martes, 14 de marzo de 2017

Traicionados...

 Cuando comencé a leer el volumen 3 de la Trilogía Africanus de Santiago Posteguillo estuve a punto de desertar, acción que no acostumbro. La novela se iniciaba incluyendo parte de las Memorias del protagonista, en las cuales ya se anunciaba el final. Y si bien es cierto, el título me había permitido inferir el evento más relevante del relato, "La Traición de Roma", en sus memorias, Escipión incluía antecedentes que se constituyeron en verdaderos spoilers. 
   Para entender cabalmente mi actitud, han de saber ustedes que cuando yo me encuentro con una novela que contempla  el argumento al inicio de sus páginas, me "salto" éste. Me niego a leerlo para conservar el misterio de la narración, que me gusta ir descubriendo a través de la lectura, página a página. 
    Sin embargo, en el caso de esta novela, después de pensarlo brevemente, decidí leerla, para no añadir una nueva traición a Africanus ... ¡Habría sido el colmo! (jajaja)
   Anoche, al terminar su lectura, pensé en los calificativos precisos para esta obra y, con la sensación reciente de lo leído, elegí los adjetivos magistral, conmovedora y profundamente humana. Ni les cuento cómo sufrí leyendo; fue una verdadera catarsis, en dosis hasta lacrimógenas, además de verdaderas lecciones de vida.     
   Hoy día, ya asumiendo el final de la historia de tan extraordinarias personalidades, Escipión y Aníbal, me dediqué, con el auspicio de Google, a revisar las biografías de ambos, confirmando todos los hechos presentados en la novela, aunque en los pequeños detalles pudiera no haber seguridad absoluta o pruebas fehacientes, y ya eso se transforme en la libertad propia del escritor.
    La similitud de las vidas de estos grandes de la Historia Antigua es impresionante. Educados para ser líderes, en un ambiente en que la participación en la guerra y en la política de sus ciudades eran hechos insoslayables, se destacaron por sobre todos los de su tiempo, transformándose en objeto de admiración y estudio hasta nuestros días. Fueron grandes entre los suyos, tuvieron miles de seguidores absolutamente leales e incondicionales, pero también sufrieron de la envidia y la traición, tan inconmensurables como su grandeza. Y en lugar de terminar sus vidas rodeados del reconocimiento público y del descanso merecido, sufrieron la ignominia del ataque artero y del "exsilium", autoexilio en el caso de Aníbal a riesgo de ser entregado a los enemigos. 
   ¿Qué aprendí de esta trilogía?
 Mucho y de todo: aprendí a ubicarme en un tiempo histórico del que sólo tenía vagas nociones; aprendí acerca de geografía, de arquitectura, de grandes personajes de ese tiempo, de usos y costumbres, de estrategias bélicas, de expresiones latinas en especial, de política, de leyes, de educación, etc. 
 Y la mayor lección, -para la vida-: los triunfos humanos (¿habrá triunfos no humanos, divinos o de otro tipo?) envanecen, obnubilan, te llenan de soberbia y orgullo, al punto que llegas a creerte por sobre el resto. Por ello, sabiamente (algo de sabios tuvieron los romanos), cuando a un general victorioso se le otorgaba un "triunfo", simbolizado en la corona de laureles, el esclavo que sostenía la corona del triunfador mientras éste desfilaba por las calles de Roma, le repetía una y otra vez:
   "Respice post te, hominem te esse memento"
   ("Mira atrás y recuerda que sólo eres un hombre")
 A pesar de todo, si esta soberbia no lastima, conscientemente, a otros, es aceptable, es justificable. El único problema es que, cual hongos en la humedad, da origen a envidias muchas veces tan grandes como el más grande orgullo. Y si a esa envidia le agregas la inteligencia y el poder, la mezcla es letal.  

Por eso no es casual que en ambos casos, de Escipión y Aníbal, hayan sido miembros del Senado Romano y Cartaginés, respectivamente, los que terminaron venciendo a estos brillantes generales. Debo confesar, que terminé odiando a Marco Porcio Catón (¿Porcio de "porcino"?). ¡Tanta capacidad para el mal! (¡grrr!).
   Felizmente, a manera de venganza del escritor y mía, el hijo de Escipión, se transformó en digno contendor del maldito Catón (¡upps, se me salió!), salvando la memoria de su padre y manteniendo a su familia entre las más poderosas de la Roma de esos tiempos. La Historia lo avala. ¡Bravo!
   (Nota: elegí la imagen más fea de Catón.)

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