Cuando hace un par de días leí, por segunda o tercera vez, una aseveración al mejor estilo de premisa que decía "Tener un hijo varón es conseguir un príncipe azul para siempre", me surgió en forma casi automática una reacción verbal propia de Jingqiu: "¡Qué expresión más "reaccionaria!", me dije, acompañada de una risa silenciosa. Una amiga, Sara, seguramente, le daría un like con corazón al artículo (ella adora a su pequeño), pero yo no, pues sé que estos "pequeños príncipes" en muchas ocasiones derivan en verdaderos patanes.
Más que el análisis de la expresión, lo que me quedó dando vueltas de mi reacción fue el hecho de tomar conciencia de cómo la lectura de varias páginas desde la perspectiva de un personaje "educado" en un ambiente de una fuerte y total campaña ideológica había logrado condicionar una respuesta casi automática en mí. ¡Qué fuerte! (🙈🙈). Y como una cosa suele llevar a la otra, por el mero ejercicio de las asociaciones mentales, recordé varias de las creaciones fílmicas que ofrecen versiones futuristas de nuestro mundo con regímenes totalitarios, en que los ciudadanos del montón están casi robotizados y si no lo están, es tan supremo el poder de los jerarcas, que su posible rebelión no sería más que un saludo a la bandera (Los juegos del hambre, Insurgente, Matrix, con sus respectivas sagas). Y, además me llevó a recordar obras literarias en que se ofrece este mismo fenómeno con algunas variantes (Un mundo feliz de Aldous Huxley, Farenheit 451 de Ray Bradbury o 1984 de Orwell).
Pero, volvamos al principio... ¿Quién es Jingqiu, querrán saber ustedes? Les cuento.
En un reciente viaje a China del que regresé sólo hace tres días (viaje literario, se entiende, jajaja), a través de la lectura Amor bajo el espino blanco me encontré con la grata sorpresa de conocer una obra entretenida, aparentemente "livianita", fácil de leer, cuyos hechos se desarrollan en tiempos de la llamada Revolución Cultural de Mao Zedong. Su autora, Ai Mi, de nacionalidad china aunque radicada en Estados Unidos, era desconocida para mí. No podía ser de otra manera, entre tantos millones de chinos y todos casi "hechos" en serie.
El contexto de los acontecimientos narrados es -como ya señalé- la llamada Revolución Cultural en tiempos de Mao, proceso acerca del cual hay una crítica subyacente a lo largo de toda la novela, pero en segundo plano y bajo el recurso de un personaje creyente y seguidor del sistema, que a través de sus pensamientos, resultado de un profundo adoctrinamiento, casi en forma de "reflejo condicionado", va analizando y cuestionando sus acciones y las de los demás.
El argumento principal es una clásica historia de amor juvenil, correspondido, pero con numerosas dificultades impuestas por la realidad política, social, laboral, familiar y moral de la sociedad en la que viven Jingqiu y Mayor Tercero (Sun Jianxin, su verdadero nombre). Es esta realidad la que impresiona al lector occidental, al que no le es fácil empatizar con una tabla de valores (políticos, sociales, laborales, familiares y morales ya mencionados) tan "exigente" desde nuestra perspectiva occidental o 'capitalista, burguesa y reaccionaria', como diría un seguidor de las enseñanzas del régimen.
Todas las acciones individuales de algunos personajes están condicionadas por el efecto social que pueden conllevar para el honor o prestigio personal o familiar. Aquí se aplica muy bien aquello de que la mujer del César no sólo debe serlo sino también parecerlo, porque si a una joven se la ve conversando con un joven, aunque sea en plan amistoso, se la considerará poco seria e indigna (en este ambiente no se concibe la amistad entre hombre y mujer) y el desprestigio recaerá no sólo en ella sino también en toda su familia, quien deberá "disciplinarla" si no quiere que vaya por el "camino de la perdición". De manera que la imagen que los demás tienen de alguien es más importante que la propia a la hora de ser pretendida para el matrimonio, de obtener un trabajo, de alcanzar un ascenso laboral o lograr un cargo político. Es así como, especialmente las mujeres, deben aprender desde pequeñas el arte de la simulación, del agradar a los demás, de la obediencia y sumisión a los padres, a los hermanos mayores, al género masculino, a los superiores. Es decir, aprender "el arte de la esclavitud", de domeñar los impulsos, sentimientos y deseos, con un rostro inexpresivo y la cabeza gacha.
Lo otro que impresiona es la extraordinaria organización burocrática existente (que me recuerda a las abejas), que hace de cada ser humano parte de un engranaje mayor no-humano, claro está, más importante que quienes lo conforman y al servicio de los cuales debiera estar. Los jóvenes terminan su educación secundaria ya con una serie de experiencias "extracurriculares", de carácter político, donde han ido obteniendo "puntos" (para su currículum vitae), que les permitan acceder a un "cursus honorum" más o menos presentable, gracias al cual puedan vivir medianamente bien (sin pasar hambre).
Una vez terminada la educación secundaria, deben necesariamente ir a trabajar al campo, a "educarse" entre el campesinado, para que no vayan a caer en actitudes capitalistas y reaccionarias, lugar del cual no será fácil salir, pues no reciben sueldo, no pueden desplazarse libremente y hasta su alimentación deben pagar. Si tienen la suerte de que alguno de sus progenitores tiene un trabajo estable en la ciudad y está en edad de jubilar, podrán optar a "heredar" el cargo siempre y cuando sus antecedentes no tengan "manchas" (alguna actitud sospechosa, por ejemplo, en el ámbito moral o político, tanto del postulante como de la familia).
Lo que resulta increíble es que la resignación y la asunción casi bovina de esta realidad es lo habitual, pues la rebelión trae graves consecuencias en la vida personal y familiar, siempre.
Este viaje literario me trajo a la memoria otra novela, leída hace 51 años (¡upps, cómo pasa el tiempo!), cuando mis padres me compraron La buena tierra de Pearl Buck, norteamericana que vivió desde su infancia hasta su adolescencia en China, que fue galardonada en 1938 con el Premio Nobel de Literatura.
Busqué la novela y la encontré toda empolvada, pero perfectamente entera, aún con el forro de polietileno que la protegía, aunque sus primeras y últimas páginas (de roneo) estaban con las "pecas" propias que, al igual que a los humanos, le aparecen a los textos añosos, junto al inconfundible aroma que adquieren los libros viejos.
Estaba en segundo medio cuando leí este relato, con 15 años a cuestas y una adolescencia con vocación de ratón de biblioteca. Si bien me acordaba de los personajes y de algunos hechos (que me impactaron al compararlos con mi vida hasta ese momento), había una gran parte que ya había emigrado al planeta del olvido. Y, un poco para refrescar mi memoria literaria y otro poco, para practicar la lectura "en papel" (totalmente dejada de lado en estos últimos tiempos), me fui nuevamente a China, esta vez a una etapa anterior al régimen comunista, de acuerdo a lo investigado.
En la historia, Wang Lung es un campesino pobre, de la clase social despreciada hasta por los más desposeídos de la ciudad, sin educación, que sólo tiene un pequeño terreno para subsistir y sostener a su familia, además de un buey y algunas herramientas de labranza. Ya no hay mujer en la choza familiar (su madre murió hace unos años) y su padre está muy anciano Por lo tanto necesita casarse para que su mujer se haga cargo de la casa, de su padre y le dé hijos (varones) que, apenas crezcan, se transformen en manos que ayuden al cultivo de la tierra y al sostén familiar. Así de frías y de pragmáticas son las decisiones, donde el amor al otro se considera una debilidad, que debe callarse para no fomentar malas costumbres.
Wang Lung, merced a un trabajo brutal, alcanza una situación de mejora que lo enorgullece y lo hace sentirse realizado. Pero los dioses son envidiosos y crueles y cuando no es una catástrofe es otra la que envían sobre quienes caen en la soberbia de sentirse felices y satisfechos, aspirando a más.
En una etapa de feroz hambruna producto de una sequía inclemente, sólo la tierra permanece, mientras la dignidad debe quedar de lado a la hora de sobrevivir a la muerte por inanición. Es el tiempo en que ser mujer es una desgracia, pues, a la hora de la desesperación, las niñas se venden al mejor postor. No hay cuestionamientos políticos ni sociales que valgan. La vida se acepta y asume como viene, aunque suele haber algún atisbo de rebelión contra el mundo divino por lo infructuosos que resultan los esfuerzos personales.
Fue en este relato donde supe lo que eran las "concubinas" y por primera vez leí sobre los "rickshaw" (carros de transporte de tracción humana), en cuyo trabajo los hombres prácticamente entregaban sus vidas a cambio de un miserable plato de arroz que les servía para pasar el día, sin ninguna otra expectativa.
No se visualiza en este texto una crítica política o social de trasfondo. Hay guerra y lucha por el poder pero incidental para los personajes, que los afecta tangencialmente pero que no les interesa ni les incumbe. El protagonista asume que no importa quién esté en el gobierno, porque igualmente su vida será el resultado de su trabajo, del capricho de los dioses o de la naturaleza. Además, una vez que, merced a un golpe de suerte, su situación cambia y se va transformando en un señor rico y respetado, replica actitudes que antes, desde su precariedad, le resultaban condenables.
Es un mundo distinto, sin duda, que valdrá la pena visitar y conocer, aunque sea en una mínima parte, una vez que toda esta catástrofe mundial se aminore. Imposible será captar en su totalidad la esencia de su cosmovisión, pero algo será posible visualizar, espero. No es curiosidad malsana, ni afán de alcanzar "trofeos" simbólicos. Creo que es el deseo de ir más allá de mi metro cuadrado en el conocimiento experimental personal y directo, sin mayores intermediarios, aunque el ejercicio resulte incompleto y superficial... En el intertanto, para no cometer errores en lo que escribo y complementar la lectura literaria, me he informado sobre la historia de China, de su origen y distintas etapas, de sus dinastías y emperadores, de las múltiples tribus que forjaron sus bases, de los diversos avatares durante los miles de años de existencia, tratando de entender su idiosincrasia, tarea ímproba para una aficionada. En fin, se hace lo que se puede... ¡Hasta pronto!
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