jueves, 12 de noviembre de 2020

Arrakis...

     Pasó mucho tiempo, tal vez un año o más, en que estuve luchando con mi memoria para recordar el nombre de un planeta y de la sustancia preciosa y adictiva que se extraerá miles de años hacia el futuro, siglo CII -año 10191- en que los humanos descendientes habitarán numerosos planetas, en diversos rincones del Universo Conocido. La lucha por el poder será brutal; los medios con los que se contará, extraordinarios y variados; las alianzas, públicas y secretas, numerosas. Todo vale y valdrá a la hora de estar en la cima.   

   Como se ve, nada cambiará, al parecer. El territorio será increíblemente más vasto, pero las apetencias, similares.  Las consecuencias, múltiples. Nuestro presente será Prehistoria.
La Tierra, nuestra Tierra, ya no será el hermoso planeta verde-azulado -un punto azul pálido, como lo describiera Carl Sagan-. Es café, en sus distintas  tonalidades.  Ahora se llama Arrakis, DunePlaneta del Desierto. Su superficie la cubren enormes dunas donde habitan gusanos gigantescos, en cuyo proceso vital producen una sustancia geriátrica y adictiva llamada melange. Es la gran riqueza del Universo Conocido, por la que las Casas (dinastías  poderosas) están dispuestas a ir a la guerra total.  Allí, a orillas de ese infierno fascinante, vive la tribu de los Fremen ('hombres libres'), para quienes cada gota de agua, sudor, orina o sangre, es "metal precioso".  

 [Abro paréntesis... Leí la extensa y extraordinaria Saga DUNE de Frank Herbert e hijo hace 4 años. Amplió mis horizontes y me tuvo inmersa en sus páginas durante dos meses. Hoy releí parte de su volumen inicial (de 11) y volví a sentir admiración  ante tan fascinante proyección  futurista. Cierro paréntesis]. 

   Viajé a Arrakis o Dune sin darme cuenta. Estaba mirando la película-documental "Los secretos  de la tumba de Saqqara" cuando recordé  las dunas de Arrakis. Cómo no hacerlo, luego de ver a esos grupos de excavadores en el desierto egipcio, en la Necrópolis de la ciudad de Menfis, a sólo  30 kms. de El Cairo. ¡Hermosa Pirámide Escalonada la de Zoser!, cercana al lugar de excavación que presenta el documental. ¡Qué difícil y sacrificada tarea la que realizan esos hombres! Y tan insegura, dependiente de los hallazgos y del dinero estatal para financiar las excavaciones y para mantener su vida y la de sus familias.    

  Habiendo estado en algunas ciudades y lugares de ese antiquísimo país, las imágenes también me trajeron recuerdos de mi estadía, referidos especialmente al idioma, al paisaje natural y al humano, tan característico de ese sector del mundo, por el tipo de clima, la raza, las costumbres y creencias religiosas. Se nota el orgullo y la emoción  profunda del descubrimiento, el respeto a cada resto humano, la admiración  ante la belleza de los hallazgos.  Todo ello se nos transmite a través  de los gestos y las miradas,  además de las palabras. Es extraordinaria  la belleza de la Tumba de este sacerdote, Wahtye y su familia,  generosa  en estatuas, jeroglíficos y representación de escenas familiares y cotidianas, todo muy colorido. Algo tan magnífico, aunque en mayor escala, se observa en las Tumbas de los Faraones en el Valle de los Reyes, en la Antigua Tebas, hoy Luxor.   

    En Arrakis se logró revertir la situación climatológica gracias al trabajo visionario -y de hormiga- de un planetólogo,  líder de los Fremen (eso en la ficción). En la realidad, Israel ha trabajado mucho y con gran éxito para quitarle territorio al desierto volviéndolo cultivable, así como otros países de Oriente Medio. También en Chile y Perú se está  trabajando en aquello. Sin embargo, además  de ser un proceso costoso, es lento y no siempre se le da la prioridad necesaria en cada país. Y, a nivel individual, vivimos con anteojeras. Gastamos más agua de la necesaria, tampoco reciclamos, haciéndolo todo sin tomar conciencia de que la cantidad de agua de la que disponemos es cada vez menor. Hacia el año 2050 se prevé que 4 de 10 personas sufrirán de escasez hídrica. Casi como las polillas, nos acercamos peligrosamente a nuestra extinción. Pareciera que cada uno hiciera  de la expresión  de rey Luis XV, "Después de mí, el diluvio", su propio lema de vida. Claro que no será un diluvio, literalmente hablando, lo que caerá sobre las cabezas de nuestros descendientes, sino una montaña de arena con su consiguiente reloj -de arena-, el que irá  marcando,  grano a grano, el cambio absoluto de vida en la Tierra. No digo "término" para no parecer tremendista y porque la vida busca, por cualquier resquicio, seguir existiendo. 

   ¡Arrakis o Dune, que tu existencia siga siendo producto de un gran creador de ficción! 

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