Si hubiera recordado esta mañana que algún domingo anterior lancé maldiciones en contra de la línea de los microbuses Rancagua-Machalí, hubiera sido éste un día normal. Pero no, me olvidé de esa mala experiencia, y los que olvidan están condenados a repetir la historia. Una hora de espera y nada. Todos los buses salían hacia cualquier lugar menos a Machalí. Y yo, ahí sentada, junto al precioso ramo de flores que compré para llevar a Mirella, cada momento más aburrida, enfadada y entumida. El sol, que se asomó tímidamente a las 10 hrs., ya se había arrepentido y cambiado de destino. Finalmente, regresé a palacio con el ramo de 💐, sin haber logrado lo que quería (ir a visitar a mi hija) y con la firme intención de no pensar nunca más en viajar en esa línea algún domingo o festivo.
Son las 16 horas y la lluvia ha llegado. No sé si fue anunciada o no. En cualquier caso, me da lo mismo. Salgo sólo de vez en cuando, si lo necesito y últimamente lo requiero menos, porque estoy intentando vivir en modo minimalista, a ver si puedo -toco madera, para conjurar a mis ancestros; lo siento, no tengo kultrún a la mano, 😁-. Recién dejé el celular descansando, luego de una entretenida conversación-análisis de nuestra realidad política nacional con mi hermano menor, otro fiasco -la realidad chilena-. Debería hacer nuevas llamadas, pero estoy con flojera. No consigo animarme; perdí mucho del ánimo esta mañana en mi salida fallida, que no mejoró con un plato principal en el almuerzo, que tampoco me convenció para nada. Les cuento.
Durante la semana, en una visita a la feria (una de las cuatro a las que suelo ir), compré emocionada un par de alcachofas moradas. Como iban a ser las primeras en su color que iba a preparar y degustar, busqué una receta diferente a la clásica (la de hervirlas y luego comerlas con una salsa, hoja por hoja, hasta llegar al corazón, lleno de espinas desechables, para disfrutar, al final el "fondo", la parte más comestible y rica de ellas). Para no hacer lo de siempre, que hasta resulta fome en muchas ocasiones, opté por dos o tres recetas que consistían principalmente en utilizar el centro de la casi-flor (claro, porque eso es una alcachofa, una 'inflorescencia', ¡ups! ). ¡Ya, así los voy a preparar!, me dije. Pero ¿qué hago con las hojas🍃 🍂?, pensé, ¿cómo las voy a tirar si antes me las comía (bueno, no la hoja ENTERA sino una parte, la más blanda y carnosa)? Y como pariente de Einstein que soy, luego de lanzar un emocionado "¡Eureka!"😂, tomé la siguiente decisión: voy a hervir las 🍃 🍂 para preparar una crema de alcachofas y como principal haré alcachofas fritas y crocantes. ¡Mmm! Ya me parecía a Garfield, relamiéndome de antemano. Pero como dijo sabiamente alguien, "del dicho al hecho hay mucho trecho", sucedió lo que tenía que pasar: un verdadero fiasco; bueno, no seamos tan lapidarios, la verdad fue un fiasco a medias. En cualquier caso, nunca más frío las alcahofas, salvo que alguien en persona me demuestre lo exquisitas que quedan.
Cortes más, cortes menos, ya estaba feliz haciendo lo que había decidido. Estaban las 🍃 🍂 hirviendo como condenadas para luego convertirse en crema y el resto, ya sin pelusilla, listo para ir a la sartén 🍳 a ser cocinado, con un aceite aromatizado merced al ajo recién picado, ¡mmm! Todo fluyendo en la cocina, mientras lavaba las hojas de una lechuga morada, a juego con las alcachofas, preparaba el yoghurt casero de café con mandarinas picadas y corría al huerto-jardín a buscar eneldo. Hojas 🍃🍂 listas y cocidas, a colarlas y dejarlas enfriar un poco para luego rasparles lo comestible, tarea que me llevó un laaarrrgo rato. Luego, todo a la procesadora con cebolla, morrón, aliños y agua de la cocción para transformar la mezcla en sopa-crema, con un poco de maicena y crema de leche. ¡Lista la sopa! ¡Sofritas las otras partes de alcachofas con tiritas de morrón verde y rojo! ¡A la mesa!
Cuento corto: la sopa-crema, pasable, pues quedaba un regusto amargo poco grato (seguro que había que darles un buen baño en agua salada con vinagre a las hojas antes de cocerlas). El principal, los trozos de alcachofa sofritos, aparte de un color oscuro poco atractivo y sospechoso (no los freí sumergidos en aceite; no están los tiempos para aquello), resultaron demasiado aceitosos. Raya para la suma, como dicen los periodistas, un fiasco y medio. Dos días sirviéndome una comida poco grata, porque la conciencia todavía me machaca con aquello de que hay tantos niños en África muriéndose de hambre por lo que es un pecado botar la comida.
Si a lo anterior le agrego que terminé de tejer, a crochet, un mantel redondo para mi mesa de comedor, cuyo resultado no fue de mi gusto y, por tanto, casi a lo Penélope, lo desarmé por completo , el panorama queda redondito.
Ya está oscureciendo, el día llegará pronto a su fin. Por suerte, me digo, de estos días hay pocos. Mirando el vaso medio lleno, jornadas como la de hoy cumplen a cabalidad su objetivo: servir de contraste para valorar los otros días, los felices y los normales, que, al fin y al cabo, son de los que se compone la mayoría de nuestras vidas. Hasta pronto.
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