¡Qué difícil es ser austero en estos días!, especialmente en la situación presente, en que la tentación de caer en el consumismo es mucho mayor. La adquisición de alimentos, golosinas y objetos diversos se ha transformado en un mecanismo de compensación casi generalizado, para los que pueden, frente a la contingencia. Y en el caso de los viajeros, como no podemos realizar lo acostumbrado, buscamos alternativas que compensen esta carencia y, los pocos que se salvaban de este vicio moderno, están siendo atrapados en la vorágine del consumismo. No resulta fácil pasar por los locales y los puestos sin echar la mano al bolsillo para comprar cualquier chuchería, muchas de ellas, innecesarias.
En estas fechas, ya jugamos con la ilusión de la Navidad, sobre todo ahora que más personas tenemos más tiempo (no sé si más dinero, al menos no todos), para ir recuperando la ilusión en este pasar de los días con menos sentido, que se han sucedido interminablemente, cuando creíamos que era sólo un par de meses. Es como caminar🚶en el desierto y cuando estamos cansados y sedientos, vemos un espejismo fantástico: la Navidad ya al alcance de la mano.
En la atmósfera en que estamos inmersos, sin ver con claridad cuándo podremos recuperar nuestra rutina prepandémica, no resulta fácil abstenerse de comprar esto, lo otro y lo de más allá. Los que no tenemos niños a nuestro alrededor, nos hemos transformado en aficionados de la sofisticación, ya sea en el ámbito electrónico o en el gastronómico. En este último he "caído" yo, me confieso. Debiendo reconocer que ya me gustaba cocinar y que mientras estaba en palacio (ahora hay que hablar en pasado cuando uno recuerda lo que hacía antes del mes de marzo 2020) lo hacía con gusto y dedicación, ahora me he transformado casi en una diletante de sabores de distinto tipo (aclaro que no en todo: en los terrenos de Baco, me he mantenido leal, 😁). He incursionado especialmente en el ámbito de las especias, en las variadas formas de preparar algunos productos y en incorporar otros ingredientes básicos de los que no tenía existencia en la despensa. El resultado ha sido exitoso, por decir lo menos. Y así como en el caso de la carrera de las vacunas, diría que el acierto es de un 90%. También he tenido algunos pequeños fracasos o desastres culinarios que no es el caso ventilar, pero nada que haya tenido que enviar a la bolsa basurera.
En lo que sí he pecado (otra vez me confieso) es en las cantidades compradas. La verdad que la falta de austeridad es un problema de familia y de larga data. Tenemos como lema "más vale que sosobre a que fafalte", jajajaja. Ya mi padre aplicaba esta máxima y cuando iban a la Feria con mi madre volvían cargados, con más alimentos de lo que podían consumir ellos dos. Mi madre reclamaba pero eran palabras que se llevaba el viento, porque ¡cómo mi padre iba a desaprovechar alguna oferta tentadora! ¡Imposible! Este mismo gen es el que tengo incorporado a mi adn (y estoy segura que más de uno de mis hermanos y sobrinos también; intenté hacer una encuesta familiar vía wssp, pero como mis familiares son medio parientes del Chino Ríos, no tengo datos completamente fidedignos). La consecuencia era y es lógica: se cocinaba y comía más de la cuenta y no faltaba lo que había que enviar a la basura. Y aquello no era ni es un tema menor, porque en nuestra familia se tenía y tiene la arraigada y sana costumbre de no desperdiciar ni desechar alimentos. Vivimos tiempos difíciles en nuestra infancia, que los mayores recordamos bien, y que nos enseñaron a valorar en mayor medida lo que teníamos. ¡Por suerte!
Es así como me he visto, a pesar de mis reticencias, debiendo desechar más de algún producto o parte de él, porque no me controlé lo suficiente, cayendo en la compra exagerada de algunos alimentos perecibles. No hace mucho, "aprovechando" una oferta, compré 6 grandes zapallos italianos por "luca" y 5 berenjenas🍆, porque estaban más baratas. Imagínense tener al mismo tiempo estos 11 ejemplares frutícolas y utilizarlos en las preparaciones de una sola persona. Me las he visto "verdes" para no terminar con alguno de ellos en el tacho de la basura, en tanto, averiguo e incursiono, a marchas forzadas, en otras formas de preparar los "famosos" zapallos italianos, antes de que su vida útil llegue a su fin.
La lógica y los tiempos de "vacas flacas" me dicen que la austeridad es una virtud loable, digna de ser practicada, en todo tiempo y lugar, que probablemente ayude a ingresar al cielo una vez abandone uno este valle de lágrimas, pero mi voluntad y mis inclinaciones demasiado humanas, me dicen lo grato que es darse algunos y variados gustos, mientras un resto de conciencia y la ropa me susurran que también de los "arrepentidos puede ser el reino de los cielos". Hasta pronto.
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