Ni siquiera veo en Abel (personaje de la novela Claraboya de José Saramago) esa desesperación calderoniana, transmitida a través de Segismundo, quien pregunta y se pregunta, angustiado, "¿Qué es la vida?" Y frente a las-no respuestas de la vida, de Dios, del Destino o de lo que sea, se contesta solo (Segismundo), buscando la mejor respuesta, la respuesta "verdadera", hasta, para suavizar la nada (La Noia, novela de Alberto Moravia, escritor italiano de entre-guerras), asumir la "razón-de-la-sin-razón" y resignarse, conformarse; prosternarse, intelectual y emocionalmente, ante el Bien.
¿Habrá sido creyente, verdaderamente, don Pedro Calderón de la Barca, autor de La vida es sueño? ¡Quién sabe! Puede que no, y tal como lo dice, en su obra El gran teatro del mundo, sólo jugó su rol, cumplió con su papel, actuó como se esperaba que lo hiciera en este gran teatro del mundo y de la vida. Además, en su tiempo, no era cosa de andar diciendo no creo, no estoy ni ahí con Dios, no hay vida eterna o una cosa parecida, ni siquiera se podía sugerir.
Si no, pregúntenle a Giordano Bruno (y a miles más) que,a pesar de ser miembro privilegiado de la Iglesia, terminó en una pira...¡por hereje! ¡Eran, sin duda, tiempos difíciles!
Abel me recuerda mi adolescencia y los tiempos de mi primera juventud (ahora estoy en la tercera, un dato para ubicarles en el contexto, jajaja). Esa etapa en que me sentí diferente de todos y todas, en que me sentí viviendo una vida sin ton ni son, sin un fin determinado, a la que no le encontraba ningún sentido, en que daba lo mismo hacer que no-hacer, daba lo mismo levantarse que quedarse en cama, daba exactamente lo mismo abrir los ojos y simplemente mantenerlos cerrados (no confundir "Con los ojos bien cerrados" con "El secreto de sus ojos", ¡nooooooo!; después les explico, aunque puede haber alguien que ya entendió)...
En el relato está presente ese aburrimiento existencial que nos ataca y casi nos voltea (a muchos...¿o a pocos?¿?) mientras empezamos a pensar independientes (o en diferentes momentos de nuestras vidas). La futilidad de todo lo que rodea aplasta, como un pesado manto que por ser tan pesado cuesta levantar para poder respirar ...descansar...en los brazos del sueño y de la inconsciencia.
Veo una diferencia entre estos personajes de Saramago. Lógicamente no debemos olvidar que ésta es la novela "perdida", la que quedó olvidada en una editorial por 47 años. Veo que lo leído de él con anterioridad presenta mayor madurez y una actitud de aceptación y conformismo frente a la realidad, que no sólo se nota en los personajes sino también en "la voz" del narrador-autor, que aparece subrepticiamente en sus novelas posteriores. En esta novela, todavía no aparece esa "voz".
No obstante, disfruto en su narración de la extraordinaria capacidad de darle vueltas a las cosas, a las ideas, como si dentro de tu cabeza tuvieras la posibilidad de poner un plato giratorio y pudieras ir viendo las cosas desde todas las perspectivas, con la agudeza de un investigador o cirujano.
....
Antes de que se acallen los sonidos de las últimas palabras leídas, emprendo la relectura de lo escrito, continúo y remato lo iniciado.
La vida, para muchos, no es más que una marcha obligada. Te dieron las instrucciones -o no te las dieron- y te encontraste, de pronto, que eras parte de una masa que camina siguiendo a otros. Como el tamaño de la columna te impide ver a los que van adelante -llámense dirigentes, caudillos, líderes, portaestandartes, jefes de escuadrón - simplemente te dedicas a cumplir con tu tarea, con lo que se espera de ti: caminar detrás de los demás, ojalá siguiendo el mismo ritmo y la línea, para no transformarte en un problema a resolver o enderezar; eres parte del engranaje total. Es probable que en algún momento de tu vida, tengas la lucidez suficiente para darte cuenta de aquello y tomar una decisión, pero también puede darse la situación que nunca te des cuenta ni conozcas tu número de serie.
Es la sensación que me deja la lectura de Claraboya, cuyo título alude a la acción de asomarse a ese intersticio que te permitirá vislumbrar parte de la verdadera realidad (acépteseme la redundancia), a la cual se "asoman" (figuradamente hablando) también varios de los personajes del relato. Sólo hay uno que, en uso del ejercicio de su libre albedrío (¿¿??jajaja), toma conciencia de su realidad y no se deja estar, sino que actúa. No le es fácil, pero lo hace, a pesar del cariño surgido con sus arrendadores. En palabras de él, logra "cortar ese tentáculo" surgido (principescamente hablando, logra cortar los lazos; no, más bien, se sustrae de la atracción irresistible que supone el surgimiento de un lazo de amistad y hace primar la razón). Los demás, son víctimas (la verdad, no sé si realmente son víctimas o no, no sé si hay que compadecerlas o no) de las circunstancias, del ambiente, de sus carencias, de su pusilanimidad, pues, aún teniendo conciencia de una verdad al menos (aunque sea pequeñita; la claraboya no permite tener una clara y amplia visión) no toman decisiones, no gobiernan parte de su vida, simplemente siguen al que va delante, al mismo ritmo, tratando de no entrar en colisión con el de al lado siempre que aquél no "le pise los callos".
Y de ese momento clave, de ese punto jonbar que decide tu vida futura, tuve un clarísimo ejemplo anoche, cuando casualmente (¿?) vi una película por segunda vez: El secreto de sus ojos. Sólo al llegar al final del film recordé que la escena de la estación, en que Irene corre tras el tren en que se va Benjamín, era la película que tenía esa escena digna del mármol de los enamorados pusilánimes.
- ¡Guau! ¿Un mármol digno de enamorados "cobardes"?
- ¡Claro! ¡Debiera haberlo! ¡Conozco a varios!
- ¿No estará tu nombre para el mármol?
- ¡No! ¡Debiera estar en el mármol para los valientes!
- ¡Jajaja! Muy autocomplaciente, ¿no crees?
- ¡Creo que no! ¡Me identifiqué con Irene y me dio mucha rrrrabia con Benjamín y pena por ella!
No era esa pena de "pobrecita, no es correspondida, se equivocó, leyó mal las señales"; ¡no! Era esa pena solidaria, de quien ve algo que ha vivido, de alguien que luchó contra las normas, contra el bien hacer y el bien decir, se atrevió y, finalmente, su atrevimiento (de "atreverse", no de "insolencia") no fue valorado ni entendido por quien debiera. Fue la pena surgida de una empatía que da la experiencia y que, en último término, te permite la tranquilidad de haber actuado, en el verdadero sentido de la palabra.
En fin, de la falta de actuación está llena la vida de muchos, se califique como cobardía, indecisión, inseguridad, duda, apatía, indiferencia... "moralidad".
- A propósito de "falta de actuación"...
- ¡¿Qué!?
- No has actuado mucho hoy día.
- ¿?
- Has estado todo el día en palacio y no has tendido ni tu cama; ¡para qué decir el lavado de loza!
- ¡He estado leyendo y escribiendo! Además, no me refería a esa "actuación"...
¡Claro! Tender una cama, lavar la loza, comer, hacer el aseo, no es "actuar". Es simplemente cumplir mecánicamente con lo básico que te permite seguir considerándote, si estás en
tus cabales, un ser humano "civilizado". Junto con ello, es una cuestión de estética.
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