¿Qué es lo que había pasado?
Parecía increíble pero era cierto. El jovenzuelo se había enfermado y no tenía "repuesto" (jajaja). Por tanto, el encargado de comunicaciones y tareas varias, cuando ya sólo faltaban 10 minutos para que el vuelo se iniciara, nos llamó para informarnos de la enfermedad de uno de los pilotos, agregando que en El Tepual no había pilotos de repuesto, ni siquiera de fabricación china (jajaja) , por lo que deberíamos esperar que llegue uno de Santiago, lo que significaba que el vuelo se atrasaría hasta aproximadamente las 15 hrs. Como no éramos de Pelotillehue no pudimos decir: "¡Plop! ¡Pepo!" ni ¡Exijo una explicación! Había que asumir no más. No quedaba otra. No podíamos, a esas alturas de la vida, ejercer ni de Icaro ni de Dédalo, toda vez que nos podía sorprender más de un viento de cola y yo con mis problemas de orientación, muy capaz que terminara aterrizando en la Antártida, es decir, un tanto lejos de nuestro destino.
Lo interesante de aquello fue que nos ofrecieron un voucher para que no muriéramos de inanición producto de la espera. Así que, prontamente, a hacer una cola para conseguir el vale. Estábamos entusiasmadamente especulando sobre el almuerzo que nos serviríamos, instaladas en una larguísima cola de la Gate 5, cuando una viejuja ( de ésas que no faltan y que parecen estar en todas partes) llegó avisando que en la Gate 2 estaban repartiendo los vouchers. Para allá partí con nuestras tarjetas de embarque, recibiendo los vales por un total de 6.900 pesos. Nuestros ojos, acostumbrados a cifras menores, por nuestro estado de pobreza y apuros económicos permanentes, parecieron salirse de las órbitas. ¡OOOOHHH! Parece que hoy almorzaremos de mantel largo, nos dijimos.
Los locales en que podíamos usar nuestos vales eran tres: un local de donuts, un puesto de sushi y cosas parecidas (¡guácala!) y un Restobar, el Costa Ralún. Hora de almuerzo requería un restaurante. Así que rápidamente tomamos la decisión. Claro que cuando revisamos la carta y vimos los precios, nos alcanzaba apenas para una mascada de algo y, asumimos que nuestro largo mantel que habíamos vislumbrado quedaba reducido a una servilleta... salvo que decidiéramos complementar el almuerzo con nuestro propio pecunio. No obstante, como estábamos a dieta (jajaja), además de lo conveniente que resultaría para nuestro organismo consumir lo justo y necesario o, en último caso, quedar a "media tripa", decidimos quedarnos con el Restobar y lo que nos alcanzara con la cantidad asignada.
Después de bajar y subir escaleras, logramos llegar al sector asignado para los esperadores de almuerzo. Allí, debimos cambiarnos de mesas para lograr ser más visibles para las garzonas. Cuando, al fin, logramos ser atendidas, quedamos frustradas, porque nuestra ensalada césar que pretendíamos pedir, con néctar y café, se transformó en un churrasco con palta o tomate (y nada más!!!). ¡Era eso o nada! ¡Nada qué hacer! Le agregamos a nuestro escuálido sánguche un agua mineral, para que no se notara pobreza, digo yo. Cuando nos llegó el sandwich a la media hora ya estábamos famélicas. Nos habían prometido salsas y no llegaron, hubo que volverlas a pedir y esta vez sí lo hicieron (mostaza y mayonesa). Nos devoramos calmadamente nuestro almuerzo, luchando un poco no sé si con el cuchillo o con la carne, pero que hubo lucha, la hubo (jajaja). Al darnos cuenta que otros pasajeros del mismo vuelo, habían pedido bebidas y se habían ido, consideramos que a nosotras nos correspondería lo mismo. Así que, mirando para un lado y otro, nos fuimos con nuestras botellas de agua, que no estaban vacías, por tanto aún pidíamos sacarle provecho. Como nadie nos salió persiguiendo, supusimos, aunque no nos informaron de aquello, que el voucher contemplaba el sánguche y una bebida o agua.
Mi hermana se aprestaba a tomar una siesta a cómo dé lugar sobre los asientos de la extensa sala de espera, cuando nos llamaron para que nos preparemos para abordar. Demoraron más de la cuenta en hacernos subir, pero finalmente estuvimos a las 15,30 en el Aeropuerto Balmaceda, luego de unos cuantos remezones mientras bajábamos debido a los fuertes vientos patagónicos que nos dieron la bienvenida.
Nos estaba esperando el Infante Juan Carlos, con quien partimos rumbo a Bahía Murta, nuestro destino final. Claro que tuvimos un ligero tropiezo cuando nuestro guía se dio cuenta que había "endilgado " para otro lugar. Debimos retroceder hasta encontrar el otro camino, que nos conduciría a la Carretera Austral, cuyo curso seguiríamos.
El trayecto se hizo largo, casi interminable, de manera que sólo a las 20,30 estuvimos en el destino final, pero no fue aburrido de ninguna manera. Impresionante la carretera, nos detuvimos en más de algún recodo o mirador para contemplar y fotografiar el paisaje. La Laguna Verde, el Río Ibánez, Cerro Castillo y otros cerros, con sus glaciares de hielos milenarios en sus picachos, los Penitentes.
Junto con ello, numerosos otros ríos, varios de los cuales se confluyen en el Lago General Carrera, ríos como Engaño, Murta, Resbalón.
Nos mantuvieron alertas los arreglos en la vía, las numerosas maquinarias aún trabajando en el camino, la larga caravana de vehículos que transitaba por la vía, recién abierta a las 18 horas.
Por la hora en que llegamos no pudimos salir a recorrer la localidad a la que llegamos, además que había que hacerle los honores a un cordero asado al estilo magallánico, sacrificado para atender a las visitas, es decir, a nosotras. Sin duda, si el cordero hubiera podido expresarse , se le habría escuchado:
"¿Y qué culpa tengo yo que a esas damas se les haya ocurrido venir por acá, casi al fin del mundo?". Pero, claro, no pudo expresarse y terminó dorado y sabroso a fuego lento. ¡Exquisita recepción, digna de las visitas! ¡Qué menos!, ¿no?
"¿Y qué culpa tengo yo que a esas damas se les haya ocurrido venir por acá, casi al fin del mundo?". Pero, claro, no pudo expresarse y terminó dorado y sabroso a fuego lento. ¡Exquisita recepción, digna de las visitas! ¡Qué menos!, ¿no?
No hay comentarios:
Publicar un comentario