Uno no siempre tiene la suerte o el privilegio de gozar de amaneceres especiales, que se puedan compartir, claro. Cuando hace un par de días, por, tal vez vigésima vez, escuchaba el trinar de las aves a metros de mis ventanas, me ordené levantarme y plasmar ese momento tan especial y es así como grabé por unos instantes el canto de esos invisibles y pequeños seres alados, que se han instalado, al parecer a vivir en los árboles de los jardines durante este año, al estilo okupa. Son mis primeros despertadores, ya a partir de las 5 de la mañana, siempre que deje las ventanas abiertas o entornadas, lo que ha sido frecuente en estas calurosas noches estivales. Es una más de las maneras en que la vida natural se ha estado haciendo presente durante este año, que nos lleva a pensar en lo poco que la valoramos cuando nuestra actividad es "normal". Hasta mi jardín pareciera haber "sufrido" (felizmente para mí) algunos cambios de eje y órbita: una bugambilia con dos floraciones este año, una caída de hojas casi otoñal en noviembre-diciembre, una exuberante explosión de flores, todo lo cual me ha traído alegría y entusiasmo.
Hay otros amaneceres extraordinarios e inolvidables en mi vida, como también algunos para enterrar en el centro de la Tierra, donde, ojalá, no haya una falla geológica, por si acaso. Amaneceres vibrantes, ansiados, maravillosos.
De mi infancia no recuerdo amaneceres específicos, pero sí tengo muy presentes en mi memoria emotiva aquellos que eran la antesala a un paseo familiar, a algún acontecimiento escolar importante, a alguna celebración especial en casa. Eran días en que, a veces, ansiaba escuchar a algún adulto levantarse, para tener la anuencia a mi actitud madrugadora. Eran días en que cada minuto parecía transcurrir más lentameeenntee que en días anteriores. La noche, con desvelo incluido, se transformaba en una condena a cadena perpetua.
(Esa misma "cadena perpetua" viví una noche, mientras era universitaria, en uno de los Internados Femeninos de la UACh, en una jornada nocturna posterior al 11 de septiembre de 1973. Éramos pocas las que en esos días pernoctábamos en las dependencias y ante el temor del ingreso de furtivos allanadores, además de juntarnos todas en un solo dormitorio, no "pegamos ojo esa jornada" porque ya parecíamos ver que alguien entraba violentamente a la habitación, a pesar de la mesa y otros muebles que habíamos ubicado tras la puerta. Fue una noche interminable y de terror, con el sonido del disparo de ametralladoras a la distancia, pero sin otros intrusos más que los que poblaban nuestra imaginación psicoseada).
En más de uno de mis viajes al sur, de ida o regreso, he observado algún amanecer esplendoroso, así como alguno con casi toda la lluvia restante del diluvio universal o la niebla de la Laguna Estigia, amaneceres que no siempre se pueden disfrutar a cabalidad por la habitual suciedad de los cristales y el desplazamiento del vehículo. Porque allí está la clave de los amaneceres maravillosos: que se disfruten en silencio, sin interferencias y con mucha calma. Si a ello se le agrega alguna particularidad propia del lugar el goce es más intenso.
Recuerdo amaneceres en el sur, estando de campamento a orillas del Lago Ranco (en el balneario de Coique, Futrono). Silenciosos, frescos, revitalizadores, coronados en más de una ocasión con un buen baño matutino en las serenas aguas sureñas. También los hubo abrumadores, debo reconocerlo, y muchos, en que la lluvia ☔ impidió o deslució más de un proyecto de salida o de otra actividad, mientras el frío invadía el cuerpo. El año 2006, antes de abandonar la región para venirnos a vivir a Rancagua, me di el placer de un atardecer y amanecer especiales: a orillas del Lago Ranco, en la localidad de Puerto Nuevo (lugar de mi nacimiento), desde el interior del Hotel del lugar, donde pernocté una noche. ¡Fue un deseo infantil cumplido!
En San Pedro de Atacama he podido disfrutar de amaneceres extraordinarios, muy helados en temperatura pero que entibian el alma. Ver asomar el sol en el desierto, tras una colina o montaña, entre un par de volcanes, sobre una laguna altiplánica o alumbrando el campo de los Geisers del Tatio, es impagable. Son experiencias y momentos que no cansan si se repiten.
En Egipto y Grecia viví unos amaneceres espectaculares hace un año, tal vez de los mejores de mi vida (que no es breve, debo agregar), cuando estando en la ciudad de Luxor, madrugamos para luego dirigirnos a las afueras de ella y disfrutar del privilegio de subirnos a un Globo Aerostático y, además de observar el sol de la mañana, vivenciar durante algo más de media hora el sobrevuelo de la ciudad y sus alrededores, a dos mil quinientos metros de altura en ese artefacto extraordinario. Emoción, libertad, gratitud a la vida por todo aquello.
El viaje desde Aswan hasta el Lago Nasser (artificial) nos llevó hasta el sitio arqueológico conocido como Abu Simbel, donde se erigen los Templos en honor a Ramses II y a Nefertari, lo cual implicó hacer el recorrido durante la noche con el fin de llegar antes de la salida del sol.
¿Cuál era el sentido de aquello? Pues, que además de que el sol hace su aparición en la otra orilla del lago, sus rayos van alumbrando paulatinamente la entrada del Templo de Ramsés II y las gigantescas estatuas sedentes (de 20 m. de altura) ubicadas en su fachada, así como las estatuas más pequeñas erigidas al interior del monumento. Es un amanecer mágico, debido tanto al bello entorno como a su significado espiritual, arqueológico, histórico y patrimonial, con sobradas razones.
(Para quien no lo sepa -yo lo ignoraba antes de viajar allá-, estos templos y otros de la cultura Nubia, fueron trasladados de su lugar originario para preservarlos de su destrucción que, sin duda, habrían provocado en ellos las aguas de la Presa de Aswan construida con el fin de canalizar y controlar las aguas del Río Nilo en sus subidas y desbordamientos anuales. De ese trabajo de ingeniería surgieron las Presas y el Lago Nasser. Una campaña internacional, tanto científica como técnica y económica, hizo posible el traslado de los templos a este lugar y otros, piedra por piedra. Agrego que el Templo en la Isla Filhae también hubo que trasladarlo al quedar sumergido; se le llevó a un islote cercano a Aswan, mientras que, entre las donaciones egipcias a los países que ayudaron en este rescate arqueológico, se encuentra el hermoso Templo de Debod ubicado en la ciudad de Madrid, que, sin ser monumental de tamaño, es bellísimo en sí mismo y en su entorno).
El otro amanecer digno de mi Guinness personal es el disfrutado en el viaje en Crucero desde Atenas con destino a las islas Hydra, Phoros y Aegina o Egina. El amanecer se nos regaló en todo su esplendor antes de iniciar la navegación, el que aproveché de disfrutar en cubierta a pesar del frío ambiente. A propósito de amaneceres en el mar, recuerdo el regreso desde Patras (Grecia) hasta el Puerto de Ancona (Italia) al interior de un 🚢 transbordador en que el amanecer se vio hermoso, pero poco posible de apreciar por el viento casi huracanado del Adriático.
Miles de amaneceres tiene una vida, ojalá mayoritariamente felices y sin angustias. Sabemos que no es así. Sin embargo, de entre los amaneceres para olvidar por lo terribles o para no recordar por lo insulsos, siempre habrán algunos extraordinarios, por su belleza natural, por la compañía, por constituir el inicio de un momento o etapa fundamental de nuestras vidas. A ésos hay que recurrir cuando el alma se torna oscura y pesada. Son los mejores reconstituyentes. Hasta pronto.
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