martes, 9 de febrero de 2021

Dependencia...

 

   Cuando alguien asegura ser lo menos prejuiciosa/o que hay, me permito inmediatamente dudarlo. Es muy difícil no serlo, y la mayoría de las veces es casi imposible escapar de los prejuicios. No digo que no es necesario y hasta conveniente, desde varios puntos de vista, saber a qué atenerse frente a una persona que se va a conocer, ante un ambiente laboral o social del que uno va a pasar a formar parte, o en relación a las costumbres de un lugar, grande o pequeño, en que nos vamos a internar. Es conveniente, es clave, es recomendable, pero también implica restar objetividad a la primera mirada. Supone disminuir la capacidad de asombro y sorpresa y todo lo que ello conlleva al ver a alguien o algo por primera vez. La verdad, no sé qué será mejor. Todo dependerá del objetivo que uno tenga. Si lo que se requiere de ti es una reacción rápida, segura y sin errores, lo mejor es estar convenientemente informado de antemano, como sucede en el caso de un trabajo o una investigación. Pero si estás de vacaciones y puedes permitirte un acercamiento más moroso y basado en tus propias percepciones y experiencias, no  cabe duda que lo mejor es desconocer, ojalá todo acerca del sujeto u objeto de interés.    

   Prejuiciosamente me aboqué a la tarea de iniciar la lectura de la novela Servidumbre Humana de W.S.Maugham, escritor británico nacido en el siglo XIX. No había leído ningún comentario de la obra para evitar prejuicios (tampoco recordaba alguno que hubieran hecho mis profesores universitarios). Su nombre había surgido hacía poco del comentario de una amiga con respecto a otro texto leído, Las uvas de la ira, de manera que, por ello y por su título, pensé que su tema estaba relacionado con la esclavitud del hombre por el hombre. Sin embargo, no era así.    

    No puedo dejar de mencionar que la obra, publicada en 1915 (¡ya hace más de 100 años!), me sorprendió.  No es fácil de leer, aunque más por lo introspectiva y poco dinámica, que por lo compleja. Philip, su protagonista, me recordó a Werther de Goethe y a los personajes de Alberto Moravia. Sufre un intenso sentimiento de apocamiento, de soledad obligada, falto de alegría, con una angustia permanente, profundamente sensible, creyéndose siempre en desventaja frente a los demás, producto de un defecto de nacimiento (pie equino), que lo hacía sentirse completamente menoscabado. Si a ello le agregamos, para mayor abundamiento, su condición de huérfano de ambos padres a partir de los nueve años, amén de huérfano del cariño de los familiares que lo acogieron y víctima de bulling escolar por su discapacidad,  el panorama no resulta muy halagüeño. 

   Mientras sus tíos quieren imponerle una carrera eclesiástica, él, sin saber a ciencia cierta lo que realmente desea, logra visualizar a tiempo que no es ése su camino, oponiéndose a lo que se espera de su persona. Consigue viajar a Alemania y a Francia, residiendo en ambos países por un período. Su perspectiva se amplía, su vida social también. Entra en contacto con el mundo de la cultura y de la bohemia. En París, incursiona en la pintura hasta que asume que no pasará  de ser sólo  uno de los tantos pintores mediocres que pululan y apenas sobreviven en la capital del arte. Regresa y decide estudiar Medicina, la misma profesión que tuvo su padre. Serán cinco años de estudio, ya no es tan joven y sus medios son escasos. Siente que ha perdido inoficiosamente varios años de su vida y se esmera en recuperar el tiempo perdido. En el intertanto conoce a Mildred, una camarera, de la que se enamora más adelante, perdidamente, hasta tal punto, que le permite el engaño con tal de no perderla. Y es aquí donde aparece, el tema de la "servidumbre". Me explico. 

  Considero al engaño amoroso como un golpe terrible a la autoestima de una persona, aunque no esté tan enamorado/a. Si el amor no es tanto, el amor propio no deja de acusar el golpe, mientras que si la persona engañada está enamorada, además del amor propio herido, se traiciona la confianza y ésta no vuelve a recuperarse. Esto es lo que sucede normalmente. Y los engañados siguen con sus vidas adelante, unos mejor que otros, sanando gracias a la aparición de una persona distinta o viviendo con la desconfianza a cuestas. Sin embargo, también los hay, y no son pocos, que perdonan cualquier cosa con tal de tener al sujeto de su pasión cerca, transformando el amor en dependencia, subordinación ...y servidumbre al otro y/o a sus propias pasiones. Es penoso y denigrante desde el punto de vista humano, pero existe y lo tremendo es que en más de una ocasión también lo hemos experimentado. Anularse en favor del otro, sabiendo o intuyendo que no es una relación sana, pero sin la cual no puedes vivir, no puedes pensar en otra cosa, no puedes trabajar tranquilo, no puedes concentrarte en nada. Y de pronto te encuentras con que todo está en manos de la otra persona y te mueves como si fueras un animalito amaestrado,  al son de su voz, en espera de la recompensa y dispuesto a hipotecar tu futuro y tu vida por el otro. 

   ¿Sigue Philip dependiente de Mildred, que sale y entra en su vida, que lo utiliza y lo desecha cuando le conviene? Esa respuesta la dejo en suspenso. Si te atreves a enfrentar el desafío  de su lectura sabrás el desenlace.

   Motivada por la historia, quise ver su puesta en escena. Mejor no lo hubiera hecho. Sucede que se llevó a la pantalla grande en tres ocasiones: 1934, 1946 y 1964. Vi parte de la primera versión. ¡Me pareció pésima, no sé si porque no estoy preparada para adaptarme a una industria cinematográfica de hace 86 años o por la mala actuación de los protagonistas! Seguramente fueron ambas cosas. Vi el tráiler de 1964 (sin traducción) y tampoco me convenció. La inexistencia del color, la moda en la vestimenta y en el corte de cabello no permiten valorar objetivamente. Definitivamente, no fue una buena idea. 

  Hay pasajes muy sugestivos en este extenso relato (de 950 páginas). Todo lo referido al mundo intelectual y artístico de la época, en que se describe y compara a muchos, se ensalza a algunos, se denosta a otros, es muy indicativo de los gustos de los jóvenes y adultos de la clase social alta o de quienes aspiraban a pertenecer a aquélla. Hay toda una "pintura" de la vida provinciana inglesa, londinense, parisina y alemana, tanto de costumbres, aspiraciones, como también información de aquellos que mal vivían con unas asignaciones o sueldos míseros. Por otro lado, resultan muy interesantes los períodos de reflexión por los que pasa Philip, que lo llevan desde la alegría de compartir ideas y experiencias con gente de su edad de otras nacionalidades hasta confluir en una visión de absoluta futilidad de la existencia humana, en que nada tiene sentido, pues la vida no es más que un nacer, crecer, casarse, tener hijos y morir. Y para ese plan ya conocido e inapelable, no valen preocupaciones ni luchas. La vida se le presenta como una farsa absurda, en que generación tras generación sus componentes van repitiendo los pasos de los anteriores, sin ninguna novedad, creyendo en un libre albedrío ilusorio, que no  conduce más  que a lo de siempre. Felizmente, para el personaje y los lectores, encuentra una cuerda para salir del pozo. No es lo mejor, pero es suficiente. 

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