miércoles, 26 de junio de 2019

Mar y tierra...

     La necesidad de parecer normal -no así de serlo- porque sabía que estaba condenada al ostracismo vital, le cansaba. Mientras fue niña, no se dio cuenta de ese gen defectuoso que llevaba consigo. Sólo comenzó a notarlo en toda su fuerza durante la adolescencia y le obligó a una lucha diaria de fingimiento.
    Resultaba patético mirar hacia atrás porque fue el mismo actuar sin sentido de un perro que persigue su cola, un niño lanzando un boomerang creyendo que va a llegar lejos, alguien escupiendo al cielo para probar su fuerza, tú escribiendo un "te quiero" en la arena como una promesa eterna, soplar un vilano con la esperanza que llegue al ser amado, yo compitiendo en una carrera con la luna...Un autoengaño absoluto, más patético mientras más esperanza contenía y más inocente era.   
   Sólo ahora,  que observo la "serie" de mi vida (con el desconocimiento de las temporadas que faltan para llegar al desenlace), y con la objetividad que da la distancia temporal y emotiva, asumo la esterilidad de cada intento, de cada deseo de pertenecer, de ser igual a los demás, de no quedar en el rincón de un cuarto o de una sala como un mueble desechado y roto, o una basura ignorada por la escoba debido a su insignificancia. 
   En estos días, cuando estoy conversando o departiendo, de pronto me escindo y me analizo, preguntándome si realmente tiene sentido estar allí, si no estaría mejor quemar mis naves, quedarme sólo con la balsa salvavidas y echarme a la mar, sin rumbo, en soledad y con todo lo necesario para sobrevivir a lo que venga, gozando del viento y de la brisa, de la tibieza del sol en mi cuerpo, del silencio de lo humano, sólo escuchando el sonido del agua que corre, del avance tranquilo, de las aves acuáticas, de la vida que sigue discurriendo y ocurriendo.
   Hace unos días, mientras reía con ganas en ciertos pasajes de una representación teatral, tomé conciencia que son pocas las veces que río con ganas en compañía. Sí tengo claridad que lo hago más seguido en solitario, mientras leo o veo alguna película. Esas son risas verdaderas que escapan sin planificación ni concierto, y que quedan vibrando en tu memoria emotiva, aunque sea por un breve período.
   Sigo sintiéndome fuera del grupo, de cualquier grupo, como ha sucedido durante toda mi vida. De cualquier alianza o acuerdo. Ni siquiera mientras estuve casada me sentí parte de un todo sin fisuras. Sólo con mi hija recuerdo haber logrado esa conjunción ideal, en que tienes la certeza que allí está tu otro yo, con quien no es necesario intercambiar palabras ni comentarios en ocasiones para saber que se está al lado de quien está pensando y procesando de la misma o parecida manera. De allí que mi espíritu, en general,  no es gregario cuando de veras algo me importa. Sólo lo es cuando estoy entre los demás en una acción o tarea mecánica, que no tiene otra alternativa de realización, como, por ejemplo,  un viaje en el Metro nuestro de todos los días.   
   Si pudiera graficar mi-ser-en-el-mundo elegiría esa imagen de muchas emojis juntos en una canasta de huevos, donde sobresale uno en medio de todos los demás,  no por ser especial,  sino  por ser distinto.  Esa es mi condición; ésta, mi naturaleza.
   ....
   Varias jornadas han transcurrido desde que escribí lo anterior y al reerlo me sigo sintiendo absolutamente interpretada, además de que su lectura me sirve de fundamento para lo que acabo de "descubrir" (lo escribo entre comillas pues no es que recién aparezca ante mi raciocinio; estaba allí, pero en forma larvada). Me explico...   
    He regresado de un viaje en que estuve recorriendo el litoral central. Me  "sumergí" en los aires y querencias de seres humanos especiales, tres de los poetas más relevantes de nuestro país : Neruda, Huidobro y Parra. Me nutrí del viento y mar a orillas de  Cartagena, Isla Negra, Cantalao, Las Cruces, Valparaíso y de otras cercanas playas.
Respiré la brisa cálida del mediodía  y el viento helado del atardecer, saboreé las gotas minúsculas de las olas al romper en los roqueríos, me reflejé en la luna y el sol de atardecer, volé con la imaginación junto a las gaviotas, hundí mis pies en los húmedos granos de arena, me soñé sirena y delfín, llené mis pupilas de colorido, ascendí por escaleras imposibles... Asumí, definitivamente, mi  vocación marina, aunque siempre en contacto con la tierra y regresando a ella, siempre ... Me sentí perteciente, con raíces acuáticas, pero también terrestres. Soy mar, soy tierra...
    Nunca lo tuve más claro, porque después de este viaje  de conocimiento -geográfico e interior-, volví a "mi" puerto,  a mi espacio y, ¡oh, sorpresa!, me he dado cuenta que esta "caleta" tiene la magia del refugio  construido por las propias manos, sin muchas pretensiones, sin planificación racional, como lo que va  haciéndose poco a poco, con la fuerza del deseo y del azar, ... pero sin olvidar, intuitivamente, dejar una puerta de salida hacia  el mundo concreto y antipoético, donde, felizmente, suele encontrarse más de algún rincón en que la poesía todavía existe.
    Ahora, con esta luz al final del túnel, salgo al espacio abierto con la ilusión de lo conocido y añorado así como de lo ignoto y deseado. Tengo el mundo por delante...
   
  

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