En estos días de confinamiento obligatorio, el tiempo, si uno lo organiza bien, da para todo. Para lo práctico y lo teórico, para lo habitual y lo extraordinario, para lo entretenido y lo no tanto, para lo profundo y lo superficial. La idea es que podamos equilibrar la balanza para gozar de lo que nos resulta más grato sin descuidar lo otro, que también es necesario.
Uno de los aspectos que forma parte de lo imprescindible a atender es nuestra imagen, especialmente la física, que es la primera en ser vista por los demás y por la cual se te juzga y, también, tú juzgas a las demás, para qué estamos con cosas. Y por más que digamos, dientes para afuera, que lo que opinen los demás no importa, que no se vive del qué dirán (esto último mayoritariamente cierto, aunque no deja de haber excepciones según la actividad que se realice), que el que me quiera debe aceptarme tal como soy, etc., nuestra autoestima más de algo se resiente si no estamos conformes con lo que se refleja en el espejo.
Si a lo anterior, le agregamos como ingrediente el efecto que los años van provocando en nuestro cuerpo, no resulta fácil, muchas veces, levantarse con el ánimo alto cada día. Para las que son poseedoras del atributo de la belleza el problema no es tanto, supongo yo, pero para las que nacimos medio "dejadas de la mano de Dios" (jajaja, expresión que escuché más de una vez cuando niña), la situación se transforma "casi" en una cruz, la que cargamos o arrastramos hasta que logramos arreglar el desaguisado o conseguimos equilibrarlo con otras "gracias".
La Historia de la Humanidad da cuenta de innumerables argucias y estrategias para optimizar o mantener la belleza a pesar del transcurso del tiempo. En los pueblos primitivos, ciertos adornos, marcas, tatuajes, "deformaciones" de partes del cuerpo, eran de gran atractivo para el sexo opuesto y motivo de envidia para los del propio sexo. En civilizaciones más avanzadas, además del ornamento personal, estaban los "tratamientos" secretos.
Dicen que Cleopatra se bañaba en leche, por ejemplo. Y así como la leche, hay otra serie de productos, como la miel, la sal, el aceite, los baños con pétalos de rosas o de otras flores o, los baños de barro, que han perdurado a través del tiempo.
No hace mucho, unas "divas" chilenas probaron este último recurso a orillas del Mar Muerto para tratar de lograr lo imposible (😢que no lograron, por supuesto, jajaja).
Yo recuerdo que, en tiempos de mi infancia (hace muy poquito, jajaja), había personas que juntaban la orina para lavarse el cabello, lo cual le otorgaba más brillo y sedosidad. Otra estrategia estética que yo no utilizaría ni aunque me pagaran.
¿Y qué tienen que ver los lunares en todo esto?, se preguntará usted.
Pues bien, sucede que mirándome al espejo con mayor atención que la habitual, tomé conciencia de que no sabía desde cuándo tengo un lunar que me "apareció" cerca de la comisura derecha de los labios. Busqué fotografías antiguas, de infante y adolescente, en mi afán de tener evidencias de fechas, pero la pixelación que se produce al aumentar el zoom me impidió obtener evidencias fiables. Lo único que sé es que este "famoso" lunar se mantiene igual en colorido, tamaño y forma, lo que supone una preocupación menos. Además, es conocido de todos y todAs, que cuando ya nos hacemos mayorcitos/as, comenzamos a hacer acopio de canas, "líneas de expresión", "rollos" extras, mofletes caídos (😢😢) y lunares de diverso tipo, no todos con buena pinta.
Esta interrogante anecdótica me llevó a recordar el gusto que he tenido siempre por los lunares, que, debo señalar, es un interés compartido por algún sector de la humanidad desde tiempos inmemoriales. En la cultura china, me acabo de enterar, hay una técnica mediante la cual se "interpretan" los lunares, dependiendo del lugar en que se ubiquen en el rostro. Ignoro si hay interpretación para aquellos "instalados" en otras partes del body. Este "estudio", que no es muy científico que digamos, dice relación con el interés que siempre han despertado marcas "de identidad" como éstas, que hacen diferentes a algunas personas del colectivo.
Acercándonos a nuestra época, estos pequeños puntitos negros, adquirieron un aire de exotismo, misterio y atractivo erótico.
Prueba de ello es que desde inicios del siglo pasado y hasta no hace mucho, algunas divas de la vida artística lucieron lunares dibujados a falta de verdaderos. Marilyn Monroe y Madonna son dos ejemplos icónicos de aquello. Hasta una canción se hizo popular en esos años: "Y tenía un lunar,/ en la mejilla,/ qué casi me hace exclamar, qué maravilla"... A pesar de ello, no han faltado los casos de personas que los han considerado un lastre, del que se deshicieron o tuvieron que cargar de por vida.
En lo personal, si el lunar que me indujo al análisis lo hubiera tenido cuando jovencita, habría estado más que feliz, creyéndome poseedora de un privilegio que Marilyn deseó para ella. Pero, a estas alturas (jajaja) un lunar más o menos, no me agrega ningún atractivo por muy bien ubicado que esté, sino una preocupación más (jajaja).
No obstante, los que sí me gustan son los lunares en la ropa, siempre que sean de un tamaño moderado a pequeño. Porque hay lunares y lunares. También, como a los dermatólogos (jajaja), me gustan según su color. Los prefiero blancos o de un color claro, siempre que estén en fondo oscuro, de preferencia negro o azul. De otra manera, no serían muy sentadores, según los entendidos en moda.
Relacionado con esto, en mi memoria guardo unos recuerdos inolvidables : a mi madre, bella y joven, con un vestido ajustado, blanco con lunares rojos, que nos encantaba y que ya me hubiera gustado lucir a mí; a mi querida hija, con sus cuatro lunares en el rostro, que a veces pasaban inadvertidos en su piel morena.
Más recientemente y en otro plano, no me olvido de la maleta de viaje de mi hermana, roja con lunares blancos (la maleta), grandes y redondos (¡obvio!), que era su sello de identidad personal cada vez que viajaba. Lamentablemente, el recordado equipaje pasó a mejor vida hace poco más de un año, cortando abruptamente su abnegado servicio.
Y yo, para no ser menos, no hace mucho incorporé a mi exiguo clóset, una chaqueta reversible con lunares en uno de sus lados, que me encantó. Como pueden ver, de lunares está llena la vida. Arrivederci!
Dicen que Cleopatra se bañaba en leche, por ejemplo. Y así como la leche, hay otra serie de productos, como la miel, la sal, el aceite, los baños con pétalos de rosas o de otras flores o, los baños de barro, que han perdurado a través del tiempo.
No hace mucho, unas "divas" chilenas probaron este último recurso a orillas del Mar Muerto para tratar de lograr lo imposible (😢que no lograron, por supuesto, jajaja).
Yo recuerdo que, en tiempos de mi infancia (hace muy poquito, jajaja), había personas que juntaban la orina para lavarse el cabello, lo cual le otorgaba más brillo y sedosidad. Otra estrategia estética que yo no utilizaría ni aunque me pagaran.
¿Y qué tienen que ver los lunares en todo esto?, se preguntará usted.
Pues bien, sucede que mirándome al espejo con mayor atención que la habitual, tomé conciencia de que no sabía desde cuándo tengo un lunar que me "apareció" cerca de la comisura derecha de los labios. Busqué fotografías antiguas, de infante y adolescente, en mi afán de tener evidencias de fechas, pero la pixelación que se produce al aumentar el zoom me impidió obtener evidencias fiables. Lo único que sé es que este "famoso" lunar se mantiene igual en colorido, tamaño y forma, lo que supone una preocupación menos. Además, es conocido de todos y todAs, que cuando ya nos hacemos mayorcitos/as, comenzamos a hacer acopio de canas, "líneas de expresión", "rollos" extras, mofletes caídos (😢😢) y lunares de diverso tipo, no todos con buena pinta.
Esta interrogante anecdótica me llevó a recordar el gusto que he tenido siempre por los lunares, que, debo señalar, es un interés compartido por algún sector de la humanidad desde tiempos inmemoriales. En la cultura china, me acabo de enterar, hay una técnica mediante la cual se "interpretan" los lunares, dependiendo del lugar en que se ubiquen en el rostro. Ignoro si hay interpretación para aquellos "instalados" en otras partes del body. Este "estudio", que no es muy científico que digamos, dice relación con el interés que siempre han despertado marcas "de identidad" como éstas, que hacen diferentes a algunas personas del colectivo.
Acercándonos a nuestra época, estos pequeños puntitos negros, adquirieron un aire de exotismo, misterio y atractivo erótico.
Prueba de ello es que desde inicios del siglo pasado y hasta no hace mucho, algunas divas de la vida artística lucieron lunares dibujados a falta de verdaderos. Marilyn Monroe y Madonna son dos ejemplos icónicos de aquello. Hasta una canción se hizo popular en esos años: "Y tenía un lunar,/ en la mejilla,/ qué casi me hace exclamar, qué maravilla"... A pesar de ello, no han faltado los casos de personas que los han considerado un lastre, del que se deshicieron o tuvieron que cargar de por vida.
En lo personal, si el lunar que me indujo al análisis lo hubiera tenido cuando jovencita, habría estado más que feliz, creyéndome poseedora de un privilegio que Marilyn deseó para ella. Pero, a estas alturas (jajaja) un lunar más o menos, no me agrega ningún atractivo por muy bien ubicado que esté, sino una preocupación más (jajaja).
No obstante, los que sí me gustan son los lunares en la ropa, siempre que sean de un tamaño moderado a pequeño. Porque hay lunares y lunares. También, como a los dermatólogos (jajaja), me gustan según su color. Los prefiero blancos o de un color claro, siempre que estén en fondo oscuro, de preferencia negro o azul. De otra manera, no serían muy sentadores, según los entendidos en moda.
Relacionado con esto, en mi memoria guardo unos recuerdos inolvidables : a mi madre, bella y joven, con un vestido ajustado, blanco con lunares rojos, que nos encantaba y que ya me hubiera gustado lucir a mí; a mi querida hija, con sus cuatro lunares en el rostro, que a veces pasaban inadvertidos en su piel morena.
Más recientemente y en otro plano, no me olvido de la maleta de viaje de mi hermana, roja con lunares blancos (la maleta), grandes y redondos (¡obvio!), que era su sello de identidad personal cada vez que viajaba. Lamentablemente, el recordado equipaje pasó a mejor vida hace poco más de un año, cortando abruptamente su abnegado servicio.
Y yo, para no ser menos, no hace mucho incorporé a mi exiguo clóset, una chaqueta reversible con lunares en uno de sus lados, que me encantó. Como pueden ver, de lunares está llena la vida. Arrivederci!
😊😊😊😊😊
ResponderEliminarSiendo joven (30 y tantos) tuve un traje de verano ,pantalón y blusita negro con lunares blancos (con profundo escote en V en la espalda) y cuando cumplí 50 años me hice un traje blanco con una blusa azul con lunares blancos.
Todos, alguna vez, hemos tenido lunares en nuestra vida ; otros,también en nuestro honor, jajaja.
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