martes, 18 de agosto de 2015

La magia del sur...

   Mis pasos me llevaron de nuevo al sur este fin de semana. El motivo principal: visitar a mi madre, compartir con ella, que sepa que estoy allí en la medida que puedo, darle unos instantes de alegría, además de acompañar a mi hermana y  llevarle unas flores a mi padre. 
   El viaje de ida no fue tan grato como lo esperaba, lamentablemente. Después de un día completo-completo de clases, yo suponía que antes de que partiera el bus  ya estaría en  brazos de Morfeo, pero...no fue así. ¿Por qué, se preguntarán ustedes?

   En primer lugar, mi compañero de asiento, era más ancho de lo normal, de manera que no quedé muy cómoda que digamos. Imposible que Morfeo cupiera en el poco espacio en el que apenas cabía yo (jajaja).
    En segundo lugar, mi compañero de asiento,  cuarentón ya, se puso los audífonos apenas se instaló en el asiento y dale reguetón, cumbias villeras y esa onda, música que yo estaba obligada a  "disfrutar" porque al parecer, el tipo era de apellido "Tapia". 
    Me puse a leer un rato y  cuando me dio sueño, obvio, intenté dormir. Cerca de las 2 de la madrugada desperté con una pierna demasiado cercana a las de él. ¡Chuata! ¡Qué bochorno! Así que, en tercer lugar, me di vuelta hacia el pasillo, para evitar cualquier contacto no deseado conscientemente (jijiji) y traté de relajarme. ¡A esa hora y en aquellas circunstancias, todo me resultaba incómodo: tenía calor, pero no quise ni moverme para no despertar al monstruo -pardón, a mi compañero de asiento-, los zapatos me molestaban (me los saqué), los anillos me apretaban (también guardé las joyas),  mis aros también partieron a la cartera, mientras algún insecto picador me molestaba en distintas partes de mi hermoso cuerpo. "A mayor abundamiento"(jajaja), un pasajero de enfrente también estaba insomne y se puso a juguetear con su celular, de manera que la luz de su pantalla interfería con my eyes, ¡grrrr!  Después  de más de una hora contando ovejas y abejas, al fin logré dormirme, aunque mi cuello quedó  en calidad de acordeón. 
   Recién a las 8 de la mañana estuvimos en la capital de la Región de los Ríos, desde cuyo Terminal me dirigí rápidamente hasta la residencia familiar. 
  Estuvimos tres de los seis hermanos el sábado en la casa materna, pero entre sábado y domingo, los restantes también se hicieron presentes a través del teléfono, así como los tres nietos mayores. ¡¡Y eso es gratificante!!
  Para las tres salidas que debí hacer, felizmente me salvé de la lluvia, aunque no del frrrríííooo. El sábado antes de mediodía fui a una Feria de frutas y verduras, de las que se instalan determinado día en alguna calle o avenida, como en todas las ciudades. Aquella feria sabatina no la conocía. Salí con mis bolsas reciclables (gracias al auspicio de my sister, quien ha ingresado a la onda  ecológica) en busca de mi destino (jajaja), pero como no había seguridad si era hacia oriente o poniente de calle Rubén Darío, recurrí a unas personas que había fuera de sus casas, a media cuadra. 
- ¡Humm! ¡Esa feria queda leeeejos, por René Schneider! 
- ¡Es la Feria de los Pobres! Váyase por Rubén Darío y al llegar a la bajada, verá la feria.
   ¡Chuata! ¡La Feria de los pobres! ¿Me corresponderá ir o no? ¿No será mucho rebajarme? (Jajaja). No me acordaba cuál era la calle R.Schneider, pero sabía que la otra, paralela a la calle donde está la mansión materna, tenía precisamente una bajada unas "cuantas" cuadras hacia el...¿poniente?...parece, o a mi izquierda. En fin, lo importante es que yo me ubicaba. Igualmente me di ánimo, pues aunque caminar al frío no es grato, tampoco me haría mal; la  consigna era colaborar en todo lo que pudiera. Así que, ¡patitas, a devorar el pavimento! 
   Al final, llegué a mi destiny, cruzando la Avda. R. Schneider (¡la encontré!) y caminando una cuadra más, en total unas seis, que no resulta  nada de lejos para una caminante como yo (jajaja)
   Los productos, ¡una maravilla, en frescura, colorido y tamaño! Casi me entusiasmo comprando, pero aquello no era para mí así que había que controlarse. De todas maneras, me di el gusto de comprar unos rabanitos y morrones, para las ensaladas de ese par de  días. Una vez que tuve todo adquirido, ganas no me faltaron de "vitrinear" la feria completa, pero debía regresar y colaborar en la preparación del almuerzo. Así que con mis bolsas llenas, inicié el retorno.
    Mi gran aporte al almuerzo de ese día fue la preparación de las ensaladas, que provocaron la admiración de nuestra madre, cuando se sentó a la mesa para compartir con nosotros algunos momentos, mientras ingería su almuerzo (especial en su caso).
   En la tarde, conseguimos que el sobrino menor, Pablo, se quedara de cuidador, mientras nosotras fuimos - caminando- a dejarle flores a mi padre. Es una caminata de seis cuadras aproximadamente, por  Avda. Picarte, salida Sur de Valdivia. Hubo dos situaciones anormales que debimos sortear: un sector de vereda bajo el agua, imposible de ser traspasada, aunque hubiera sido encaramándonos en los cercos, por lo que debimos prácticamente correr cual vehículos en competencia por el medio de la carretera, en tanto no viniera un automóvil que pudiera dejarnos en calidad de panqueques (lo digo por lo de un aplastamiento). Logramos llegar al otro lado de la charca sin inconvenientes. En el parque, un nuevo dilema: a pasos de la tumba de mi padre, una máquina retroexcavadora (¿sería del gobierno?, jajaja) instalada sobre el césped, preparando una sepultura, con el correspondiente bullicio. Aquello no nos permitió estar mucho rato con nuestro progenitor, pues la tranquilidad de otras veces había desaparecido. Regresamos a casa caminando, sólo que esta vez, cambiamos de berma. Así y todo, mi hermana estuvo en un tris de ser víctima de una ducha de agua con barro que un automovilista desconsiderado lanzó al pasar a toda velocidad por el sector. Frente a tamaña falta de educación reaccionamos como cualquier hija de vecina : un par de insultos con el respectivo gesto de parte de my sister (irreproducible en estas páginas, jajaja; entre paréntesis, ella también fue  profe) y...¡que agradezca que fuimos unas damas! (Jajaja, corrijo, "somos"). 
    Todo bien y suficiente por aquel día, que terminamos compartiendo la conversación con nuestro hermano valdiviano.
   Al otro día (¡muy helado!) costó levantarse. Y aunque no lo crean, cooperé con el encendido del fuego en la estufa a combustión lenta: mucho tiempo que no realizaba esa actividad, desde que estoy en Rancagua, hace más de 9 años (¡Uyyy, llegué jovencísima acá!). Un par de veces ya había practicado aquello en casa de mi madre también, pero ya ni me acuerdo cuando había sido la última vez (en esto de hacer fuego, claro está, jejeje). ¿Cómo logré realizar la fogata a pesar de las astillas algo húmedas? Muy fácil:  con la ayuda de unas "pastillas" que la modernidad ha inventado para hacernos la vida más fácil... ¡y santo remedio! 
   Luego llegó la hora de ir al Súper para comprar algunos artículos necesarios y otros... no tan necesarios (jajaja). A caminar por Avda. Picarte, hacia el centro valdiviano, hasta un Súper que se ubica frente al edificio de la PDI (unas seis cuadras; uff, me acabo de dar cuenta que, en estos dos días,  ya he caminado en tres direcciones que quedan a seis cuadras de distancia, y eso me da como resultado : ¡666! ¡Diablos!, jajaja).
  Una vez en el súper, estilo bodega (son los más económicos), me dediqué a recorrer los pasillos y a hacer "pinitos" para alcanzar a ver los productos, cuyas cajas llegaban, al parecer, hasta el cielo. Pronto, a hacer la cola para pedir los tutos de pollo y pavo encargados y, luego de recorrer a velocidad-de-la-luz algunos recovecos para constatar que habían unos precios bastante buenos, a hacer la fila para pagar (ya van dos). El pan adecuado para doña Urbana lo pasaría a comprar a una Panadería cercana, en el camino de regreso. A pesar de ser domingo y cumplirse un año más de la muerte de Elvis Presley, estaba atendiendo público. 
- Oye, Princess.
- ¿What?
- ¿Esa panadería le hace honor al Rey del Rock?
- No, que yo sepa.
- Entonces, ¿por qué mencionaste aquello?
- Sólo porque me acordé, jajajaja
   A cruzar la Avda. para llegar a la Panadería, debí hacer de nuevo una nueva fila. Mientras estaba en ella, no pude dejar de admirar los deliciosos productos de la pastelería sureña que se veían tras las vitrinas. ¡Ya estaba pensando en lo que podría comprar para degustar, cuando me toca mi turno.
- ¡Un pan de molde blanco, por favor! (¿o un pan blanco de molde?)
- ¡No queda!, dijo el hombre.
- ¡Hay para cortar!, dijo la mujer.
  ¡Upps! ¿Y qué creen ustedes que pasó? ¡Nothing! El man no se dio por enterado ni aludido y continuó con la atención de la siguiente persona. Una de dos : No estaba ni ahí con cortar el pan o no sabía hacerlo. ¡Pobrecito!
   ¿Y ahora qué hago? 
    Hice lo único posible en aquella situación: regresar al Súper, aunque esta vez, fui al más cercano. Antes había al "Mayorista 10", ahora me dirigí al "A cuenta", una cuadra más cerca. 
    Cuando ingresé busqué sector Custodia y no existía esa dependencia. ¡Diablos!, ¿dónde dejo mis bolsitas con mercaderías?Justo veo un guardia y le consulto. Sin ningún inconveniente y en forma muy amable, recibió las bolsas y las dejó en una dependencia contigua a las cajas. ¡Destacable su actitud! 
    Rápidamente me dirigí al sector panadería y me encontré con mucho pan integral pero nada de pan blanco chico (salvo unos de tamaño XXXXL). Busqué una y otra vez, hasta que escondido entre sus congéneres, encontré lo que buscaba.¡Eureka! Me fui con mi preciosa carga a revisar los precios de unos productos, bastante baratos, pero que no tendría sentido comprar para traer a Rancagua. Me puse a la fila, con tan mala suerte que la cajera correspondiente parecía de naturaleza leennntaaa.   

    Había unas seis personas en la fila, pero igualmente estuve una media hora como mínimo. Aproveché el tiempo revisando ofertas en el sector cajas. Agregué unas cuantas golosinas a mi cuenta,  que me servirían para mi viaje de regreso esa misma noche. En esa tarea estaba cuando descubrí que los Chicles Grosso no se habían extinguido.¡Qué sorpresa!
    Una vez que logré salir del sector Cajas, recuperé mis bolsas y regresé rápidamente al hogar familiar. Ya era hora de almuerzo y debía llegar a ayudar en algo. Logré colaborar en la preparación de un rico par de chuletas de cerdo (a esas alturas ya estaba con síndrome de abstinencia de carne en mi dieta), además de una entrada, las ensaladas y el postre. Todo quedó muy rico y bien presentado, lo que sacó palabras de elogio de mi madre, quien gustosamente probó la entrada de pescado preparada. 
    En la noche, ya arriba del bus a punto de abandonar la Ciudad de los Ríos, me sentí contenta y satisfecha de haber contribuido, aunque haya sido mínimamente en ese par de días,  a una atmósfera positiva en la mansión materna. El hecho de saber que el ánimo y la actitud de mi madre había mejorado de manera significativa en esos días, en comparación con jornadas anteriores, me llenaba de alegría. Y como quien, tras largos días de niebla permanente, ve asomarse el sol entre las nubes, agradecí la tibieza  de esos rayos esperanzadores, independiente que resultaran  ser  sólo un arco-iris después de la lluvia.  

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