Casi como si hubiera estado participando en los Juegos Panamericanos, a primera hora del domingo 5 , estaba llegando al Aeropuerto A. Merino Benítez para emprender viaje fuera del país. No llevaba ninguna medalla ni había alcanzado ningún récord. Tampoco había practicado ni un deporte, salvo unos cuantos pasos el viernes y sábado, luego de haber estado confinada por 8 días en palacio. Preferí no salir a contagiar de mi resfrío a nadie y mejorarme lo más rápido posible. Como se dio la situación de que no necesitaba nada urgente (las despensas de palacio estaban llenas) pude quedarme en casa sin salir y que el mundo no se viniera abajo por mi ausencia. Tampoco hubo necesidad de ir a ferias pues pude arreglármelas con los productos de mi huerto (kale, tomates, acelgas, rúcula, perejil, cebollín y puerro). Además de cocinar, en esos días me dediqué a trabajar en la elaboración de los libros perdidos, lo que me rindió bastante. Sólo me queda diagramar uno y medio, de los cuatro borrados del mundo digital. Asimismo, logré coser los cojines de mi chaise long y casi terminar el tejido que rodea los "brazos" y el respaldo del sillón. Sólo faltan algunos detalles.
No sé si la mala suerte es contagiosa, al menos no tengo evidencia científica al respecto, pero algo de dudas al respecto se me han presentado. Todo estuvo bien hasta el viaje a Lima, donde obligatoriamente debí hacer una conexión. No hay vuelos directos a Piura desde Santiago de Chile. Por lo tanto estaba informada que debía esperar 4 horas. Lo que no esperaba, pues apenas lo recordaba, es que el Aeropuerto de Lima es muy estrecho, de manera que se veía y estaba abarrotado desde que llegué a él hasta que lo abandoné. Eso significaba que el ambiente era bastante pesado, acalorado y poco grato. Mucha chusma, 😂, y los mínimos asientos donde sentarse. El primer escollo es que quise hacer cambio de moneda pero desistí porque pagaban el peso chileno a 3,55 soles, a pesar de que lo vi en internet a 4,28. Tomé la decisión de usar la tarjeta en caso necesario. No me vi en la obligación de comprar alimento pues había guardado un sándwich recibido como parte del desayuno en el vuelo desde Santiago a Lima. Además del cambio de moneda misérrimo, se dio la situación de que la puerta de embarque indicada para el vuelo hacia Piura estaba cerrada, pues desde ese mismo lugar partiría un vuelo internacional antes (están un poco escasos de puertas en este lugar). Así que debí buscar asiento lejos de la puerta asignada. Fui dos veces y nada. Finalmente, a las 13,10 horas partí para allá y ya estaba abierta. Estaba muy instalada esperando, con la idea de que faltaba poco, cuando escucho el aviso de que nos habían cambiado a otro lugar en el primer piso. Hubo que partir con camas y petacas y bajar la escalera respectiva. Suerte que mis petacas no pesaban tanto.
Bien, ya estaba en la puerta B5. Hora de salida 14,25. Ya eran las 13,30 cuando se produjo el cambio de hora de salida y apareció el letrero en castellano e inglés " Demorado".😒🙄😬. Nueva hora de salida: 15,30. Pronto nos pusimos a hacer fila y llegó el bus que nos llevaría por la losa de aterrizaje para dejarlos al lado del avión. Demoró en partir mientras el calor y el anhídrido carbónico del motor en marcha funcionaba como inciensario. ¡Uff! Al fin, luego de unos 10 minutos, partió el bus. Llegamos y no nos dejaron bajar y el tiempo pasaba. Una pasajera abrió una ventana y empezó a gritar que se estaba ahogando. La reacción, luego de minutos de estar casi como inmigrantes encerrados con nuestros bártulos, fue llevarnos de vuelta a la sala del aeropuerto, 😪😨😰.
Hubo un grupo numeroso que se fue contra los funcionarios y los acorraló. Un señor llegó a los gritos en más de una ocasión. Por ahí escuché que podrían cambiar pasajes para el día siguiente -¡nooo!-. Otros estaban exigiendo alimentación. Yo sólo me preocupé de preguntar si iba a haber vuelo o no. Ahora la pantalla mostraba como hora de salida las 16,30, aunque no aseguraban si mantendrían la puerta de embarque. Igual hubo un grupo que nos pusimos a hacer fila y eran recién las 15 horas. El avión al que nos íbamos a subir tenía un problema de mantenimiento, nos dijeron las Srtas. Encargadas. Antes me habían pedido 2 veces que envíe mi maletita a bodega -¡nones! les dije- y ahora me pidieron que me siente. Obvio, no lo hice de inmediato, pues no iba a dar con mi humanidad en el piso.
Al fin, luego de un buen rato, encontré un asiento, entre dos morenazos no tan oscuros. La cosa se empezó a mover en la puerta B6, la contigua a la nuestra. Se formaron varias filas y el tránsito se hizo abundante. De pronto atrajo nuestra atención la voz algo destemplada de una Srta. Asistente que se comunicaba con un hombre que, además de llevar una mochila, llevaba una cartera Gucci (no creo original, 🤣; ya sabemos de la habilidad de los pé para falsificar). Seguramente el joven era del Grupo 6, ése que sólo puede llevar un elemento para colocar bajo el asiento y él llevaba mochila y cartera Gucci, 😂. Nos dio motivo para reírnos a todos los cercanos que nos enteramos del problema. Pronto consiguió que otra persona, a la que le quedaba espacio en la mochila, le llevará su cartera (que no era pequeña, cabe agregar). Mi vecino de asiento hizo su aporte y se rió. Luego de ello comenzamos a conversar. Era un peruano de mediana edad (más que mediana, pero sin canas), que aseguró se había ido de Perú y estaba viviendo ya 40 años en Estados Unidos, California. Era abogado y comenzó a explayarse sobre lo "jodido" que estaba el Perú, que todos querían ser comunistas, que las ciudades estaban cada vez más deterioradas y la gente se empobrecía, mientras los políticos se preocupaban sólo de sí mismos. Habló del "pobre chino" que aún tenían preso (Fuji Mori) y del incapaz Castillo. De pronto, entre tanta conversación, porque yo también hablaba, se dio cuenta de que los de la Puerta B6 se habían ido y él, que iba a Chiclayo, no veía su vuelo. Se levantó rápidamente, fue a hacer consultas y desapareció. Al parecer estaba esperando en lugar equivocado, 😂.
Seguí esperando. Ya eran las 15,45. Empezamos, de nuevo, con la fila. De nuevo al bus, esta vez, más ágil -el bus, 😂-. ¡Y nos dejaron salir de inmediato para subirnos, como divas, por las escaleras! A esta diva le correspondió el último asiento que quedaba, 24 F, 😂. Eran 24 las filas de 6. Al menos fue ventana, aunque el vidrio dejaba bastante que desear. Un chocolatito de 10 grs. y un vaso de café fue la atención. El vuelo duraba 1,15 h., así que hubo que conformarse con aquello. Aún quedaba sol cuando llegamos a nuestro destino, Piura, por suerte. De nuevo a bajarnos por la escalera de la fama. Hacía un calor bochornoso con algo de viento. Por lo que había averiguado, el aeropuerto no quedaba muy lejos de la ciudad, pero me urgía llegar pronto, así que consulté por pago con tarjeta y me subí al primero que se ofreció. El recargo por pago con tarjeta eran 5 soles (unos 1250 pesos nuestros). Eran unas 30 cuadras hasta el hotel. Llegué pronto, sin problemas. El entorno del hotel no se veía muy elegante pero me aseguraron que no era peligroso. Las 3 estrellas del alojamiento era un anhelo más que una realidad, al parecer. Al menos la habitación era con baño privado y con los elementos básicos. A ello, había que agregar Tv pantalla plana y aire acondicionado.
Apenas dejé mis cosas en,la habitación, salí a un supermercado que quedaba a dos cuadras. No tenía dinero peruano, pero pregunté si utilizaban tarjeta. Ni un problema. Compré agua, mantequilla, mermelada, una baguette (¡exquisita!) y yoghurt. Con eso me las arreglaría. Fui a dejar mi compra y volví a salir. Ya era de noche. El hotel quedaba como a 4 cuadras de la Plaza de Armas, pleno centro, mucha iluminación y bastante gente en las calles. Aún había calor. Fotografié la Basílica, mayor patrimonio cultural de Piura. Se veía hermosa. Volví al hotel. Mi idea era buscar un lugar para comer, pero ninguno de los vistos me convenció. Así que consumí casi todo el pan, más de medio litro de agua refrigerada y unos sorbos de un yoghurt delicioso, de lúcuma. Una buena ducha y a la cama. Intenté escribir un poco más para completar lo iniciado durante la espera en el aeropuerto, pero fue imposible. Eran más de 36 horas sin dormir y me rendí a Morfeo.
Lunes 6, día siguiente. Me levanté a las 7,30, tomé un desayuno básico que me ofrecieron y luego establecí contacto con mi amiga Marcela para evaluar el envío de dinero por Western Unión. Sucede que en esa empresa el cambio era de 4,19 soles por mil pesos chilenos, en tanto, lo mejor que me habían ofrecido en la calle y en las casas de cambio iba desde 3 a 3,6. En la mañana iba a confirmar el cambio yendo a más locales (son muchos) y luego enviaría mensaje. Nada mejor surgió después de averiguar. Vi algunas vitrinas, saqué algunas fotos, llegué hasta un par de puentes sobre el río Piura, probé sacar dinero en un cajero de esos que dan a la calle (de los mismos que hay en España), un Scotiabank, y me resultó pero con las comisiones y todo eso resultó a poco más de 3,5 soles por luka.
Antes de volver al hotel me dediqué a buscar el Terminal de buses. Luego que una policía me dijo que debía ir en taxi por lo lejos que quedaba le hice caso. Tenía toda la razón. Quedaba donde el diablo perdió el poncho. Iba a pagarle al taxista y me dijo que me esperaría y le pagará después (¡vivaracho!). En el Terminal no tenían para pagar con tarjeta, pero con el dinero sacado del cajero me alcanzaba perfectamente. Así que mañana, a una hora prudente (11 horas) me voy a Máncora. Don Anselmo, el taxista, fue un guía muy útil. Me iba explicando por dónde pasábamos, me hizo varias recomendaciones y quedó de venirme a buscar al hotel mañana. Además, económico: 10 soles por viaje (2.500 pesos).
A esta hora, pasadas las 16 h. peruanas, estoy de nuevo en el hotel. En la calle hay 31 grados de un calor húmedo, que no es recomendable para andar paseando en calles llenas de gente trabajadora, ambulantes y demases, disparejas, con pavimentos rotos, calles polvorientas, sucias y con edificios deteriorados. ¡Y un tráfico desordenado y loco de padre y señor mío, con muchas motos, mototaxis, taxis y otros vehículos, con muy pocos semáforos! Los peatones debemos andar a salto de mata, con todos los sentidos a 100 para no quedar bajo un vehículo. Mi almuerzo no fue nada espectacular, aunque salvó el hambre y la sed. Un trozo de pescado apanado (¡bien rico!), con arroz graneado (bueno), unas legumbres (que no comí; fueron una sorpresa no solicitada), una ensalada (maoma) y una helada, negra y rica cerveza cusqueña, 🍺 😋. Además, con dinero peruano en la billetera, pues el envío y recibo fue inmediato. ¡Qué maravilla de solución y qué buena amiga tengo, 😘!
¿Cómo es Piura, se preguntarán ustedes? Les cuento.
Es una ciudad del norte de Perú, con unos 500 mil habitantes, dividida en 3 distritos, fundada en 1532 por los españoles (una de las primeras en Latinoamérica). Se ubica en el valle el Río Piura, con poca agua en estos días, unos lindos cisnes blancos a orillas del Puente Bolognesi y mucha basura. El edificio más destacado es la Iglesia Basílica Catedral de Piura, que en las noches se ve hermosísima toda iluminada. Hay varias plazas, siendo la principal la Plaza de Armas, frente a la cual está la Basílica. El centro está conformado por muchas construcciones antiguas, muy deterioradas, por lo que es difícil detectar otras estructuras destacadas. Es una ciudad con un equipamiento urbano muy al debe, con veredas angostas y deterioradas. El peatón tiene un trabajo al 100 por ciento, debiendo cuidarse de no tropezar o no ser atropellado. Hay una cantidad extraordinaria de farmacias o boticas, como se les llama acá y también numerosas casas de cambio, pero el peso chileno no es relevante. En muchos locales ni siquiera lo cambian. Lo esencial son los dólares y los euros. Don Anselmo, el taxista, me mencionaba que si bien en Lima ha aumentado mucho la delincuencia, principalmente a cargo de inmigrantes venezolanos, en Piura aún no es problema. Me habló bastante de la extorsión de la que eran víctimas los conductores de mototaxis y taxis y hasta los vendedores ambulantes, a quienes se les obliga a pagar un monto diario para poder trabajar tranquilos. Me advirtió, además, de los vendedores ambulantes de agua mineral, pues se había descubierto que no era mineral lo que estaban vendiendo muchos. No es una ciudad turística para nada, aunque sí para tener una clara noción de la vida que llevan los de clase media para abajo. Una ciudad antigua, cuyo encanto se diluye en el desorden, el descuido, la suciedad y la improvisación, sin construcciones modernas de calidad.
Un rato más saldré a comprar algo más para mi once y caminaré un poco en los alrededores. Mañana será otro día, a orillas del mar. Hasta pronto.
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