jueves, 9 de noviembre de 2023

Máncora : ¿un Paraíso?


     Antes de ayer no empecé  muy bien el día les contaré.  El desayuno (incluido en el pago del alojamiento) debí  esperarlo por 45 minutos (¡una eternidad en estos días!). Suerte que mi partida no era urgente pues de otra manera me habría tenido que retirar hambreada  (lo que no habría sido ninguna tragedia en todo caso; cada vez que me miro al espejo me deprimo, 😟). En lugar de tortilla, elegí un huevo frito  (no era desayuno continental como ésos en que uno elige y se repite; ¡nooo! 😖), el que llegó  estaba prácticamente quemado.  Desde que tengo memoria degustativa, la clara de un huevo frito debe estar blanquita y la yema líquida, de manera que uno pueda,  luego de echarle sal,  tomar un pedazo de pan, untarlo en la yema y disfrutarlo después a ojos cerrados.  Recuerdo ESOS huevos fritos,  que cuando niños y adolescentes,  gozábamos como si fuera ambrosía y en los cuales ocupábamos todo el pan posible y con lentitud para alargar el disfrute. Con el huevo frito piurano no pude revivir esos momentos.  Estaba sin sal ( tuve que pedir y esperar otros tantos minutos), tenía apenas 3 pancitos redondos pequeños y casi plásticos, 😬, que  no lograron romper la yema porque estaba sólida (mejor hubiera pedido un huevo duro, 😂), mientras la clara tenía ribetes de color café  (recocida). Debí partir el huevo con un tenedor y comerlo en trozos. ¡Una pena!

   Bien. Ya estaba desayunada, mal o bien, pero ya. Mi plan inicial para ese día, que era ir a la Basílica  a prender una velita en memoria de mi hermano Ernesto, que estaba de cumpleaños (el primero después de su muerte en marzo), quedó frustrado. No tendría suficiente tiempo, así que me dediqué a ver noticias y terminar de guardar mis cosas en la maleta. A las 10,15 bajé a la calle a subirme al taxi que me estaría esperando para llevarme al Terminal de buses. Así lo habíamos acordado con el taxista, don Anselmo, el día anterior. ¡Nada por aquí, nada por allá! ¡Ni señas del caballero! Fui hasta la esquina más cercana por si hubiera estacionado allí, ¡nothing! Volví y me fui camino a la plaza y en el trayecto, viendo pasar tanto taxi hice parar uno y me subí. Estaba visto que mi trato de palabra no había sido lo suficientemente de peso. Y eso que me había  dicho: "No se preocupe, señito. Estaré desde las 10 esperándola", 😂.  Debió haberle salido una carrera más conveniente. Felizmente el recorrido ahora resultó más corto y en 10 minutos ya estaba en el Terminal.  

    El viaje comenzó  puntual. No tuve a nadie en el asiento de al lado (👌) y durante las 3 y media horas permanecí completamente despierta y atenta al paisaje natural y humano. El bus se detenía como en tres lugares antes de llegar a Máncora,  mi destino, un lugar paradisíaco según  antecedentes. En la primera parte del trayecto hasta Sullana el paisaje era de tierra bastante seca, con vegetación escasa y árboles achaparrados. Saliendo de Piura, vi muchas construcciones de material ligero, precarias, con numerosos microbasurales a orillas de carretera, lo que se repitió  a lo largo del viaje.
    Llegando a la primera ciudad, Sullana, el paisaje cambió. La sequedad terrestre cambió y la vegetación también, transformándose en tropical: muchas palmeras, plantas de bananos y luego campos de arroz y otras plantaciones que no supe determinar el producto. Pasados unos kilómetros, se volvió  a un relieve semiárido, con mínima vegetación y tierras café claras. Fueron apareciendo en el trayecto numerosos pozos de extracción de algo (seguramente petróleo o gas). La llanura se hizo más abrupta y aparecieron cerros de baja altura. Nos detuvimos brevemente en otra ciudad: El Alto, para continuar el recorrido pasando por fuera de El Ñuro, "el paraíso de las tortugas" decía su cartel de bienvenida. A las 3 y media de viaje estuvimos en MÁNCORA, en cuya entrada no se distinguió mucho de los otros lugares, salvo porque se alcanzaba a ver el mar entre construcciones a orillas del agua y palmeras por varios lados. Ingresamos a una avenida central, con mucho comercio por ambos lados y con la omnipresencia de las mototaxis.      
      Ya estaba en Máncora. Sabía que mi alojamiento  estaba más cercano a la playa que al centro, así que al salir del Terminal recurrí a un conductor de mototaxi (taxis no habían) el que me llevó por 6 soles a mi destino. Era primera vez que me subía a uno de estos vehículos, el que se movía bastante, al ritmo de las irregularidades del camino de ripio principalmente y de la conducción defensiva esquivando los encontrones con sus similares. El lugar estaba cercado en altura. Pronto unos guardianes caninos infaltables dieron cuenta de nuestra presencia y el encargado vino a abrir el portón.
      Desde afuera no se vislumbraba el complejo interior, con dos construcciones principales de una planta, con habitaciones que daban todas a un patio-jardín interior con palmeras y plantas suculentas y similares, muy cuidadas y adornadas con piedras de colores, lugar que se complementaba, con espacios con reposeras para el sol, mesitas y sillas para compartir. Bonito lugar. Mi habitación era amplia, de buenas terminaciones, aunque había sobre ella un segundo piso sin terminar. Una vez instruida del funcionamiento del lugar, salí a buscar la playa y un lugar para almorzar. Eran las 15 horas.    
    El sol "picaba" realmente. Así que provista de un jockey, de protector solar, con vestido playero y hawaianas comencé  a conocer Máncora. Me fui hacia la playa por un camino de ripio y polvo. Caminé unos 600 metros y estuve allá, donde había varios practicantes de kitesurf y una playa de arena blanca extensa y prometedora. ¡Era la playa que yo esperaba y quería! Se veía muy poca gente y caminé hasta llegar a un sector en que la marea ya no dejaba pasar. Las construcciones a la orilla de playa eran rústicas, sin mayores pretensiones, salvo una, que se veía fantástica. Luego averigüé  que hospedarse allí costaba el triple de lo que yo pagaba en el lugar seleccionado. Decidí ir hasta el centro siguiendo el camino por donde me había llevado la mototaxi. Logré llegar a la calle principal, para lo cual debí pasar por calles angostas, mayoritariamente sin veredas y sin pavimento, con mucha tierra y con microbasurales en el trayecto. Nada grato, la verdad. Pasé por una plaza donde estaba el nombre de la ciudad, lo que aproveché para obtener evidencias de mi estadía, 😂. Selfie, obvio. En la calle principal no caminé demasiado, pues me urgía comer algo. Encontré un restaurante casi desocupado e ingresé. Ya eran las 17 horas. Almorcé algo básico, bastante sabroso, aunque la chuleta solicitada tuvo gusto a poco (muy delgada y con harto hueso, de lo que tenía clara conciencia un perro que estaba al acecho de lo que dejara o le pudiera convidar, 😂). Pedí la chuleta con ensalada (bien aliñada), con yuca fría (con un gusto cremoso y parecido a las papas) y, además, de acompañamiento, venían un par de tajadas de plátano frito (delicioso). En lo bebestible me conformé con una Coca-cola,  pues no tenían cerveza,  🍺 ,  

    Luego de caminar un par de cuadras decidí volver al hospedaje, pero al llegar seguí  de largo, pues tenía la información de que en la otra dirección también había playa. Continué y efectivamente llegué  a la playa, a ese complejo vip que había visto antes (en la mitad de lo que había caminado al llegar). Había muchos bañistas, todos juntos, conocidos al parecer, y divirtiéndose en las olas. Se acercaba la puesta de sol, muy hermosa, momento que fotografié a destajo. Antes de hundirse el sol en el mar decidí volver al hospedaje, pues ya la gente se retiraba. Seguí al grupo, que enfiló hacia una dirección  distinta y yo regresé hacia dónde debía. Fue una buena decisión pues lo hice en soledad. El encargado me había  señalado que no había ningún peligro pero prefería asegurarme en mis primeras horas. Una buena ducha, una taza de té con galletas, mucha agua y lo que quedaba de mi Coca-cola constituyeron mi alimentación y bebida. Me informé un poco, revisé fotografías y poco más. Estaba rendida. Deben haber sido las 21 horas o algo así cuando me venció el sueño. 

   El calor y las horas ya dormidas me despertaron de madrugada, momento lúcido que aproveché para escribir un correo y luego seguir durmiendo hasta las 7,30 del miércoles 8. Levantada, con desayunada, preparado de mi bolso para ir a la playa, partí a las 9,25 horas. Iba camino a ella cuando en una cuasi vereda me encuentro con un par de mototaxistas, uno de los cuales me ofreció tours. No tenía planificado aquello, sólo ir a la playa y luego al centro a comprar pasaje para viajar el jueves, pero me atrajo ipso facto la propuesta, especialmente el tour full Day que costaba 70 soles (17.750 pesos de los nuestros). Era la hora de partida (en otro lugar) pero una rápida comunicación permitió una espera de 5 minutos y ya estaba arriba del minibús con 22 turistas más  y 2 guías. ¡Excelente! Tenía el día resuelto: iríamos a conocer dos playas, pasaríamos por Tumbes, llegaríamos a Puerto Pizarro (el más cercano a la frontera con Ecuador) donde almorzaríamos, para luego visitar los manglares y un criadero de  cocodrilos🐊 🐊 . Todo prometía ser fantástico...¡y lo fue! Pero lo contaré en la próxima  crónica, ya que ésta se ha extendido bastante. Hasta pronto.  









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