sábado, 15 de octubre de 2022

Danubio azul...

 

   ¿Quién no ha oído hablar de ciertos lugares durante su infancia y juventud y soñaba con llegar algún día lejano hasta esos fascinantes y misteriosos escenarios? A mí, como a tantos me sucedió. Oí desde pequeña hablar del río  Danubio y crecí  -aunque no mucho- conociendo el Vals que lo hiciera famoso, "Danubio azul" de Johann Strauss hijo. No lo vimos exactamente de ese color, seguro por el clima y una cantidad impresionante de embarcaciones en medio de sus aguas y en sus riberas. A pesar de ello, no deja de ser impresionante su caudal, la amplitud y longitud de su cauce. Y en la noche, la belleza que cobra con el reflejo de las luces de la ciudad sobre su superficie son pura magia y ensueño.     
   Llegamos a Budapest, Hungría, el martes 12 al atardecer, luego de una larga jornada de viaje desde República Checa, pasando por Eslovaquia durante el trayecto. Nuestro primer enfrentamiento con la idiosincrasia del húngaro la vivimos en el local en que pasamos a almorzar a orillas de la carretera. Ya sabíamos del cambio de moneda. De euros debíamos convertir a florines o forints, como le llaman ellos. El cambio estaba a 389 ó 390 florines por euro. No a todos les resulta fácil hacer la conversión; felizmente, yo me he acostumbrado por viajes anteriores (a soles, a pesos bolivianos, a libras egipcias, a dinares jordanos, a liras turcas). Así que, aunque no tengo habilidades matemáticas, uso mi propio sistema de cálculo que me permite tener la cuenta lista antes de que los cajeros me la digan. Mis compañeros se fueron "de cabeza" a servirse comida sin preguntar precios o sin saber su equivalencia y, al pagar, se encontraron con dos problemas: les había salido bastante caro y a más de alguno les habían dado menos vuelto. Una persona, incluso, debió recurrir al guía para que le devolvieran el dinero que correspondía. No sé si es mejor o peor estrategia, pero yo prefiero observar primero. Vitrineo, calculo, mental y concretamente con el celular,  luego me decido. Llevaba en mi bolsa matutera, un sándwich, un par de frutas frescas y un puñado de frutos secos. Así que compré un capuchino en tetrapack y una bebida. Gasté el equivalente a 3 euros (mis compañeros estuvieron entre los 12 a 17 euros), Me senté en la terraza a dar cuenta de mi comida. Allí me encontré con la sorpresa que el último yoghurt que me quedaba se había reventado, 😂.  Obligada a hacer limpieza. 
 

   Es toda una historia esto de desenvolverse en un escenario extranjero, con moneda distinta y sin conocer para nada el idioma. Sin embargo, cada vez resulta más fácil, pues los comerciantes aprenden las palabras básicas de muchos idiomas de los turistas que atienden y así el intercambio resulta más fácil. Esto de la globalización es un hecho y una ventaja. Claro que no siempre uno encuentra gente amable. Debe fallarle la paciencia también a más de un dueño de casa. Pero el gran cambio es que uno se introduce en cualquier tienda, busca lo que necesita o lo que le interesa -o simplemente vitrinea- y no tiene ninguna dificultad. No se siente ni vigilado en extremo ni acosado, como en nuestro país. Tampoco uno debe estar mirando para todos lados temiendo un ataque a mansalva. Eso es una gran tranquilidad.  

 Llegamos a Pest (una parte de la ciudad, la llana y antigua) siendo las 19 horas. Reconocimos el lugar y descansamos un  rato. Luego bajamos a cenar y esta vez la comida era servida a la mesa. Un cambio con ventajas y desventajas. Nada de estar luchando por la comida, 😁, pero no hubo posibilidad elección.  Nos sirvieron una fresca y surtida ensalada, carne con arroz y postre. Estaba sabrosa. Acabada la cena -como dice alguien- decidimos salir en grupo (6 personas) a caminar un poco y a tomarnos un trago. Y ahí  empezó  la historia repetida: que para allá, no, mejor para acullá, y, ¿para dónde vamos?, ¿será muy lejos?, volvamos mejor... ¡Uff, paciencia! Caminando vimos a lo lejos una estructura de fierro. Nos dimos cuenta que era un hermoso puente. Fuimos hasta allá, no sin la oposición de alguna, pero la belleza del lugar nos atrajo como a las polillas la luz. Era el Puente de la Libertad, el más hermoso y antiguo de todos los que cruzan el Río Danubio, oscuro y espejeante a la vez a esa hora. Lo vimos de día y de nuevo de noche al día siguiente. Era nuestro primer contacto con Budapest. En lo personal, la magia del momento tocó a su fin cuando me dio frío. Había salido desabrigada y sin calcetines. Allí mismo supe que el resfrío ya se había asentado en mí. No falló el conocimiento de mi cuerpo. Al día siguiente, dolor de garganta, y al subguiente, romadizo, algo de tos y...de vuelta a usar mascarilla, ¡una lata! No soy la única, habemos varios en la misma situación así que no soy nada excepcional,😃. Lo bueno es que sé la causa fue enfriamiento y no contagio. Y lo otro es que el ánimo sigue a tope, aunque hay muchos de mis compañeras de viaje que ya están tirando la toalla, bajándose de algunos tours, quedándose en el hotel y quejándose a cada rato de cualquier cosa.  

    Al día siguiente, la visita panorámica de la ciudad empezó  en Pest y terminó en Buda. No es broma. El topónimo es la unión de las dos palabras, en realidad del nombre de tres ciudades: Buda, Obuda y Pest. Primero fuimos a conocer la Plaza de los Héroes, un espacio monumental que homenajea a reyes y personajes heroicos de la historia,  con enormes estatuas de bronce. ¡Muy hermosa e imponente! Subimos luego hasta la colina donde se ubica el Castillo de Buda, la construcción más destacada de la ciudad. Para llegar hasta allá pasamos por los Puentes de la Libertad y de Sisi (la emperatriz, Isabel de Babiera), por unos baños turcos, muchos edificios de distinto estilo, la Iglesia de San Matías (una verdadera belleza gótica) el Bastión de los Pescadores (complejo arquitectónico con diversas cúpulas aguzadas). Desde lo alto de la colina podían captarse hermosísimas postales panorámicas de la ciudad de Pest. Había muchos turistas, un músico amenizando el ambiente, que pudimos disfrutar mientras recorríamos el complejo. Hice un par de videos del lugar.  

   Terminada la visita panorámica nos dejaron a nuestro libre albedrío en el mismo hotel. Recibimos unas indicaciones para llegar hasta un mercadillo, que nos permitiera comprar souvenirs y almorzar. ¡Partimos! Esta vez cruzamos el Puente de la Libertad e intentamos buscar por distintas calles. Nada de nada que se pareciera a un mercadillo. De nuevo se produjeron desacuerdos. Corté por lo sano: tomé mi propio camino, recorriendo la calle aledaña al Danubio hasta llegar al próximo puente del que no supe el nombre. Crucé el puente para volver orillando hasta el sector del hotel. Al llegar a un edificio ultramoderno, con un parecido a la Concha Acústica de la Quinta Vergara.  En las escaleras  frente al edificio, que, a su vez estaba a orillas del Danubio, había varias personas tomando sol. Incluso había un joven a torso desnudo, ¡y qué  torso, 😁! No resistí la tentación de tomarse una fotografía, que luego compartí con mis compañeras más  cercanas.  

   Y, siguiendo siguiendo, encontré  el Mercadillo. ¡Na que ver con las instrucciones que nos habían dado o que habíamos entendido! El lugar, ¡¡una maravilla!! Primer piso: verduras, frutas, carnes, productos lácteos, chocolates, especias, y un largo etcétera. En el segundo piso, decenas de tienditas de souvenirs, el palacio de los turistas. Con varios nos encontramos entre paseo y paseo. A mí me fue estupendo. Cacé varias ofertas y de ahí, al hotel, a descansar un poquillo (¡qué se me ha pegao el acento peninsular,  hombre!).  

   A las 18 horas nos subimos al bus pues teníamos un tour en Crucero por el Danubio Iluminado. ¡Una verdadera pasada! Lo único fome fue que debimos esperar mucho rato para que la embarcación se moviera. Nos dejaron en un comedor, lugar donde había un trío interpretando temas instrumentales y se podía  pedir licor u otra cosa. Varios nos fuimos a cubierta para observar el panorama sin tener de intermediarios unas ventanas. Estaba un poco helado, pero igual, resfriada o no, disfruté de una buen tiempo de esas vistas. Los edificios parecían hechos de oro con las luces y los reflejos. Realmente bonito. Luego bajé  al comedor. Mis amigas estaban poniéndole a la champaña. No era caro el licor. Pedí una copa de rosè y me las di de entendida,😂.¡Fue una hermosa experiencia,  impagable! 

   Al otro día abandonamos la ciudad de Budapest, la que más me ha gustado a la fecha. Creo que el río y las construcciones ribereñas o en altura marcan la diferencia, que es lo mismo que pasa con muchas ciudades como Venecia, Valdivia y todas las de la Costa del Sol en Andalucía, España. Hasta la próxima; nos vemos en Viena, Austria, que todavía queda bastante camino. 












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