jueves, 10 de febrero de 2022

Niñas malas...

   

   Las novelas de Vargas Llosa han sido un leitmotiv en mi vida de lectora, desde enseñanza media a la actualidad, en forma intermitente. Desde los relatos de Los Jefes y Los Cachorros, pasando por la novela que lo hizo conocido internacionalmente, La ciudad y los perros, hasta sus memorias Un pez en el agua y, ahora, esta novela, Travesuras de la niña mala. Consciente de que son varias de sus obras literarias las que aún no he leído, también estoy clara que he leído las principales: La casa verde, Pantaleón y las visitadoras, La Guerra del fin del mundo, Conversación en la Catedral, La tía  Julia y el escribidor, El elogio a la madrastra, El paraíso en la otra esquina, El hablador, La fiesta del chivo, Lituma en Los Andes y ¿Quién  mató a Palomino Molero?, ¡uff! me cansé, 😂. Cada vez que leo alguna de sus creaciones no dejo de asombrarme de la calidad de su estilo -no por nada es Premio Nobel-, de lo entretenidas que son, de la mezcla de muchos elementos que componen el mundo de los personajes y el escenario histórico y social en el que se mueven, siempre con alusiones presentes, directas o indirectas, a su país natal y a la endémica tara político-económica que no deja de ejercer presión en el anhelado desarrollo de la nación. 

    A las "niñas malas" en nuestro país las ubicamos en el mundo de lo suburbano, de los bajos fondos y en Racagua, entre las calles Maruri y Rubio -según me han contado-. Esta "niña mala" y traviesa de Vargas Llosa desde adolescente quiere ser "algo más", salir de su medio de pobreza y miseria y acceder al mundo de los que poseen riqueza. Ésa es su meta y para lograrla debe traspasar la frontera, pues en ese "país de m*..." no logrará lo que persigue. Lo alcanza, pero a costa de su propia seguridad; en verdad es una victoria pírrica.

 Son tantas las cosas que uno anhela siendo adolescente! Recuerdo haber querido ser brigadier (carabinera), azafata, cantante. Nada me resultó, jajaja. No di el ancho...ni el alto, más bien. Hubo tres "detalles elementales" que no eran parte de mi persona: estatura adecuada, figura atractiva, buena voz. Nada;  al contrario: siempre fui la de menor tamaño entre mis hermanos, la más entradita en carnes y con una voz nada de melodiosa, con cero gracia para el baile, danza o gimnasia ¡Nada qué hacer! Mi futuro no se veía muy promisorio. Era casi como la mala copia de Bernard Marx de Un mundo feliz: con la inteligencia de un Alfa (si a sacarse buenas notas se le puede llamar así; en todo caso, capacidad de aprendizaje por sobre la mediana), pero con el cuerpo de un Beta (es decir, casi un mamarracho, 😞). Así qué pensar en ser una "niña mala" o femme fatale, si no cumplía con ninguno de las requisitos básicos era un verdadero autoengaño. Durante mi adolescencia, además de estudiar y colaborar en las tareas cotidianas en casa, me dediqué a soñar despierta en una futura vida feliz, donde el amor 💘 💕 era uno de los elementos claves. Adorné estas ensoñaciones con la lectura de muchas novelas rosas y de otras historias (de ciencia ficción y cowboy) que sin ser "rosas" igualmente tenían el ingrediente amoroso presente. Sufrí con cada protagonista y fui feliz como ellas, sólo que en mi caso no fue para siempre; no duró más allá del tiempo que ocupaba en terminar de leer cada historia, o sea, la nada misma. En la vida real duró un poquito más, 😂]. 

  Este relato de Vargas Llosa tiene la temática de la novela rosa, pero con  la maestría propia de su autor. En la historia Ricardo Somocurcio, un adolescente peruano de clase media forma parte de un grupo de iguales que se divierten recorriendo las calles, parques, terrazas, nadando, bailando o yendo al cine en el barrio y sector donde vivían, el más floreciente y vip  de Lima de los años 50 (1950). Tenía 15 años cuando conoció a Lily y se enamoró de ella "como un becerro" (textual). Eran dos hermanas, las "chilenitas", que llegaron a revolucionar al grupo ese último verano, antes de desaparecer al descubrirse la impostura: eran, en realidad, peruanitas "nomás". Ricardo soñaba con irse a París, vivir allá y, ojalá, no volver nunca a Perú. Lo consiguió, luego de haber obtenido su título de abogado, el que de poco le servía allá. Más bien, con su conocimiento de inglés y francés fue derivando a realizar trabajos como traductor e intérprete, al comienzo muy mal pagados y esporádicos pero de a poco mejorando, junto con su inicio de estudios del idioma ruso. Aquello le daba para malvivir en una buhardilla y alimentarse, en varias oportunidades, gracias a la solidaridad de compatriotas. No obstante, estaba feliz pues había alcanzado su sueño: vivir en París.  

    Sin embargo -dicen- "el mundo es un pañuelo" y es así como se encontró, diez años después con Lily, la ex chilenita, ahora aprendiz de guerrillera. Un movimiento revolucionario internacional (MIR) estaba gestionando "becas" para preparar guerrilleros en Cuba, que luego impulsaran la revolución en Perú (¡eso, compañero!,🎃). Por amistad, Ricardo ayudaba a trasladar o a ubicar a los "becarios" mientras estaban de paso por Francia. En uno de esos grupos, apareció la ahora llamada "camarada Arlette", de quien seguía profundamente enamorado, como pudo comprobarlo. A ella no le interesaban revoluciones ni nada por el estilo, pero tampoco estaba dispuesta a vivir en la mediocridad, por tanto siguió hacia Cuba, de donde volvió, pasado un tiempo, casada con un funcionario diplomático francés, mayor y poco agraciado, lo que no impidió que tuvieran encuentros clandestinos. Sin embargo, fiel a su meta vital ella siguió buscando mejores horizontes, priorizando sus objetivos al dolor de los que quedaran en el camino. Pronto Londres, luego Tokio, París nuevamente fueron lugares de encuentro, con nuevas parejas por parte de ella. Ya eran casi 40 años y Ricardo seguía enamorado de su "niña mala", aceptando ser plato de segunda o última mano en cada ocasión, hasta que...

   ¡No más! El final se los dejo a ustedes, para que comprueben si éste responde al desenlace típico de una novela rosa. Al menos, en el estilo y lenguaje les comento que no cae en la ramplonería y cursilería propia de estos relatos; más bien los utiliza para dar un toque de humor e ironía que resulta estimulante. Leánlo, se van a entretener y capaz que reavive más de un recuerdo olvidado entre los pliegues del tiempo. Ya sólo por eso, vale la pena, 😉.   

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