Escasas ganas tenía, lo poco que había dormido había sido pésimo. Debería haber dormido como un tronco, un saco de papas o a "pata suelta"(como decía mi padre) pero, en lugar de ello, me había desvelado. Me fui a acostar ya cerca de la 1 de la madrugada, no prendí el tv porque, según yo, esa noche caería rendida inmediatamente. ¡Nada! Ahí estuve dándome más vueltas que "asado al palo", mientras mi paciencia iba bajando su porcentaje, cual encuesta de Adimarc. ¡Uff! Prendí el tv, nada interesante, algunas películas ya vistas, otras de acción, asesinatos, zombies, ¡puajj! ¡Offf!, después de un rato. Intentos de dormir nuevamente, vueltas para un lado y para otro. ¡Mejor sería darme una ducha! ¡Nooo! Ya eran casi las tres y a esta hora, ni una gracia. A mano estaban la tablet y el kindle, pero no tenía ni una pizca de entusiasmo de leer ni de escribir: ¡Estoy cansada! ¡Vamos, que se puede!
La última vez que vi la hora eran las 5 menos 10 minutos. De pura impresión, me quedé dormida (jajaja).
Desperté a las "socho", gracias al gentil auspicio de mi celular. Luego de estar en la disyuntiva de si representar a Hamlet o Segismundo (¿Me levanto o no me levanto? It's a question o ¡La vida es puro sueñoooooo!) opté por hacer uso de toda mi fuerza de voluntad (que no es mucha) y, cual zombie de tiempos futuros, levantarme de mi tumba, pardón, de mi cama (jajaja).
Unos minutos antes de la 10 estaba lista para partir. El día estaba perfecto para la realización de esta segunda etapa: fresco y nublado. Podría haber salido antes, pero esa mañana me había lavado el cabello, así que debí dejar que se me seque un poco antes de iniciar la marcha (lógicamente, como persona de belleza 100% natural que soy, no uso secadores de cabellera ni nada de eso, simplemente el aire y la temperatura ambiente, luego de haber revuelto, al estilo Bruja Mim, mi cabellera antes de salir de la ducha. ¡En gustos, no hay nada escrito!, ¡ustedes ya saben eso!). Aproveché también de cargar mis aparatos y preparar nuevamente mi mochila viajera. ¡Ah! Me olvidaba de algo importante: busqué una mapa físico de la Sexta región en internet y lo grabé para tener a mano una guía muy gráfica de qué lugares visito y cuáles me faltan. ¡Obvio, me faltan muchisisisísimos!
Como salí con más de dos horas de diferencia con respecto al día anterior, decidí irme caminando hasta el Rodoviario, mismo lugar del día anterior, cantando, ayudada por Paco Ibáñez ("¡A caminar, a caminar, hasta enterrarnos en el mar!", lo último sólo en sentido retórico, porque no iba a un sector costero; claro que con una pequeña adaptación que tiene todos los Derechos Reservados, pues originalmente dice "A navegar, a navegar..."). Al llegar a Avda. Brasil, me voy por la vereda izquierda, lo cual habitualmente no acostumbro, porque la mayor cantidad de locales comerciales están por la derecha (obvio, "la derecha" le "hace más a la negocia"). Mis ojos, de pronto, se quedan literalmente pegados en unos pantalones a la moda con figuras medio étnicas. ¡Qué bonitos! Ingreso al local, averiguo el precio y la hora de cierre en la tarde. Todo, fríamente calculado.
Llego al Rodoviario. Mi destino esta vez es la VILLA de COÍNCO, pueblo perteneciente a la Provincia de Cachapoal, distante a 30 kilómetros de Rancagua, al que se accede tomando la Ruta H-40, según pude observar (aunque me da la impresión que las tres veces que he ido al lugar, tomamos otra ruta, pero no puedo asegurarlo, pues fuimos de noche dos veces y una, la primera, de día, pero eso fue hace años y era la prima ocassione, por tanto, difícil di ricordare los detalles, aunque lo trascendental de esa vez fue andar acompañada de dos seres muy queridos, mi querida hija y mi amigo chileno-canadiense).
COÍNCO se ubica al Sureste de Rancagua (como pueden ver, el mapa ayuda, jejeje), es decir, al lado contrario del día anterior, que viajé hacia el Este de la misma provincia. Es una localidad que tiene 6.859 habitantes según el Censo de 2002 (no aparece el dato del Censo de 2012, ¿por qué será?, jajaja). Según mis cálculos, si la población se ha mantenido igual, el martes contó con 6.860 habitantes, gracias a mi humilde visita (jajaja).
COÍNCO se ubica al Sureste de Rancagua (como pueden ver, el mapa ayuda, jejeje), es decir, al lado contrario del día anterior, que viajé hacia el Este de la misma provincia. Es una localidad que tiene 6.859 habitantes según el Censo de 2002 (no aparece el dato del Censo de 2012, ¿por qué será?, jajaja). Según mis cálculos, si la población se ha mantenido igual, el martes contó con 6.860 habitantes, gracias a mi humilde visita (jajaja).
Salimos a las 10,40 horas, a una velocidad muy conveniente para quien estuviera apurado, pues la carretera está en perfectas condiciones. En el trayecto pasamos por las localidades de COPEQUÉN y VILLA CACHANTÚN, esta última debe su nombre precisamente a la existencia de la Industria CCU, que allí elabora el agua mineral del mismo nombre, Cachantún. Estos dos poblados están a orillas de carretera, de manera que uno observa sus casas y construcciones sin necesidad de bajarse.
Me bajé en la Plaza de Coínco y comencé mi incursión fotografiando el lugar. Al hacerlo, me di cuenta con sorpresa y pena, que la Iglesia del lugar estaba seriamente destruida. Así los atestiguaban su torre y su frontis, cerrados al público y en franca destrucción, con peligro de desprendimientos.
(¡Diablos y rediablos! Llevaba casi terminada esta entrada, con una maravillosa descripción y relato de lo vivido el martes y al quedarme adormilada, pulsé mis yemas donde no debía, saliendo de la aplicación sin grabar. ¡Grrr! ¡Qué rabia! ¡Me ha pasado numerosas veces y aún no escarmiento! ¡Vuelta a empezar, rápidamente para que no se me olvide!)
Estaba en el proceso de las primeras fotografías, cuando una abuelita me habló, para informarme que la Iglesia estaba así del Terremoto del 27F, haciendo saber su descontento porque aún no había solución para Coínco, mientras que en Copequén, por ejemplo, ya estaban o habían arreglado la Iglesia. "¡Aquí aún se hace Misa en una carpa!", me hizo saber. Le agradecí su amabilidad, diciéndole "¡Gracias, Sra., muy amable!", pero fui corregida inmediatamente: "Soy señorita!, me dijo. "Yo también, así que somos dos", le contesté riéndome.
Continué con mi tour fotográfico. Me llamaron la atención (ya lo habían hecho en ocasión anterior, aunque era de noche) las construcciones alrededor de la Plaza Coincana. Eran de arquitectura colonial, de dos pisos, con extensos pasillos hacia la calle y con los pilares a lo largo de los corredores. Aquello me recordó las construcciones vistas en Curepto y Lota (en el caso de esta última ciudad, en la parte antigua de Lota e incluso en el Pueblito Minero). Ya alejándome de la Plaza, me pareció reconocer la calle y el portón de entrada de la casa de mis amigos coincanos: Anita y Miguel Angel. Cuando me acerqué, me di cuenta que no era el lugar: el portón aquel era completamente metálico. Regresé y encaucé mis pasos hacia otra dirección y...¡oh, sorprise!: ahora sí me encontraba frente a la propiedad de mis friends. Allí estaban los dos portones, el pequeño para la entrada (y salida, jejeje) de las personas y el grande, para los vehículos. Junto con ello, tuve la absoluta certeza al ver, más que el número de la casa (cuyo guarismo no era relevante para mí, tanto que ni siquiera lo recuerdo) , la cerámica en tonos azules en que aparece el número.
Nuevamente la duda hamletiana me invadió: ¿Toco o no toco? Yo sabía que Anita seguramente no estaba (debería estar trabajando en Rancagua, como siempre, todavía no estaba de vacaciones), por lo tanto, si había alguien en casa sería MA. y/o alguna otra persona. Tenía razones de peso para no tocar. Por un lado, en aquella ocasión no estaba invitada; por otro, la amistad original era con Anita (por nuestro trabajo conjunto durante 8 años) y ella no estaba allí; por último, mi objetivo principal de mis salidas dicen relación con conocer lugares, fotografiarlos, documentarme acerca de ellos, disfrutar de la naturaleza, costumbres, tradiciones y novedades, caminar y...seguir caminando. Estas salidas no eran para visitar amigos. Por todo ello, pulsé el timbre del interfono, esperando ser escuchada y respondida y, si cabe, ser bienvenida.
- Pero, ¿no acabas de dar sólo razones que te hacían NO tocar el timbre?
- ¡Muy cierto! ¡Me alegro que estés tan despierta y te hayas dado cuenta, jajaja! Lo que sucede es que me surgió una necesidad básica que no podía desoír más, así que, aunque los otros motivos eran más relevantes, esta urgencia me obligó a molestar.
Fui muy bien recibida y en el momento en que me aprestaba a servirme un rico café, Anita, como si tuviera sexto sentido llamó a MA. La sorpresa fue total, aunque lamentaba no haber estado ahí. Conversamos un poco por teléfono, comprometiéndonos a vernos pronto.
La grata conversación alrededor de un café acompañado de pan de Pascua giró en torno a nuestros viajes, a la belleza de la naturaleza de nuestra zona sur-austral, que hacía poco habían visitado Anita y MA.
Antes de irme, tuve la suerte de conocer en detalle la flora de jardín-patio-huerta (aunque actualmente no cultivan productos). Lo que sí hay en abundancia y variedad son árboles, varios de ellos nativos, tanto frutales como no.
Vi los eucaliptus ya creciendo ordenaditos, preparándose para, en unos años, dar leña para el hogar, diferentes pinos (chileno, ciprés y otro que se usa para seto, pero que no recuerdo el nombre), encinos , ya dando frutos (al ver una bellota ya en pleno crecimiento, me acordé de ese animalito que en la saga "La Era del Hielo", persigue obsesionadamente una dorada bellota).
Vi un espino (muy fácil de identificar, lógicamente), un ¡abedul!, que me trajo a la memoria los hermosos abedules de un jardín en las afueras de las salas de clase de nuestra carrera, en la UACh, no ha mucho tiempo, jajaja. Entre los frutales, varios damascos con sus frutas, abundantes paltos, un almendro ya en plena faena de producción, un guindo, una enorme higuera, con higos y brevas a la vista (nunca he sabido realmente la diferencia entre ambos frutos y me olvidé preguntar, aunque lo que me vino a la memoria, eran esos ricos higos que disfrutábamos cuando niños, una vez al mes, cuando nuestros padres iban "al pueblo" -La Unión- a comprar los abarrotes del mes y entre ellos venía una bolsita con higos, de los cuales apenas tocábamos dos o tres cada uno, pero que los degustábamos con fruición). Un limonero se apareció en la foresta, un naranjo y otros arboles más, además de las plantas: ligustrinas, alegrías del hogar, cactus y otras plantas con hermosas flores, con un nombre parecido al de las "achicorias" pero no exactamente igual (jajaja).
Antes de irme, tuve la suerte de conocer en detalle la flora de jardín-patio-huerta (aunque actualmente no cultivan productos). Lo que sí hay en abundancia y variedad son árboles, varios de ellos nativos, tanto frutales como no.
Vi los eucaliptus ya creciendo ordenaditos, preparándose para, en unos años, dar leña para el hogar, diferentes pinos (chileno, ciprés y otro que se usa para seto, pero que no recuerdo el nombre), encinos , ya dando frutos (al ver una bellota ya en pleno crecimiento, me acordé de ese animalito que en la saga "La Era del Hielo", persigue obsesionadamente una dorada bellota).
Vi un espino (muy fácil de identificar, lógicamente), un ¡abedul!, que me trajo a la memoria los hermosos abedules de un jardín en las afueras de las salas de clase de nuestra carrera, en la UACh, no ha mucho tiempo, jajaja. Entre los frutales, varios damascos con sus frutas, abundantes paltos, un almendro ya en plena faena de producción, un guindo, una enorme higuera, con higos y brevas a la vista (nunca he sabido realmente la diferencia entre ambos frutos y me olvidé preguntar, aunque lo que me vino a la memoria, eran esos ricos higos que disfrutábamos cuando niños, una vez al mes, cuando nuestros padres iban "al pueblo" -La Unión- a comprar los abarrotes del mes y entre ellos venía una bolsita con higos, de los cuales apenas tocábamos dos o tres cada uno, pero que los degustábamos con fruición). Un limonero se apareció en la foresta, un naranjo y otros arboles más, además de las plantas: ligustrinas, alegrías del hogar, cactus y otras plantas con hermosas flores, con un nombre parecido al de las "achicorias" pero no exactamente igual (jajaja).
Luego de admirarme de toda aquella naturaleza, de darme cuenta el trabajo y cariño que representa mantener aquello, después de llenarme los ojos de verde y los pulmones de aire puro, me despedí de MA. Había estado casi una hora en esa maravilla de propiedad y llevaba en mi mochila un pequeño tributo consistente en 4 damascos y 2 higos.
- ¡Humm! No estuvo muy buena la cosecha, jajaja.
- ¡Qué pesada! Ese no era mi objetivo, en absoluto. Fue mi decisión no llevar nada más, sólo lo que podría consumir en mi recorrido, para refrescarme más que nada ...y los higos, para recordar sabores infantiles.
La verdad, no me da hambre cuando hago estos viajes, sed sí y bastante. Junto con ello, no conviene cargar con fruta de este tipo, porque es muy delicada. Si llevaba más, iba a llegar en calidad de pulpa a casa aunque la cuidara.
Caminé por los alrededores de Coínco, encontrándome con la gran Piscina Municipal (claro que sin agua, una pena realmente) y el edificio del Liceo, también municipal en terreno aledaño, muy bien mantenido (al menos de acuerdo a lo que se veía desde afuera). Al frente se ubicaba el Estadio Coincano.
Anduve por los alrededores de la Iglesia también y luego, bajo la sombra de un árbol decorativo de la Plaza, me puse a escribir. Mientras lo hacía observaba al frente mío el trabajo de descarga de un camión con fardos de pasto, por parte de un hombre y unos adolescentes, quienes se entretenían trabajando molestándose mutuamente.
Cuando ya habían pasado varios microbuses y había escrito lo suficiente, decidí regresar. Pero antes ingresé a las dependencias de la I. Municipalidad, ubicada en la construcción colonial frente a la Plaza. Con un amplio, hermoso y verde patio interior, se transformó en la mejor muestra de cómo eran las casas de antaňo.
Anduve por los alrededores de la Iglesia también y luego, bajo la sombra de un árbol decorativo de la Plaza, me puse a escribir. Mientras lo hacía observaba al frente mío el trabajo de descarga de un camión con fardos de pasto, por parte de un hombre y unos adolescentes, quienes se entretenían trabajando molestándose mutuamente.
Cuando ya habían pasado varios microbuses y había escrito lo suficiente, decidí regresar. Pero antes ingresé a las dependencias de la I. Municipalidad, ubicada en la construcción colonial frente a la Plaza. Con un amplio, hermoso y verde patio interior, se transformó en la mejor muestra de cómo eran las casas de antaňo.
(Antes de que me olvide, quiero dejar muy en claro lo diferentes que son los dos lugares visitados. Mientras COYA surge como una especie de asentamiento humano producto de la necesidad de instalarse lo más cerca posible de la Mina a explotar, con el elemento vital al alcance de la mano -el agua-, COíNCO no. La ubicación de COYA es estratégica desde el punto de vista de la cercanía, de la protección y la existencia de agua, no sólo para el consumo humano sino para la generación de electricidad. Y por estar en un sector de cordillera, el relieve es muy accidentado. Por ello, las calles y las construcciones de COYA deben adaptarse al terreno escarpado y la localidad tiene subidas y bajadas en abundancia, aunque no al nivel de Sewell, llamada también "La ciudad de las escaleras". COíNCO, en cambio, está asentado en un terreno plano, con abundancia de canales de agua, lo que permite una Floresta abundante. Por lo que pude apreciar las actividades principales son la agricultura y el rubro frutícola).
Antes de subirme al que había decidido emprender el regreso en dos etapas: pasaría a Copequén y luego tomaría otro rumbo a Rancagua. Le pedí al chofer que me avisara, pues quería bajarme en la Plaza de esta localidad. No quise distraerme pues sabía que la distancia era cercana, así que me dediqué a mirar y sacar algunas instantáneas más. Me di cuenta cuando comenzó Copequén, pero esperé que el badulaque del conductor cumpliera con su tarea. No obstante, pasé por Copequén sin pena ni gloria. Se quedaron esperando para entregarme las llaves de la ciudad (jajaja). Ante los hechos consumados me quedaban dos opciones: dejarlo correr o enojarme con el tipo, discutir y exigirle una compensación. Si me enojaba el problema iba ser para mí pues ya no había remedio. Así que elegí quedar tranquila, bajarme donde quisiera y pagar la diferencia de pasaje, señalándole que no había cumplido con su parte.
Me dirigí al local que había descubierto en la mañana (jiji), sólo que no me fue bien, pues los pantalones me eran para una Principessa más alta (o no tan chica, jajaja). Me fui a Palacio. El hambre ya me hacía ver espejismos. Ya tenía pensado lo que iba a prepararme así que llegué a poner manos a la obra. El resultado fue un par de hamburguesas con complejo de completos. Claro que a lo que quedaba de bagette debí rezarle unos padre nuestros para que se ablandara. No resultó fácil hincarle el diente (o los dientes, mejor dicho), pero logré mi sabroso cometido con éxito. Luego de aquello, descansar y gozar del resto de la tarde. ¡Esto sí que es vida!, ¿no?
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