miércoles, 2 de noviembre de 2022

El fin de un Viaje...

     

    Me siento tentada a revisar mi viaje anterior, del 2019, para iniciar esta síntesis, pero sería  como autoplagiarme: ¡ninguna gracia! Así que empezaré de cualquier manera y luego "arreglo la carga". Comienzo. Recorrer  -porque eso fue lo que hicimos aunque hayamos visitado una, dos o tres ciudades en cada país- países extranjeros desconocidos es una experiencia que vale la pena. Uno parte de su pequeño o mediano referente que tiene -si ha recorrido pocos o ninguno con anterioridad- y puede ir evaluando y comparando con bastante lucidez, si no se deja llevar por la diversión y la locura de las compras, que tanto sufrimos especialmente las mujeres.      

  También es necesario, para tener una mejor perspectiva, que uno salga si es posible de los pequeños círculos de protección que se van creando y que a veces entorpecen la visión de lo nuevo. Porque en grupo, habitualmente, se avanza menos, hay mayor distracción de lo externo. Aunque también depende de los grupos, pues lo hay muy crecedores. No obstante, cuando el centro está en cada uno y lo que más importa es el bienestar personal, no se avanza y se entorpece a otros. Creo que por eso, intuitivamente, me alejé de mi grupo natural, al que volví sólo en las ocasiones necesarias. Felizmente no me hicieron el vacío -que fue una gracia-, aceptando mi individualidad. De todas maneras, sé que habría sobrevivido sin problemas emocionales,😂,si lo hubieran hecho, porque en varias ocasiones, me acomodé con otras personas sin inconvenientes, con las que simpaticé durante el trayecto.   
 
    En líneas generales puedo afirmar que en Europa están de vuelta con el tema de la forestación de los pulmones verdes al interior de las grandes ciudades. En cada una de las visitadas, numerosos parques de uso público forman parte del equipamiento urbano, lugares hermosos y bien cuidados, muy naturales, con la gran ventaja que allá es seguro desplazarse por ellos con los niños, con la pareja, con los ancianos, con las mascotas o haciendo deportes.  En nuestro país es sabido que cada vez más aumenta el riesgo de ser víctima de la delincuencia si te atreves a ingresar solo o acompañado a un parque. 
  Este cuidado por la naturaleza o su potenciación ya se observa en las carreteras, donde éstas, en muchos kilómetros están confinadas entre paredes de diverso material con el fin de evitar animales en la vía y de disminuir la contaminación acústica para las poblaciones aledañas. Pero no se quedan en el levantamiento de paneles vacíos, sino que éstos están más -o menos- recubiertos por verdura bicolor, que le otorga una belleza adicional al paisaje. Hay preocupación por el entorno, sin duda. Y nada, nada de basura en las carreteras.    

    Las ciudades, en general, muy limpias, a pesar de la presencia de turistas, a excepción de Roma, que fue imposible no darse cuenta porque era evidente. Prados impecables, cuidados, flores en las veredas (Brujas, por ejemplo), adornos florales y frutales en Ámsterdam. Los grafittis han sido una "moda" o "forma de expresión" de la que no se ha salvado ninguna de las grandes urbes, aunque, en general, no es tan evidente ni omnipresente. Los edificios se ven cuidados y bien mantenidos. Los lugares visitados, impecables.

   Además, la uniformidad del diseño arquitectónico de los edificios (con normativas estrictas en cuanto a altura de las construcciones, por ejemplo) ofrece un aspecto muy atractivo para la vista de todos y los turistas en especial.  Si a ello se le agrega los flujos de agua de los ríos en la mayoría de las ciudades visitadas, el panorama es belleza pura. Tal vez donde un elemento de limpieza práctica entorpece la limpia visión de la ciudad sea en España, donde esos grandes contenedores de basura en casi cada cuadra no colaboran mucho en la estética urbana, pero es parte de la necesidad de funcionamiento de una ciudad que requiere evacuar la basura de la manera más práctica que han encontrado.   

   Roma y Florencia, las excepciones. Muchos turistas, mucha basura en el suelo, muchas botellas cerveceras y vasos plásticos en cada espacio de los pretiles de los muros que rodean los ríos Tíber y Arno. Incluso resultaba habitual ver envases plásticos con restos de comida tirados en cualquier parte. ¡Impresionante! En  cambio, en Venecia se implementó un cuerpo de inspectores-fiscalizadores en cada espacio turístico (es decir, en todas partes, 😁), encargados de evitar comportamientos impropios: dar comida a palomas o gaviotas, sentarse en los escalones de los edificios, andar desnudo, botar basura, hacer grafittis y otras prohibiciones más de sentido común. Estuvimos conversando con uno de ellos, el que nos informó de su función de advertencia primero y de aplicación de multa, después (de nada menos que de 500 euros por alguna infracción).   

   Madrid esta vez fue una excepción  y seguro una decepción  para varios. Felizmente yo he visto otra cara de la ciudad que me permite tener una visión  más objetiva de la urbe, pero no fue una bonita versión la que vi esta vez. El centro de reunión de cuanta manifestación es posible en la capital estaba absolutamente transformado en casi un sitio arqueológico, con máquinas diversas, material de distinto tipo, ruido, polvo, tierra, piedra, adoquines. La imposibilidad-dificultad de transitar normalmente por allí fue casi una pesadilla para mí. También sucedió algo parecido cuando vi la emblemática Puerta de Alcalá imposible de disfrutar por los visitantes, gusto amargo que se trasladó cuando visitamos el Templo de Devod, sin agua en su piscina-estanque que lo rodea. Ver las piedras secas en el fondo fue como captar un deterioro fulminante. En las cuatro ocasiones  que he visitado la ciudad he encontrado más de un edificio o sector céntrico o turístico en obras, pero esta vez el golpe fue muy fuerte. Sé que en algún momento deben hacerlo, pero creo que es excesivo el desorden con el que realizan el trabajo. No confinan todo el lugar por completo, de modo que los desperdicios constructivos están a la vista. Con esta opinión podrían creer que me conformo con tapar la basura y que el resto no la vea, pero no se trata de eso. Es el deseo de ofrecer al visitante la mejor cara de la casa. Imagino que los trabajos son necesarios y el resultado valdrá la pena, pero mientras tanto, maquilladlos lo mejor posible.   

   Los centros históricos de las ciudades europeas son bastante complejos para el tráfico de vehículos. Los buses tienen prohibición de circular en algunos sectores. Tal vez sea Berlín el que menos problemas presente, pues su alta destrucción durante la Segunda Guerra Mundial permitió reconstruirla con las características necesarias para el funcionamiento de una ciudad moderna. Por ello se ve más espaciosa (con grandes y anchas avenidas),  más ordenada, más impersonal también. El río Spree suaviza y embellece el panorama, junto con los pocos edificios antiguos que se conservan en algunos sectores. 

   Las demás ciudades mantienen sus centros históricos casi medievales, renacentistas o de principios de siglo XX. Los adoquines son la materia de sus calles y/o veredas y los pies de los visitantes deben tener cuatro 👀 👀 para no tropezar en algún canto o quiebre. En general, los automovilistas y motociclistas son muy respetuosos de los peatones, quienes tienen prioridad de paso en los lugares en que no existe semáforo y los pasos de cebra sí se respetan donde no los hay. De todas maneras, yo en Roma, especialmente en algunas avenidas anchas como la del Corso, por ejemplo, aún sabiendo que los vehículos  debían  detenerse si un peatón bajaba a la calle, yo prefería asegurarme: esperaba que otro iniciara la marcha y yo me lanzaba a la siga, sin titubear en ningún momento, como nos recomendó encarecidamente el guía, pues eso desconcierta a los conductores, que están desesperados por seguir, 😂

    En Ámsterdam,  la situación del cruce de calles es otra cosa. Allí, como les conté  en el escrito del 7 de octubre, son los ciclistas los prioritarios, pues es el medio más usado en una ciudad que sufre de la falta de espacio incluso para construir viviendas, tan así que las riberas del Río Ámstel están colmadas de casas flotantes. En esta ciudad el visitante peatón pasa algo de susto en sus caminatas y no puede distraerse al cruzar una calle.  En Venecia, cero problema. El único modo de desplazamiento es por vía fluvial y al interior de la ciudad a pie. Sólo hay que tener cuidado con las palomas, gaviotas y demás caminantes, que son multitud.  

   La seguridad no es un problema en todos los países conocidos, lo que no impide algún hábil lanzazo o carterazo en caso de descuido, especialmente en las aglomeraciones, no pocas en cada uno de los lugares. La sensación de tranquilidad que esto implica, el poder caminar por las calles sin tener que estar atenta a cada lado de uno, sin tener que estar permanentemente  temiendo un ataque, es impagable. Uno goza de la belleza de los edificios, del entorno general, del paisaje humano sin la obligación de estar a resguardo, fotografía sin riesgos y a destajo, según desee. La llegada de la noche no cambia las cosas, salvo que uno se aventurara por algún sector de conocido riesgo. La presencia de numerosos inmigrantes, vendedores ambulantes la mayoría, no asusta aunque incomoda, por su insistencia. Vimos fuerte presencia de ellos en París, en Venecia, Pisa, Florencia y Roma, en Berlín y España, principalmente. Claro que en esta última nación, específicamente en Madrid, vi también unos inmigrantes africanos poco confiables en el sector Tirso de Molina, fumando marihuana y como "matando" el tiempo. Por ello, salí rápidamente del lugar. En verdad uno camina tranquilo por estas ciudades.

  A propósito de lo anterior, ayer fui a una feria del sector, acá en Rancagua. No se veía casi nadie en las calles, normal para un día feriado. En una calle larga, en que hay varios colegios, había dos adolescentes detenidos, conversando entre ellos y ocupando el ancho de la vereda. Tuve que pasar entre ellos -con temor, lo confieso- porque se separaron al acercarme.  Uno de ellos me saludó cuando pasé,  lo que me hizo pensar en cuál era su propósito, si no me conocía. ¿Provocación? Contesté en tono bajo, similar al de él. Pasé pero no quedé tranquila. Debí controlar el impulso de mirar hacia atrás, para ver si debía arrancar, 😁. Ahora me río, pero el miedo existió. En todo caso, si hubieran querido robarme habrían tenido un magro botín: llevaba 7 lucas, unas monedas, ninguna tarjeta ni celular, pues lo tenía cargando y se me había olvidado echarlo a la cartera. Precisamente esta sensación de ver en cada transeúnte un posible asaltante es la que desaparece mientras uno transita por las ciudades europeas, y no deja de ser un alivio y tranquilidad para el alma.    

    El comercio de las tiendas de lujo, las mismas en cada ciudad, lucen vitrinas minimalistas, con especial atención en los colores, las luces y los objetos accesorios. De día suelen mimetizarse, pues ocupan edificios patrimoniales y, por tanto, suelen pasar algo inadvertidas a nuestro ojo poco acostumbrado. 

   En la noche, son inconfundibles con sus luces y grandes letras. Las que sí son muy fáciles de identificar son las tiendas de souvenirs, con muchos productos en exposición en la entrada, de manera que uno puede observar precios y comparar sin necesidad de ir al interior, aunque tampoco es problema hacerlo como en Chile. Allí te sientes con la libertad de recorrer el local, preguntar valores y salir sin comprar nada si no estás convencida. Te reconocen como turista y saben que uno se da el tiempo para elegir y cotizar. No te molestan con su presencia vigilándote, aunque seguramente lo hacen a través de cámaras. Sólo una vez, en un supermercado de Roma, me sentí vigilada y sospechosa, más encima por un guardia inmigrante. Debe haber sido mi cabello rubio y mi elevada estatura, 😂, lo que me hicieron sospechosa a su vigilancia. Bueno, también nos sucedió a casi todo el grupo en el Aeropuerto de Barajas, Madrid. A mí me pasaron una sustancia por las manos y el estómago para detectar drogas; a un compañero intentaron detectarle explosivos; a otra, zapatones y cinturón fuera y registro corporal, etc. No podíamos con nuestra cara de latinos tercermundistas.    

   En general, el trato con los turistas es deferente. Todos intentan hacerse entender y usar las palabras que manejan para establecer una comunicación básica. No puedo hablar mucho de la atención  en los restaurantes, pues sólo  hice uso de ellos unas cinco veces en los 28 días, pero en viajes anteriores no he tenido problemas. ¿De qué me alimenté, pensarán ustedes, los demás días? En síntesis, debo decir que, aunque los almuerzos no estaban incluidos en el tour, todos los desayunos sí y todos ellos en modalidad buffet. Por tanto, yo, que no comía como desatada en esas instancias, sólo jugo, té o café, un pan pequeño con queso y cecina, un trozo de queque si lo había (nada de croissant porque son fritos), unas tres cucharadas de frutas surtidas, a veces, un huevo duro, podía actuar como lo hice. Esa era mi ración diaria, a veces aumentada por un vaso de jugo extra. Así que preparaba un pancito para colación y sacaba una fruta (🍏o 🍊) para acompañar. Entonces, a la hora de almorzar consumía aquello, más el jugo que compraba. Y si bien comenzó  como una forma de ahorrar en un París bastante caro, se hizo costumbre pues las comidas ingeridas por mis compañeras no eran nada del otro mundo y poco saludables (las papas fritas son una invasión en todas partes). Las ensaladas brillaban por su ausencia y pedir una César significaba en Roma, por ejemplo, entre 12  a 15 euros, que aumentaba si te la servías fuera del local, pues allí cobran un extra que le llaman  "servicio". Entonces, pagar por una simple ensalada (bueno, no tan simple, 😂, al César lo que es del César, 😂) entre 12 a 14 mil pesos me parecía una barbaridad. Y eso había que acompañarlo de algo, una bebida, una cerveza o una copa de vino,  ¡que sé yo! Y los euros seguían sumando. Parece que ninguno de mis compañeros nadaba en la abundancia (salvo una que hizo compras por más de un millón de pesos en algún local, pero que luego reclamaba porque no le daban comida especial; creo que era vegana o celíaca). Yo podría haber almorzado perfectamente todos los días sin problemas, pero en cada local uno consumía casi todo el tiempo libre que le daban. Así que era almorzar o conocer. Yo opté por lo segundo, por lo que no supe mucho de la atención a los clientes.    

  La presencia policíaca, en la mayoría de los países visitados, me pareció discreta, casi innecesaria, aunque hubo dos excepciones: Italia y España. En Roma, por ejemplo, había un vehículo policial con efectivos, en cada punto turístico. En Fontana de Trevi, el varón se encargaba de tocar un pito de advertencia cuando veía que alguien de la numerosa multitud quería meterse al agua. El Panteón, el Vaticano, el Coliseo, el Arco de Constantino y otros lugares tenían alguna patrulla de guardia. En Madrid, con menos monumentos emblemáticos que Roma, la policía la vi más móvil, pero también apostados en lugares de alta confluencia de público.  Esta policía sí se hace notar, pues las sirenas se escuchan en distintos lugares y a cada rato. Además, dedican una buena cantidad de esfuerzos a  luchar contra el comercio callejero de inmigrantes. Vi a éstos con un sistema ya establecido para recoger sus pertenencias en exposición en el pavimento sobre un paño (en forma de paracaídas invertido) preparados para salir corriendo.    

    Nosotros iniciamos el recorrido con la premisa de que había algunos países donde la vida era más cara que en otros lados. Nos dejamos aconsejar por los guías, ya conocedores del ambiente por sus viajes anteriores, pero a la hora de la verdad no terminamos muy convencidos. Nos dijeron que los países más económicos para el turista eran República Checa y Hungría, pero los souvenirs más baratos que compramos fue en París (claro que a los inmigrantes). En lugares establecidos los precios eran superiores. Además, como en todos lados, dependía de la cantidad de competencia. Por ejemplo, en Praga había muchísimo comercio y no era difícil buscar algo más barato y encontrar. Pero los chocolates, los mazapanes y productos típicos no eran económicos. Los tés más baratos yo los encontré en un supermercado de Budapest (Hungría). Jugos a más bajo precio los encontré tanto en Viena (que se considera ciudad cara) como en Roma. Lo que sí no cabe duda, sea el país que sea, la comida turca y la oriental es más barata que la local (me salió verso, 😂).

   El costo de los servicios higiénicos fue un problema permanente. Acá en Chile nos hacemos un problema si tenemos que pagar 300 a 500 pesos para entrar a un baño. Allá debimos cancelar desde 0,5 a 1,5 euros en algunas ciudades. Las más caras, las italianas. Y, al final, el país más caro resultó ser Italia, pues, además  de agregarle un famoso "servicio" al valor de la comida (seguramente equivalente a la propina de Chile), se paga un impuesto especial (permiso de estadía llamado soggiorno) por cada noche y por cada persona visitante, que pernocta en cada ciudad italiana. Dependiendo  de la ciudad, el costo puede subir o bajar. El más caro que pagamos fue en Roma, 6 euros por noche y por persona.    

  Pagar en euros se transformó  en una costumbre engañosa para nosotros. El hecho de que algo costara 5 euros, por ejemplo, nos parecía barato, dependiendo del producto. Pero en muchas partes, un simple "chopito" de recuerdo(vaso pequeño para beber cortitos) costaba 5 euros y eso es casi 5 lucas, 😲. Llegó un momento en que casi perdimos el sentido de la equivalencia, pues pagar por una Coca cola de 500 cl. 4 ó 5 euros nos parecía normal; un vaso de cerveza a 9 euros, algo habitual. ¡Increíble! Al día siguiente de mi regreso fui al supermercado a comprar provisiones, especialmente frutas y verduras. No me van a creer pero encontraba  ¡todo barato!, teniendo muy claro que la inflación no ceja y que la situación económica de muchos es compleja.   

   Tal como en Chile, en las ciudades visitadas, a excepción de Venecia, el tiempo de desplazamiento de un lugar a otro dentro de la ciudad resulta excesivo. ¡Demasiados vehículos particulares!, que en algunas ciudades se combate con una muy buena frecuencia de un sistema de metro subterráneo y/o en altura, buses y tranvías. No alcanzaba a pasar uno y ya venía otro. En Praga vi buses articulados como los del Transantiago, pero en la mayoría de las urbes, los tranvías tenían dos o tres carros, con valores de 2 euros o más por pasajero, que puede parecernos caro a nosotros, pero que es proporcional al nivel de vida de cada lugar visitado.   

  Con respecto al paisaje humano, no es fácil a estas alturas de la globalización y de los fenómenos migratorios, reconocer un tipo humano específico para cada lugar. Es más fácil decir que en todas partes hay integrantes de distintas razas que aún se diferencian, pero que no parecieran ya tener una mayoría asegurada. Si bien se destacan, como tipo humano, los de rasgos caucásicos, también hay mucha presencia de asiáticos, indios (de India), árabes y africanos. Son perfectamente identificables. Junto a ellos, hay una numerosa población que son mezcla de dos o más razas, que hacen imposible definir las características físicas de los habitantes de uno u otro lugar, al menos en los lugares visitados. A diferencia de nosotros, son claramente de mayor estatura. ¡Nada qué hacer! Nuestros ancestros se quedaron cortos, 😃.   

   En cuanto a nuestra convivencia grupal, debo señalar que la sangre no llegó al río. Primó el sentido común, aunque hubo momentos en que el wsp grupal casi "ardía" en reclamos y quejas. Yo tuve buenas relaciones con muchos, pero hubo algunas personas que se me atragantaron de comienzo a fin, así que cero esfuerzo con ellas, 😂. Casi al final me enteré de que algunas mujeres eran profesoras y la verdad es que no lo hubiera imaginado. Sólo puedo decir que no quedó muy bien parada la profesión con dichas representantes (¡algo ordinarias las "coleguitas", 🙅). Vaya de muestra un botón que no sólo era mi percepción (salió verso otra vez, 😂). Era la noche en que partiríamos de Roma hacia Barcelona en ferry y andábamos "matando" el tiempo en la Plaza Nabona. Yo iba caminando y pasando por fuera de un restaurante con terraza. Vi a unas viajeras del otro grupo (en general, una buena cantidad de los integrantes del grupo dos era más joven que nuestro grupo), que estaban sentadas a una mesa. Nos saludamos (después de todo el tiempo llegando a los mismos hoteles, aunque fuéramos en buses distintos, ya nos ubicábamos) y me invitaron a sentarme. Acepté gustosa, pues además de un café quería hacer uso de un wc (¡nuestro karma!). Palabras van, palabras vienen y terminé enterándome que tenían una opinión poco positiva de algunos de nuestro grupo. Usaron la misma palabra: ¡algo ordinarias! La verdad, además de actitudes abiertamente poco elegantes, muchas de mi grupo eran básicas, en sus conversaciones, en sus expresiones, en su vocabulario. A veces, algunas preguntas que hacían a las guías eran casi tontas; otras veces, preguntaban lo que la guía había dicho recién; en Praga la guía preguntó si alguien sabía lo que era "defenestración". No quise contestar, tal vez alguien más tampoco quiso. La cuestión es que estaban asombrados luego cuando la guía habló del origen etimológico de la palabra. Me acomodé, simplemente lo hice. Me ayudó sobremanera el tiempo que caminé a solas en las diversas ciudades. Una buena forma de no caer en la conversación farandulesca y básica. ¡Qué conste que no soy elitista, 😂, ni por asomo!

   Cuento corto, 😂,fue un viaje hermoso y lleno de aprendizajes, de paisajes bellos y de sonidos lingüísticos diversos; de hermosos edificios y monumentos, acompañados de una naturaleza generosa y valorada. Me siento afortunada de haber formado parte de un programa tan rico en nuevas experiencias, que espero repetir a la brevedad. ¡Hasta pronto!



















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