¿Qué hacer si te ves en la situación de que destruyen el lugar donde vivías porque ya no le conviene al propietario que sigas allí con tu familia? ¿Y si eso mismo que te ha sucedido le sucede a miles de familias campesinas? Terrible situación, muy real, tanto en el pasado como en la actualidad.
En la novela de John Steinbeck (escritor estadounidense, 1902-1968, Premio Nobel de Literatura en 1962) , Las uvas de la ira (publicada en 1939), se relata lo que le sucedió a la familia Joad y a miles como ellos, pequeños arrendatarios y dueños de parcelas de Oklahoma y otros lugares de Estados Unidos (el país de las oportunidades y del sueño americano) al perder sus tierras durante la Gran Depresión de 1929 y ser expulsados de ellas por grandes terratenientes o corporaciones financieras, que prefirieron utilizarlas de forma más lucrativa. Con los mínimos enseres debieron emprender un viaje hasta California (a 1500 kms.) en un vehículo casi en calidad de chatarra, que pudieron comprar luego de mal vender casi todas sus pertenencias. Fue una odisea casi épica, en la que debieron enfrentar una y otra dificultad, alimentándose al mínimo o definitivamente pasando hambre, debiendo asumir la muerte de un componente de la familia durante el trayecto y de otro al llegar (los abuelos), cruzando un desierto calcinante, para continuar en una situación de miseria casi interminable.
El paraíso de oportunidades ofrecido en unos volantes no era tal, sólo una estrategia publicitaria para obtener obra de mano al mínimo costo, de gente desesperada por alimentar con algo a sus hijos, viviendo en chabolas insalubres, yendo por miles a postular por unos cuantos cupos de trabajos temporales de recolección, perdido todo derecho a un salario algo más justo y unas condiciones de vida más humanas. Aquello fue el caldo de cultivo para que la ira se fuera acumulando, mientras veían morir sus esperanzas y a sus seres queridos. Fueron miles de familias de desplazados en su propio país, inmigrantes para sus compatriotas, a quienes ni las condiciones climáticas les fueron compasivas.
Hacía algún tiempo que no leía una novela que me impactara tanto. El autor logra que lectores como yo vayan percibiendo la desazón, la desesperanza, el desarraigo, la impotencia, la rabia que va inundando a los personajes frente a la injusticias de la vida, ante la indiferencia de las entidades financieras y de los grandes terratenientes, en torno a la prepotencia policíaca en contubernio y al servicio de los poderosos. Aquellos inmigrantes en su propia nación no pueden comprender ni aceptar el odio de los californianos, que los consideran una lacra a la que hay que expulsar y exterminar si es necesario.
Cuando uno se adentra en historias como éstas, resultado de una catástrofe económica, política, bélica, racial, religiosa o de otro tipo, siempre suele ver similar panorama: una minoría que se salva de la situación sin inconvenientes, mientras una mayoría (según la razón) sufre las consecuencias, de la cual un considerable porcentaje es inocente, lo que no le protege, empero, de la hecatombe. Y como no todos son corderos mansos ni están dispuestos a trocar su dignidad, orgullo y libertad por un pedazo de pan duro, van surgiendo los líderes, quienes visualizan más allá de su propio interés personal y son capaces de entregarse a su misión comunitaria.
Oí hablar de esta novela mientras era estudiante universitaria. Más de un profesor de nuestra carrera la mencionó, pero nunca la leí. Casi era imposible compatibilizar el tiempo para las lecturas teóricas y literarias de cada cátedra, además de preparar las pruebas y elaborar trabajos. Recuerdo un semestre en que todas mis asignaturas (siete en total) eran de carácter literario, por lo que en todas debía leer las obras de autores (universales, españoles, latinoamericanos) de diferentes géneros (narrativo, dramático o poético). Sobreviví a ello, pero casi sin vida personal, menos sentimental. Luego vino la docencia, con lecturas básicas habituales y conocidas, pero más de algún texto no leído con el que había que ponerse al día, mientras las pruebas por corregir seguían acumulándose. No pasaron muchos años, cuando inicié el perfeccionamiento continuo, consustancial a la profesión docente, que no acabó sino hasta poco antes de colgar los hábitos (😌😌). Eso no significa que no leí en el intertanto y en las vacaciones. Mucho, pero de preferencia literatura contemporánea. Las uvas de la ira quedó al final de la lista como muchos otros libros "antiguos".
¿Cómo llegué a él en estos días? Fue la realidad mundial la que me llevó hasta la novela, me la impuso como una tarea. Ver los efectos de la ira haciéndose presentes en tantas calles de numerosas naciones, que, casi como en un efecto dominó, sigue expandiéndose en el mundo. Hace unos años, aparecieron "los indignados" en España. Le siguieron, hace un par de años, "los chaquetas amarillas" en Francia, casi logrando ecos en varios países latinoamericanos, como Bolivia, Perú, Chile, Brasil, Venezuela, México, etc. En estos días, Países Bajos y Rusia son el escenario de las movilizaciones, mientras ya se calmaron, al parecer, las protestas en Estados Unidos, sin mencionar países de Oriente y África, de los que tenemos menos información. En tanto, a la ira y a la violencia, se agregan los interminables éxodos del hambre y de la guerra de miles de inmigrantes llegando a países europeos. En nuestra nación, la frontera norte se ha hecho absolutamente permeable a la inmigración ilegal de venezolanos, colombianos, peruanos y bolivianos, que en estos días se están constituyendo en un problema humanitario, sanitario, político y económico. No es difícil captar a familias enteras caminando bajo el ardiente sol nortino buscando una mejor vida para sus hijos.
"Mis" uvas 🍇 de la ira tienden a fermentar con mayor prontitud en la actualidad en algunas ocasiones. No crean, también he aprendido en estos años (¡cómo no!) a mantenerlas en estado de semicongelamiento. El qué dirán y el cuidado del trabajo fueron mis mayores frenos en el pasado, los que ahora ya no tienen vigencia. ¿Qué mantiene a raya mi ira en determinadas circunstancias? Cuando tengo la absoluta certeza que es la suerte, el destino o la vida la culpable, asumo y acepto. ¡Imposible luchar contra fuerzas tan superiores! Pero cuando el sistema me ofrece la posibilidad de levantar la voz, manifestar mi disconformidad, estampar un reclamo o una denuncia (como ahora tengo más tiempo) lo hago. Y si la injusticia o el mal servicio es producto de la falla humana de un funcionario o prestador de servicios, estampo el reclamo o hago la denuncia con lujo de detalles. Nada de "pobrecito/a". Estamos tan acostumbrados a aceptar que la gente haga su trabajo a medias y nos atiendan, en diversas partes, de mala manera, que cuando uno recibe una respuesta amable y una sonrisa, se le alegra el día y lo agradece. Hemos acabado normalizando la mala atención.
No obstante, no se trata sólo de tener puesta la mirada en la astilla del ojo ajeno y no ver la viga en el propio; no. Lamento a veces no haber sido más amable o haber mostrado un mejor semblante (claro que ahora con mascarilla ni se nota nuestra cara: mejor para mí, 😂). Me arrepiento de haber usado un tono poco adecuado en alguna oportunidad. No más que eso. Pero no llego a la violencia, ni al ataque, menos amparada por el grupo, como ha sucedido en muchos casos en los últimos tiempos.
De esta novela (bastante controvertida en su época, pero también premiada) se realizó una versión fílmica, en el año 1940, protagonizada por Henry Fonda. Tuve acceso al tráiler en español en youtube. También es posible encontrar la película completa, pero sin traducción. Vi algunas escenas, bastantes fieles al texto. Obviamente, me quedo con la magia de las palabras escritas. Son irreemplazables. Hasta pronto.