Al inicio de este relato, crónica, entrada o como quiera llamársele, debo establecer que el título no hace referencia a una expresión popular bien conocida, sino a lo que la frase expresa literalmente. Partí la mañana del día sábado 9 de enero en dirección al pueblo llamado PELEQUÉN, el cual sólo conocía desde la carretera. De ninguna manera, necesitaré peluca (jajaja, aunque creo que otros sí, o al menos, bisoñé, jaja). Me fui al Terminal O'Higgins a las 9,30 horas, caminando.., para respetar la consigna. Es que no hay que perder de vista que mi objetivo es andar todo lo andable, jejeje...
(Mientras escribo escucho en el Rojito a Shakira y Alejando Sanz, acusando aviso de que también debo vivir en el mundo común y corriente, jajaja. Ya me parece escuchar a mi hija: "¡Pero, mamá! ¡Shakira es mi ídola!". Desde mi sillón-nido veo lo amarillo que se ha puesto uno de los morrones o pimientos, estrella de la temporada en palacio. Hay 4 ya cambiando de color, lo que significa que aunque no han crecido mucho -como la dueña, jajaja- , ya están en su fase de maduración, mientras que el cilantro y el ciboulette que sembré el 31 de diciembre en la tarde del año pasado, jejeje, ya está empezando a salir a la superficie. ¡Qué alegría!)
Divisé un campo al lado este de la carretera con el pasto seco ya enfardado, mientras en un terreno aledaño la máquina segadora seguía haciendo su tarea. Subí la pasarela para cruzar la carretera y poder ingresar a Pelequén. Desde las alturas tomé diversas instantáneas de su Iglesia, la joya del lugar, junto con el trabajo en las Canteras, que iría a ver después.
Recorrí el interior de edificio y sus jardines, donde pude comprobar que estaba de pie y en perfecto estado gracias a tareas de reconstrucción, pues la nave central del interior de la Iglesia se había venido abajo para el 27F y sólo se había mantenido en pie la estructura gracias a las columnas que habían cumplido con su tarea de sostener todo lo que pudieran (y también, seguramente, gracias a la intervención divina, jeje).
No me creerán pero en un par de días y me encuentro con otro ...¡pozo de los deseos! En este caso, felizmente, especificaban que la idea no era lanzar dinero, sino el deseo escrito en un papel (por suerte, si no me habría parecido una estratagema muy maquiavélica. En todo caso, no deja de serlo, porque ¿qué tiene que ver el escribir un deseo y echarlo a un "pozo" con lo que realmente debiera ser el fervor religioso? Me parece una banalización de la fe y una incongruencia de marca mayor. En fin, de todo hay en la viña del Señor, jajaja). Yo no lo hice, pues sé que no se va a cumplir, así que habría sido tiempo y esperanzas perdidas.
Cuando consulté hacia dónde dirigirme, me dijo la persona que Pelequén tenía sólo una calle principal, la que estaba pavimentada. Caminando hacia el sur, podía llegar, por dentro, al lugar donde se exhiben los muebles y sólo por carretera a las Canteras de las fuentes de piedra. Me fui primero por la izquierda, es decir, segundo objetivo, conocer por dentro Pelequén. Caminé, caminé y caminé...varias cuadras. De pronto, vi unas palmeras ya adultas y su ubicación me recordó los alrededores de la Estación de Trenes de La Unión, ciudad donde viví casi 20 años. Cuando observé que la calle se llamaba "Estación", pensé para mí que en ese sector debía estar la Estación de Pelequén aunque nunca había hecho ese recorrido en ferrocarril. Entonces, me dirigí hacia la derecha para comprobar mi deducción.
¡Brillante! ¡No podía ser de otra manera! Allí estaba la Estación de Ferrocarriles de Pelequén, con una puerta al costado entreabierta, por la cual ingresé hacia el andén Sur. Por allí alcancé a divisar a dos funcionarios.
No me prohibieron la permanencia, pero quien me expulsó del lugar destempladamente fue una perra que se acercó a mí amenazadoramente. Digo "perrA", pues su nombre era femenino, lo que constaté cuando uno de los hombres la llamó para que se calmara, lo único malo es que se me olvidó su nombre (si me acuerdo, lo agregaré; si no logro recordar, imagínense que tenía el nombre de vuestra mayor enemiga, jajaja). Al alejarme de allí, no pude dejar de sentir pena al ver tanta infraestructura desperdiciada.
Regresé a la calle principal y seguí ahora hacia el lado contrario, pues había llegado a la Plaza de Pelequén, un extenso terreno rectangular, con frondosos árboles y una hermosa fuente de agua en el centro, que estaba funcionando en ese momento. También hay una escultura férrea y aunque pregunté a un par de personas que estaban allí, no supieron explicarme el por qué de su instalación ni su sentido.
Recorriendo la Plaza se llegaba a la Carretera, entrada norte y, en ese lugar, en una extensión de dos cuadras aproximadamente, se ubican numerosos locales de Muebles de madera de artesanos de la zona. No todo estaba abierto al público, pero había varios funcionando, de manera que los visitantes (yo no era la única) podían apreciar la exhibición y comparar valores. No pregunté por ellos, no pretendía adquirir nada, sólo apreciar el trabajo artesanal.
Terminado el recorrido volví sobre mis pasos y me fui hasta la entrada principal del pueblo por la carretera. Al llegar allá decidí seguir la misma vía hasta alcanzar las Canteras de los Artesanos de la Piedra. El lugar no estaba cerca y el día, cercano a mediodía, estaba caluroso. Así que, a encasquetarme el sombrero y a emprender la tarea. La berma era bastante estrecha en algunos sectores y los vehículos pasaban raudos. Había barreras de protección en prácticamente todo el recorrido que realice, así que cuando se acercaba un camión o un bus prefería detenerme y afirmarme de la barrera, para minimizar la fuerza del viento en contra, además de sujetar mi bello sombrero. La distancia, no menor, debe ser a lo menos, 1 kilómetro y medio, que debí recorrer también de regreso, pues ningún minibús se detuvo en el sector (de bajada y curva).
Caminé por los distintos puestos de trabajo, apreciando las obras de arte (fuentes de agua de distintos tamaños y colores, algunas en funcionamiento, figuras para jardín u otros lugares, morteros y otros objetos de adorno), hasta que decidí llevar ...¡Una fuente de agua!
- ¿Quééééé?!!! ¡Estás locaaaaa!!!
- ¡Jajaja! ¡Es broma! Habría sido imposible. El peso debe ser enorme, aunque sea la más pequeña.
- ¡Claro que sí! Por un momento pensé que ya no razonabas en forma cuerda.
Me gustaron unos morteros muy finos que vi en varios locales, de color blanco con vetas plomas o negras. Pregunté qué material era. "Mármol", me respondieron. Quise averiguar si se extraía en la zona y me dijo el hombre que no, que compraban el mármol. La verdad, yo creo que compran ya fabricados aquellos morteros de mármol, porque había en varios puestos y todos eran exactamente iguales.
Desistí, entonces, de comprar uno de esos morteros. Pero había unos de piedra, más rústicos y de distintos tamaños. Pregunté el valor del más chico. Al ver mis dudas (que tenían que ver con el deseo de ir a conocer Malloa y la poca conveniencia de llevar ese peso adicional) el hombre me lo rebajó a un precio bastante conveniente y no pude resistir la tentación, así que lo compré. Estuve un rato esperando que algún minibús se detuviera, pero al no obtener resultado debí regresar caminando hasta la entrada principal. Al darme cuenta lo fácil que resultaría ir hasta Malloa (que al saber que quedaba cerca siempre había tenido el deseo de conocer el lugar, pues desde pequeña había oído de la Salsa de Tomate Malloa), decidí partir para allá, con el mortero al hombro (es una forma de decir nada más, pues lo introduje en mi mochila viajera; pesaba aprox. dos kilos). Para ir hasta Malloa había que esperar locomoción en la carretera secundaria, contraria a Pelequén, que también lleva a Peumo y Las Cabras.
La verdad la distancia me pareció que le había faltado un cero a la derecha. Los 2 kms. se me hicieron interminables bajo un radiante sol. Consumí toda el agua que llevaba y ahora necesitaba un servicio higiénico. Después de caminar los 2 kilómetros señalados o más, llegué a un Supermercado. Pedí baño, ¡No hay!, me dijeron (jajaja).
Compré una nueva mineral, el calor y la sed eran enormes. Ante mi consulta de qué había para conocer en Malloa, me dijo la Srta. que era sólo esa calle y me indicó dónde debía tomar locomoción para regresar. ¡Qué manera da darle poco valor al lugar en que se vive!
Por suerte fui hasta el paradero de microbuses y allí empecé a descubrir Malloa: la I.Municipalidad en una construcción hermosa y antigua, un pequeño parque con dos locomotoras antiguas de ornamento, unas enormes tinajas a todo lo largo de la calle, que se perdía hacia el ...sur(¿?).
Caminé, vi más construcciones típicas, un homenaje al Padre de la Patria a través de un busto en una pequeña plazuela, y más allá, la Plaza de Malloa y el Santuario de San Judas Tadeo, en reconstrucción.
Llegando allí me detuve y viendo pasar un microbús me acerqué a un paradero. Allí, otros viajeros amablemente me orientaron, de manera que pronto pude subirme a un vehículo que hacía el recorrido hasta Rengo, donde debería buscar un bus para llegar a Rancagua. En 20 minutos estuve en Rengo y allí sí pude ir a un baño. ¡Qué alivio!
Llegué a Rancagua pasadas las 16 horas. Desde Avda. Millán a palacio me arrastré más que caminé. ¡Estaba agotadísima! Logré llegar en pleno uso de mis facultades mentales y físicas (jajaja). Lo primero, una gran ducha helada y luego, un rico plato de ravioles, acompañado de un cuasi "chancho en piedra" al interior de mi recién comprado (y cargado por kilómetros) mortero de piedra de las canteras de Pelequén. Después a descansarrrr y...descansar. Me lo merecía.
Una vez recuperadas las fuerzas y la capacidad de raciocinio, tomé la decisión de ponerle freno a mis salidas. sobre todo al darme cuenta que mis "patitas" habían quedado algo resentidas por el esfuerzo y eso que no andaba con tacos. ¡Ahí sí la habría hecho de oro, jajaja!
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