Cuando la alarma del celular me despertó ayer sábado, al abrir los ojos capté que ya el sol ☀ había hecho su aparición por nuestra ciudad en todo su esplendor. Pensé entonces que era un buen día para aprovechar y estirar las piernas. Así que, luego de mi desayuno y de una breve sesión de autocoaching para convencerme en la necesidad de activarme o vegetar como una seta, me preparé para ir a hacer shopping a un par de supermercados al menos. Cabe señalar que ya no hago shopping en las tiendas; esos caprichos son parte de un pasado glorioso. Esta vez me fui hacia el oriente, hacia el sol y los barrios medios y altos. Mi destino fue el "Jumbito". Me habían llegado unas promociones a mi casilla electrónica nada de despreciables. Partí para allá con toda el entusiasmo que da la capacidad de compra, 😂. Según mi experiencia, este super es el más caro de la ciudad, aunque allí es posible encontrar productos exclusivos y el mundo pareciera estar al alcance de tus manos cuando recorres determinados pasillos. Mi idea era "arramblar" con algunas exquisiteces antes de que el mes-pensión disminuya y que mi poder adquisitivo llegué a los mínimos más mínimos.
Fue una decepción la visita. Es cierto que había ofertas pero casi como ésas de los cyberdays. Mucha apariencia. Había unos vinos con un considerable porcentaje de descuento pero eran los más caros en su marca, así que cero posibilidad. Yo no compro vinos caros, salvo para alguna ocasión especial y ésas, por ser especiales, escasean,😏.De todas maneras, para no volver con el carro de feria vacío, compré un rábano blanco, unas bolsas para la basura y un salame, lo único de precio decente que encontré de mi interés. Para aminorar en algo el sentimiento de frustración, pasé al regreso al "Unimarc", otro establecimiento para gente linda. Allí fue peor la cosa. ¡Nothing! En las pocas cuadras que me quedaban para llegar a casa, decidí, entonces, llegar hasta mi vivienda, aligerar un poco mi vestimenta (el sol sabatino y la caminata me habían dado calor) y volver a salir. De esta manera, satisfaría de una vez por todas mi afán consumista de ese día, que ya casi estaba famélico (mi ansia consumista). No me preocupaba volver a palacio más tarde de lo habitual pues el almuerzo ya estaba preparado (del día anterior; generalmente cocino para dos días).
Caminé, entonces, en dirección al populacho, bastante nutrido para ser fin de semana. Con los rollos de papel higiénico que compré en el Líder casi quedó lleno mi carrito (ya podía presumir), pero igual seguí en mis trece acudiendo a otros locales. Estaba empecinada -cuándo no- en preparar algún vinagre aromático (el día anterior había visto unas recetas fantásticas) y chucrut de repollo morado con manzana. Encontré de todo menos repollo,😞. Estaba cuasi-marchito, así que ya tenía motivo para ir a la feria de Avda. Grecia al día siguiente.
Llegué pasadas las 13 horas a palacio -¡un escándalo!-, pero a las 14 ya estaba con todo guardado y ordenado, la cama tendida y yo con los jugos gástricos a tope. Los bomberos, que desde temprano estaban en una Exposición en Plaza Los Héroes, no auguraban una tarde muy silenciosa, pero el día estaba muyyy pero muyyyy grato.
Antes de retomar y terminar la lectura de la novela La mujer leopardo de Alberto Moravia (un escritor italiano de entreguerras que me gusta desde hace años), decidí avanzar en la recolección de datos de algunos vecinos, necesarios para una nómina en que estoy colaborando. Con todo el ánimo tomé mi cuaderno "encuestador", un lápiz y mi mascarilla y... procedí a cerrar la puerta "con toda la fuerza de la juventud", dijeran los Convencionales, 😂. Al mismo tiempo que voy cerrando la puerta veo venir a una vecina a la que debía consultar y casi como en cámara lenta me doy cuenta que no había tomado mis llaves 🔑🔑🔑 ¡Ohhhhh! 😫. Traté de no desesperarme y aprovechar la oportunidad de encontrarme con Catalina. Luego de pedirle la información, procedí a pensar en lo que iba a hacer. Faltaba poco para las 16 horas. El sol aún estaba alto y la vida continuaba.
Bajé hasta la plaza y antes de seguir de largo a unos kioscos en que venden llaves, retrocedí a conversar con unos bomberos para ver si había alguna posibilidad de ayuda. Eran de una Cía. de Doñihue. Muy amable el joven que me atendió: fue a consultar a un colega de Rancagua, me comunicó telefónicamente con la mesa central de bomberos 🚒,me facilitó su teléfono personal (el mío estaba de lo más feliz descansando al interior de palacio) y lo dejó en mi poder mientras me volvían a llamar para informar si intervendrían. Mejor hubiera llamado al Chapulín Colorado, que con su astucia algo habríamos pergeñado. Ocupé a lo menos una hora en llamadas y esperas de respuesta, hasta que dijeron que NO debido a la altura en que ubica el depto. No me quedó otra alternativa que iniciar el recorrido del Paseo Independencia buscando ayuda en aquellos kioscos que fabrican copias de llaves, pues más de alguno suele hacer servicio a domicilio. Carecía de teléfono y del número de algún cerrajero. Antes de salir había intentado pedir ayuda para aquello a una vecina pero no había nadie en su depto. Así que me puse a caminar y probar suerte. Luego de haber caminado doce cuadras, haber preguntado en cuatro lugares, haber encontrado dos locales cerrados, llegué al Rodoviario. Allí me facilitaron un número de cerrajero y me contactaron telefónicamente con él. Éste se manifestó dispuesto a concurrir pero yo debía conseguirme un celular para responder a indicaciones que me solicitaría. No iba a ir y luego no encontrar el lugar, dijo.
Volví a la Plaza, cruzando los dedos para no perder mucho tiempo en ingresar al condominio y luego al edificio. Tuve suerte. No debí esperar demasiado. Una vecina venezolana con la que compartí tiempo de espera ante la mampara de entrada me facilitó un cuchillo cocinero para ver si me servía. ¡Nada! La "pestaña" (como pueden comprobar no manejo la jerga del área de la construcción) de la puerta impedía su uso. Fui a la casa de otra vecina, que felizmente estaba de cuerpo presente. Me facilitó unas llaves de un depto.vecino que está sin residentes. Mi idea era pasar de un balcón a otro, pero fue imposible, no porque me diera miedo realizar tamaña proeza -e imprudencia, debo añadir-, sino porque habían, hace poco tiempo, cerrado los balcones con malla (la plaga de las palomas no tiene fin por estos lados). Devolví llaves y esta vez me resigné a contratar al cerrajero, el que aseguró llegar en 40 minutos más, que se transformaron en 60 y con ello llegó la noche. Ya estaba casi en plan criogénico. Para no faltar a la verdad debo señalar que el hecho de permanecer a la intemperie fue por decisión personal. Tuve dos generosos ofrecimientos de café y cobijo, pero no estaba de ánimo para el intercambio social. No en esos momentos y circunstancias. Cuento corto -jajaja, 😂- a las 19 horas al fin estaba en mi hogar, a puerta cerrada por dentro. El cerrajero ya se había marchado luego de desplumarme, 😁. Cobran un poco menos que por una visita médica domiciliaria.
Analizando la situación vivida desde cierta distancia temporal, debo señalar que no fue tanto una tarde perdida, como pensé al comienzo. Fui sujeto de la solidaridad de varias personas, entre las que destaco al bombero "chico bueno" de Doñihue y mi vecina Mónica tocaya, que dejó en mis manos su celular por todo el tiempo que necesité hasta que el cerrajero se fue. Por suerte que he vuelto a colaborar con la comunidad y eso no me hizo sentirme tan mal frente a la generosidad del prójimo. Junto con meditar acerca de la experiencia, ya implementé una estrategia infalible para tener una solución pronta y gratuita para la próxima vez que olvide las llaves del reino. Claro que no la develaré aquí porque es secreta,😅. Se la haré saber, eso sí, a alguna amiga "porsiaca" soy yo quien se queda encerrada alguna vez, 😪. En tanto, sigo pensando que el ser humano es uno de los pocos animales que se tropieza con la misma piedra más de una vez. Para muestra, un botón. Mientras caminaba a la feria esta mañana quise sacar una fotografía de un lugar. ¡Upps! Mi celular se había quedado en palacio, 🙆. Al parecer, ya no tengo remedio.
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