domingo, 28 de febrero de 2021

Horizontes...

   
   La palabra "horizonte" evoca amplitud, aventura, viaje, generalmente. Para una persona dada a una vida más activa que pasiva, es movimiento, tan necesario en estos tiempos de detención obligada. Cuando los horizontes son conocidos, total o parcialmente, la aventura ti
ene el gusto del recuerdo y del disfrute repetido. Si las experiencias anteriores han sido positivas, el horizonte espacio-temporal tiene todas las visas de ser lo más halagüeño posible. Es casi obvio que si uno elige un determinado viaje o aventura, lo hace para pasarlo bien, salvo que sea una obligación moral o de otro tipo o, por último, que uno sea masoquista.    
   De mi viaje de hace poco a la región de Ñuble, específicamente al lugar llamado Shangri-Lá, me surgió la tarea de leer prontamente la novela que dio origen al nombre del lugar, creación literaria y utópica de una comunidad paradisíaca existente en algún sector del Tíbet, al que llegaron contra su voluntad los protagonistas. Cabe señalar que esta novela fue publicada el año 1933 por el novelista James Hilton bajo el nombre de
Horizontes Perdidos. En ella, el diplomático británico Hugh Conway, junto a tres compañeros de viaje, es víctima del desvío del avión en que es evacuado de una inminente guerra civil, llegando hasta un lejano lugar en los Himalayas, frente a la montaña Blue Moon. Son conducidos a un monasterio de monjes tibetanos, encargados de la vida espiritual y cívica de la comunidad ubicada a los pies del recinto, donde la vida transcurre como detenida en el tiempo, sin acceso a la tecnología (salvo en lo elemental requerido para el bienestar y la salud), pero con un extraordinario sistema de producción autosustentable, que les permite no requerir el apoyo externo que, en todo caso, es improbable porque encontrar el camino hasta allá es sólo para quienes ya lo hayan experimentado.     
   Para Conway es el escenario perfecto en el que vivir el resto de su vida, que será más larga de lo esperado pues allí todos viven un tiempo indefinido mientras se mantienen, físicamente, en la madurez de la vida. Hay música, hay biblioteca, hay naturaleza, quietud, libertad de movimiento, tiempo para meditar, escribir y leer, sin las presiones de una pronta vejez. Además, ha sido elegido como conductor de la comunidad. Entonces, ¿qué lo hace abandonar el paraíso? ¿Regresará alguna vez o habrá regresado? 
   Leyendo esta novela vino a mi memoria otra, más actual, de 1953 y latinoamericana: Los pasos perdidos de Alejo Carpentier, un relato mágico  y maravilloso  de un encuentro único con la vida simple y  extraordinaria en un pequeño pueblo ubicado al interior de la selva venezolana, al que el personaje tuvo el privilegio de ingresar pero que abandonó  por un tiempo.  Al regresar, la maravillosa vida que esperaba continuar ya no era tal. La oportunidad  había  sido única y no lo supo ver.
    Así parece ser la vida, tal cual. Uno va aprendiendo a través de las experiencias, que no siempre las disfruta y las atesora como debiera ser, es decir, como ocasiones únicas cada vez, por todas las variables y condiciones en que se producen. Más adelante puedes reintentar reeditar situaciones y momentos únicos  y mágicos  y ya no es posible, pues la "vieja ya ha pasado" (😂). Ahora, ¿cómo  saber que ése es el momento de detenerte, de "agarrar" la felicidad por las mechas y retenerla al máximo o "para siempre"?  Lamentablemente no hay receta secreta ni estrategias estipuladas para saberlo. Es una mezcla de intuición y decisión (rara mezcla, claro está), es como jugar a la ruleta rusa o a quemar los navíos que me darían otra salida por si acaso esto resulta mal. La verdad es que hay que ser un poco loco o loca en el buen sentido de la palabra (dejaré  para una próxima vez esto de explicar cuando "ser loco" es bueno y cuando no).  
    Y a propósito  de "perdidos", ya sean horizontes o pasos, me gustaría, no, mejor dicho, les voy a hablar de otra novela, casi clásica, llamada Señor de las Moscas de William Golding, publicada en 1954, que tampoco había leído pero con la cual ya estoy al día. Imagino que más de una película  se habrá  hecho de ella, como de la anterior. Da para ello. Lo averiguaré... Sí,  hay al menos dos filmes basados en la novela y otros textos y series que manifiestan su influencia. Todo un éxito si es por las repercusiones alcanzadas.
    Bien. El argumento de esta novela nos lleva al término de la segunda guerra  mundial, 1945. Un grupo indeterminado de niños ingleses, desde 6 a 12 ó 13 años, son víctimas de un accidente aéreo, cayendo en una isla deshabitada, sólo sobreviviendo ellos y ningún adulto. Deben enfrentar, entonces, la tarea de sobrevivencia pues ignoran dónde están y cuándo podrán ser rescatados, si es que así sucede alguna vez. En una asamblea y votación democrática, es elegido Ralph como líder, aunque el que quería el cargo era Jack, quien debió resignarse a su pesar. Pronto comienzan a organizarse y a establecer prioridades: explorar la isla, buscar alimentación, usar un modo de comunicación (el sonido de una caracola), seguir turnos de habla en una asamblea, realizar una fogata y mantenerla en forma permanente a modo de petición de auxilio, además de construir refugios. Todo va funcionando sólo relativamente  bien, pues la perseverancia no es la característica de sus componentes, amén de que Jack siempre está planteando prioridades distintas, como la caza, por ejemplo. Por ello, los refugios quedan a medio construir,  la fogata se descuida y se apaga en el momento menos oportuno (va pasando un barco 🚢 cerca de la isla) y pierden la oportunidad de ser vistos y posiblemente rescatados. El ambiente se ha deteriorado y la tensión en la pequeña sociedad es evidente. Lo que sucede a continuación  es lo previsible cuando la ambición por el poder se transforma en una fuerza que consigue adherentes: la separación y el enfrentamiento irracional, con muertes incluidas. 
    ¿Qué  sucede con esos niños preadolescentes e infantes, ya traspasadas las normas del bien y del mal? ¿Recapacitan, reflexionan sobre sus acciones, las corrigen o simplemente continúan como verdaderos salvajes, dejándose llevar sólo por los instintos de sobrevivencia, sin ya esperanza de ser devueltos a su ambiente civilizado? 
 Todo está  en la novela, que resulta una interesante lección de comportamiento humano en una situación  de crisis.  
  En los últimos días, no he leído casi nada. Mis horizontes no se han perdido, pero sí ampliado. Salí  de mi región  y me vine al sur, por acá donde es posible establecer un personal Shangri-Lá y, acaso, perder los propios pasos, eso sí, sin ningún señor-mosca cercano (toco madera). Coñaripe y sus alrededores, el Volcán Villarrica y sus fumarolas mañaneras, los lagos Calafquén, Pellaifa y Panguipulli (en el último mencionado, sólo el lago, porque en la ciudad, las moscas siguen rondando), el Parque Nacional Villarrica con sus araucarias milenarias, los coigües centenarios y sus lagartijas verdeazuladas, dueñas y señoras de cientos de metros de bosque. Hermosas vistas en parte del Circuito de los Siete Lagos, pero con lunares negros en cada Mirador (la basura humana; no los seres propiamente dichos, sino sus desechos, tirados en cualquier parte del paraíso; con razón  nos expulsaron,  😂 😉 ). 

   Mientras estuve en él, siendo integrante del grupo familiar en movimiento,  me dediqué a conversar  -algo-, a colaborar en las tareas cotidianas de sobrevivencia (comida, limpieza) y a recolectar frutos silvestres (maqui y moras, el primero para deshidratar y transformarlo  en té,  las segundas,  para engullirlas) y semillas ídem (de eneldo, para infusiones). Me sentí  como mis antepasadas recolectoras  con la gran ventaja que no debía estar expuesta al ataque de ninguna bestia salvaje, salvo alguna "chaqueta amarilla" de vez en cuando. 

miércoles, 17 de febrero de 2021

¿Habrá salvación...?

 

   El cielo se ha introducido en mi alma o espíritu. El gris ha empezado a inundar el paraíso. Hasta los colores de las hojas y flores han perdido intensidad y, poco a poco, también la vida. De la esperanza quedan sólo unas briznas casi resecas. Por el momento, no se avizora mejoría. Puedo engañar mis sentidos y mi ánimo con alguna dulce o salada sustancia, con algún líquido espirituoso, con unos armónicos sonidos de piano, guitarra o cello, con el suave y grato aroma de unas varitas de incienso, pero el efecto de cada paliativo dura menos en cada ocasión. Todas mis elecciones (de series, filmes, documentales o de novelas) me conducen a ver con más claridad la condena de nuestra especie. Definitivamente, no hay salvación, para nadie. 

  Todos nuestros proyectos de recorrer y visitar diversas partes del mundo cercano o más lejano, presencial o virtualmente, son meros calmantes, son música en alta voz para acallar ese sonido en sordina que nos dice que hagamos lo que hagamos, disfrutemos lo que sea, no estamos yendo a ninguna parte, pues igualmente, conscientes o no de nuestra huida, nos alcanzará la verdad, más tarde o más temprano.

  Mientras bebo un sorbo de mi delicioso té turco de granada, comparo inconscientemente esta vida relajada, sin apuros económicos -por ahora- y sin carencias que llevo en la actualidad, con el día a día de Enis y Andera, o, para situar en la realidad el ejercicio intelectivo, con alguien en "situación de calle" o un habitante de las barriadas de la India. ¡Cuánta diferencia a mi favor! Y casi, ipso facto, saltando como puerco espín, surge la interrogante insidiosa: ¿Me la merezco? ¿De qué me estoy quejando? 

   Tuve la suerte de no nacer en un país con un altísimo porcentaje de población hundida en la pobreza, en la guerra, en la falta de medios de salud y de otros de diverso tipo. Debo, por tanto, tocar madera y disfrutar de lo que tengo, que, cabe puntualizar, nadie me regaló, pues me lo gané a pulso, una vez que mis padres me ofrecieron la oportunidad de estudiar y obtener una profesión, aclaro. Pero, después de todo lo trabajado y estudiado durante lo que duró mi vida laboral, creo que merecía un mejor estar en esta otra etapa. Pero, está bien. Tengo lo necesario.

    Sin embargo, hay millones de personas que no pueden decir lo mismo que yo. Con las mismas capacidades (las normales, ni más ni menos) les tocó en suerte -mala suerte-, un entorno absolutamente  depauperado en lo material, en lo social y/o en lo espiritual. Es cierto que el espíritu humano tiene la gran virtud de ser capaz de escapar de la fuerza de gravedad del entorno, de la atmósfera del medio (para hablar en términos astronómicos, de moda más allá de nuestras fronteras, porque acá resulta más relevante saber si Colo-Colo desciende a la segunda división del fútbol nacional), pero sólo en un número mínimo frente a la cantidad total. La fuerza de voluntad supera a la fuerza g en contadas ocasiones, lamentablemente. El resto, la mayoría, se queda pegado a la misma superficie en que nació, orbitando en torno a las costumbres de siempre, siendo parte del mismo cinturón de la pobreza. Lo admirable es que, al menos en la India, han logrado creer, si no en lo material, en lo espiritual, en la reencarnación y aceptan lo que les ha deparado su karma como una prueba más para alcanzar la perfección y tener la opción de reencarnar, en su siguiente vida, en una situación más ventajosa.    

   Viendo documentales del día a día en esa nación, recorriendo sus calles llenas de barro y basura, observando cómo se bañan, se asean y lavan la ropa en la misma agua infecta, rodeados de desechos de diverso origen, de humo de cremaciones de cuerpos de seres queridos o de otros, cocinando y alimentándose en la calle en medio de todos los elementos mencionados, me siento estupefacta. Mi sentido de la higiene y de la salud -además de mi estómago, agrego-, mi concepto de lo mínimo posible que considero para vivir en buen estado y feliz, no me permiten comprender que aquello sea una vida adecuada, que haya gente feliz, que existan personas que abandonan su vida familiar y opten por recoger animales y cuidarlos para ganar puntos para la otra vida, gente que prefiera vivir de la mendicidad y del espectáculo que ofrecen a los asombrados turistas. ¿Qué  valor espiritual tiene el hombre que, semidesnudo o desnudo, embadurnado de ceniza, con cabellera hirsuta y sin lavar por mucho tiempo, con largas uñas como verdaderas garras, permanece sentado, en exhibición, estirando la mano al paso de los turistas? 

   Hace unos días vi la película peruana Canción sin nombre, donde se repite la historia. Me refiero a la historia de la pobreza y del abuso de otros por efecto de la pobreza. Sentí la impotencia, el dolor y la rabia de esa joven madre, que, debido a su condición, fue la víctima ideal, no sólo de los desalmados que le quitaron su hijo recién nacido, sino de todo el sistema, que, en su negligencia, corrupción y discriminación, se transforma en cómplice de los peores delitos. ¿Y qué le queda a esa pobre madre, además del dolor de haber parido y escuchado el primer llanto de su pequeño hijo para luego tener sus brazos vacíos? Nada, sólo una canción de cuna que sirve de consuelo para su corazón inconsolable.

   ¿Escogió esa pareja de padres desafortunados la mala fortuna de haber nacido allí, en esas condiciones y con tan pocas oportunidades? No, una casualidad nefasta los llevó a abrir sus ojos al mundo en ese escenario geográfico, político, económico y social. ¿Tienen salvación? ¿Tendrán la posibilidad  de aspirar a una mejor vida, a tener otros hijos que puedan ascender algo en el pozo de la pobreza? Difícil pronóstico, a lo que se agrega la gran cantidad de seres en similares condiciones, que por ese mismo hecho hacen más  improbable el ascenso. Entonces, arrastrarán sus vidas, entre decepción  y conformismo, dando vueltas a la misma rueda, como un caballo atado a una noria. ¿Tienen salvación?    

  En la novela Dos mil noventa y seis de Ginés Sánchez, el paraje y la realidad son desoladores. El año 2056 (pronto ya) la Humanidad empieza a sufrir no sólo los efectos terribles de las epidemias sino también de la carencia de agua💧. Ciudades enteras son abandonadas, familias enteras diezmadas por las enfermedades, el hambre y la sed. Los pozos de agua son los puntos de destino de los que emigran al Norte, siempre hacia el norte, a través de escombros, desiertos, ciudades silentes y cauces de ríos que conservan sólo el recuerdo de sus cursos de agua pero que ahora son similares a los lechos marcianos. Parte de esa emigración humana en persecución de algún pozo de agua son Enis y Andera, la hermosa joven negra de ojos celestes, que les lleva a caer en la esclavitud de una "tribu" numerosa. Son años de sufrimiento, la vida avanza, pero logran escapar del círculo ciego de la lucha por el poder aunque no de la distópica realidad. Ya es el año 2116 y un hijo de ambos,  que no pudieron criar a su lado, continúa su viaje al Norte, en busca del agua deseada. El mundo sigue reseco, casi desolado y con pocas esperanzas de cambio.   

  Mientras estoy escribiendo, veo al Sol asomar entre las nubes. ¡Qué alivio! Se lleva el gris por el momento. Hay más luz y más temperatura, lo suficiente para darle un cariz positivo a lo que rodea. Leo a Carl Sagan en Un punto azul pálido y me contagia su optimismo, la capacidad de algunas personas como él de reinventarse, de perseverar más allá de todos los intentos y fracasos, de seguir adelante a pesar de los obstáculos económicos, tecnológicos y políticos. Gracias a ellos y a quienes creen en sus ideas y proyectos y los financian, la Humanidad tendrá la posibilidad de mirarse algo más que el ombligo, será capaz de avanzar en la búsqueda de  la salvación...o tal vez no...

sábado, 13 de febrero de 2021

Piedras y desiertos...

 

    Acostumbrados a los colores porque somos agua y luz, las piedras y el desierto nos parecen sinónimos de la nada, del vacío, de la no-vida. Para nuestra pequeña perspectiva humana citadina las piedras no tienen valor, salvo que su color sea dorado, plateado, verde o iridescente. La piedra común y corriente, de un poco atractivo color plomo o grisáceo, no merece los esfuerzos de nadie por sí misma, excepto que sea utilizada como material para abaratar costos de construcción. Esta "utilidad" no es sólo de nuestro tiempo, aunque con una gran diferencia en un pasado remoto, en que a su valor constructivo se unía indisolublemente su valor ritual, que permitía el contacto con los dioses y el camino hacia la muerte. En aquel tiempo, la piedra también era refugio y permanencia.    

  Ese sentido de valorar lo pétreo pareciera estar radicado casi exclusivamente en el estadio de la inocencia primigenia, no sólo entendida como etapa de la evolución de la especie humana sino también en el desarrollo vital de cada individuo. Cada acercamiento a una playa, cuando somos niños o tenemos alma de tales, nos transforma en ricos poseedores de pequeñas piedras mágicas, de distinto colorido y composición, que el tiempo y el crecimiento dejará olvidadas en algún rincón, del cual serán vueltas a la luz por la mirada de algún artista, geólogo o arqueólogo.  Sólo  la mirada de ellos les volverán a la vida, si cabe decirlo.     

   En la novela Los bisontes de Altamira del español Alberto Vásquez-Figueroa (prolífico  novelista contemporáneo  recién conocido) Ansoc, hace miles de años, crea y da vida a los seres que lo rodean. Las piedras y rocas le sirven de lienzos para sus creaciones cada vez más realistas y vívidas. Es un artista consumado, que, sin imaginarlo siquiera, fue protegido por sus dioses más allá de lo imaginable. Su obra, realizada hace unos 14 mil años a.C. fue descubierta en la segunda mitad del siglo XIX, estudiada, admirada y preservada. Son las muestras más extraordinarias de pintura rupestre que han llegado hasta nuestros días, con bisontes en movimiento, de impresionante colorido y calidad artística.   

  El argumento sitúa  a Ansoc como integrante de una de las tantas tribus, los ghámanas, que habitan la Península Ibérica, en este caso, en el sector cantábrico. Su vocación surge en la infancia, cuando con un trozo de carbón imita la forma de aves y animales en alguna roca. Su hermana es su gran admiradora. Ya adolescente no le basta con los trazos de cada figura, sino que va agregando colorido a sus creaciones. Es un entretenido relato, que nos conduce a una recreación de lo que pudiera haber sido la vida de ese gran artista de la Prehistoria... 

    El Desierto -piedra pulverizada- es la más amplia, calurosa, inhóspita y desoladora extensión de territorio donde nada vive ni sobrevive, donde el agua se vaporiza, las nubes se niegan a aparecer y el color verde es desconocido. Pensándolo bien, no es verdad que no haya vida. Hay desiertos en que sí la hay, dormida por años, pero la hay. Vida latente hasta determinado momento, como bella durmiente, no a la espera del beso principesco, sino esperando la caricia de la gota de agua de la camanchaca o calima, o de la nube fugaz y sin futuro al internarse en el café perpetuo... Vida en el Desierto de Atacama; vida en los desérticos parajes de Israel, Jordania y Egipto; vida en el Sáhara, donde cientos de tribus confirman lo imposible; vida en Arrakis y tal vez en Marte y en millones de planetas y sistemas solares de los trillones existentes en los universos y multiversos desconocidos.    

   De esos desiertos inhóspitos, de los que muchas tribus nómadas hicieron su hogar, nos habla la novela Tuareg del mismo autor español, un relato verdaderamente alucinante y agotador. Esto último no por su falta de gracia literaria, sino por las peripecias de su protagonista, un noble de la tribu de los Tuareg, los "hijos del viento o del desierto", que se ve, obligado por las circunstancias  y su milenaria tabla de valores y costumbres, a emprender el castigo por la ofensa de la que fue objeto su pueblo. Arriesga a su familia y a su propia vida por el sagrado valor del respeto a sus costumbres ancestrales, vulnerado por otros habitantes del país pero extranjeros a su idiosincrasia. 

  [Cuando escribo la palabra "tuareg" no puedo evitar reírme y avergonzarme de mi ignorancia. Conocía el vocablo, pero por mis visitas al supermercado, que me permitieron entrar en conocimiento de unas ricas galletas de coco, que en más de una ocasión las he consumido. Claro, había  observado las 🌴 🌴  de su envase pero no me había preocupado de averiguar nada más, como la típica y alienada consumidora contemporánea. Resulta incomprensible e imperdonable mi actitud (me confieso) considerando mi profesión. En fin, de todo hay en las viñas y palmerales del Señor...]. 

    Mientras avanzaba en la lectura de Tuareg no dejé de admirarme -y aterrarme- de las durísimas condiciones de vida de algunos grupos humanos, ya sea en este desierto calcinante o en otro, infinitamente helado, extremos que son una realidad en nuestro preciado planeta, "el único hogar que tenemos" (Carl Sagan). Desde mi cómoda habitación puedo acercarme a través de la palabra escrita a esas realidades inconmensurables, a esos humanos casi olvidados en el tráfago de la existencia humana de las ciudades. Por eso vaya mi admiración, una vez más, por aquellos dioses y magos capaces de crear y recrear mundos extraordinarios con los ingredientes básicos de la imaginación y del lenguaje. Gracias a ellos, he seguido viajando en libertad. 

jueves, 11 de febrero de 2021

¡Todos a Marte!...

    Marte pareciera estar de moda en estos días, como muchos lugares de nuestro hermoso y verdeazulado planeta invadidos por miles de turistas en época estival. Son varias las naciones que ya han enviado misiones al planeta rojo, cada cual más deseosa de obtener la máxima información acerca de lo que se teje por allá, en esas gélidas tierras (pardon, no corresponde hablar de "tierra" si se está en suelo marciano)... Ya surgirán los nuevos vocablos productos de la nueva realidad a la que se tendrá  acceso. 

   Me sorprendió informarme que han sido 56 las misiones enviadas al planeta vecino, de las cuales sólo han tenido éxito 26; en tanto, a los países y alianzas, ya en franca competencia, además de Estados Unidos y Rusia (ex URSS al inicio, década de 1960), se han ido agregando India, ESA (Agencia Espacial Europea), Japón, China y ahora, los Emiratos Árabes Unidos. Obviamente, América Central y Sur, además de África, estamos lejos de la carrera espacial. A la hora de que la Humanidad se vea en la necesidad de abandonar la Tierra, nosotros no tendremos cabida en los cohetes, salvo que hayamos comprado un pasaje en los vuelos espaciales comerciales.    

    Siempre me ha intrigado el Universo que nos rodea. Desde pequeña, como la mayoría de los niños, imagino, me preguntaba cómo era posible que la Luna y el Sol pudieran "sostenerse en el cielo" sin caerse sobre nosotros. Creo que mi relación con las estrellas, los astros y el planeta mismo no se inició de la mejor manera. Hubo mucho de asombro, miedo y hasta terror. El gran terremoto de 1960 fue quien inició la serie terrorífica, siguiendo un par de eclipses que no vivimos pero de los cuales supimos, más un cometa por el año 1965, que iba a pasar "cerca" de la Tierra y sobre el cual, los niños de entonces que éramos, elaboramos muchas teorías, cada cual más catastrófica, que cobraban vida en más de una pesadilla infantil. En aquella época, además de las radioemisoras para informarnos, sólo teníamos algún semanario que llegaba a nuestra casa (Revista VEA, bastante sensacionalista) y las respuestas de nuestros padres a nuestras inquietudes. Por lo tanto, había un espacio inmenso para cualquier imaginación infantil desbordada. Si a ello agregamos, como guinda del pastel, que en alguna ocasión observamos a la Luna de un intenso color rojo, no veíamos con mucho optimismo nuestro futuro.
  Una vez que como familia nos acercamos a la civilización (😂) y crecimos un poco (yo menos que los demás), tuvimos más fuentes de información para calmar nuestros temores, además de que los intereses y necesidades de la pubertad y adolescencia se orientaron hacia otras temáticas. Nos centramos más en las pequeñeces de la vida cotidiana, familiar y escolar, dejando de lado por unos años la preocupación por lo extraterrestre, que, en mi caso, resurgió con las lecturas adolescentes, en que las novelas de ciencia ficción eran parte importante de mis preferencias.  
    Ya adulta, con el acceso a la tv, al cine y a otros medios tecnológicos, el gusto por lo estelar y lo futurista resurgió de las cenizas y ocupó parte de mi tiempo libre, que, en la actualidad, al ser dueña absoluta de todas mis horas, matizo con lecturas y documentales. Es tanto el tiempo que hemos pasado confinados en estos últimos doce meses que, ya sea por cansancio de las casi monotemáticas noticias nacionales e internacionales o por curiosidad intrínseca, hemos ampliado nuestra perspectiva, en mi caso, más allá de la atmósfera terrestre, lo que, agregado al acceso que nos permite internet, aumenta nuestras posibilidades de informarnos y aprender cada vez más del Universo y de sus componentes, de nuestro sistema solar, de los diferentes y numerosos proyectos humanos para incursionar en el espacio cercano y más lejano.

 Así he podido actualizar mis conocimientos en relación a Marte que, a la fecha, salvo por sedimentos, gases y mucho hielo que pudieran ser indicativos de vida, no califica precisamente como destino  turístico  cercano. Se estima que en la década del 2030 pudiera ya estar el ser humano en dominios marcianos, siempre que el ritmo y los aciertos continúen. Lo bueno de este planeta es su "cercanía" relativa, a lo que yo, personalmente, agrego su baja fuerza de gravedad (poco más de un tercio de la Tierra, lo que implicaría que mi peso sería menos de la mitad de acá, nada mal para serles sincera, 😁) y la duración del año (687 días terrestres; sacando cuentas, allá tendría solamente 35 años sin ninguna necesidad de sumergirme en la fuente de la juventud ni de recurrir a la cirugía plástica)

  Buscando más antecedentes, me encontré con la información de los experimentos chinos en el área del cultivo de algunos productos en suelo lunar, lo que marca todo un precedente. No me extrañaría que pronto haya granjas chinas bajo plástico en nuestro satélite, una vez que los asiáticos compren los mejores sectores para la agricultura. Con unos cuantos virus más que lancen al mercado terrestre occidental, se hacen con el poder mundial, mientras nosotros observamos sin poder hacer nada de este rincón de nuestro mundo conocido. También me enteré que están cada vez más abocados a la tarea de manipular  el clima en su territorio para su beneficio (me sigo refieriendo a los chinos). En fin, el que puede puede...Con aquellos adelantos y varios otros, podrían trasladarse perfectamente a la Luna y a Marte, luego de haberlos hecho habitables. 

    Sólo para ver lo que sucederá a futuro me gustaría reencarnarme, vivir hasta los 150 años ó criopreservarme. ¡Sería maravilloso ver la Tierra desde el espacio, visitar otro planeta o astro y luego volver a casa. Pienso que, a futuro, van a colonizar la Luna y Marte. Con los demás planetas de nuestro sistema hay muy pocas probabilidades de supervivencia, por los gases, las tormentas, los volcanes, las bajas temperaturas. Los más cercanos y semejantes son los mencionados. Claro, siempre que no llegue, en el intertanto, una especie extraterrestre y nos extermine. Ojalá se demoren un poco más, para poder sentirnos, aunque sea por poco tiempo, los pequeños dioses del universo.  

martes, 9 de febrero de 2021

Dependencia...

 

   Cuando alguien asegura ser lo menos prejuiciosa/o que hay, me permito inmediatamente dudarlo. Es muy difícil no serlo, y la mayoría de las veces es casi imposible escapar de los prejuicios. No digo que no es necesario y hasta conveniente, desde varios puntos de vista, saber a qué atenerse frente a una persona que se va a conocer, ante un ambiente laboral o social del que uno va a pasar a formar parte, o en relación a las costumbres de un lugar, grande o pequeño, en que nos vamos a internar. Es conveniente, es clave, es recomendable, pero también implica restar objetividad a la primera mirada. Supone disminuir la capacidad de asombro y sorpresa y todo lo que ello conlleva al ver a alguien o algo por primera vez. La verdad, no sé qué será mejor. Todo dependerá del objetivo que uno tenga. Si lo que se requiere de ti es una reacción rápida, segura y sin errores, lo mejor es estar convenientemente informado de antemano, como sucede en el caso de un trabajo o una investigación. Pero si estás de vacaciones y puedes permitirte un acercamiento más moroso y basado en tus propias percepciones y experiencias, no  cabe duda que lo mejor es desconocer, ojalá todo acerca del sujeto u objeto de interés.    

   Prejuiciosamente me aboqué a la tarea de iniciar la lectura de la novela Servidumbre Humana de W.S.Maugham, escritor británico nacido en el siglo XIX. No había leído ningún comentario de la obra para evitar prejuicios (tampoco recordaba alguno que hubieran hecho mis profesores universitarios). Su nombre había surgido hacía poco del comentario de una amiga con respecto a otro texto leído, Las uvas de la ira, de manera que, por ello y por su título, pensé que su tema estaba relacionado con la esclavitud del hombre por el hombre. Sin embargo, no era así.    

    No puedo dejar de mencionar que la obra, publicada en 1915 (¡ya hace más de 100 años!), me sorprendió.  No es fácil de leer, aunque más por lo introspectiva y poco dinámica, que por lo compleja. Philip, su protagonista, me recordó a Werther de Goethe y a los personajes de Alberto Moravia. Sufre un intenso sentimiento de apocamiento, de soledad obligada, falto de alegría, con una angustia permanente, profundamente sensible, creyéndose siempre en desventaja frente a los demás, producto de un defecto de nacimiento (pie equino), que lo hacía sentirse completamente menoscabado. Si a ello le agregamos, para mayor abundamiento, su condición de huérfano de ambos padres a partir de los nueve años, amén de huérfano del cariño de los familiares que lo acogieron y víctima de bulling escolar por su discapacidad,  el panorama no resulta muy halagüeño. 

   Mientras sus tíos quieren imponerle una carrera eclesiástica, él, sin saber a ciencia cierta lo que realmente desea, logra visualizar a tiempo que no es ése su camino, oponiéndose a lo que se espera de su persona. Consigue viajar a Alemania y a Francia, residiendo en ambos países por un período. Su perspectiva se amplía, su vida social también. Entra en contacto con el mundo de la cultura y de la bohemia. En París, incursiona en la pintura hasta que asume que no pasará  de ser sólo  uno de los tantos pintores mediocres que pululan y apenas sobreviven en la capital del arte. Regresa y decide estudiar Medicina, la misma profesión que tuvo su padre. Serán cinco años de estudio, ya no es tan joven y sus medios son escasos. Siente que ha perdido inoficiosamente varios años de su vida y se esmera en recuperar el tiempo perdido. En el intertanto conoce a Mildred, una camarera, de la que se enamora más adelante, perdidamente, hasta tal punto, que le permite el engaño con tal de no perderla. Y es aquí donde aparece, el tema de la "servidumbre". Me explico. 

  Considero al engaño amoroso como un golpe terrible a la autoestima de una persona, aunque no esté tan enamorado/a. Si el amor no es tanto, el amor propio no deja de acusar el golpe, mientras que si la persona engañada está enamorada, además del amor propio herido, se traiciona la confianza y ésta no vuelve a recuperarse. Esto es lo que sucede normalmente. Y los engañados siguen con sus vidas adelante, unos mejor que otros, sanando gracias a la aparición de una persona distinta o viviendo con la desconfianza a cuestas. Sin embargo, también los hay, y no son pocos, que perdonan cualquier cosa con tal de tener al sujeto de su pasión cerca, transformando el amor en dependencia, subordinación ...y servidumbre al otro y/o a sus propias pasiones. Es penoso y denigrante desde el punto de vista humano, pero existe y lo tremendo es que en más de una ocasión también lo hemos experimentado. Anularse en favor del otro, sabiendo o intuyendo que no es una relación sana, pero sin la cual no puedes vivir, no puedes pensar en otra cosa, no puedes trabajar tranquilo, no puedes concentrarte en nada. Y de pronto te encuentras con que todo está en manos de la otra persona y te mueves como si fueras un animalito amaestrado,  al son de su voz, en espera de la recompensa y dispuesto a hipotecar tu futuro y tu vida por el otro. 

   ¿Sigue Philip dependiente de Mildred, que sale y entra en su vida, que lo utiliza y lo desecha cuando le conviene? Esa respuesta la dejo en suspenso. Si te atreves a enfrentar el desafío  de su lectura sabrás el desenlace.

   Motivada por la historia, quise ver su puesta en escena. Mejor no lo hubiera hecho. Sucede que se llevó a la pantalla grande en tres ocasiones: 1934, 1946 y 1964. Vi parte de la primera versión. ¡Me pareció pésima, no sé si porque no estoy preparada para adaptarme a una industria cinematográfica de hace 86 años o por la mala actuación de los protagonistas! Seguramente fueron ambas cosas. Vi el tráiler de 1964 (sin traducción) y tampoco me convenció. La inexistencia del color, la moda en la vestimenta y en el corte de cabello no permiten valorar objetivamente. Definitivamente, no fue una buena idea. 

  Hay pasajes muy sugestivos en este extenso relato (de 950 páginas). Todo lo referido al mundo intelectual y artístico de la época, en que se describe y compara a muchos, se ensalza a algunos, se denosta a otros, es muy indicativo de los gustos de los jóvenes y adultos de la clase social alta o de quienes aspiraban a pertenecer a aquélla. Hay toda una "pintura" de la vida provinciana inglesa, londinense, parisina y alemana, tanto de costumbres, aspiraciones, como también información de aquellos que mal vivían con unas asignaciones o sueldos míseros. Por otro lado, resultan muy interesantes los períodos de reflexión por los que pasa Philip, que lo llevan desde la alegría de compartir ideas y experiencias con gente de su edad de otras nacionalidades hasta confluir en una visión de absoluta futilidad de la existencia humana, en que nada tiene sentido, pues la vida no es más que un nacer, crecer, casarse, tener hijos y morir. Y para ese plan ya conocido e inapelable, no valen preocupaciones ni luchas. La vida se le presenta como una farsa absurda, en que generación tras generación sus componentes van repitiendo los pasos de los anteriores, sin ninguna novedad, creyendo en un libre albedrío ilusorio, que no  conduce más  que a lo de siempre. Felizmente, para el personaje y los lectores, encuentra una cuerda para salir del pozo. No es lo mejor, pero es suficiente. 

miércoles, 3 de febrero de 2021

Luces y sombras...


   

Hace algo más de una semana, en un local chino del pueblo de Pinto (región  de Ñuble), compré unos calcetines de verano principalmente por el diseño más  que por necesidad. No voy a decir que no los voy a ocupar nunca o que tengo una exagerada colección  de estos adminículos y por lo tanto no van a cumplir su cometido vital. No es así, pero, sin duda, mi persona  podía  haber sobrevivido sin ellos. ¿Qué tenía  de especial el diseño?

  Eran en blanco y negro y esa combinación me fascina. Además, me trajo a la memoria a Beetlejuice, un personaje animado que le encantaba a la pequeña Mirella  por los años 90. Esto último pesó más en la balanza. Ahora veo las prendas y mentalmente no dejo de pronunciar tres veces, ¡Beetlejuice!, ¡Beetlejuice!, ¡Beetlejuice!,  el "abracadabra" del personaje fantasmal. 
   

   Años después supe que una de las estrellas componentes de la Constelación de Orión, supergigante y  brillantísima, recibía un nombre parecido: Betelgeuse, de un color rojo espectacular, cuyas dimensiones dejan a "nuestro" Sol a un nivel casi ínfimo (es 1500 veces más  grande). Y, a propósito de estrellas y constelaciones, finalmente debí desistir de dormir bajo la magia de la Vía Láctea. Mi proyecto de pintarla en el cielo raso de mi habitación o, por último, a instalar un autoadhesivo gigante en el lugar, ha tenido que pasar definitivamente al archivo. Sucede que el pintor 🎨que ya había contactado para el trabajo desapareció, no sé si en un agujero gusano o abducido por la fuerza g de alguna supernova.  Nunca más supe de él y eso que ya le había dado el visto bueno a su trabajo. En tanto, ayer averigüé que la idea de un autoadhesivo es poco confiable, pues la fuerza de gravedad es una contendora temible, según el técnico instalador. En fin, tendré que conformarme con un telescopio (😅). 

  Volviendo al inicio, ignoro las razones que me llevan a preferir aquella combinación tan básica y tan opuesta a la vez. La tengo en numerosas prendas de ropa, siempre con más negro que blanco por un tema de ventaja estética. No es que no me guste el colorido. Tuve -aún tengo- ropa de distintas tonalidades (incluidos zapatos) y logré trasmitir aquello en mi hija. Pero me he ido decantando por este maridaje en los últimos tiempos, no por una razón emocional, sino por gusto, comodidad y conveniencia. Esta tendencia es probable que también tenga que ver con mi postura vital, que me ha llevado a preferir lo básico y fundamental en mi vida diaria: la búsqueda de la tranquilidad, el goce de la soledad y la sobriedad, un estado de felicidad como aspiración permanente, sólo en compañía adecuada y seleccionada, con gustos claros y precisos. Si tuviéramos que ponerle un color simbólico a todo aquello, creo que correspondería a lo blanco y lo negro, eliminando cualquier connotación negativa en el caso de este último. Sé que el negro es ausencia de luz esencialmente, pero es una falta de luz que cobra su verdadero sentido cuando, en oposición, el blanco se luce en todo su esplendor. 

   Esa misma dualidad de luz y oscuridad se observa en los personajes con los que he "compartido" en estos días. Lennie, un deficiente mental, a la vez brutal y tierno, en la novela De ratones y hombres de John Steinbeck, que recorre zonas rurales de Estados Unidos, en tiempos de la Gran Depresión, en busca de trabajo, junto a George, que cuida de él, aunque a veces se cansa de su "carga". Ellos son los desheredados y marginados resultantes de la crisis económica, que luchan por sobrevivir sobre la base de la fuerza de sus brazos, pero no por ello dejan de soñar con un mundo mejor, que les permita ir soportando el día a día. El sueño, no obstante, choca con la verdadera naturaleza contrapuesta de Lennie que, a pesar de sus buenas intenciones, no sabe medir su fuerza física y desata su propia desgracia.  

   También esa luz y oscuridad se encuentra en el tesoro encontrado por Kino en el fondo del mar, la Perla del mundo, que representa la solución a la vida de miserias y pobrezas de su familia y que, sin embargo, se transforma en una verdadera maldición de la cual debe deshacerse. Justo en el momento en que más necesitaba velar por la vida de su pequeño hijo, mordido por un escorpión, encuentra la perla más grande de todas, hecho que sin embargo, una vez conocido por los demás, desata la envidia y la ambición de mucha gente, que finalmente, le cuesta igualmente la vida de su pequeño hijo y la destrucción  de sus sueños. Todo esto  en la novela La perla del mismo novelista anterior (gracias, Gabriela, por la recomendación). 

   Bella y oscura de Rosa Montero es otro texto leído hace poco, que contiene similares matices, ya a partir del título mismo. Es el recuerdo de la  infancia de la protagonista, en tiempos en que se fue a vivir con sus extraños familiares, en medio de un ambiente sórdido y de maltrato, donde la magia y la alegría  la aportaba Arelai, una enana, artista circense, que le contaba historias extraordinarias, plenas de esperanza, las que junto a la espera de su padre, hicieron de su vida en aquel lugar un mundo mágico.  

    Por último, menciono La Trilogía de Nueva York de Paul Auster. De este volumen de tres historias, sólo leí dos,  "La ciudad de cristal" y "El fantasma", en las cuales dos detectives privados son protagonistas de unas historias muy surrealistas y enajenantes. Sus personajes, Daniel Quinn y Azul, no logran dilucidar entre la realidad y la ficción, perdiéndose en sus difuminados límites, en mundos sin sentido, en que nada se puede dar por descontado y, a la vez, todo es incertidumbre. Relatos extraños y alucinantes, que parecieran avanzar en su trama, pero que no conducen a ninguna parte. Si eso es Nueva York,  prefiero continuar donde estoy (😂).

  Ahora, me asiento  en mi mundo de luz y oscuridad positiva -mayormente-. Ya comencé a leer Servidumbre Humana, en mi objetivo de ir poniéndome al día con algunas novelas que han marcado huella (gracias, Marylyn, por mencionarla). Estamos en contacto. Hasta pronto.