domingo, 29 de noviembre de 2020

Gestos extraordinarios...

   

   Hay gestos  que marcan una vida  ... o varias, de los que sus protagonistas se alegran o arrepienten después  de pasado el momento clave. Son gestos extraordinarios porque surgen en un momento significativo, para bien o para mal, y que probablemente no vuelva a repetirse. En vano uno desea internamente que el tiempo retroceda para tener la oportunidad de hacerlo mejor, pero es inútil, puede que jamás se presente otra ocasión o, tal vez, es preferible que no la haya. Son gestos extraordinarios no porque sean positivos y elogiables necesariamente, sino porque marcan la diferencia. Están fuera de lo habitual, de lo que los demás hicieron o pudieron hacer. Son gestos espontáneos, no resultantes de una reflexión; al contrario, pues el hecho, el instante, no lo permite, no hay tiempo para ello. El estupor, el temor, el horror, el dolor, la alegría inmensa -ojalá  fuera siempre esto- no lo permite.   

  Recuerdo que cuando niña, con casi 6 años, mientras con una mano me sujetaba de la cerca divisoria lateral, que separaba el patio del Retén con un terreno privado, en la otra mano sujetaba mis sandalias blancas. Era el 22 de mayo de 1960 y había comenzado el Terremoto 9,5 grados en el sur de Chile. Mi madre nos había estado "arreglando", a mi hermano y a mí, para ir a la ciudad de La Unión, distante 49 kilómetros de la localidad de Puerto Nuevo donde vivíamos, a visitar a mi hermana mayor, que estaba hospitalizada. Yo debo haberme "zarandeado" de lo lindo, pero no solté mis sandalias, blancas, impolutas, nuevas, que iba a calzar en ese viaje (que finalmente no hicimos: el peligro era evidente y el camino se fracturó  en más  de un sector). Ese gesto fue motivo de burla cariñosa por muchos años, gesto que dista de ser heroico, pero que es una muestra de mis prioridades (😁 😁). Fue un gesto inocuo, del que no hay necesidad de arrepentirse, además  que ha pasado a engrosar el anecdotario familiar.  

   No obstante, hay un gesto del que sí me arrepiento, porque no lo hice, o no lo hice en su totalidad, del que no hay testigos -al menos con vida- y que jamás tendré la posibilidad de completar. No todos estamos preparados ante la muerte, menos cuando es tan terrible e inesperada. En fin... 

  En la crónica y ensayo histórico  llamado Anatomía  de un instante del escritor Javier Cercas, se analiza morosa y magistralmente un instante, clave, crucial, para tres vidas particulares y para toda la vida democrática  -y monárquica-  de España. Es el año 1981, 23 de febrero y en el Congreso español, en pleno centro de la ciudad de Madrid, mientras se estaba sesionando en el hemiciclo del Parlamento, realizando la votación para la investidura de un nuevo jefe de gobierno, ingresa el Teniente Coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero, con un arma en la mano, acompañado de otros guardias civiles, que interrumpen por la fuerza de las armas el quehacer legislativo y, además de ordenar que se estén todos quietos, se tiren al suelo, da comienzo a una andanada de disparos. Sólo  tres personas -de entre 400 aprox. en total, entre ellas congresales, admistrativos, periodistas, fotógrafos, técnicos- permanecen sin obedecer, en un acto de absoluta libertad, tal vez el último antes de ser asesinados: Adolfo Suárez (el Presidente de la nación), el capitán general Manuel Gutiérrez Mellado (Vicepresidente) y Santiago  Carrillo (Secretario General del Partido Comunista). Ellos están conscientes de ser los más odiados del país por amplios sectores de distintos intereses políticos, tanto por lo que representan como por su actuación en los últimos años, que han permitido alejarse del sistema franquista y empezar con una abierta, pero inestable democracia.   

  El libro, en sus cinco partes y correspondientes capítulos, analiza en detalle la gestación del frustrado Golpe de Estado, sus intervinientes, los protagonistas del hecho, las razones de su acción, el clima político y económico al interior del país como en el exterior, el acontecimiento en sí y su desarrollo hasta llegar a la resolución de éste, además de sus consecuencias generales, como particulares. El gran sustento de esta 'anatomía' es la grabación de los primeros 34 minutos del secuestro del Congreso (las cámaras siguieron funcionando por ese tiempo), donde es posible dimensionar lo sucedido.    

   En sus 480 páginas,  Cercas realiza un impresionante y acucioso análisis de la realidad personal de cada protagonista y de la realidad política del país, texto que tuvo un reconocimiento generalizado, que no sólo se expresó en opiniones sino en diversos premios, a pesar de los numerosos trabajos anteriores de otros autores. Su lectura me ha llevado a revisar la grabación de la RTVE del hecho y de varios reportajes realizados con motivo de este acontecimiento que, por 17 horas y media, mantuvo en jaque a la recién recuperada democracia española y que afianzó la credibilidad y la confianza en la Monarquía, transformada por su actuación en su mayor garante en ese momento decisivo. 

   No deja de ser curioso pensar, a resultas de lo leído, cómo los "mejores" planes se tuercen por pequeños gestos, dudas, intereses personales, intenciones no expresadas  u ocultas, o, por último, debido a la capacidad de improvisación, tanto de los que los promueven como de los que son "víctimas" de aquellos planes. Es lo que sucedió en dicha ocasión y que salvó a los españoles de una nueva dictadura o de una democracia férreamente "vigilada".   

  Alguien podrá  pensar, con justa razón,  por qué me apasiona tanto la historia e intrahistoria de otro país, por qué no me intereso por el propio. Sí me he interesado, pero, la verdad, no lo suficiente.  Tal vez sea una actitud habitual, que hace que nos entusiasme más lo ajeno, que lo propio (😆). Es probable que en lo cercano uno no pueda dejar de cuestionar su propio quehacer y también es posible que no salga demasiado bien parado de ese cuestionamiento.

 Es lo que debieron plantearse los congresales españoles y demás, que obedecieron sin chistar a los golpistas y estuvieron tirados en el piso hasta que les dieron permiso para levantarse; es también  lo que debieron cuestionarse los medios de comunicación escritos, a excepción de "El País" y otro medio menor, que permanecieron silentes frente a lo que acontecía; o los partidos políticos y las instituciones, que no dijeron  "esta es boca es mía", y cuyos dirigentes y bases se fueron a dormir como cualquier noche,  casi como espectadores ajenos a la magnitud de lo que estaba aconteciendo. Sin duda, hay atenuantes: la dura experiencia de la historia reciente, el apego a la vida, a la familia, al status o, al contrario, la anuencia silenciosa de la acción iniciada, posteriormente reprobada nacional e internacionalmente.  

   A pesar de la distancia temporal y espacial que nos separa de este instante histórico, no  pude dejar de notar la cercanía de algunas situaciones que se dieron en la gestación del 23 F español con algunas de nuestra realidad actual, lo que no deja de preocupar y preocuparme, pero de lo que no puedo "ocuparme" (como dicen los preciosistas lingüísticos que abundan en estos tiempos), pues mi rango de acción y relevancia social y política es nula..o casi. Los ciudadanos "de a pie" de nuestro país es poco lo que podemos hacer o influir en los hechos, toda vez que, en mi caso particular, no soy partidaria de participar en manifestaciones masivas, menos si pretenden ser de presión o de fuerza, derivando fácilmente a la violencia verbal o física. Prefiero y practico los canales legales y constitucionales. Lástima que en la actualidad ya esta forma de actuar pareciera estar sufriendo de obsolescencia.

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