Estos días han sido una verdadera locura, para mí y para muchos. Casi siempre pasa cuando se acerca Navidad a pasos agigantados y uno no posee aún la capacidad de manejar el tiempo a su antojo, estirando o encogiendo los días. Capaz que nunca podamos acceder a ese poder. ¡Sería una lástima! Aunque pensándolo bien, resultaría un caos. Imagínense cada cual, a pesar de que el privilegio lo tuviéramos muy pocos, querría manejar el reloj según sus intereses -obvio-. Habría que inventar un sistema de funcionamiento para evitar las colisiones y paradojas temporales, que serían pan de cada día y no necesariamente pan de pascua. A propósito, ¡qué me gusta este tipo de pan! Así y todo le tengo bastante respeto y evito comprarlo, pues me resulta realmente adictivo. Soy capaz de comérmelo en dos sentadas, es decir, en un par de desayunos u onces. Luego me invade un sentimiento de culpa atroz, pero ya es demasiado tarde. Los gramos corporales ya se han sumado, si es que no multiplicado.
En referencia a lo último, mi último viaje, lamentablemente, significó un kilo más de contextura (ojalá hubiera podido escribir "envergadura", ¡nooooo!, "estatura"; no soy ave ni avión para utilizar 'envergadura', ¡upss!; errare humanum est). Es que hubo pan de pascua, galletas, tragos, asados de cordero y... más asados de cordero. ¡Deliciosa aquella carne! ¡Una pena por los corderos! De pronto me imagino a la especie humana siendo los 'corderos' de unos alienígenas invasores y siento algo -sólo algo- de culpabilidad y se me atraganta la saliva. Pero no dura mucho, para ser sincera. Y aunque estemos a horas de la Navidad y se supone que hay que portarse bien para que el Viejito Pascuero me incorpore en su larga lista, mi actitud empática no pasa la prueba de la blancura.
Fue un descanso para mi piel estar casi diez días en Coyhaique. Había entre 10 a 17 grados menos de temperatura, lo que arroja una clima ideal si lo comparamos con el caluroso diciembre de la zona central. La luz natural se extiende por más tiempo en cada jornada. A las 5,00 ya está de día, mientras que oscurece a las 22 horas. Quien quiera trabajar más tiempo y ahorrar luz artificial puede hacerlo perfectamente. Sin embargo, el "laburo" del patagónico no es ansioso ni desesperado. Es calmo y conversado, en el campo al menos.
Estando en Bahía Murta el último fin de semana, fui de acompañante en la misión de ir a buscar el cordero para el sacrificio. La parcela o fundo (me olvidé confirmar la categoría de la tierra) se ubicaba a unos 15 kilómetros de Murta, localidad cercana a la Carretera Austral, a orillas del lago General Carrera y a 191 kilómetros de Coyhaique. Observando a las partes entendí sin necesidad de explicación -aunque la tuve posteriormente- que la manera de hacer negocios en la Patagonia no sigue el parámetro del resto del país. Hay toda una etapa preliminar -necesaria- de compartir mate con conversación sobre temas diferentes, propios de la vida del lugar. Se habla de los perros, los chivos, los vacunos y las ovejas; de la instalación de electricidad en casa y los cambios que supone, del trabajo del areteo (marcar a los bovinos y ovinos en las orejas), de la veraneada que se acerca, etc. Todo aquello fue parte del intercambio entre los dueños de casa y los vecinos-compradores, mientras el mate daba la vuelta por cada uno de ellos, servido por la anfitriona. Yo escuchaba y degustaba un café, porque de los mates no soy fanática, luego que siendo adolescente y joven, me escaldé más de una vez la lengua, con el mate hirviendo de la zona valdiviana. Recién en este viaje tomé conciencia de que el mate patagónico es amargo y casi frío... En aquella ocasión que relato, luego de unos 40 minutos de conversación, recién se salió de la casa para ir a capturar a la víctima. Me asombraron los perros ovejeros, realmente hábiles, rápidos, incansables y empoderados, 😁.
Unos 20 minutos con el piño controlado por los dos perros (unas 80 cabezas de ganado) y, al fin, el jefe eligió y atrapó de una pata al cordero 🐑, el que berreaba como condenado, sospechando su destino. Lista la faena, a la casa de regreso a realizar el sacrificio, acción vista innumerables veces en mi infancia y adolescencia, pero que en este lugar tiene una metodología distinta. El "ñachi" no se come, el cuero del animal ya no se vende y los interiores puede que se cocinen o puede que no. En total, debo decir que de los casi 10 días en la zona austral, en seis de ellos consumí carne de cordero, 😋 😋.
No tuve mucho trabajo por allá salvo el ayudar en la elaboración de la comida y en tejer a crochet unas figuras y un 'camino de mesa' por pura ocurrencia mía. ¡No leí NADA! O sea, descansé de la lectura (todavía estoy descansando de ella, la que retomaré apenas termine de escribir esto, pues la verdad es que el cambio de ambiente, de actividades, el tráfago que suponen las fiestas de fin de año aunque uno sea sola, todo confluye en contra de la tranquilidad que requiere la lectura). Entonces, cociné, hice galletas, preparé pan y tejí mucho. Lo bueno es que en todo ello tuve aciertos, según opinaron los degustantes. ¡Ah, me olvidaba! También caminé algunos días y tomé muchas fotografías de esos paisajes maravillosos.
Llegué a palacio y no sabía por dónde comenzar. ¡Había que hacer el aseo de todo! Hice lo más que pude, la verdad. ¡Hasta enceré el baño principal! No obstante debo confesar que algunos muebles aún ostentan una pátina de polvo temporal. Además, aparte de proveer la despensa, cocinar, elaborar galletas, ir a visitar a Mirella, se me ocurrió cambiar la distribución de muebles del living-comedor, al mismo tiempo que sacaba de su escondite al árbol de Navidad 🎄 y procedía a ornamentarlo. Al verlo ya en su lugar noté que la base del pino en contacto con la cerámica se veía poco navideña, así que procedí, a matacaballos, a tejer una pequeña alfombra para el arbolillo, a lo que debo agregar el tejido de cuatro pavitos, uno de ellos en onda navideña, para palacio. Los otros se fueron a otros palacios.
Las calles de Rancagua, las veces que salí esta semana, estaban abarrotadas de gente, especialmente el Paseo Independencia, invadido en su totalidad por los comerciantes ambulantes, los que en doble fila, copaban todo el espacio peatonal. Los caminantes debían transitar en fila "india", pues de otro modo no había desplazamiento posible. Los toldos azules y de otros colores están por todos lados, con productos repetidos hasta el cansancio. Al final, los espacios más libres eran los que quedaban a pleno sol, que quema la piel de tal manera que, aunque yo caminé sólo unas cuadras bajo sus rayos, mis hombros resintieron sus efectos, toda vez que no había usado bloqueador.
Ya pasadas las fiestas navideñas vendrá, espero, mayor tranquilidad para caminar, comprar y retomar la vida habitual. Tiempo, además, para conversar con amigas, para evaluar el año y planificar el que viene, a pesar de que ya hay algo avanzado. Tiempo sin sorpresas ni sobresaltos, que, a fin de cuentas, es lo que uno desea a estas alturas de la vida.
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