lunes, 9 de noviembre de 2020

Piedras...

   

    Hay empresas que parecen imposibles y, seguramente  por ello, se transforman en verdaderos desafíos y metas de visionarios, osados, valerosos y profundamente creyentes seres humanos ('creyentes' en el sentido de imbuidos de confianza y fe en su propósito, que no necesariamente es cristiano). Esos seres visionarios, jefes de tribus, líderes guerreros, hechiceros o sacerdotes, alquimistas, científicos, santones, dotados de una inteligencia, percepción y visión global extraordinarias, fueron los artífices fundamentales en el logro de lo imposible. No les bastó con tener cubiertas sus necesidades básicas, no fue suficiente con cumplir con lo que se esperaba de ellos, quisieron ir más allá y aunque no conozcamos sus rostros, sus nombres y otras características personales, su legado ha llegado a nuestros días, a pesar de siglos y milenios transcurridos. Son las obras de los grandes arquitectos y constructores desde la Prehistoria en adelante. Su fuerza, la fe;  su herramienta, la inteligencia; su materia, la piedra.  

   Terminé de leer la apasionante novela Stonehenge (stone=piedra; henge=círculo) del británico Bernard Cronwell. En sus 528 páginas  el autor nos traslada a 2000 años a.C. (que tal vez pudieran ser más años de acuerdo  a los estudios y teorías) en el asentamiento  de Ratharryn, desarrollando una trama que da cuenta de la génesis y ejecución de la construcción de uno de los templos neolíticos más extraordinarios que han llegado hasta nuestros días. Sobre la base de algunos hallazgos arqueológicos realizados en el mismo lugar y en las cercanías surge el argumento que pretende explicar, a través de la ficción literaria pero con base en la historia, geografía y antropología, el origen y propósito del templo de Stonehenge. Tres hijos, uno guerrero, otro, hechicero y el menor, constructor, son los que sustentan la historia y la explican. Los detalles argumentales los dejo para los interesados; mi objetivo es más  global.

   Mientras avanzaba en la lectura, los anhelos e inquietudes de Saban por avanzar en su trabajo, por solucionar algún problema constructivo casi imposible, por responder a las exigencias de su líder y hermano en levantar y terminar el templo y darle al mismo tiempo belleza y misticismo, me recordaron otras obras, de autores distintos, pero que imbuyen la misma pasión y "fiebre" creadora en sus personajes. Me refiero a Ildefonso Falcones en La Catedral del Mar y Ken Follet en Los Pilares de la tierra, en las cuales los protagonistas participan o son ejecutores de la construcción de catedrales medievales, tareas a las cuales entregan toda su creatividad, su fuerza y su vida.

  Llegar hasta allá -a Stonehenge-  es uno de mis sueños (toco madera, toc toc toc), lo que no creo tan imposible, pues varios de ellos he podido ir cumpliendo, relacionados con estas creaciones humanas que a veces tienen algo de mágicas, especialmente cuando en su concepción estaba presente la necesidad de establecer un vínculo con fuerzas de la naturaleza, con seres superiores o con la muerte. En otras ocasiones, la meta ha sido, seguramente, reafirmarse ante sus congéneres, dejando patente la relación especial con poderes sobrenaturales. Probablemente los que sólo se interesan en el presente y futuro puedan mirar "por encima del hombro" los restos arqueológicos de cualquier civilización, pero, hay otras personas, entendidas y aficionadas, a quienes unas "simples" piedras o ruinas nos hablan.    

    No es postura ni exageración hablar de la emoción que me ha invadido cuando he estado en contacto cercano o de piel-piedra con lo poco o mucho que se conserva y preserva de lo que nuestros antepasados crearon y construyeron hace milenios o siglos. Lo viví en nuestro propio país (la caridad debe empezar por casa) cuando estuve en Rapa Nui y pude observar  y estar cerca de los maravillosos Moais (con una datación entre los años 700 al 1600 d.C.), conocidos y admirados  en el mundo entero, símbolos de las creencias ancestrales del pueblo polinésico allí asentado, chileno por secretaría. Chilenos propiamente tales podrían considerarse los sitios donde se conservan restos arqueológicos de pucarás del período incaico, los que no tienen una data mayor de 600 años, aunque habría que dejar fuera del catastro los existentes en las primeras regiones antes de la Guerra del Pacífico pues no era territorio de nacionalidad chilena. Nuestros ancestros y sus construcciones pétreas son bastante "recientes" al lado de los miles de antigüedad de los encontrados en el viejo continente.    

   No obstante, antes de trasladarnos a África y Europa, no podemos dejar de mencionar la riqueza pétrea de las culturas precolombinas en el resto de nuestro continente. En la ciudad misma del Cusco, los restos del antiguo templo inca Qorikancha, sobre los cuales se construyó un templo católico. A pesar de ello, se puede apreciar el manejo de la piedra en construcciones de mediados del siglo XV como la mencionada. En los alrededores del Cusco, hay varios sitios arqueológicos que hacen de la piedra su material principal: la fortaleza ceremonial Saqsaywaman (con muros megalíticos), Tambomachay (dedicado al culto del agua y al descanso, con acueductos, canales y cascadas), Puka Pukara ('fortaleza roja') y otros. En tanto, en Ollantaytambo se encuentra una ciudad inca y un fuerte, en la falda de un cerro, con un templo dedicado al Sol de proporciones líticas extraordinarias. Y la máxima atracción pétrea precolombina del Perú es la ciudadela Machu Picchu, bella desde donde se le mire, cuyas piedras "hablan por la boca muerta" de sus constructores.  

    En Bolivia, Tiahuanaco o Tiwanaku es la ciudad de la cultura del mismo nombre, una de las más antiguas del continente, cuya existencia se ubica entre los 1500 a.C. al 1000 d.C. La ciudad propiamente tal se construyó hacia el año 400 a.C., por lo que parte de ella (lo que no ha sido reconstruido) tiene una antigüedad de nada menos que 2400 años aproximadamente. La piedra fue también su material constructivo, en cuya ejecución se ha descubierto un extraordinario conocimiento astronómico, como sucede en templos de las culturas mayas y aztecas, que aún no he visitado.   

 Lo más antiguo conocido personalmente en el tema de construcciones megalíticas humanas, son un par de Dólmenes en la ciudad de Antequera, provincia de Málaga, España, a comienzos de este año. Son monumentos que datan del Período Neolítico y que cumplían la función de necrópolis. Ingresar al interior de ellos, independiente del tamaño y sencillez, es sobrecogedor.  Uno se encuentra nada menos que en el mismo lugar que estuvieron, hace miles de años, 3700 a 3500 a.C., seres humanos primitivos en el tiempo, pero sabios en dejar huella para la posteridad, gente que con el mínimo  de tecnología supo realizar una tarea de gigantes. El propósito les dio las armas. Los ortostatos utilizados (piedras laterales), de gran tamaño y peso (de toneladas) cumplieron con creces su función de protección más allá de la muerte. Tanto el Dolmen de Menga como el de Viera, con la sencillez de la construcción de monumentos de su tiempo, impresionan más allá de lo imaginable, transmitiendo a través de los milenios y siglos, su esperanza en la fuerza y el poder de los astros y la naturaleza, el miedo ante lo indescifrable y enigmático de la vida y de la muerte, además de los ecos de sus voces, cánticos, expresiones de dolor y ruegos. Algo que nosotros hemos perdido entre tanta tecnología y "progreso". 

   A fines del año pasado llegué  hasta la única de las siete maravillas del mundo antiguo que continúa en pie: la Gran Pirámide o Pirámide  de Keóps que, junto a las de Kefren y Micerino son los monumentos más destacados de Egipto. Y no es para menos. Sentada a los pies de ella, observando y tocando alguno de sus bloques, no es difícil dimensionar el inmenso trabajo que implicó tan gigantesca obra. Su edad, 4500 años aproximadamente, con una diferencia de 30 años con sus compañeras (2570, 2540 y 2510 a.C. son las fechas de construcción estimadas); su altura, 146 metros, su ancho, 230, transforman con justa razón a la Pirámide de Keops en una maravilla. No son las únicas, hay varias más, pero éstas son las mejor conservadas a pesar de sus milenios de vida. Gracias a ellas no han desaparecido los nombres de sus autores, así que, al menos, en ese sentido cumplieron con su propósito. De ese mismo tiempo, data la famosa y gigantesca estatua, la Gran Esfinge (de 20 m. de altura), símbolo de la fuerza y de la sabiduría de los reyes.

   Pero no sólo estos monumentos son los destacados y milenarios de la antigua civilización egipcia. Con miles de años también cuentan los Templos de Karnak y de Luxor, las Necrópolis reales del  Valle de los Reyes (con tumbas de 63  reyes y faraones), el Valle de las Reinas (más de 80 tumbas), el Templo de Hatshepsut, los Colosos de Memnón; el Templo de Edfu; el Templo de Kom Ombo, mientras en  Aswan se encuentra el extraordinario Templo de Abu Simbel y el Templo de  Nefertari. Todos estos monumentos, más elaborados y exquisitos que los neolíticos por razones obvias, están datados entre los siglos XVII al XIII a.C. Todos constituyen muestras de fuerza y poder, deseo de perdurabilidad y comunicación con sus dioses. Ingresar a cada uno de ellos contribuye a la humildad necesaria en este mundo. 

   En Grecia, también la piedra ha sido una aliada para los constructores desde hace 3600 años aprox. (1600 a 1400 a.C.). Lo pude apreciar en los sitios arqueológicos de Tirinto y Micenas, donde la característica constructiva es el estilo ciclópeo (uso de piedras de gran tamaño que sólo pudieron haber sido movidas por gigantes o cíclopes, según el mito). La acrópolis de Micenas es extraordinaria, con una vista panorámica espectacular que, desde la altura, produce vértigo. Entre sus ruinas pétreas hubo vida y actividad citadina, en tanto observaban desde la cúspide al resto de mundo amigo y enemigo. Cerca de la ciudad se encuentran dos Tholos (contrucción en forma circular) : el del León y el Tesoro o Tumba de Atreo o Agamenón (datado hacia el año 1250 a.C.). De ellos sólo quedan los monumentos. Todas las riquezas que pudieran contener en sus inicios desaparecieron. A pesar de ello (lo mismo que sucede en la tumbas faraónicas egipcias), los monumentos en sí, aunque vacíos, son inmensos tesoros arqueológicos y patrimoniales.

    En los alrededores, distante a algunos kilómetros, es posible disfrutar de la extraordinaria arquitectura del Teatro de Epidauro (siglo IV a.C.) y del sitio arqueológico de lo que fue esta urbe, mientras que en Nemea, aún resisten el paso del tiempo algunas columnas del Templo de Zeus (siglo VI a.C.) y, a unos 400 metros, está enclavado lo que queda del Estadio, sede de los Juegos Nemeos desde el siglo IV a.C.  

  Grecia es riquísima en monumentos y maravillas; hay muchos otros del mundo antiguo aunque con menos años a cuestas. En Olimpia, por ejemplo,  se encuentran los restos del Estadio que fue la sede de los Primeros Juegos Olímpicos en el año 776 a.C., en el sitio arqueológico de lo que fue esta ciudad en la Antigüedad. A ello se agregan una serie de restos de Templos y otros edificios, incluido lo que fue el Palacio de Nerón (siglo I d.C.), una vez que la urbe pasó a formar parte del Imperio Romano. Dicen que aquí Fidias esculpió la Estatua de Zeus, en material más precioso, eso sí, oro y marfil, hacia el siglo V a C., considerada una de las siete maravillas del mundo antiguo, aunque desaparecida. En la misma Península del Peloponeso, se ubica el sitio arqueológico de la antigua Esparta, mientras que en Ática, se halla el maravilloso Partenón en pleno centro de la capital Atenas, donde estuviera construida la Acrópolis. El conjunto arqueológico de esta gran ciudad es extraordinario, pero ya la roca pura se había dejado atrás; se había transformado en mármol en la mayoría de sus construcciones, lo que les otorgó mayor belleza y suntuosidad. 

  Otra maravilla del mundo moderno se encuentra en Oriente Medio, en la ciudad de Petra (Jordania), donde en el antiguo asentamiento del reino Nabateo se puede acceder al denominado Tesoro Al Khazneh, el edificio más conocido, esculpido en la misma roca del lugar hacia el siglo I a.C. Llegar hasta el Tesoro, caminando entre las enormes rocas que conforman el desfiladero de 1,2 km. -el Siq- es alucinante. De pronto el camino se abre y ahí está el frontis del edificio más extraordinario de la antigua Petra. En el sitio, cercanos a él hay otros monumentos: tumbas, santuarios, un teatro romano, una iglesia bizantina, con distintos periodos de construcción, dependiendo de la dominación política.   

  Por último, me traslado a Italia, donde sobresalen el gran Coliseo (una de las 7 maravillas del mundo moderno) y todos los edificios imperiales de los cuales hay vestigios desde el siglo VI a.C., con el  Circo Máximo,  en adelante. Recorrer Italia es ir de asombro en asombro. La herencia del Imperio se nota desde sus calles de adoquines hasta los restos de domus (casas romanas), termas, teatros, templos, arcos de triunfo. En la mayoría de las ciudades italianas hay una riqueza arquitectónica extraordinaria, pero ya la piedra ha ido desapareciendo, para transformarse en mármol, bronce u otro material. Salvo en las paños de murallas antiguas que aún conservan algunas ciudades, lo demás ya es de origen medieval, renacentista o posterior: catedrales, iglesias, castillos, palacios y estatuas.    

   En el territorio italiano en que aún pude observar vestigios culturales de origen griego y romano, del siglo V a.C. hasta el siglo I d.C. fue en Sicilia, en las ciudades de Agrigento y Siracusa. En Agrigento existe un asentamiento arqueológico llamado Valle de los Templos con ruinas de numerosos edificios, incluidos los de un Telamon de los varios que habrían existido aquí (figuras humanas gigantes, también denominadas atlantes, de 7,5 m. de altura) . Contiguo a este extenso yacimiento, se encuentra otro, de un barrio grecolatino, donde se puede observar restos de domus con partes de sus mosaicos. En estas construcciones ya la sofisticación y la belleza de su ornamento da muestra de la capacidad adquisitiva de sus dueños. En Siracusa, ciudad que fue colonia griega (fundada hacia el siglo VIII a.C.), que también estuvo en manos cartaginesas, romanas, ostrogodas, bizantinas, árabes..., se conserva en el llamado Parque Arqueológico Neápolis un Teatro Griego (siglo V a.C.), un Anfiteatro Romano (siglo I a.C.), un Altar colosal, una Necrópolis y otros vestigios, los dos primeros cavados en la roca misma.    

  Dejo hasta aquí el recuento de las construcciones líticas conocidas y visitadas a la fecha, quedando pendiente muchas por admirar personalmente en próximos viajes (cruzo los dedos; no haré lo que hacían en la novela "Stonehenge" para espantar la mala suerte; aquello ahora es políticamente incorrecto). Dejé fuera ex profeso todo lo que se aleja del material que originó este escrito y que fue la base de la creación del maravilloso templo de Stonehenge.  Pareciera que mi gusto por este elemento de la naturaleza surgió bajo la influencia de algún cuento infantil que hablaba de guijarros blancos que permitían volver a casa. Las pocas veces que en la niñez estuve a orillas de una playa, varios guijarros blancos me acompañaron en el regreso a casa. En los últimos años, en mi paseo por playas y el desierto chileno, he aumentado el peso de mi equipaje trayendo pequeñas piedras de recuerdo; también traje desde el Mar Muerto un pequeño recuerdo de contrabando. Sin duda, parte de una vocación geológica que no llegó a desarrollarse a más temprana edad porque la materia no estuvo a mi alcance. Una pena, porque quien sabe extraer de las rocas la sabiduría  y la energía puede enfrentar la vida con mayores argumentos emocionales, siempre que no deje de mirar a los humanos que lo rodean. 

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