Algo más lenta que de costumbre he estado en mi trabajo primordial de lectura. La demora no tiene que ver con un menor agrado de lo leído. No, para nada. Al contrario, ha sido una lectura muy interesante, provocadora, que me ha inducido a analizar y comentar ciertos aspectos de ella. En realidad, el mayor tiempo ocupado ha tenido que ver con que en estos días no estoy en mi palacio, sino en otro ubicado en la localidad de Curepto.
En este pueblo casi detenido en el tiempo, mis actividades dicen mucho con compartir con otros seres humanos, lo que me deja menos tiempo para la lectura. Esto no significa que sea negativo. Es otra realidad, es otro el sistema de vida, porque sus ocupantes están también en otra etapa de sus existencias. Es muy enriquecedor también.
Volvamos a la lectura.
De Javier Sierra, español contemporáneo, había leído una novela premiada hace un par de años ("El fuego invisible"), la que me resultó interesante pero no tan fácil de leer. Hace un par de semanas, descargué dos más de sus obras, leídas en estos días, una de ellas texto literario, la otra, libro de investigación. Los leí completos y resultaron muy esclarecedores, independiente de que las respuestas no sean definitivas. Tienen la virtud, ambas obras, de dejar más interrogantes que respuestas.
En busca de la Edad de Oro nos lleva a distintas partes del mundo, siguiendo al autor en su periplo investigativo. Él parte de la hipótesis de que en tiempos remotos, de los que apenas manejamos alguna información y menos tenemos memoria, hubo una civilización humana, divina o extraterrestre muy avanzada, con conocimientos de astronomía, de cálculo y de arquitectura extraordinarios, que traspasó su saber a civilizaciones posteriores, de las cuales algo conocemos, aunque sigue habiendo en relación a ellas numerosos aspectos oscuros y misteriosos y pocas certezas. En esta búsqueda de probar sus hipótesis, el autor, junto a otros investigadores, nos lleva a revisar una serie de "coincidencias" o "casualidades" existentes entre civilizaciones que no han tenido ningún punto de contacto geográfico, temporal ni espacial posibles, y sin embargo evidencian una "coincidencia" en el manejo de información similar y absolutamente avanzada y científica en la construcción y disposición de edificios civiles y religiosos. Esto no sólo se ve en las Pirámides de Giza, sino en distintos templos egipcios, así como en las Pirámides mayas y aztecas, en las construcciones de los Tiahuanaco (en Bolivia), en fortalezas incas, en las Pirámides escalonadas existentes en Tenerife (España) y en diferentes monumentos megalíticos diseminados en varias partes del mundo. En todas estas obras humanas sorprende la exactitud del saber astronómico demostrado en su disposición constructiva, en que los solsticios y los equinoccios son condiciones claves y fundamentales y parecieran contar casi con un poder "mágico", sobre las que se orientan estas construcciones. Resulta también no menos sorprendente comprobar que las Pirámides de Giza, por ejemplo, responden a la misma ubicación en latitudes y grados que tienen los astros que conforman el Cinturón de Orión, como si fueran un reflejo de lo que existe en el cielo.
Otros elementos que se utilizan en el apoyo de la existencia de una época dorada de una civilización perdida y muy avanzada, son otros fenómenos "misteriosos", como es el caso de las llamadas Líneas de Nazca en Perú, que, además del trazo de líneas de gran longitud aparecen "dibujadas" unas figuras gigantescas como un colibrí, un mono , una grulla y otros seres "humanoides". De estos últimos también hay una muestra en el Cerro Unitas ubicado en el Desierto de Atacama (cerca de Huara). La particularidad de estas líneas y figuras es que sólo pueden ser vistas y apreciadas desde el aire, a determinada altura.
En fin, hay otra serie de "curiosos" ejemplos ofrecidos por el autor como evidencias de situaciones inexplicables, de las que numerosas alusiones en la Biblia, crónicas de Indias y leyendas antiguas de diversas culturas nos dan noticia y las explican.
En La cena secreta, Agustín Leyre, un sacerdote dominico, en su calidad de inquisidor, es enviado a Milán a observar la pintura La última cena de Da Vinci, a la cual éste está dando sus últimos toques. Han llegado a la sede del organismo que vela por la pureza de la Iglesia Católica comentarios y cartas anónimas reclamando por algunos "anomalías" y "detalles" poco ortodoxos de la gran obra, que preocupan a los puros, por la posibilidad de que estén resurgiendo los Cátaros, a pesar de haberlos destruido hace un par de siglos. Se teme que a través de las obras pictóricas se estén entregando mensajes cifrados a los seguidores de esta otra línea religiosa. Su investigación canónica realiza un estudio minucioso de cada uno de los elementos y personajes que aparecen en la famosa pintura, con sus gestos y expresiones, lo que redunda en una verdadera clase de composición, colorido y expresión para los lectores de la novela.
Un autor que vale la pena leer, quien es considerado el español más leído en EEUU en la actualidad. No es que el gusto lector de nuestros amigos del norte sea un dechado de superioridad y buen gusto, pero es un referente interesante.
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