miércoles, 7 de septiembre de 2022

Días de ajetreo...

 

  Mientras yo estaba decidiendo cómo empezar este escrito, le escuché decir a alguien "¡Ni un paso atrás!". ¡Plop!, exclamé al estilo Condorito y, como si fuera poco, me lancé otra interjección, esta vez, onda Washington. ¡Guau, qué le pasa a éste! -😒-, ¡Parece que "seguimos"...en los trece! Luego pensé que era una actitud muy humana, tan humana que en más de una ocasión, también la he tenido,😏. Claro, yo no tenía por qué ser una gloriosa excepción a la regla. Uno de mis defectos era ser porfiada, precisamente. Digo 'era', porque ya no lo soy; lo que sucede en la actualidad es que actúo por convicción. Si algo no me convence y la razón me dice, a gritos, que no va a resultar, no me mantengo tozudamente en mi postura. Recapacito, evalúo y modifico. Para muestra, un botón.  

 Una vez que decidí que no viajaría para estas Fiestas Patrias, me convencí que debía cambiar algunos artefactos en mi cocina. Mal que mal me merecía mayor tecnología y ultramodernidad. Recién había recuperado unos "morlacos" que tenía en inversiones bancarias y era posible este dispendio: adquirir una encimera, un horno a gas y un lavaplatos nuevo. Había llegado el momento de las transformaciones profundas. Total, plata había (pero nunca tanta,😂). Buscando en Internet, me encontré  con multiplicidad de encimeras, para todos los gustos y bolsillos, pero hornos a gas, no. Excesivamente caros los factibles, porque los otros eran industriales (más caros aún, por razones obvias). Muchos de ellos, eléctricos, pero no era eso lo que buscaba. Con microondas es suficiente electricidad. Además, si se corta la luz, ¿cómo cuezo el pan? (¡qué raro parece "cuezo"!, pero está correctamente escrito, 😅) 

    Al final, renuncié al cambio de cocina, lo que no dejaba, a fin de cuentas, de ser un simple capricho, ya que a la que tengo sólo le faltaba más limpieza,😁. Cuando la limpié, quedó como nueva,😂. Lo siento, pero no es que sea cochina, sino que no soy fanática del cloro, del cif, de la esponja ni de todos los pañitos habidos y por haber en la sección aseo de los supermercados. Compré, entonces, sólo un lavaplatos. Me decidí por uno simple, para dejar espacio para todos los bártulos y electrodomésticos que he comprado en este tiempo. Debí esperar una semana a que apareciera el maestro gásfiter y, a pesar de ello, no lo hizo como había prometido. Así que recurrí a otro, conocido (el anterior me lo habían recomendado por "baratero") y el mismo día estaba tomando medidas y, al día siguiente, el presupuesto ya estaba en mi poder.  

   ¡No pude tomar mejor decisión! Al sacar el lavaplatos antiguo, me di cuenta que el mueble estaba casi para la basura. El nuevo quedó espectacular y dejó espacio para un mueble-repisa. Aún así faltaba espacio. Segunda idea, trasladar la lavadora desde la cocina al baño principal en el piso sexto. Esta tarea quedó para el segundo día (el lunes), según si el mundo seguía igual. Pero antes de esto, el sábado mismo, luego de la instalación del lavaplatos, me vi en la obligación de hacer un aseo minucioso en piso, muros y muebles. La cocina a gas había sido también movida para cambiar su flexible que ya había cumplido su tiempo útil  (esa tarea fue una atención del gásfiter; yo sólo debí ir a comprar el famoso flexible a una buena cantidad de cuadras de distancia). Con este movimiento recuperé una tabla de picar (caída hace años en la parte trasera de la cocina y una paleta de silicona que se me escondió allí hace unos meses, jajaja). ¿Para qué hablar de toda la mugre que había? 🙀, ¡humm!, tenía la edad de mi estancia en palacio, casi 16 años (me refiero a la basura acumulada). Estuve cuatro horas afanosamente limpiando un par de metros de muro, piso y cocina, más otro par de muebles que hacen de despensa. Recién a las 19 horas estaba en postura de descanso, que no duró mucho porque opté por ir a echarme a los brazos de Morfeo, quien no me recibió de la manera más adecuada.   

   Me esperaba mucho trabajo al día siguiente, por lo que necesitaba dormir bien. Pero no sucedió así. Me lo pasé dando vueltas en la cama y nada que el sueño se compadecía de mí. De pronto, me acordé de que no había anulado el cambio automático de la hora en el celular, así que este podría hacerme alguna trampa. De todas maneras, habilité con su correspondiente pila un reloj despertador analógico (jajaja, una verdadera antigüedad, disculpando a la presente, 😠), para asegurarme. Me dormí después de las 3 de la madrugada y a las 6,30 empezó a sonar la alarma del celular. Por suerte me aseguré de la hora, mirando un par de relojes murales (tengo unos cuantos relojes no más). En realidad, eran las 5,30 horas. ¡Grrr!, intenté dormir 😵 otro poquito. Lo logré. Al rato me levanté, me fui a a la ducha, al desayuno, a preparar colación, termo con café, botella de agua mineral, dejar balcones abiertos y partir a las 7,30 hrs. Sólo debía bajar y cruzar la Plaza de los Héroes y ya estaba en el local de votación. ¡Había llegado el gran día! e iba a cumplir mi compromiso de ejercer como Apoderada de Mesa. Antes de las 8 horas ya había filas de votantes ordenándose para ingresar a votar. La temperatura era la ideal a esa hora.    

  Una vez en la sala asignada para cumplir con mi labor, fui observando la instalación de la mesa. Nada nuevo para mí, que en más de alguna ocasión hice de vocal, de delegada de local, de Fag o alguna función equivalente. ¡Para qué hablar de cada uno de las situaciones ocurridas!, dijera Arjona. Sólo basta con un resumen, similar a lo ocurrido, seguramente con pequeñas diferencias, en cada una de las mesas del país. Muchos electores concurrieron (¡cómo nunca!); un porcentaje significativo de personas de tercera edad con movilidad reducida, algunos derechamente en silla de ruedas, otros, asistidos en su acto democrático, un par, presentando fotografía de su carnet, etc. No hubo, como en otras ocasiones, tiempo para aburrirse. ¡Para nada!. Un total de 89,5% de votantes en la mesa. Casi al final, el Escrutinio, con un feliz recuento para mi opción. Había llegado el momento de bajar la ansiedad y descansar por unas horas, ya más tranquila. Unos gritos, unas fotografías y a palacio los boletos.  

  El lunes llegó el momento de la segunda transformación profunda: sacar la lavadora de la cocina (estaba bien camuflada debajo de mi mesa de trabajo culinario, gracias a la acción de un amigo lejano, alias "Caramelo") y llevarla al segundo piso del departamento. Costó su poco, hubo que ponerle harto ñeque. Todo bien, hasta que las mangueras de la ingrata se negaron a estirarse como debieran. Una de ellas fue alargada in situ, pero la del desagüe no alcanzaba. Lo demás quedó todo muyyy bien. Tarea incompleta, por tanto. Esa tarde debí dedicarme a limpiar el sector donde había estado la lavadora. Me encontré con dos especieros, uno con pimienta y el otro con sésamo blanco. ¡Vaya tesoros! Luego vino la limpieza y el análisis para ver cómo utilizar de mejor manera el espacio y, obviamente, establecer los arreglos necesarios. Durante la tarde debí partir a comprar la manguera que faltaba. Tres lugares sin resultados; en el cuarto tuve el éxito esperado. Entre tanta búsqueda  (casi al estilo de Marco en el relato "De Los Apeninos a Los Andes") comenzó a oscurecer. Llegué a palacio cansada y ya anocheciendo. Debo confesarles que me "carga" salir a comprar en horario p.m.; sólo lo hago en la mañana, salvo alguna urgencia, así que estaba la mar de feliz, como podrán imaginarse.   

   Martes, tercera visita de don Juan, el gásfiter, que no sólo "le hace" a ese rubro, sino también a la pintura y otras tareas manuales afines. Lo señalo porque yo tenía otro mini proyecto: arreglar la mesa del comedor, de cubierta de vidrio, subempleada pues estaba en calidad de minusválida. Esto, producto, por un lado, de las aficionadas que armaron la mesa cuando llegó a casa -mi hija y yo-, y, por otro lado, porque el 27F la dejó más tembleque que alcohólico irredento. Ni siquiera me atrevía a moverla porque ya temía que se viniera abajo, lo que implicaba una catástrofe,  considerando que es de un vidrio bastante grueso y pesado. Le mostré la mesa al maestro y aceptó el desafío de arreglarla. ¡Y claro que tenía arreglo! Para ello había que volver a armarla "patas arriba". No fue una tarea liviana, literalmente hablando, pero quedó ¡espectacular! Y, agregado a eso, lo más importante, ¡ahora luce en el centro del comedor!

   Aún  me quedan detalles, pero ya es lo de menos. Intentaré yo misma instalar repisas en el espacio en que estaba la lavadora. Ya tengo los materiales así que mañana, piano piano..., lo haré. También probaré la lavadora en su nuevo hogar y esperaré a que me vengan a instalar las puertas para muebles que encargué. Luego de aquello retomaré mi rutina habitual. Volveré  a la lectura, que la he dejado de lado estos días, pues no me ha quedado tiempo. Cierto que hay horas del atardecer-noche que me quedan disponibles, pero ésas las ocupo informándome del acontecer político nacional e internacional, que ha estado muy nutrido en este período. Si a ello le agrego un poco de Netflix y Prime video, el día en vigilia se acaba. Además, debo seguir preparando comida, elaborando pan, cuidando la huerta y jardín, lo que me pone más contenta. Han sido días ajetreados, es cierto, pero muy provechosos, 😏.






2 comentarios:

  1. 😄😃😄😃 Aaayyy que me reí con tu relato. Ahora hay que puro inaugurar las innovaciones justo ahí in situ.
    Que conste que usé esas 3 palabras que suenan igual o parecido.😃😃😃😃😃

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    1. Jajaja. Faltan unos detallitos, El lunes o martes viene otro maestro y ahí queda todo listo para la "inaugurancia".

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