martes, 13 de diciembre de 2016

Los claro-oscuro de Bilbao


 

   Bilbaocapital del país vasco,  siempre me llamó la atención y tuve el secreto deseo de conocerle, como a Pamplona y San Sebastián. Esta aventura me ha dado la posibilidad de cumplir ese anhelo.  

  Desde que llegamos a la ciudad nos dimos cuenta que era algo diferente a las anteriores. 
 No en su arquitectura sino en su gente . No nos equivocamos. Es probable que con Madrid sea algo parecido pero por un tema de proporción, la percepción cambia. No es lo mismo captar las características de una población de más de 3 millones de habitantes que de 350 mil. Sin duda,   es diferente. 


 Llegamos al Hotel Vista Alegre, ubicado en el centro de Bilbao, dejamos encargado el equipaje  y nos dirigimos a realizar el primer reconocimiento del sector . Nos hablaron del casco antiguo de la ciudad y, con unas cuantas indicaciones nos encaminamos hacia allá . Ya en la pequeña Plaza de entrada empezamos a dudar si continuar o no. 
Una pequeña observación: se les llama "plazas" a todos los espacios resultantes de la confluencia de  calles, con o sin equipamiento urbano (asientos, jardines, monumentos). A veces son sólo espacios pavimentados,  por los que incluso transitan  vehículos . 
  Al ingresar a la  calle San Francisco  nos dimos  cuenta  de la estrechez de las veredas y de la gran cantidad de inmigrantes, especialmente de raza negra.   Caminamos un par de cuadras y decidimos volver. Soldado que arranca sirve para otra guerra, nos dijimos. En una esquina había un grupo bebiendo... ¡Así que pusimos pies en polvorosa! La verdad, nos sentimos amenazadas. Si hasta parecía que estábamos entrando al   Bronx,  guardando las distancias.  Y no es que seamos tan discriminadoras, pero no es parte de nuestra realidad... 
Grabamos el lugar en nuestro  mapa mental para no volver a ingresar allí. Recuerdo que vimos a un hombre alto,  con  sombrero de  chistera,   chaqueta de frac negro, camisa blanca,  humita roja, pantalón pitillo negro brillante : parecía un  capo de la Mafia. Obviamente ,  no nos pasó inadvertido . Otros se veían vestidos sencilla y hasta pobremente.  Retrocedimos casi casi pegadas a la pared de  los edificios (jajaja).
   Teniendo ya claridad de hacia dónde no ir, nos dirigimos en otra dirección y  fuimos accediendo a la zona  del centro y a la Costanera, que nos entusiasmó de inmediato,  pues además de la  belleza de los diferentes puentes, de las Iglesias antiguas, de los edificios, nos encontramos con varios "mercadillos" (de alimentos gourmet,  de plantas y flores, de artesanías,  de  artículos de regalo para las Fiestas  Navideñas).  
 No tuvimos necesidad de subirnos a un bus, pues estábamos en pleno centro.  Luego de recorrer estos lugares y locales, la tarea era buscar dónde almorzar.  Logramos encontrar El Corte Inglés,  una tienda cadena que hemos  visto en todas las ciudades españolas (equivalente a Falabella, Rípley o París) y que se ubica en los sectores  céntricos de cada urbe.
 Locales para almorzar había muchos, pero era la hora "pick", y eso significaba esperar  vaaariosss minutos nuestro turno en locales llenos.
 Finalmente dimos con un pequeño restaurante,   blanco y luminoso, luego de habernos ido de uno en que el tipo que atendía nos pareció grosero y prepotente. 
   Me explico: el local tenía un  menú cuyo precio se ajustaba a nuestro presupuesto (entre 8 a a 12 euros aproximadamente, es decir, entre 7 a 9 mil pesos, aproximadamente )  así que ingresamos.  Cuando le pedimos al hombre tras la barra que nos mostrara el menú para elegir,  nos respondió que estaba en la puerta precisamente para que se elija.
La  verdad, nos molestó su torpeza. Cuando uno va a un restaurante debe analizar cada menú antes de  hacer el pedido y no íbamos a estar en la puerta revisándolo para luego ir adentro a pedir. Nos paramos y nos fuimos sin dejar de decirle que no nos había gustado su actitud.  


    El día siguiente nos dedicamos a comprar los pasajes para el siguiente destino y seguir recorriendo, mientras que en la última jornada fuimos al fabuloso  Museo Guggenheim  y aunque ese día estaba cerrado,  pudimos disfrutar de su arquitectura y de las otras atracciones a su alrededor:

Puppy (un perro gigante hecho de flores)
 la Araña, la estatua de un personaje, más la Costanera de la ria.  Lo único en lo que fracasamos fue un viaje fluvial,  para el cual nos programamos, pero el Bilboboats no llegó.  ¡Nos dejó PLANTADAS! 
  La última noche salimos a tomar onces, pero luego de recorrer varias cuadras para delante y para atrás,  no tuvimos mucha suerte. O estaban llenos los locales,  estaban en proceso de cierre, muy caros o con muchos inmigrantes (sorry). Al final, ingresamos a un local a servirnos café y té solamente,  pues los "pinxos" que quedaban estaban en  calidad de cuasi cadáver.  Resultó  ser  un restaurante colombiano,  de cuya visita aprendimos más de  algo,  a través de la persona que atendía (una mujer de unos 40 años,  a quien se le observaba unos moretones en el rostro).    
 Algo más nos sorprendió en Bilbao, que no lo habíamos visto en las otras ciudades: los  clientes de la barra en todos los locales visitados, a cualquier hora, desayuno  almuerzo u once, tienen la pésima costumbre de tirar servilletas o restos de sachets de azúcar al piso, así que imagínense cómo se  ve de desaseado. ¡Por suerte, no se les ocurre lanzar los huesos, los cuchillos,  las cucharas u otros elementos diversos!

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