miércoles, 30 de junio de 2021

Aires difíciles...

    

    En primer lugar, presento mis disculpas a Almudena Grandes por haber tomado el nombre de una de sus novelas para titular esta entrada. Dicho esto, voy "al grano"... o entro en materia mejor dicho -suena más  elegante-. 

  Haber escrito 'tiempos de tempestad' tal vez también habría servido, pero seguro sería exagerar un poco. No quiero yo misma agregarle más leña al fuego 🔥y caldear en demasía mi contexto psicosocial. La verdad, estoy preocupada. Sé que no sirve de nada mi preocupación individual, pues en mi cuasi-aislamiento social no ejerzo ningún peso sobre la balanza de la historia, por lo tanto, mi inquietud no deja de ser un cúmulo de palabras de buena crianza carentes de relevancia. Dicho en breve, me inquieta mi país, me inquieta el mundo y no soy objetiva a la hora de evaluar esta atmósfera que lo está cubriendo todo como una nube de smog. Algunos dirán y cantarán "¡Chile, la alegría ya viene!", pero los momentos no son los mismos, las generaciones han cambiado, mi postura también, son otros tiempos, otras sensaciones, otro sustrato. El volcán ya hizo erupción, es cierto, pero la lava sigue avanzando, quemando, esterilizando un terreno antes más o menos fructífero. 

  [Abro paréntesis: me divierte leerme, en medio de todo, porque de las metáforas meteorológicas y climáticas he ido derivando e introduciendo otras geológicas y agrícolas, 😂. No es fácil escribir sobre lo que da vueltas en tu cabeza de manera más o menos consciente y que te tiene, quieras o no, en vilo... Cierro paréntesis]. 

    Como muchos, el 18 de octubre de 2019 quedé  estupefacta. No esperaba lo que sucedió en mi país. Como dirían los políticos "no supe leer los tiempos". Claro, no soy politóloga, socióloga ni meteoróloga panhistórica como para prever que el tsunami que se estaba desarrollando en otra parte del planeta se acercaba también a este rincón del mundo.

 El descontento social, el cansancio vital de muchos, la rebeldía de otros tantos fue juntándose y creando las fuerzas internas propicias para, merced a unos empujones interesados por aquí y por allá, la ola cobrara fuerza, se cronometrara y actuara en consecuencia. Y llegó "el estallido social". Aún me duele "la guata" rememorar las imágenes de los incendios, los destrozos, los saqueos, las manifestaciones no-pacíficas (porque  hubo muchas que no fueron inocuas; de las pacíficas no digo nada porque es un derecho a ejercer en democracia aunque yo no sea parte de ellas ni esté de acuerdo con sus planteamientos), los enfrentamientos, los ataques y defensas de ambos lados, etc. Primero fue verlo a la distancia, en los noticieros; luego fue verlo, escucharlo y respirarlo a diario a pocos metros de mi hogar. ¡Todos los "santos" días! Sentí la amenaza latente y patente (fui amenazada, de hecho, a la distancia nada más que por estar mirando o sacando alguna foto)    

   La llegada de la pandemia morigeró en algo las "demandas ciudadanas" y se sobrepuso a toda otra urgencia. Era necesario y urgente; también fue conveniente. Entonces, la angustia se trasladó de objetivo mientras estuvimos a merced de la enfermedad sin ninguna vacuna en perspectiva. Cuando ésta se transformó en realidad posible ya pudimos respirar más aliviados y, personalmente, pude visitar a mis familiares. Fue un nutritivo recreo, que terminó, como casi todo lo bueno. Por ello, cuando llegó la segunda o tercera ola ya muchos estábamos "vacunados" también para el encierro y esta "nueva normalidad". Hemos aprendido, cual más cual menos, a gestionar y actuar en este novel escenario y eso es muy positivo.    

   ¿Cuál es el problema entonces? Muy sencillo. Ahora "el estallido" cambió de formato: ya no incendia, no destruye, no saquea. Ahora gesticula, amenaza, "avisa", agrede verbalmente, miente, oculta, crea un relato o verdad diferente, critica permanentemente, cobra revancha. De nuevo surge la angustia, entonces, en muchos, me imagino, que vivimos aquí de por vida (en el país, quiero decir) y que deberemos asumir, aceptar, resignarnos a lo que venga en el plano social, político y económico, porque no somos relevantes para uno o más grupos de personas que ya se sienten con todo el derecho y las atribuciones para decidir lo que es bueno, lo que es malo, lo que es más conveniente para ti, pobre pensionada, lo que es saludable "socialmente", cómo debes informarte y de qué alimentarte. 

   Creo no estar siendo hiperbólica. Las "señales" se ven por todos lados, el aire está cargado, muchos ceños, fruncidos y las palabras son cada vez más incendiarias. Las faltas de respeto están "a la orden del día" y lo que antes era casi sagrado y que nadie ponía en tela de juicio (los valores) ahora están en franca decadencia y son casi "piezas" dignas de museo, así como sus cultores. 

   Los aires están y seguirán difíciles. Algunos aconsejan y ponen en práctica no ver noticias, pero yo no puedo seguir ese consejo. 'Estar en Babia' no es mi estilo. No puedo -tampoco quiero- sustraerme a la vida más  allá de mi metro ⬛. Me gusta informarme, ojalá de dos o más fuentes distintas cada día, lo que me permite tener una visión más  clara y acertada de cómo va la marcha del mundo sin mi aporte laboral, 😁. Incluso creo que si tuviera la oportunidad de irme a otro planeta estaría permanentemente informándome cómo iban las cosas después de mi partida en este bello punto azul-celeste, aunque por lo que está sucediendo en Canadá, más temprano que tarde, cambiará de color, al parecer. 

     Para contrarrestar las malas vibras, sigo en mi onda creativa y constructiva. Dar vida, aunque sea a semillas y plantas, es más sano y positivo que quitarla a cuasi-dentelladas verbales como está al uso. Espero no transformarme en Mr. Chance, el Jardinero de Yerzy Kosinski. Una vez que los nubarrones oscurezcan el cielo, abandonaré de vez en cuando mi huerto-jardín para ver cómo va el "nuevo mundo" prometido, a ver si toco algo en el reparto, 😉.

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