Anteayer, terminado el partido de Chile, dejé unos momentos sintonizado el TV en el mismo canal, de manera que alcancé a escuchar una entrevista que le hicieron al astro Alexis Sánchez: muy fluido, sincero, autocrítico y.....¡oh!!!!, me dije, ¿Habré escuchado mal? ¿Diría realmente lo que me pareció escuchar? Quedé con la duda, pues no estaba totalmente atenta, duda que no pude aclarar porque no iba a esperar que repitieran la entrevista.
Ayer, un colega hizo la observación acerca de la "palabrita" usada. Así que me dije, "¡Caramba, Alexis, mostraste la hilacha o la ojota!". Yo había escuchado bien, quien no se había expresado en forma adecuada había sido el jugador.
Lo más divertido es que los días anteriores lo habían estado ensalzando porque, según mostraban, se había "pulido" tanto. Sin duda, ha mejorado a como se le recuerda al inicio de su fama, pero, no podemos dejar de reconocer, al ver esta entrevista, que el "mono" parece casi humano pero sigue siendo lo que es (pido disculpas a los monos, jajaja).
Este ejemplo (como tantos otros) no deja de darle razón al refrán que titula este texto. Recién ayer conversábamos en el trabajo, precisamente que la fama y el dinero no logra "comprar" la "clase", "el don de gente". Es importante aclarar que esta conclusión no surge de la envidia, sino de los numerosos casos conocidos y de la experiencia (que no era poca entre quienes conversábamos, jaja). En todo caso, es una situación absolutamente lógica: la infancia y adolescencia marca a fuego a una persona y el proceso de formación de la personalidad casi queda acabado al terminar la adolescencia. Por tanto, no son muchos los cambios que se pueden producir en la juventud y adultez, si ya lo principal ha desarrollado su forma.
Si bien nuestros genes son decisivos a la hora de decir quiénes somos, la formación inicial de nuestras raíces también son claves; es decir, tanto nuestro adn como la concreción y evolución de éste durante nuestros primeros años. Llegada la juventud o adultez, es muy difícil que un ser humano pueda hacer un giro en 180 grados dejando atrás totalmente la formación (o deformación) y las experiencias infantiles y adolescentes que contribuyeron a su estupenda, normal o pésima persona.
Así nos ha pasado a todos.
Podremos cambiar de ambiente, mejorar la calidad de lo que compramos, mudar de ropa y zapatos más seguido, tener más dinero en nuestro bolsillo, tomar Juan Valdez y no Eco (jajaja), pero algo, en determinado momento, nos recordará cuáles fueron nuestros orígenes. Lo ideal sería que cambiemos y mejoremos lo que no es adecuado, pero lo que es bueno, grato y sin lo cual no nos habríamos superado, hay que rescatarlo y preservarlo. No debiéramos renegar de aquello que contribuyó a lo que somos hoy, salvo que no nos guste ni estemos de acuerdo con la persona que somos.
Tampoco debemos olvidar que en la actualidad, el mundo nos exige versatilidad, capacidad de adaptación, ser capaces de funcionar, y muy bien, en distintos escenarios. La formación básica y elemental no basta, necesitamos capacitarnos y estar informados. Necesitamos saber actuar en diversos campos y con variadas personas, con un resultado airoso. Y hacerlo con cuidado, porque mucha confianza, conduce a errores. La mesura es importante. El pensar lo que se va a decir también, no todo lo que resulta simpático en un ambiente relajado y de amigos, es adecuado en una situación formal. Tampoco, aunque estemos en un ambiente distendido, podemos decir todo lo que pasa por nuestra mente, pues es probable que más de algo de lo que decimos pueda herir a algún contertulio.
Así las cosas, ¿cuál creen ustedes que es la respuesta a la pregunta inicial? ¿Lograremos superar las limitaciones que a veces nos pone nuestro origen o nuestra primera formación? ¿Deberemos darle la razón a otros refranes, como que "el hábito no hace al monje" o "lo que no da natura, Salamanca non presta"?
Algunos podrán ....otros, no. Todo depende de la conformación de nuestras neuronas y de lo arraigados que estén en nosotros valores como el esfuerzo, la perseverancia, la tenacidad.
- Además de nuestro equilibrio... y de que no suframos acrofobia.
- Claro pues : no todas las pasarelas son lo suficientemente anchas y suelen estar a cierta altura.
- ¡Pero estamos hablando de nuestros antepasados!
- Entonces, pregúntale a César. Capaz que en el Planeta de los Simios haya más de alguna pasarela, jajaja.
- ¡Jummm! ¡Contigo no se puede hablar! ¡Chaolín, mejor!
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