La verdad os hará libres tiene por título una novela leída en estos días, la ópera prima del escritor catalán Blas Ruiz Grau. El texto me recordó a los thrillers de Dan Brown, sólo que en esta ocasión, los hechos ocurren en tierra española. De acción rápida e interesante, tocando un tema que por muchos años y siglos ha estado cubierto de un manto de misterio: la Orden de los Templarios. Y claro, como en España hay vestigios de esta orden guerrera y a la vez religiosa, el terreno es fértil para el "cultivo" de tramas de este tipo.
Aparte de la tremenda verdad que pretende "desvelar" esta historia (nada menos que..., no, mejor dejo a los interesados que la descubran), tan "tremenda" que significaría un cisma religioso y la certeza de la mayor puesta en escena en más de dos mil años de existencia, no me queda claro si una "verdad" como ésa pueda hacernos libres. A mí, claro que no, aunque no me dejaría indiferente; condenaría al Infierno más calcinante a los ideólogos de la "broma", aun sin creer en infiernos y demases. ¡Es que no tendrían perdón de nadie, ni siquiera de Dios!
No es fácil, a veces, elegir entre la verdad y la mentira. No para mí, aunque signifique echar abajo todo un castillo con las posesiones adyacentes. A pesar de que el sufrimiento y la decepción me impongan la desconfianza como única vara para medir los afectos y las relaciones de allí en adelante, preferiría la verdad, privilegiaría vivir en Sión en lugar de la Matrix, independiente de las "ventajas" de esta última. Pero, no estoy segura si yo estaría dispuesta a provocar dolor en un ser querido al quitar el velo del engaño al que ese ser ha sido sometido. Esto lo sé porque ya lo he practicado, no con una verdad propia sino con una ajena pero cercana.
¿Me puede hacer libre una verdad? Tal vez, porque elimino los hilos o la trama del engaño; porque desde esa verdad puedo construir sobre cimientos reales; o, porque, en último término, yo decido qué hacer con esa verdad, si la acepto o rechazo. Tal vez. Lean la novela, tiene su punto interesante, además de un suspenso bien logrado.
Otra verdad: ésta existe independiente uno la conozca o no, uno la acepte o no. En nuestro mundo occidental estamos lejos físicamente de realidades bastante diferentes a las que nos rodean. Eso no quita que desaparezcan. Hay guerra, hay hambruna, hay enfermedades, hay pobreza extrema; en fin, hay flagelos sociales que ya creemos superados. Sin embargo no es así. En la actualidad estamos más conscientes de aquello, pero no más sensibles. De pronto me impresiona la gente que se desvive por el bienestar de los animales (discúlpenme los amantes de ellos y los mismos), gente que sufre y que lucha por ellos (me refiero a activistas de distintas causas) y en cambio no es tan sensible al maltrato y asesinato masivos de seres humanos. Claro, estamos muy lejos, vemos aquello, no lo vivimos, no nos impacta como para hacernos actuar (me incluyo).
En India (como en otros países de Asia y África) existe la esclavitud infantil, pequeños que son mano de obra esclava para la elaboración de productos que salen al mercado occidental a precios altamente competitivos. Niños que son comprados a sus padres por unos cuantos dólares u otra moneda para transformarse en obreros, literalmente a pan y agua. ¡Cuántos otros no serán comprados para tareas tanto o más reprobables que aquéllas! Y las leyes, el sistema -la Matrix- permite todo aquel horror. En La música del viento, Jordi Sierra nos habla de aquello. De un niño, Iqbal, que escondía notas de petición de socorro en los bordes de las alfombras vendidas a turistas en una fábrica de la India, y que remecieron a sus descubridores y movilizan al protagonista a ir hasta allá a rescatarlo. Bonita y triste historia.
En Llamando a las puertas del cielo, del mismo autor catalán, Silvia, una bella y adinerada joven estudiante de medicina, viaja en sus vacaciones de verano en calidad de Cooperante, a un Hospital Rural cercano a Bombay, que funciona bajo el auspicio de una ONG. El contacto con la pobreza, la indefensión, la precaria salud y la muerte la hacen madurar en un par de meses y la llevan a tomar decisiones trascendentales para su futuro. Hay dolor, hay pobreza, hay tradiciones incomprensibles, pero al mismo tiempo hay amor y humanidad, aunque la realidad golpee y haga tambalear nuestras escalas de valores. Vale la pena darse una baño de humildad de vez en cuando.
La memoria de los seres perdidos es otra historia de Jordi Sierra (prolífico escritor). Un tema más cercano a nosotros en lo histórico, geográfico y político. Estela es una bella joven catalana nacida en Argentina hace 19 años. Su vida no puede ser más perfecta. Su novio ha sido recibido y "aprobado" por sus padres, están muy enamorados y todo les sonríe, hasta que una presencia incómoda comienza a inquietarla. Se trata de una mujer que aparece en distintas partes, que la observa y, finalmente, la aborda para develarle una verdad (¡otra!) que arrasa absolutamente con la estabilidad de su mundo. No es fácil, es doloroso, supone cambiar los ejes de su existencia, aceptar y asumir aquella verdad, pero lo hace. Las evidencias son indesmentibles: ella y su hermana son parte de los numerosos casos de niños "desaparecidos" y secuestrados a prisioneros políticos durante la dictadura militar argentina. Su abuela había sido una de las participantes en las manifestaciones de la Plaza de Mayo.
Por último, comparto la lectura de La velocidad de la luz, de Javier Cercas, también catalán. Estilo más complejo, más intenso, interior, en primera persona. El narrador recuerda un amigo, a quien conociera hace 17 años, cuando estuvo trabajando en una universidad estadounidense y que marcó ese tiempo vivido con su personalidad difícil, huraña e inabordable. Había sido combatiente en la Guerra de Vietnam. Desaparece un día sin saber su destino, por lo que no pudo despedirse de él una vez regresa a Barcelona. Han pasado los años, los sueños juveniles se han cumplido más allá de lo esperado. Su última novela ha tenido un éxito imprevisto y se ve envuelto en sus cantos de sirena. La culpa lo lleva a volver al medio oeste norteamericano, pero llega demasiado tarde. Rodney ha puesto fin a su propia culpa en los horrores de la guerra, quitándose la vida. Al narrador, ahora le corresponde escribir ✍ la historia de su amigo y recuperarse para la vida.
Este narrador es otro ser humano que tiene a la verdad como una especie de némesis. Y no sólo sucede en esta texto, sino en varios -o tal vez en todos- los que he leído de Javier Cercas. Sus narradores no se tratan bien, no son autocomplacientes llegada la hora de mirarse al espejo, lo que no puede decirse de uno mismo, expertos en hacerle el quite a la verdad mientras podamos.
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