sábado, 25 de abril de 2020

El tiempo que nos unió...

  Hacía tiempo que una novela no me llegaba tanto. Han sido tres días  de inmersión en  aguas profundas, en la vida de los personajes y en mi propia vida. De emociones intensas y de risas abiertas. Ha sido una especie de retiro espiritual,  como si no fuera suficiente con la cuarentena, a medias obligada, a medias voluntaria. 
  El tiempo que nos une de Alejandro Palomas es lejos la mejor novela que he leído  en los últimos tiempos (para mi gusto, aclaro. Ya les había comentado, no hace mucho, que lo "descubrí" "al azar" hace menos de un mes y me gustó mucho en su novela Agua cerrada). 

  Luego de darme un descanso con la novela histórica Y Julia retó a los dioses  de Santiago Posteguillo (del cual ya les he hablado en el pasado, pues, si mal no recuerdo, es el octavo texto leído de él) 
y la novela de ciencia ficción (¡qué  mejor ejemplo de mi eclecticismo,  jajaja!) 3210 Anno Domini de Rafael Salcedo (cuyo desenlace es al mejor estilo de Paulo Cohelo, ¡puaj!), volví a Palomas en :
  El tiempo que nos une.
   Mencía, viuda,  con 90 años a cuestas,  es el tronco del árbol  familiar. Medio loca, irreverente, diciendo o escupiendo verdades, tramando permanentes y pequeñas acciones inesperadas, vive sus días, que ya le pesan, ocupada de sacar adelante a las mujeres de la familia, que, según  sus palabras, son todas desquiciadas, incompletas, infelices,  estancadas en el pasado, imposibilitadas de gestionar sus pérdidas.
  Por un lado está su hija Lía, con 64 años, quien no asume la muerte de su hija mayor, Helena, creyendo que,  por no encontrar su cuerpo, algún día volverá a pesar de los más de seis años de su muerte. Es que más que su hija, Helena fue su amiga del alma, la única.
   Por otro lado está Flavia, su hija mayor, que  la odia.  Tiene un matrimonio mal avenido y sin amor, y no le perdona -a Mencía- que su verdadero amor haya muerto  hace años, víctima del régimen argentino, como resultado de la delación materna. Ahora, ya en los 70, no sabe cómo seguir viviendo con el odio y la dependencia  al mismo tiempo.  
   Beatriz, por otra parte, su querida nieta Bea, enferma físicamente,  no consigue aceptar su fracaso matrimonial ocultándolo a la familia por meses. No es fácil asumir que no fue una "otra" quien interfirió,  sino un "otro", carga con la cual trata de salir adelante hasta que su abuela, con la capacidad de "leer" a las mujeres de la familia, la enfrenta a su realidad, que se complica aún más cuando comienzan a notarse los primeros síntomas de un embarazo inconveniente, producto de una "aventurilla" post separación matrimonial. 
    Por último,  Inés, la nieta mediana (Bea es la menor) tiene su propio calvario. Un matrimonio roto porque optó por su enamoramiento hacia una compañera de trabajo, Sandra, hasta que su esposo la descubrió y eso le costó la separación, no sólo  de él,  sino también  de su pequeño hijo. Sin embargo, la relación amorosa terminó y ahora está con las manos vacías,  sin hogar, sin esposo y sin hijo.
   El "terremoto" que une a estas mujeres en el dolor  es la lucha por la vida de parte del pequeño Tristán, el  hijo de 6 años de Inés, quien enferma de leucemia  y no logra superar  la enfermedad, muriéndose de a poco ante la impotencia de todos. Es el golpe que las separa por un tiempo hasta que logran recomponerse, asumir, mejorar,  reencontrarse,   salir del marasmo y emprender  de nuevo el camino, esta vez independientes pero unidas. 
   La maravilla de esta trama que, contada así,  tan sucinta y objetivamente, pareciera ser una novela de las tantas que hay,  se "vive", se "palpa" sólo cuando uno se va introduciendo en la historia y mirando el actuar o no-actuar de estas mujeres desde la visión  personal de cada una, frente a los hechos, a las emociones,  a la vida de las demás; desde la duda, el dolor, la empatía o el rencor. Es un relato  en primera persona,  desde 5 miradas básicas,  a las que se agrega, casi al final una sexta, provisoria.  
    Así  como hay momentos muy emotivos, también  hay momentos realmente hilarantes, que dicen relación con el comportamiento de Mencía, la abuela, quien es de temer si alguien se le "atraviesa". Tiene la desvergüenza propia de los años en que ya nada se espera, en que no está  obligada a guardar las normas, en que la opinión  de los demás,  especialmente de los impertinentes,  no importa, a los que engaña con su melosa y tierna actitud para luego darles con el mocho del hacha, con una agudeza impresionante.  Sus hijas y nietas ya la conocen, le temen y saben que nada la detendrá cuando alguien se ha transformado en blanco de sus dardos.    

Esta historia no sólo  la leí,  sino que también  la viví,  desde las emociones y los recuerdos.  En algunos momentos,  Mencía se transformó en Urbana, mi madre, que, después  de toda una vida muy para adentro, nos sorprendiera a todos (hijos, hijas, nueras, nietos y nietas), por ejemplo,  en la celebración  de sus 90 años con un discurso inesperado, una de las pocas  veces que la vimos erigirse en  cabeza indiscutida  de la numerosa familia. Fue también  Urbana en una serie de pequeños detalles: el enojo consigo misma por sus olvidos,  el refunfuño permanente, la búsqueda de cosas que se perdían,  la desinhibición en su comportamiento en varios aspectos cotidianos y otra serie de detalles que fueron propios de ella, aunque es muy probable que nosotras, sus dos hijas, ya sesentonas, los repitamos (toco madera). 

    También la experiencia de la pérdida me caló profundamente. ¿Cómo te recompones, cómo rearmas tu vida, después de la muerte de una hija o un hijo, grande o pequeño? ¿Cómo  logras salir adelante, si es que lo logras, y que la menor intensidad del dolor con el paso del tiempo no te genere culpa? ¿Cómo logras ir rescatando lo bueno, lo divertido de lo compartido  con ella o con él, asumiendo que ya no está  pero que estuvo y que su presencia te hizo y te ha hecho mejor persona?... Fue un revivir un poco de todo aquello. Y más de alguna imagen real se mezcló  con la ficción.  La imagen de mi madre bajando del bus que la trajo junto a mi hermana, desde La Unión  a Santiago, al día  siguiente en que Mirella ya no estaba más con nosotros...físicamente.  Más  que sus palabras, fueron los símbolos de su cariño y el dolor compartido lo que me permitió sentirme acompañada. No era de muchas palabras. La vi aparecer con un chal peruano (aguayo) que le habíamos regalado con mi hija. Supe, sin que me lo dijera, que era su forma de decirme que traía  a Mirella consigo, así como también  el álbum con todas las fotografías que  de mi hija  guardaba.    

El relato me llevó  a darme cuenta lo al debe que quedé con mi madre, lo mucho que me faltó conocerla.  Y no es que me haya faltado tiempo. Fue simplemente que no me di el suficiente tiempo para hacerlo, tenía otras prioridades. Y ella tampoco lo hizo nunca fácil, con su carácter introvertido, no  de nacimiento, sino adquirido por una infancia sin madre y padre tempranamente, con una abuela exigente,  con un marido (mi padre) muy  machista. Así,  le resultó muy difícil a los 81 años (cuando quedó viuda), transformarse por obra y gracia del espíritu santo,  en una persona extravertida y dicharachera. Bastante  avanzó pero no lo suficientemente rápido, de manera que el tiempo y el cansancio la alcanzaron y pudieron con ella. 
   ¿Cómo gestionas tus fracasos y tus pérdidas si no tienes una Mencía a tu lado? ¿Cómo esos fracasos y esas pérdidas se van emposando en tu ánimo, van carcomiendo tu espíritu, van enlodando el camino futuro? ¿Cómo  eres capaz de "agarrar de los pelos" (en buen chileno, "de las mechas") las oportunidades para salir de la rutina, de la inercia,  del pozo en que te hundes a veces y saber aprovecharlas para crecer y sentirte viva otra vez?  

De todo ello y más me "habló" esta novela de Alejandro Palomas, escritor español actualísimo. ¡Quién tuviera su extraordinaria capacidad de leer el alma femenina!... ¡No te la pierdas! ¡Vale la pena! 

lunes, 20 de abril de 2020

El Villegas...

  Un poco harta de los Matinales televisivos  nacionales (que estiran hasta el cansancio una nota, si es lo más  lacrimógena mejor, y en cuyas ediciones no hay mucha variedad de caras), sin ánimo de quemar todas mis naves en Netflix, tratando de variar las actividades cotidianas,  descubrí  que Fernando Villegas, el mismo que viste y calza, tenía ahora un programa y/o página en que difundía  un programa no televisivo.  
    No había  sabido de él desde hace más de un año, fines agosto de 2018, cuando fue "sacado" de las pantallas luego de ser  acusado públicamente de acoso sexual y maltrato laboral. En su momento lo lamenté, no sólo  por las posibles víctimas sino también por la pérdida que significaría su participación  en programas de mi agrado. La verdad, no me dediqué a investigar en detalle las acusaciones. Me conformé con la información que entregaron los canales de tv en su momento, teniendo el cuidado de considerar que la acusación algo de base tendría (cuando el río suena...). Tampoco acostumbro a poner las manos al fuego por nadie, ni siquiera por mí (seguro quedarían rostizadas, jajaja), pero no lo crucifiqué mentalmente, no porque acepte su posible actuar, sino porque suele suceder que "del árbol caído muchos hacen leña".  Y como a mí no me gusta ser parte de un "muchos", ni me agradan en  demasía las multitudes, no me iba a unir ni me uní a esa campaña.  

    Hace poco (dos semanas) vi su blanca y desordenada cabellera en las sugerencias de YouTube y la curiosidad me llevó a "clickear" sobre ella. Debo señalar que sigue igual que siempre. Esta vez me parece mucho más clara su postura a favor del gobierno y en contra de la oposición,  aunque él  señala que no está "casado" con nadie, y que apoya lo que le parece adecuado y critica todo lo que es contrario a su punto de vista, venga de donde venga. Esta última aseveración es verdadera, toda vez que le he visto y escuchado también  criticar posturas o acciones de parte del gobierno o de sus representantes frente a hechos relevantes. 
    Creo que en el fondo me gustan de él el conocimiento y manejo de información,  el análisis que hace de situaciones, el bagaje cultural que posee, la "valentía" que tiene para decir verdades incómodas y políticamente incorrectas, aunque hay ciertos términos que yo no usaría.  No obstante, así  lo conocí y me gustó,  así  que,  dentro de mis estrechos límites de tolerancia (jajaja), acepto, por el momento, algunos términos poco académicos y su soberbia intelectual que aflora las más de las veces. 
   [[Entre paréntesis...
   Alguien se preguntará cómo puede gustarme un "tipo como éste" si mi postura política es contraria. Para quienes se pregunten  aquello - y a los que no, igual (jajaja)-, aclaro  que yo no tengo postura política definida. Cierto es que mis simpatías  se orientan  a la izquierda más que a la derecha, pero no me "caso" (ya lo hice una vez, en otro sentido, jajaja) con ningún partido, dogma religioso, club o agrupación.  Precisamente porque el actuar de la mayoría de los integrantes de agrupaciones NO suele ajustarse mucho (a veces, muy poco) al ideario de éstas, lo que supone una inconsecuencia absoluta. Asimismo, al interior de cada agrupación no se suele  aceptar la disidencia y el pensar distintos, y si lo hicieran, al final, igualmente TODOS deben acatar o suscribir una mayoría  aunque no se esté de acuerdo. Y eso no me agrada y me niego a aceptarlo. Por ello, prefiero  ser y estar independiente,  decidir desde mi perspectiva aunque pueda equivocarme y unirme a más  de alguien cuando yo quiera y por el tiempo que desee, sin tener que suscribir y/o pagar una membresía, literal o emocional. Eso no quita que no admire a la gente que cree en algo o alguien  y es consecuente en el decir y hacer. Ante ellos me saco el sombrero, metafóricamente hablando.
   Los que leyeron el anterior escrito en que hablo de Víctor  Jara, aún  pueden estar haciendo "cri cri". Lo que he dicho en el párrafo de más arriba lo explica. Me gusta la música  del cantautor mencionado y más de algunas de sus palabras, pero eso no quiere decir que esté a pie juntillas con todo lo que dijo e hizo. Lo que, sin ninguna duda, repruebo absolutamente,  es lo que hicieron con su persona.
   En síntesis, por si no lo hubieran notado,  debo decir que, mientras en cuestión de credos soy escéptica,  en cuestión  de gustos soy ecléctica. 
  Cierre paréntesis...]]
 
 Para dar el gusto a un mayor espectro de público -y para darse el gusto también,  me imagino- "el" Villegas habla de actualidad, de libros,  de cine y de cultura, bajo los títulos "El Portal del Villegas", "Sábados culturales" y "Matineé, vermouth y noche", los últimos dos sin carga política,  muy entretenidos y amenos.  

 El gusto por este sociólogo "chascón" (jajaja) me viene desde hace años, cuando veía  el programa Tolerancia Cero. Luego, precisamente influenciada por él,  compré algunos de sus libros e, incluso, comenté  uno de ellos (¡qué  atrevimiento!, jajaja). Esto fue hace 14 años, poco antes de venirme a vivir a Rancagua, y lo que dije en aquella ocasión,  lo sigo suscribiendo.  Aunque ya lo había  publicado hace unos años, se los ofrezco a continuación,  no sin antes confidenciarles que, cada atardecer, invito al Villegas al living de mi palacio y me divierto con sus dichos

ACERCA DE…”EL CHILE QUE NO QUEREMOS”
No dejo de sorprenderme que no me sorprenda lo que escribe Fernando Villegas. Lo he visto y escuchado en TV, lo he leído en columnas de “El Mercurio” y, ahora en su obra “El Chile que NO queremos” y sigue siendo el mismo que viste y calza. Parece ser auténtico, parece ser coherente, parece ser consecuente. Digo “parece” porque yo conozco sólo al Fernando Villegas de la Tele y lo demás ya mencionado. No conozco al Villegas (perdón, Sr. Villegas, por “ningunearlo”) de la vida diaria, de la casa de no sé dónde, del supermercado, de la caminata cotidiana; es decir, no conozco al hombre de carne y hueso (tampoco, debo aclarar, me muero de ganas por conocerlo; es más, no está ni dentro de mis más nimias prioridades).
 En fin…
Lo trascendente para este comentario, es que el texto me divirtió. Me pareció una larga conversación (monólogo o clase magistral más bien, un tanto “sui generis”, eso sí, un tanto “parriana” –por Nicanor Parra-) de este personaje de la fauna intelectual “chilensis”. Me sentí testigo de las variaciones y altibajos de los humores y pensamientos de su irreverente  autor, que desde una mirada-reacción ante un hecho concreto sucedido en este Chile querido  -la aparición de la Tesis de un “Chile que queremos” presentada en un Seminario de gente top-, va desmenuzando la idea y haciéndonos saber de su respuesta ante la audacia de esta ponencia, involucrante de la sociedad toda en su autoría.
Parte de la perplejidad para llegar a la esperanza, en un recorrido que pasa por la nostalgia, alienación, rabia y duda;  todas legítimas y valederas desde su perspectiva. Y las diversas razones que fundamentan su actitud vital (casi “vitalicia”, diría yo) frente a todo lo que Chile es, las va desglosando con coloridos exiemplos y anécdotas personales, expresados  en su coloquial lenguaje, que une un extraordinario acervo lingüístico con chilenísimos garabatos, prueba fehaciente de su espontánea manera de expresarse, rayana de pronto en la violencia verbal. Es que pareciera haber una consustancialidad entre cuerpo y expresión verbal, que expulsa a borbotones, aún envuelta en la emoción originaria. Y así va avanzando la lectura, en este divertimento en que no queda títere con cabeza (salvo algunas gloriosas excepciones).
 Pero Fernando Villegas no se cree el cuento de ser él la encarnación del Salvador de Chile. También se lanza diatribas y asume que no está a salvo de los dardos ajenos. Esa claridad es importante, porque a la hora de dar con el “mocho del hacha”, caiga quien caiga, él se incluye entre los que también han caído, aunque sea alguna vez, en la estupidez de entrar  en  el  juego de lo “normal”, de lo  “éticamente correcto”, de  lo buenamente justificable, de lo paternalistamente aceptable, anulando su capacidad de raciocinio por mantener el “status quo”. También ha cerrado más de una vez los ojos, “comprando” lo  que le ofrecen.
Y -como dice  su autor- ¿dónde encontrar la solución o alternativa para salvar este Chile en el que vivimos y no “tragarnos” –a regañadientes-  el que NO queremos?  En las ideas –dice él-. En las ideas originales, descabelladas en primera instancia, pero esperanzadoras una vez que se les da la vuelta y mastica. Sólo en una visión o enfoque nuevo, diferente, incontaminado, está la posibilidad de torcer ese futuro anunciado en otros tantos libros, conferencias de prensa, seminarios y jornadas de los gurúes de turno. Ojalá, que estemos despiertos –o al menos semiconscientes -  para  ver  el viraje de este mundo que nos obnubila, nos aplana, nos vuelve hombre-masa, nos transforma en un  engranaje más de la máquina del  llamado progreso. Será, entonces, el momento en que nos veamos, Sr. Villegas, en ese mundo, o… tal vez….  en el otro ... si existe…

(20 Enero 2006)  

sábado, 18 de abril de 2020

¿Qué sería del Luchín?

 
Mi hermano Luchín, mi hermana y yo, entre otros
 Cuando nomino así  a este escrito, no estoy haciendo una referencia familiar. Aclaro esto porque en la familia tenemos a alguien a quien le llamábamos así  cuando niño y adolescente, principalmente.  El hipocorístico o apodo de mi hermano
Luis fue efectivamente "Luchín", aparte de otros que no puedo desclasificar por no arriesgar demanda (jajaja).
      Es otro "el Luchín" al que hago referencia.  Me explico. 
  Hace un par de días apareció entre las primeras sugerencias de YouTube de mi TV,  un Concierto de Víctor Jara, grabado en Perú,  en Panamericana Televisión con fecha 17 de julio de 1973. Era en blanco y negro. Me llamó la atención  la fecha,  imaginando que debía  ser alguna de las últimas presentaciones del cantautor y que, tal vez, valdría  la pena verla. Más  adelante comprobé que fue el último concierto grabado, lo que lo transformaba en un valioso testimonio.   

La grabación tiene casi 50 años y no es una maravilla tecnológica para nada. A veces, la imagen se difumina, la luz artificial la borra, la distorsiona y sólo en los primeros planos se ve más nítido el rostro de Víctor.  Me llama la atención  su voz, su cadencia.  No recordaba para nada su discurso hablado, calmado,  casi monótono, sin grandes aspavientos ni recursos declamatorios. Y me pregunté qué llevó  a tenerle ese "odio parido" de parte de muchos, si no era un hombre, en lo que he escuchado (bastante poco, debo señalar), que hubiera congregado masas a su alrededor por su rimbombancia y florilegio. Sin embargo, sus conciertos eran un éxito.  Sus canciones, cansinas y casi monótonas muchas de ellas,  verdaderos hits e himnos, repetidos en distintos países del mundo. Las composiciones de alegre ritmo, con un humor e ironía ácidos y punzantes, y un histrionismo, sorprendente para mí, muy ilustrativo y ad hoc al contenido de los versos ("Ni chicha ni limonada", "Las casitas del barrio alto", por ejemplo). 

 Cuando escuché la canción  Luchín, además  de acordarme de uno de mis hermanos, me pregunté  qué habría  sido de ese "bandidito" de 5 años, según  palabras del cantautor. Si realmente se habría  cumplido el pronóstico que de él  se hiciera: que "a lo mejor en unos 20 años más,  o en unos 15 /.../" fuera "capaz de dirigir una fábrica" en el país. 
   Me quedó  dando vueltas el vaticinio con un regusto amargo, no lo puedo negar, toda vez que, como todos, conozco el destino que le cupo a Víctor Jara.  Di por sentado que lo más probable era que el niño se hubiera transformado en un obrero más en un  sistema que no es dadivoso con las oportunidades, sobre todo en un contexto político e histórico de nuestro país en que difícilmente podrían darse emprendimientos personales excepcionales. 

 YouTube me cazó en sus redes. Al ver ese concierto,  quedé "marcada" y continuaron apareciendo sugerencias de conciertos o álbumes  musicales similares. Frente a ello, me di a la tarea de investigar acerca de la vida del cantante y me encontré con la sorpresa que sabía  muy poco de él y de su labor como actor, guionista y director de obras teatrales, así como de sus premios y distinciones. Y tratando de averiguar acerca de su verbo cotidiano seguí encontrándome con un tono mesurado pero de un lenguaje sin adornos, que opta por cantar a personajes del pueblo, al trabajador, a la dueña de casa, al obrero fabril, al campesino,  al minero,  en tanto, aun  cuando incorpora a individuos de clase social alta, lo hace en tono de crítica e ironía. Asimismo, con un irrestricto compromiso con las acciones que llevó a  cabo el gobierno del presidente Salvador Allende en más de alguna composición.
   No encontré  discursos políticos puros, sino la explicación a sus canciones que incluía en sus presentaciones en vivo. Allí estuvo su declaración de principios y me imagino que también  en sus palabras de la vida cotidiana.
  A Víctor Jara hay que entenderlo en su contexto.  En la actualidad, es cierto,  su discurso pareciera trasnochado y anacrónico, pero no sus canciones, que contienen un alto grado de simbolismo, poesía y, seguramente, de calidad musical. Fue  capaz de transformar realidades cotidianas de la clase trabajadora y de la gente del pueblo (entendiendo por ello, de quienes pertenecían a los estratos socioculturales más empobrecidos) en materia de sus canciones, en un contexto político de cambios relevantes en el mundo, en que aparecían nuevos modelos de gobierno, en los cuales mucha gente se inspiró  y "soñó" con instaurar en sus países. Es evidente que el nuestro no estaba preparado para aquello (y  no sé si habría estado preparado alguna vez). 
   Aunque parezca de perogrullo, cabe señalar que hay tantas ideas y concepciones de lo que pueda parecernos el mundo más  cercano a lo ideal y justo, como  personas existen en este mundo, las que logran aglutinarse de acuerdo a cercanía de pareceres, pero nunca habrá una visión única, por lo que es imposible que todos lleguen a un acuerdo total. Lo "ideal" es mantener los equilibrios, pero no todas las naciones lo consiguen (no todos sus líderes tampoco buscan ese equilibrio tampoco, pues simplemente imponen su visión a los demás,  si tienen la fuerza y la ley de su parte  para hacerlo).    

Por eso, el mensaje de otra creación, Canción del Minero, que en primera instancia  presenta una realidad, luego un llamado y un par de premisas, resulta estar planteando una utopía, como muchas, me imagino. Mientras la escuchaba, me admiró la capacidad de síntesis para expresar esa realidad impactante: una vida casi de máquina, sin sentido y voluntad. Pero luego está  el llamado, la apelación -"mira, oye..."- y las premisas, "Nada es lo peor, Todo es lo mejor".   A la vista de la realidad de las cosas y del mundo, esto no deja de ser más que un saludo a la bandera, aunque para muchos hubiera podido ser posible. No olvidemos que siempre hay creyentes (en un dogma religioso, en una ideología  política) y escépticos (entre los que me cuento).
   "Voy,                      
    vengo, 
    subo, 
    bajo.
 ¿Todo para qué? 
  Nada para mí.  

Minero soy /../

    Mira, 
    oye,
    piensa, 
    grita.
   Nada es lo peor
   Todo es lo mejor. ...." (fragmento de "Canción del Minero")
   Pero, ¿Qué  sería del Luchín? 

Si bien ese niño, en palabras del mismo autor, representaba a los cientos de niños viviendo en la pobreza, en poblaciones "callampas" -campamentos productos de tomas ilegales-, a ese Luchín que inspiró la canción increíblemente pude seguirle la pista a través de internet y del testimonio de gente  que formó parte del ambiente laboral, amical y familiar de Víctor Jara.  
   En estos relatos se da cuenta de lo sucedido en el breve tiempo  en que Luchín  formó parte de la vida del cantante, no sé si adoptado de hecho por él o sólo  por su cercanía a Eugenia Arrieta, "la Quena", a quien Luis Iribarren Arrieta reconoce como madre. No hay coincidencia completa en la información. No sé  si en el libro de Joan Jara, su esposa y viuda, hay explicación  de aquello, pues no he leído su libro,  Víctor, un canto inconcluso.  

  Lo interesante de todo es que Luchín salió  de la Toma de Barrancas, donde era el menor de diez hermanos, pasando a ser el tercero de una familia constituida, que tuvo educación,  logró salir adelante y,  ya adulto, estudió Derecho, como su padre adoptivo. No cabe duda que tuvo la suerte de contar con la fortaleza emocional y la persistencia,  cualidades que fueron parte de su formación y que le ayudaron a superar la medianía.  
    Hasta aquí la historia. Ha sido una especie  de "teletrabajo" interesante,  novedoso y que me ha servido personalmente para ir "pagando deudas" con parte de la historia humana de nuestro país.  Hasta pronto. 

martes, 14 de abril de 2020

Lunares...

   En estos días de confinamiento obligatorio, el tiempo, si uno  lo organiza bien, da para todo. Para lo práctico y lo teórico,  para lo habitual y lo extraordinario,  para lo entretenido y  lo no tanto, para lo profundo y lo superficial.  La idea es que podamos equilibrar la balanza para gozar de lo que nos resulta más grato sin  descuidar lo otro,  que también es necesario. 
    Uno de los aspectos que forma parte de lo imprescindible a atender es nuestra imagen, especialmente la física,  que es la primera en ser vista por los demás  y por la cual se te juzga y, también,  tú juzgas a las demás, para qué estamos con cosas. Y por más que digamos, dientes para afuera, que lo que opinen los demás  no importa, que no se vive del qué dirán (esto  último  mayoritariamente cierto, aunque no deja de haber excepciones según la actividad que se realice), que el que me quiera debe  aceptarme tal como soy, etc., nuestra autoestima más de algo se resiente si no estamos conformes con lo que se refleja en el espejo. 
    Si a lo anterior, le agregamos como ingrediente el efecto que los años van provocando en nuestro cuerpo, no resulta fácil, muchas veces, levantarse con el ánimo  alto cada día.  Para las que son poseedoras del atributo de la belleza el problema no es tanto, supongo yo, pero para las que nacimos medio "dejadas de la mano de Dios" (jajaja, expresión  que escuché más de una vez cuando niña), la situación  se transforma "casi" en una cruz, la que cargamos o arrastramos hasta que logramos arreglar el desaguisado o conseguimos equilibrarlo  con otras "gracias".     
   La Historia de la Humanidad  da cuenta de innumerables argucias y estrategias para optimizar o mantener la belleza a pesar del transcurso del tiempo. En los pueblos primitivos, ciertos adornos, marcas, tatuajes, "deformaciones" de partes del cuerpo, eran de gran atractivo para el sexo opuesto y motivo de envidia para los del propio sexo. En civilizaciones más  avanzadas, además  del ornamento personal,  estaban los "tratamientos" secretos.
 Dicen que Cleopatra se bañaba en leche, por ejemplo. Y así  como la leche, hay otra serie de productos, como la miel, la sal, el aceite,  los baños con pétalos de rosas o de otras flores o, los baños de barro, que han perdurado a través del tiempo.
 No hace mucho, unas "divas" chilenas probaron  este último  recurso a orillas del Mar Muerto para tratar de lograr lo imposible (😢que no lograron, por supuesto, jajaja).
    Yo recuerdo que, en tiempos de mi infancia (hace muy poquito, jajaja), había personas que juntaban la orina para lavarse el  cabello,  lo cual le otorgaba más brillo y sedosidad. Otra estrategia estética que yo no utilizaría ni aunque me pagaran. 
  ¿Y qué  tienen que ver los lunares en todo esto?, se preguntará usted.
   Pues bien, sucede que mirándome al espejo con mayor  atención que la habitual, tomé conciencia de que no sabía desde cuándo tengo un lunar que me "apareció" cerca de la comisura derecha de los labios. Busqué  fotografías antiguas, de infante y adolescente, en mi afán de tener evidencias de fechas, pero la pixelación que se produce al aumentar el zoom  me impidió obtener evidencias fiables.  Lo único que sé  es que este "famoso" lunar se mantiene igual en colorido, tamaño y forma, lo que supone una preocupación menos.  Además,  es conocido de todos  y todAs, que cuando ya nos hacemos mayorcitos/as,  comenzamos a hacer acopio de canas, "líneas de expresión", "rollos" extras, mofletes caídos (😢😢) y lunares de diverso tipo, no todos con buena pinta. 
   Esta interrogante anecdótica me llevó a recordar el gusto que he tenido siempre por los lunares, que, debo señalar, es un interés compartido por algún sector de la humanidad desde tiempos inmemoriales. En la cultura china, me acabo de enterar,  hay una técnica mediante la cual se "interpretan" los lunares,  dependiendo  del lugar en que se ubiquen en el rostro. Ignoro si hay interpretación para aquellos "instalados" en otras partes del body. Este "estudio", que no es muy científico que digamos,  dice relación  con el interés  que siempre han despertado marcas "de identidad" como éstas, que hacen diferentes a algunas personas del colectivo.  

 Acercándonos a nuestra época, estos pequeños puntitos negros, adquirieron un aire  de exotismo, misterio y atractivo erótico. 
Prueba de ello es que desde inicios del siglo pasado  y  hasta no hace mucho,  algunas divas de la vida artística lucieron lunares dibujados a falta de verdaderos.  Marilyn Monroe y Madonna son dos ejemplos icónicos de aquello. Hasta una canción se hizo popular en esos años: "Y tenía un lunar,/ en la mejilla,/ qué casi me hace exclamar, qué maravilla"... A pesar de ello, no han faltado los casos de personas que los han considerado un lastre, del que se deshicieron o tuvieron que cargar de por vida. 
   En lo personal, si el lunar que me indujo al análisis lo hubiera tenido cuando jovencita, habría  estado más que feliz, creyéndome poseedora de un privilegio que Marilyn deseó  para ella. Pero, a estas alturas  (jajaja) un lunar más o menos, no me agrega ningún  atractivo por muy bien ubicado que esté, sino una preocupación más (jajaja). 
   No obstante, los que sí  me gustan son los lunares en la ropa, siempre que sean de un tamaño moderado a pequeño. Porque hay lunares y lunares. También, como a los dermatólogos (jajaja), me gustan según su color. Los prefiero blancos o de un color claro, siempre que estén  en fondo oscuro,  de preferencia negro o azul. De otra manera, no serían muy sentadores, según los entendidos en moda. 
    Relacionado con esto, en mi memoria guardo unos recuerdos inolvidables : a mi madre, bella y joven, con un vestido ajustado,  blanco con lunares rojos, que nos encantaba y que ya me hubiera gustado lucir a mí; a mi querida hija, con sus cuatro lunares en el rostro, que a veces pasaban inadvertidos en su piel morena.
 Más recientemente y en otro plano,  no me olvido de la maleta de viaje de mi hermana, roja con lunares blancos (la maleta), grandes y redondos (¡obvio!), que era su sello de identidad personal cada vez que viajaba. Lamentablemente, el recordado equipaje pasó a mejor vida hace poco más de un año, cortando abruptamente su abnegado servicio. 
  Y yo, para no ser menos, no hace mucho incorporé a mi exiguo clóset, una chaqueta reversible con lunares en uno de sus lados, que me encantó. Como pueden ver, de lunares está llena la vida. Arrivederci! 
    

sábado, 11 de abril de 2020

¡Muera el roto Quezada!...

    Ése fue mi grito silencioso  al despertar  hoy en la mañana: "¡Muera el roto Quezada!"... ¡Mi cara de asombro, de "¡exijo una explicación!", debe haber sido de antología! La razón, bien simple (para mi face) : ignoraba por completo el porqué  de este "grito" y "declaración  de principios", ya que no recordaba, en absoluto, lo que había estado soñando. Después vino la risa, que ya no fue  silenciosa. Por unos momentos traté de encontrar el sentido a este despertar tan sui géneris pero aunque cerré los ojos y apreté metafóricamente mi memoria, reprendiendo a mi subconsciente por no recordar y dejarme en tamaña crisis existencial y matinal, no obtuve resultados positivos. Sólo  un fuerte (y, por suerte, efímero) dolor de  cabeza,  a la que no quise seguir exigiendo  para no atraer al coronavirus (uno nunca sabe)
   Una cosa lleva a la otra -dicen- y, de pronto, me recordé  pequeña (¡uhhh!) y lo que me gustaba leer el Condorito, al igual que a mis hermanos, además de otras historietas.  Nos turnábamos en su lectura. Era nuestro referente, jajaja, tanto así,  que solíamos escenificar algunos chistes. 
    Recuerdo que, en los años 60, aún  infantes, viviendo en una pequeña localidad rural de la Comuna de La Unión (hoy Provincia del Ranco) llamada Puerto Nuevo, nos entreteníamos durante las tardes de vacaciones en los alrededores posteriores del Retén,  donde estaban, además  de las  construcciones de servicios y de granja, una huerta,  árboles frutales y un terreno sin cultivo, con hualles, zarzamora, yuyo y un  pozo fallido (que no era de los deseos).       

Los árboles frutales eran nuestros favoritos, a los cuales nos subíamos para pasar horas completas entre sus ramas, especialmente en los cerezos. Nuestro objetivo era "servirnos" nuestro postre "in situ". Siempre tratábamos de llegar primero a nuestra atalaya, pues los que llegaban con retraso debían sufrir un "bombardeo" en todo orden, cuyos proyectiles eran los cuescos de las cerezas. Algo de estrategia bélica ya manejábamos desde pequeños: la emboscada, el ataque por sorpresa y de carácter  ofensivo. Eso nos daba ventaja y "sufríamos" menos "bajas" (jajaja)
   Cuando ya estábamos todos en calidad  de pájaros, cada cual en su rama, nos dábamos a conversar e idear otros juegos. La verdad, ya ni recuerdo de qué conversábamos,  aunque sé  que de ninguna manera comentábamos algún filme o serie televisiva. La luz hacía  muy poco había  llegado al Retén y no conocimos los televisores  sino hasta la siguiente década. Puede ser que de alguna película  hayamos conversado, pues una vez al mes, desde el Teatro O'Higgins de La Unión, llegaban a ofrecer una función comercial en una dependencia de la escuela del lugar, donde se instalaba una sábana en reemplazo de un telón  y se ofrecía un western, alguna película de romanos o  algún drama romántico.
   Y era en esos conciliábulos donde, junto a escenas hollywoodenses, recurríamos  a Condorito.  Me acuerdo específicamente de una ocasión  en que escenificamos un chiste del personaje.  En la historieta, Condorito estaba colgando de una rama, en un acantilado, y bajo sus pies sólo  tenía un precipicio. Sus fuerzas estaban agotadas, ya no "aguantaba" más estar colgando y tomaba la decisión de soltarse. Pero antes, decía algunas palabras,  dignas del mármol.  Obvio que, a estas alturas, no me acuerdo del famoso discusillo aquel (y eso que era un "balazo" para aprender discursos y poemas), pero en ese tiempo lo aprendimos. Así  que, colgando de una rama, declamábamos al igual que Condorito y nos dejábamos caer a tierra. La "valentía" de cada cual se demostraba en el cumplimiento de aquellos desafíos, en los que participábamos sin restricciones de género.  
   Debo aclarar que no eran los únicos juegos que organizábamos. También  jugábamos a "las visitas" o "casitas", para lo cual debíamos  conseguir "auspiciadores". Nuestra madre nos proveía, por ejemplo, de pan o galletas. En este teatro de la vida cotidiana,  el sexo "débil" organizaba la puesta en escena y la consecución de aportes. Los varones, actuaban de papás o hijos que llegaban de "visita", los cuales eran atendidos y "alimentados" por las anfitrionas.  De esto hace más de 50 años y aún  en la vida real se "juega" a ello. 
   Pero volvamos al comienzo...porque todo lo anterior sólo  es resultado de las asociaciones mentales provocadas por el grito mañanero ya mencionado (jajaja, manera de irme por las ramas).
   Sabido de todos los de las generaciones pasadas, es que en su historieta,  René Ríos Boettiger, cuyo seudónimo fue  Pepo, creador del personaje, incorporó algunas expresiones que, con el tiempo y la popularidad,  pasaron a ser patrimonio lingüístico  nacional: "¡plop!", "¡Dentre sin golpear!", "¡Exijo una explicación!", ..."¡Muera el roto Quezada!", entre otras. 

 En relación  a esta última expresión,  en una edición  del año 1961, siempre en plano ficticio, incluyó en la historieta una "entrevista" a Washington (el perro de Condorito) en la cual explica quién  es el "roto Quezada", especificando  que tiene el apelativo de "roto" pero no alude, para nada, al valiente y sufrido "Roto Chileno". Es una narración  en la cual el uso del sarcasmo y la  ironía alcanzan altas cotas.   

 En una entrevista personal, René Ríos explicó el origen de la expresión. Corresponde a una experiencia personal muy desagradable, en la que el gerente del Casino de un Club Militar al que fueron invitados por un amigo, trató de "mujerzuelas" a sus esposas  cuando reclamaron por el robo de sus carteras.

En vista de que no pudo darle su merecido  a Washington Quezada (así se llamaba el maleducado), incorporó en la historieta, a manera de desagravio, la aparición  de tal expresión en forma de grafiti o pancarta, además  de nominar al perro-personaje de tal manera.  Cabe señalar que la venganza duró años y sólo  terminó con la muerte del causante del agravio.
   Lo anterior prueba el poder de la palabra y de qué manera se puede transformar en instrumento para diversos objetivos. Si a ello se le agrega la ironía, el arma adquiere la forma de estilete. Su finura dependerá  del estilo y la habilidad de su creador, sin duda.
   Llegados hasta aquí, sin embargo, no tengo explicación racional para mi grito de guerra, pero no se puede negar que sirvió un objetivo más interesante y relevante -supongo-, además de entretenerme en estos días en que la monotonía quiere ganar más espacio. ¡Hasta pronto!
   

miércoles, 8 de abril de 2020

Rapuncel...

    Pensando en el tiempo que algunas  llevamos "presas" en palacio, en este caso, debido a una crisis sanitaria,  me vienen a la memoria  algunos cuentos infantiles universales en que una mujer, por el hecho de serlo,  se encuentra privada de libertad.  Me acuerdo, por ejemplo, de Rapuncel, de Bella y de Sherezade, por el momento (en el ámbito de los cuentos clásicos). En ninguno de los casos de referencia hay una pandemia, epidemia o mínima  enfermedad que origine el encierro.  Son causas diferentes, pero el resultado es similar. 
   Para no equivocarme en los detalles,  debí releer los relatos y correlacionarlos. Sólo así  resulta posible extraer algunos aprendizajes con el objeto de aportar con  recomendaciones y sugerencias en estos tiempos de cuarentena, que han cortado de raíz las actividades públicas y las performances feministas, lo que, sin duda,  representará un considerable retroceso al movimiento...y a muchas otras acciones...
   Veamos...
   ¿Qué  tienen en común  estas jóvenes féminas?
Punto 1: la inocencia. Ellas no son culpables de nada; al contrario,  son casi angelicales y virtuosas. Terceras personas, malvadas o menesterosas, las han puesto en ese brete. 

Punto 2 : la disposición al sacrificio. Sucede esto con Bella y Sherezade especialmente, que, en un caso,  acepta salvar a su padre y en el otro,  a otras mujeres. Rapuncel vive en Babia, años en la torre con sólo  el contacto de quien cree su madre -la Bruja- , su sacrificio  se remite a "facilitar" su rubia cabellera, que  esperamos haya sido natural, porque si no, habría un tremendo engaño o "gato escondido" en el relato (jajaja).

Punto 3 : la belleza. La "Rapu" complementa su belleza física  con su melodiosa voz,  en tanto, Bella, con su bondad y cumplimiento de compromisos. Sherezade, que pareciera ser la más  feminista de todas y más  cercana a nuestra época,  agrega la inteligencia y el arrojo. Se ofrece al sacrificio con una seguridad rayana en la estupidez (se lanza a los leones). No quiere más mujeres decapitadas, para lo cual usa su cualidad  de estratega digna de Ripley, además  de ser una "cuentera" al cubo. Astuta "la" Sherezade: apunta su  estrategia a una debilidad del Rey Schariar, una curiosidad casi "infantil", impropia de un soberano.  De él  debe haberse originado el dicho de que "en todo hombre siempre hay un niño". 
Punto 4: el éxito.  Ninguna de ellas, merced a sus bondades, pierde ni su inocencia ni la vida. Al contrario, obtienen el amor o se transforman en "salvadoras". En el caso de Bella, salva a su padre y al Príncipe,  una verdadera Bestia (jajaja). Sherezade, en tanto, salva su vida y la de las demás  mujeres, además de cambiar el pésimo hábito del Rey (decapitar a diario). 
   Punto 5 : la cordura. A pesar del encierro de años y meses ninguna de nuestras congéneres se vuelve loca. Saquen copia, amigas,  digo yo. Tampoco pierden  su atractivo  para el sexo opuesto. Y no sólo  por la belleza de un cabello largo y  rubio, sino también  por la bondad y la inteligencia ( aunque parezca extraño, jajaja)
   Hasta aquí el análisis de estas mujeres de antología,  merecedoras de ser nuestras modelos en estos tiempos de cuarentena.  Pero, ¿nos parecemos en algo a ellas? 
   Veamos...
   Partiendo de la premisa que todas somos inocentes mientras no se pruebe lo contrario (jajaja), ya estamos al otro lado con el primer punto.  Nos asiste una gran ventaja: los juzgados no están trabajando en la actualidad en casos menos relevantes,  por lo que si somos culpables de algo, que lo dudo, tenemos todo el tiempo del mundo para hacer méritos  o eliminar evidencias incriminatorias.  Si a ello, agregamos la frágil memoria de la Humanidad contemporánea,  podemos descansar nuestras angustias en ese aspecto.
    En estos tiempos que corren, haya sido nuestra educación hace tiempo atrás  (¡ejem!) o más reciente, igualmente estamos "marcadas" por cierto sentimiento  de culpa (de donde estaba y de como vestía)por el afán de sacrificio sempiterno, hasta en las presas de pollo (hay muchos sesudos estudios al respecto), por lo que estamos preparadas "de más " para ponerle un tic o check list () al acápite 2. Claro que  no hay necesidad de exagerar en este aspecto: cualquier sacrificio, aunque sea menor, es válido.  En este caso,  se ajusta el dicho "la intención es la que vale". 
    En cuanto a las cualidades estéticas, todas somos bellas, ya sea física y/o espiritualmente. Otras, como yo (jajaja) cumplimos con ambos "requisitos", además  de varios  extras para mayor abundamiento (soy la modestia andando, como pueden ver, jajaja).
    Exitosas y triunfantes, de todas maneras, al final de día.  Y en los casos en que a mediodía,  el fracaso nos invada y la derrota haga presa de nosotras, sacamos fuerza de nuestra flaqueza y salimos adelante,  resilientes y dispuestas a empezar de nuevo o a seguir luchando (todo esto, claro, en sentido metafórico). Siempre necesarias y aportando. 
   Con respecto al punto 5, la *cordura*, creo que estamos un poco al debe, según los demás, claro. Porque nuestros "estallidos" personales, son más condimento que problema insoluble. Además, siendo medio camaleónicas como somos, es cosa de acertar al momento y circunstancia para pasar por cuerda (jajaja). Eso nos añade atractivo y misterio (nos transformamos en inclasificables e inentendibles). Si a ello, le agregamos al menos una buena acción al día y una linda sonrisa pep, lo demás se lo podemos dejar a la peluquería,  farmacia o centro de belleza.
   ¿Qué  aprendizajes podemos extraer de nuestras antecesoras que, estando en situaciones límites (equivalentes en parte a la que estamos viviendo) logran salir indemnes,  bellas y triunfadoras? ¿Cómo hacer del encierro de la Cuarentena un tiempo de crecimiento y solaz y no morir en el intento?
Mi Rapuncel
   1.-  Preocuparnos, como Rapuncel, que nuestra cabellera luzca lo más brillante y sedosa posible. Si su color, rubio, caoba, azabache, ceniza u otro, no es natural, lo mejor que puedes hacer es contar con todo lo necesario para, cada tres semanas (según me han contado, jajaja), hacer los retoques pertinentes. No hay nada más deprimente y letal para la autoestima de una bella que un cabello bicolor involuntario (me imagino). Tampoco no es éste el momento de volver a lo natural y a las canas. La gracia es que mirarte al espejo se transforme en algo grato y no en tu peor pesadilla. 

Considerando que la falta de oxigenación provoca un efecto nocivo en el cabello (opacidad), recurre a la vieja... (perdón), a la antigua técnica del cepillado intenso. Si te crece en exceso (no sabemos cuándo terminará esta crisis y cuándo podremos concurrir con tranquilidad a una peluquería o "centro de estética") recurre a variar tu peinado o look,  organiza, en último caso, una competencia familiar de peinados extravagantes (jajaja).
   2.-Realizar actividades variadas y nutritivas, esto último, desde el punto de vista de lo espiritual, porque de lo alimenticio no es para nada recomendable. Rapuncel, por ejemplo, cantaba; claro que tenía una hermosa voz. Si la tuya no es tan privilegiada, no cantes a capella, por favor. Canta con audífonos, así no tienes retorno de tus desafinaciones y tampoco escucharás cuando se rían de ti. Cantar libera energías (positivas y negativas), calma el espíritu, entretiene. 

   3.- Conversa mucho, mantén un permanente diálogo personal y directo con quienes son tus compañeros de infortunio. No te excedas en el uso del celular si estás compartiendo espacio con seres más o menos queridos. Juega a inventar historias con respecto a los vecinos menos conocidos  a las personas que pasan por la calle. Le estarás haciendo la competencia a Sherezade.
    4.- Lee, escucha música, escribe, desarrolla puzzles, pinta mandalas,teje, borda,  ve, por último, televisión.  

5.- Aprovecha de hacer aseo profundo, pero por partes. Cocina diferente y entretenido. Cambia la disposición de los muebles y ...¡quédate en casa, torre o palacio! Ellas, nuestras antecesoras no tuvieron la posibilidad de elegir o decidir (al menos Rapuncel y Bella) y salieron adelante, pasando a la historia (al menos de los cuentos).Tal vez, nosotras sí.