Cuando el jueves me avisaron que las clases del sábado estaban suspendidas, aunque significaba atrasar el programa de trabajo, en lo profundo de mi personita igualmente me sentí feliz. El día viernes iba a ser un día muyyyyy pesado, con aplicación de simulacros PSU durante todo el día, desde las 08,30 hasta las 20,20 horas, con sólo 3 descansos de 10 minutos (11.20, 14.20 y 17.20 horas), así que la noticia del descanso del sábado no podía llegar en mejor momento.
Antes de continuar, debo señalar que nadie me obliga a un horario tan exigido; yo di esa disponibilidad horaria, pensando en que el sábado, debido a mis clases, no podría administrar ensayos. Ahora, también corresponde aclarar que no lo hacemos por bolitas de dulce o por el honor de..., ¡noo! Es una actividad relativamente fácil y que es remunerada en forma extraordinaria, por lo tanto, la mayoría está dispuesto a ofrecerse. Junto con ello, mientras los alumnos resuelven los ensayos, cada cual aprovecha de la mejor manera ese tiempo: resolviendo el mismo ensayo en su especialidad, preparando las guías de las próximas clases, leyendo, etc. Yo realicé las tres actividades, además de escribir.
Ya en la tarde del viernes me consultaron si podía apoyar la misma actividad el sábado, considerando que tenía disponible. En primera instancia había decidido sólo hasta las 11,20 pero necesitaban hasta las 14,20, así que asumí ambos horarios, lo que me obligaba a organizar, en conjunto con mi cronómetro, mi tiempo disponible para estar en Santiago a las 17 horas. Debía viajar a la capital obligatoriamente, pues el domingo tenía un compromiso a mediodía, al cual no podía faltar.
Día sábado: 7,25 hrs. aproximadamente :
- ¡Ringgggggg!
- ¡Diablos, quién puede llamarme a esta hora!!
Siempre me provocan inquietud las llamadas telefónicas en horarios imprevistos. Desconocía el número, pero, lógicamente, decidí contestar. ¡Era desde mi lugar de trabajo, nada menos que la Dire: llamaba para solicitarme que hiciera el reemplazo de una colega en....¡Rengo! ...¡A las 8,30 horas!...¡Se trataba de realizar suplencia de las clases de toda la mañana, en un colegio en que el año pasado no tuve muy buena experiencia! (¡Nooooooo, me dije, internamente!) ...."Este...bueno...ya..., dije en voz alta, pero no puedo estar a la 8,30 allá".
Frente a tal situación, acordamos que iniciara el reemplazo a las 10 horas. Las clases correspondían a Taller de Comprensión Lectora, programa que yo conocía aunque no sabía exactamente qué clase era pues el orden es distinto. Opté por llevar todas mis guías, grabar los archivos correspondientes y llevar mi notebook. Eso es lo que menos me gusta de estas clases: uno debe instalar el equipamiento de cada clase. En el tiempo con que contaba intenté hacer funcionar mi proyector con los powers, pero debí desistir, porque no los leía. Preparé mi mochila viajera y emprendí el trayecto hacia el Rodoviario. Unos minutos antes de las 9 ya estaba dirigiéndome a Rengo, donde llegué como a las 9,25 horas.
Hacía muchísimo frío y casi estuve a punto de desesperarme, al encontrarme con que las puertas del colegio estaban cerradas y no se veía nadie dentro de él. No había ningún timbre a la vista, de manera que debí recurrir a mis poderes sobrenaturales.
- ¿A cuáles de ellos, si puede saberse, amiga mía?
- A mi inteligencia práctica, nada más, que es, en todo caso, digna de alabanza, jajaja.
- ¿Tanto así? ¿No será un tanto de exageración?
- Evalúalo tú..
- Ok. ¡Cuenta!
- La puerta principal era de gruesa madera: con ella no tenía opción. Pero a ambos lados de ella, habían sendas puertas con la mitad superior de vidrio. Por tanto, procedí a tocar el vidrio con mis llaves, en dos ocasiones. Después del segundo aporreo (jajaja) concurrió un encargado, antes que le quebrara el vidrio.
El señor que me atendió me llevó hasta la sala de profesores (la de Informática), me ofreció café y me dio las indicaciones correspondientes. Revisé el material de clases que había en las carpetas, me interioricé de las actividades , cotejé el material digital que había llevado y quedé lista para mis clases. Llegado el momento, subí a la sala, instalé el equipamiento y comencé a trabajar.
Las clases resultaron muy bien, entretenidas, especialmente con el segundo grupo, con el cual trabajé dos períodos.
Terminé mis cátedras a las 14,20 horas y rápidamente me dirigí al Terminal de Buses de la Villa de Rengo. A las 15 horas tenía un bus a Santiago, pues aquél era mi destino. Me quedaban 20 minutos, tiempo en que aproveché de comprar algo para no morir de inanición: un rico vaso helado de frutilla.
Eran las 17,15 cuando el bus ingresó a la losa del Terminal Sur de Santiago. Subirse al Metro y encontrar asiento disponible resultó un juego de niños. Los carros llevaban sólo unos cuantos despistados y atrasados como yo, que se notaban ansiosos durante el trayecto. Luego, a la salida de la Estación Sta. Lucía, estuve cinco laaaarrrgos minutos esperando taxi y tratando de que algunos de los pocos que pasaban por la Alameda, se detuvieran. ¡Nothing! Me vi en la obligación de caminar las 6 cuadras que distaban al Palacete. ¡No quedaba otra solución, si quería llegar antes de que anochezca!
- ¡Ufff, caminar y caminar...ya queda menos...ojalá no empiece aún el partidoooo, qué me esperen! ¿Será posible? ¡No creo! ¡Entonces, que al menos no "metan" golessss, porfis!
Llegué finalmente...pasadas las 17,30 horas. El primer tiempo ya estaba avanzado cuando, al fin, logré encender el TV y sintonizar el T13.
Lo primero es lo primero: me instalé frente al TV y dejé mis pertenencias en cualquier parte. Cuando terminó el primer tiempo, cual superwoman en acción, abandoné el Depto. para ir hasta el Súper más cercano (el Ekono) a comprar "algo" para preparar mi almuerzo ....u once, más bien. La idea era disfrutar (ojalá, jejeje) el segundo tiempo, al igual que muchos chilenos en esos instantes. El sonido de las vuvuzelas se escuchaba donde uno estuviera, formando parte del sonido cotidiano de esas semanas de competencia futbolera.
Mientras el partido seguía desarrollándose en el Estadio Nacional, yo, a ratos, incursionaba en las redes sociales. Poco se decía en ellas, salvo algunos que, al igual que yo, manifestaban su nerviosismo, sin atreverse aún a soñar. El segundo tiempo se hizo larguísimo y seguíamos en la cuerda floja, sin saber lo que podía pasar. El tiempo subjetivo caminaba a paso cansino y no tenía con quién compartir esta situación de estrés e incertidumbre.
Solamente cuando el segundo penal argentino es errado me di permiso para pensar que tal vez, quizás, acaso... fuera posible la proeza. Y así me encontré de pronto, aplaudiendo y gritando, los aciertos de nuestra selección y los desaciertos de la otra. Al terminar, al igual que la mayoría de los habitantes del mismo edificio como los del edificio de enfrente, salimos a gritar y a hacer sonar vuvuzelas (yo no pues no contaba con ninguna de ellas). Prácticamente todos los balcones de ambos edificios se encontraban con sus moradores asomados, vestidos de tricolor y gritando como desaforados. ¡Es que la situación lo ameritaba!
Después de unas dos asomadas al balcón, decidí finalmente relajarme y descansar, siendo testigo de toda la ceremonia de premiación y de un tramo del recorrido en bus turístico por las calles de Santiago de parte de la Roja. Cambiaba de un canal nacional a otro para ver cómo celebraban mis connacionales el triunfo.
Después de tomar unos cuantos cafés, de comer todo lo gratamente comestible que tenía en la despensa, ordené un poco el escenario de las últimas horas y me acerqué a mi aposento. Aún era temprano pero estaba más cansada que los jugadores y a pesar de ello, el bullicio exterior no me permitió dormir sino hasta bien tarde.
Al día siguiente, lamentablemente, mi marraqueta no estaba más crujiente ni el café más dulce : había olvidado comprar pan y sólo tenía una barra de cereal...
- ¿Y el café, se preguntarán ustedes?.... ¡Exactamente como los otros días, endulzado sólo con una gragea de endulzante, pues no recordé doblar o triplicar la dosis!
- ¡Triste tu mañana, Principessa! ¡Bien triste! ¿Qué más te puedo decir?
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