Reparar no es fácil -al contrario-, pues se trata de devolver a un objeto (cuando es un objeto) la imagen existente anterior al daño o a su funcionalidad interrumpida. Para lograr aquello no basta con la buena intención, se requiere habilidad. Por ejemplo, para zurcir una prenda (una actividad casi extinta), para desarmar y volver a armar en el caso de un zapatero remendón (otra tarea en retroceso) o de un relojero, para desclavar y volver a clavar (carpintero), etc. Una historia más compleja plantea reparar un artefacto mecánico, eléctrico o electrónico. Allí, los reparadores son especialistas, porque se requiere conocimiento específico y mucha práctica para devolver la operatividad a una máquina, a un electrodoméstico, a un pc o celular.
No está de más decir que entre los reparadores, además de haber personas verdaderamente talentosas, también hay farsantes y chantas, merecedores de la más absoluta reprobación, especialmente cuando habiendo podido decir "no puedo", "creo que no soy o no seré capaz", prometen o se comprometen, con o sin contrato, a realizar una tarea para la que no están capacitados. Me viene a la memoria un par de restauradores de pinturas famosas cuyo trabajo fue un verdadero desastre, causando la estupefacción e hilaridad mundial. No es malo reírse luego de observar tales adefesios, pero lo terrible es que la obra original fue destruida y terminó "pagando Moya".
Todos, alguna vez, hacemos de reparadores, empujados por diversas razones. En ocasiones, por una necesidad imperiosa; en otras, por tacañería o por curiosidad. Y ya la primera vez que lo haces te queda claro si tienes "pasta" de reparador o simple y definitivamente no tienes "dedos para el piano" y obligatoriamente deberás buscar un especialista, que, más encima, deberá arreglar el desaguisado que tú dejaste por tu falta de oficio. Sé de más de alguien que al rearmar un aparato hasta le han sobrado piezas, 😂.
Hay otras reparaciones que uno emprende por cariño cuando un objeto querido se rompe y no quieres desecharlo por su valor sentimental. Cuando niños, en la casa familiar adquirió inusitada fama una jarra de cerámica verde el año 1960. Esta jarra estaba sobre un mueble cuando ocurrió el Megaterremoto, debido al cual cayó del mueble permaneciendo incólume a pesar de la altura de la caída. No fue milagro ni azar, simplemente fue un fenómeno físico: la jarra estaba llena de agua y aquello (no puedo explicarlo porque hasta allí llegan mis conocimientos científicos; si veo a Newton le preguntaré y les cuento) impidió que se quebrara. Por tanto, la famosa jarra se guardó con bastante cuidado de allí en adelante, como ejemplo de supervivencia. Vivió feliz por casi 50 años (la jarra) hasta que yo le puse el ojo encima y se la pedí a mi madre. Ella accedió a heredármela y ya estaba tranquila y adaptada a su nuevo hábitat (la jarra) cuando sobrevino el Terremoto del 2010. Esta vez estaba a muy baja altura -ya no era tan joven- (la jarra) en un mueble de la cocina que se movió como coctelera. No tenía agua (ya estaba jubilada para los menesteres domésticos, la jarra) y aquello fue su perdición (como para que después nieguen la importancia vital del H2O). Cuando acudí al rescate, ya estaba hecha trizas, junto a otros congéneres (platos, tazas). Guardé sus trozos, pero en todo el maremágnum de vajilla, copas, floreros y demases objetos quebrados, no me di cuenta que más de un trozo se fue al basurero. Cuando tiempo después emprendí la tarea de restauración, ésta (la tarea y también la jarra) quedó inconclusa, casi como pieza de museo. A pesar de ello, se ve hermosa.
En la misma ocasión, varios ejemplares de mi colección de pequeñas máscaras de cerámica cayeron y se quebraron. No las quise guardar para reparar más adelante, a excepción de una de las más grandes, que se partió en dos. Por allí quedó olvidada, silenciosa, hasta que, pasados unos años, reclamó sentido. Sucede que el año 2014, un periodista y fotógrafo santiaguino pidió mi colaboración para un proyecto, consistente en publicar un libro con fotografías e historias de mujeres víctimas de femicidio. El libro, que vio la luz a fines de 2015, incluía 8 fotografías de la historia de mi querida Mirella. Creo que fue al año después cuando la máscara rota cobró vida y significado, y pasó a instalarse en la portada del libro A-mor, como símbolo de todas esas mujeres rotas para siempre por quienes juraron alguna vez amarlas.
En todos los casos anteriores, el acto de reparación no involucra concretamente un armazón de huesos, carne y piel. Cuando sí lo hace, el proceso es mucho más complejo e involucra a la vida y a la muerte en su constante lucha. Los especialistas son dignos de admiración y agradecimiento. Cierto es que no siempre el éxito está asegurado porque el "material" con el que se "trabaja", lamentablemente, en ocasiones, no puede ser reparado completamente o simplemente el daño es excesivo. Pero no basta con la reparación física, que ya es un gran logro, sino que se debe agregar un proceso de autorreparación, de cuyos resultados no siempre se puede dar fe pues su sustento está en la fuerza de voluntad y en otros componentes valóricos fundamentales de los "reparados", que no todos poseen en la medida que se necesita. Se alcance a plenitud o no, es un largo camino, generalmente.
De lo anterior se deduce que las reparaciones más difíciles son las del "alma", pero no sólo las que yo debo emprender conmigo misma, sino que las que debe hacer "el otro" o "los otros" hacia una o más personas, después de una guerra, de una dictadura, de una masacre, en que ha habido voluntad humana para dañar a quienes piensan distinto, ya sea por el poder, por autodefensa o a causa de los "ideales". Muchas de las víctimas directas no tienen ninguna posibilidad de reparación: han sido eliminadas, fusiladas, asesinadas, desaparecidas... Las que sobreviven y han sufrido prisión, maltrato, tortura, destierro, desplazamiento, ¿cómo se recomponen?, ¿cómo se rearman para seguir adelante, no por la fuerza de la inercia, sino por la de la vida? Si aquello se lograra por una decisión y capacidad personal (perdonando, olvidando), ¿será suficiente y será justo?
De daños irreparables e injustificados, de dolor injusto e inmerecido, de violencia, muerte y guerra fratricida, pero también de actos bondadosos y reparatorios, aunque sean los menos, nos habla la novela Las tres heridas de la novelista española Paloma Sánchez-Garnica. El título de la obra y toda ella se sostiene sobre unos versos del poeta Miguel Hernández y que constituyen el epígrafe de la novela. Esas tres heridas son las del amor, de la vida y de la muerte, que dan como resultado un relato emotivo, apasionante y también terrible.
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