la acción.
Puede que no sea popular mi postura, pero de pronto llego a pensar que cada velatón, que cada marcha o movilización de este tipo, es resultado de una especie de moda, fomentada a través de las redes sociales por grupos interesados, en que los seguidores de esas redes se sienten impelidos a participar para no ser menos, para estar en la actitud que se considera políticamente correcta, no vaya a ser cosa que se transformen en "sospechosos" para los demás. Pareciera que involucrarse en este tipo de actividades ha reemplazado a los hobbies de antaño. A ver quién se apunta a mayor cantidad de causas, quien grita e insulta por más tiempo, apedrea o lanza otro tipo de proyectiles, todo ello mejor si es transformado en un video subido a las redes y queda constancia de la participación.
Que conste que estoy hablando de movilizaciones por hechos particulares que se transforman en causas masivas. No quiero decir que no sea absolutamente condenable el asesinato de un niño, el abuso sexual o la violación de alguien, la muerte de un ciclista, un ataque homofóbico, un femicidio... Yo, menos que nadie, puedo no ser sensible a este último tema, por ejemplo. Pero, los dolores no son más intensos cuando son públicos y gritados a voz en cuello. No debiera ser necesario salir con una pancarta, tirar piedras, pretender un linchamiento o tomarse la justicia por propia mano para que el resto sepa que empatizo con el dolor de una familia o que repudio un hecho. Tampoco digo que no haya personas sinceras y que de buena fe concurren a estos actos. Pero no puedo entender que frente a un "culpable particular", se apedree a los funcionarios de PDI y de Gendarmería y se provoque destrozos en las instalaciones. Eso ya me parece una acción demencial y hasta surrealista, sobre todo si hay tanta preocupación de grabar lo que se hace y publicarlo después.
En nuestro viaje familiar reciente pasamos por la ciudad de Panguipulli, escenario no hace mucho de la "rabia" popular, que se puso en marcha antes de tener la versión completa de los hechos. Y aunque hubiera sido un abuso y asesinato policial -que no lo fue- ni aún así se justifica en absoluto la destrucción realizada. Y si al foráneo le resulta penoso ver los restos de lo que fueron hasta hace poco edificios institucionales al servicio de las personas, blancos de un "sentido deseo de justicia", terrible debe haber sido estar esa tarde observando el tour incendiario dirigido por un grupo de "campeones" de la justicia, activistas de cuanta causa sea posible.
Viendo aún la cobertura total de casi el cien por ciento de los medios televisivos nacionales en torno al caso del niño Tomás Bravo, que repiten una y otra vez la misma información y las mismas imágenes, no dejo de pensar en la responsabilidad que éstos tienen en la acción humana. Han transformado la vida cotidiana en un verdadero show, del que hay que sacar el mejor partido para mejorar los raiting. Repiten y especulan tanto en torno a lo mismo, que contribuyen a un estado de exacerbación de la opinión y acción de algunas personas, lo que unido al trabajo de los provocadores amateurs y profesionales, crean el caldo de cultivo propicio para las acciones agresivas y violentas.
Es cierto que el Poder Judicial ha hecho méritos para su desprestigio, así como Carabineros. Es verdad que la corrupción ha aumentado en nuestro país en los últimos años y que los políticos son los mayores responsables, junto a otras personalidades. Imposible negarlo. Sin embargo, el mal no es generalizado. Por tanto, si digo que en Chile no hay justicia, me equivoco; si afirmo que todos los Carabineros son asesinos falto a la verdad. En ambos casos caigo en la generalización y adopto una postura extrema. Personalmente no soy analista, ni siquiera amateur, pero acostumbro a informarme medianamente del acontecer del país, por lo que puedo opinar tratando de conservar cierta objetividad, creo. En Chile se está llegando a una polarización peligrosa y aquello no es sano para ninguna sociedad. Ya sería hora de que los medios de comunicación, que olvidaron hace rato su obligación de informar objetivamente y tomaron partido, se hagan un autoanálisis, inicien un período de reflexión y recuerden sus votos profesionales, volviendo a darle lustre al ejercicio de una libertad de expresión responsable.
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