domingo, 9 de agosto de 2015

Con las patitas en el agua...

    Después de intentar dormir al menos durante un hora, luego de dar vueltas y vueltas en la cama, escuchando el sonido de la lluvia sobre los techos de los edificios aledaños, escribo... Escucho el gorjeo de unas aves, entremezclado con el sonido de una alarma automovilística, a lo lejos, lo que me sirve de brújula. Aunque me hubiera perdido, reconozco esos sonidos como parte de la vida citadina.  Mañana debo ir a trabajar a primera hora y ...¡no puedo dormirrrrrr! 
  ¿Qué puedo hacer? 

- Contar ovejas...
- Poner mi mente en blanco...
- Relajarme...
- Mirar TV
- Planificar maldades
- Mirar fotografías
- Leer
- Traer recuerdos a la mente
- Preparar próximas clases
   - ¡Noooo, esto último noooo! Quiero descansar y no puedo. Me muevo como cordero en un asado "al palo"  y Morfeo no me auxilia. 
   Al final, no tuve conciencia en qué momento me dormí. La "cuestión" es que desperté con el "grato" sonido de la alarma del celular, sin ganas de moverme pero con la clara conciencia de que el deber me llamaba (jajaja)
- ¡Humm! ¡Ya llegará el día en que me levante cuando me dé la gana realmente! ¡Queda menos! (lero, lero)
   Bien. Había que prepararse para salir del Arca. No estaba Noé para detenerme, así que busqué mi paraguas antiduliviano (comprado hace más de 10 años en Casa Taboada, Valdivia), firme y discreto, con doble funcionalidad (el mango es grueso y de madera, de manera que si a alguien se le ocurre atravesarse, no va a quedar muy bien parado, más bien quedaría algo descalabrado dependiendo de donde le llegue el golpe, jajaja) y muy combinable (siempre digna). A pesar de la lluvia, igualmente me vestí de damisela y me embutí mis taquitos imitación cuero de serpiente (herencia de mi pequeña). Caminé a saltitos hasta mi lugar de trabajo y casi-casi un taxista desconsiderado me da una ducha gratis en una esquina (upps, alcancé a retroceder, aunque otra congénere no lo logró). Pero,  aunque mis zapatos se habían mojado bastante, yo tenía una solución a mano. Previsoramente,  había llevado otro par para cambiarme, lo que solucionó el líquido problema. 
   Después de terminada mi jornada y en consideración que seguía lloviendo, dirigí mis húmedas patitas al Mall para buscar unos botines de goma. Me habían dado un dato y quería ver si era efectivo.  Sería la solución para no mojarme las extremidades.  No tuve éxito donde me dijeron pero sí en un local contiguo. Me sentí feliz de volver a la infancia con un  calzado a prueba de  lluvia, claro que esta vez eran botines y no botas largas. 
   Cuando llegué al Arca aún no había arribado Noé (había dicho "voy y vuelvo" y...nothing; ¿les parece conocido aquello? jajaja). Me acerqué a la borda para ver los efectos de temporal y todo estaba bajo el efecto pluvial. Felizmente, la malla había evitado que el pluviómetro comenzara a subir. De pronto, se me "prende la ampolleta" (uppss, mejor que se me prenda una vela, para evitar una eventual electrocución):  ¡eureka!,  aprovechar el diluvio para regar mi plantación.  Así que, ipso facto, entre chapoteo y chapaleo, trasladé las macetas y jardineras hasta la borda del arca para que reciban el agua de la lluvia, sin mayor esfuerzo de mi parte. ¡Tan ingeniosa que soy! 
    Después de terminar de almorzar, descansar un rato, volví al trabajo a cumplir la jornada vespertina, esta vez con mis botitas impermeables. Seguía el diluvio, pero ya estaba protegida. No obstante, el grupo de alumnos que debía atender esa tarde se redujo a la "enorme" cantidad de cuatro, quienes solidariamente se quedaron hasta el final de la jornada y tuvieron la oportunidad de una cátedra absolutamente personalizada.
   El viernes fue otra cosa. Hasta unos guiños hizo el sol, aunque igual hubo unas gotas rebeldes. Esta Principessa que viste y calza pensó que ya lo peor había pasado (y las botas habían tenido su debut y despedida), pero durante la noche...llovió, llovió y llovió. En fin, la lucha contra los elementos de la naturaleza es una batalla perdida. Sólo hay que asumirlo y prepararse para salvar la situación de la mejor manera. 
    Así que, a prepararse para viajar a Rengo a primera hora, pero esta vez con pantalones y botines. La lluvia en la carretera era intensa y aquello hizo más lento el trayecto, aunque alcancé a arribar a tiempo. Hubo menos alumnos, pero llegaron al encuentro. 
   Durante el transcurso de la mañana el agua le dejó su lugar al viento y las ráfagas se hacían oír en la sala. En una ocasión, haciéndome la graciosa, les dije a los alumnos:
- ¡Sujétense bien a las mesas para que al viento les cueste más llevárselos! (jajaja)
   Para qué decir cómo quedó mi cabellera en el trayecto hasta el Terminal de buses, una vez que terminé la jornada. Peinado estilo casual. Una vez arriba del bus y con destino a Santiago, la tarde se despejó bastante, tanto así que hasta tuve la fortuna de ver la puesta de sol desde el depto. de mi Infanta, pasadas las 18 horas ¡Agosto presente!
   ¡Y después de la tempestad, la calma!... al menos, en la capital. Una vez que llegue a la Sexta, veré si continúo en el Arca o abandono definitivamente a Noé. Sin embargo, Agosto aún puede  traernos sorpresas: a la hora de regresar al Reyno de Sta. Cruz de Triana, no sabía si tendría que subirme a un bus o...a una góndola, pues, después de almorzar, San Isidro había salido a dar una vueltecita...


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