lunes, 2 de noviembre de 2020

Traición...

 

  En las postrimerías de la dictadura militar chilena, 1985, Miguel fue relegado a un pequeño poblado, en las cercanías de Santiago. En una de las protestas de ese año, un perro se le cruzó en el camino mientras arrancaba de Carabineros. Los dos huían pero él, caído en el pavimento, no logró escapar de sus captores. Así que, con 20 años, se vio en pleno campo, sin familia ni apoyos, como un verdadero apestado. Le asignaron para vivir una choza abandonada, cuyo único habitante, una lagartija, le dejó el espacio suficiente y le hizo compañía, hasta que una hacendada viuda del lugar se compadeció de él y lo acogió, alimentándole, vistiéndole, compartiendo tareas cotidianas, paseos y largas charlas. Y sin embargo, él no sólo fue desleal con ella, sino un verdadero traidor.   

   Han pasado 20 años. Ya no es el resentido "revolucionario", nacido en un pobre hogar de San Bernardo, sino un publicista y escritor de éxito en la sociedad londinense, aún soltero, que regresa a Chile a pagar sus culpas. Cómo  llegó  hasta allá, de qué  manera triunfó en la vida, cuál  fue la gran traición y cuál será su castigo, es lo que uno conoce a través de las páginas de la novela La Novena de Marcela Serrano, escritora chilena.   

   Hacía tiempo que no leía  nada de ella, unos 15 años. Pensé  que ya no escribía.  Fue parte de mis gustos lectores mientras trabajaba a full,  fácil de leer, descansando  su gracia en la trama de la historia, en la vida y sentimientos de los personajes, más que en el estilo, muy sencillo, si a eso podemos llamarle estilo (aunque no destacado). Algo así como Isabel Allende y otros. Sé  que muchas personas que se dicen intelectuales considerarían un menoscabo ocupar tiempo en la lectura de escritoras como éstas. Sin embargo, no dejan de tener sus fieles lectores, a pesar de la "baja calidad" de sus escritos. Recuerdo a un colega que, además de casi vomitar cuando mencionaba a Isabel Allende,  lanzaba diatribas contra El principito. ¡Cómo  tanta mala onda, digo yo! Claro, hay también  aristocracia  intelectual.  A mí, que tengo gustos absolutamente eclécticos y comunes y corrientes, en música, en pintura, en literatura, en el séptimo arte, no deja de parecerme un afán  demasiado frío y racional, desprovisto de corazón el desechar lo que gusta a las masas "per se". Tengo mi lado elitista, es cierto, pero en literatura, leo casi todo, en español, claro. 

   En mis gustos lectores, no puedo traicionar mi origen ni darle la espalda a mis experiencias. Es probable que haya traicionado  a más  de alguien -si no me falla la memoria, creo que sí-, aunque no con la gravedad de Miguel (¡vaya consuelo y cinismo!). En el ámbito  lector, creo que a los únicos  que les he hecho la cruz -vade retro- han sido a los libros de autoayuda y a esas "novelitas" que, por estar plagadas  de garabatos, creen que están "en onda". A esos textos, ni siquiera trato de exorcizarlos, ¡qué se los lleve el demonio sin más!  De los demás, he incursionado en casi todos los rubros: romántico, histórico, ciencia ficción, fantástico, dramático, misterio,  policíaco. Hasta hubo un tiempo en que estando de moda el vampirismo, leí también alguna obra de ese tipo, pero fue debut y despedida. 

  En la actualidad, la elección depende del ánimo, de lo que conozco a cada autor, de sus  estilos. Porque es probable que el tema pueda ser interesante, pero si el estilo no  me atrae, lo abandono sin sentimientos de culpa y no por ello me aplico el calificativo de traidora propiamente tal. Sólo significa dejar de lado a algo o alguien que no cumple con las expectativas que te hiciste de él o ella. Significa también no perder tiempo precioso en algo o alguien que no suma. Es aprovechar "lo que resta del día" en lo que realmente tiene sentido para el tipo de vida por la que uno se ha decantado finalmente. ¡Hasta pronto!

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