Ya eran las 16 horas.
Caminó hacia el parque, bajo una llovizna intermitente, fue ganando terreno por la vereda derecha de la salida sur de Valdivia. Todo el día había estado el cielo absolutamente nublado, el sol no se había visto ni por si acaso y se vio en la obligación de abrir el paraguas, aunque de pronto parecía inoficioso.
No llovía con ganas, pero la llovizna mojaba bastante. Hubo momentos en que el olor a humo de los calefactores a leña de la ciudad de Valdivia le llegó a la nariz y lo respiró con fruición, a pesar de que esa tarde, a partir de las 18 horas, habría nuevamente restricción. Es que ese aroma a leña quemada era parte de su adn, pues era uno de los componentes del aire de toda su infancia y vida hasta que se fueron a Rancagua.
A mitad de camino se le terminó la acera, la que permanecía bajo el agua, producto de la lluvia.
- ¿Me meto al agua o no? Seguro que los zapatos se me pasan, no son para la lluvia. ¿Podré saltar? O sea... ¡claro que puedo saltar...aún, jajaja! De lo que no estoy segura es si el salto que realice será suficiente. No resultaría gracioso chapotear en el agua y terminar toda embarrada.
Al final, decidió esperar que pasara el último vehículo que venía más cerca y, rápidamente, casi corriendo, caminar un trecho por la carretera hasta traspasar los dos o tres metros de vereda bajo el agua.
- ¡Bien, lo logré!
Al llegar al parque pasó a comprar un arreglo floral con una hermosa rosa roja. Resultaba diferente esta visita: iba a ser la primera vez que concurría sola a ver a su padre. En ocasiones anteriores siempre lo había hecho con su Infanta, con su madre o con alguno(s) de sus hermanos.
Realmente no era un buen día para ir hasta allá. El prado rezumaba agua, de manera que no demoró nada en tener los pies absolutamente mojados, pues los botines no eran impermeables. Esto sólo le ocurre con tanta rapidez acá ..."en el sur..." (Schwencke&Nilo); en Rancagua debe llover mucho para que aquello suceda y últimamente no ha habido mucha agüita en la Sexta.
Aprovechó de "dialogar" con su padre (más bien, fue un soliloquio) y con su Infanta, a pesar de la distancia. No alcanzaría a visitarla este fin de semana.
De regreso, pasó a hacer un trámite en el mismo lugar -adelantado pero necesario- y luego salió a buscar un microbús que la llevara cerca de casa, donde llegó feliz de haber cumplido con el rito acostumbrado, aunque sus patitas estaban completamente mojadas y heladas, lo que rápidamente solucionó con un cambio.
Esta visita al sur no había sido igual a las anteriores. Su madre no estaba como siempre. El problema de salud, que no es grave aunque sí de cuidado, la tiene casi rendida. Felizmente para ella (y para los demás hermanos) está bien cuidada por la hermana mayor (jajaja). Desde la lejanía, poco podemos hacer los restantes. Lo que sí debemos, es estar permanentemente comunicados, visitarla más seguido y apoyar en todo lo posible.
El fin de esta historia está por escribirse, ojalá más tarde que pronto. Es la ley de la vida humana, a la que cada uno deberemos someternos, queramos o no, tarde o temprano.
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