El Lunes 4 me levanté más tarde de lo presupuestado. Tenía planificado ir a Coya, una localidad cercana a Rancagua, perteneciente a la Comuna de Machalí, distante a 37 kilómetros de Rancagua City y ubicada en la Precordillera de Los Andes. A lo menos había estado allá en 3 ocasiones, pero de pasada. Dos veces había sido por un viaje de promoción del colegio donde trabajaba (¡vaya que trabajaba, ahora que lo pienso, jajaja!; no me quedaba ni tiempo para leer, menos para salir o ir al cine; sólo a veces, con esfuerzo, lograba hacerlo) y en otra ocasión, en el segundo año en Rancagua, llevamos a unos colegas de una Pasantía Nacional, pero en ese tiempo aún no despertaba del todo en mí el bichito del "patiperreo", como diría alguien.
Casi me arrepiento de ir, pero quería iniciar el lunes y no el martes el programa de recorrido por localidades cercanas, a las que podía llegar durante el día, sin necesidad de alojamiento y sin mayores dificultades de acceso. Este lunes debía hacer un par de trámites antes, pero igual quería comenzar mi programa. Suele suceder que cuando uno posterga planes voluntariamente, sin que esto sea por una razón de vida o muerte, está dando paso a que aquéllos no fructifiquen. Yo sabía de ello (en el caso de las dietas, por ejemplo, o en el caso de un programa de ejercicios diarios) , así que tomé la decisión de mantener el plan, aunque sea a partir de mediodía. Felizmente, el clima estaba de mi parte, pues al ser un día nublado, a pesar de la temperatura veraniega, el calor aminora y esto sirve de aliciente para emprender cualquier batalla (siempre que ésta no sea ir a un balneario a rostizarse el cuerpo, pues ahí no se cumplirían los objetivos).
Así que, a las 12,03 del lunes 4 estaba abandonando mi palacio para iniciar la primera etapa de esta aventura personal, casi como la protagonista de "Alma Salvaje": con la mochila a la espalda y los elementos necesarios dentro de ella, para sobrevivir: la tablet, el kindle, el celular, la cámara fotográfica, el estuche de lápiz labial con espejo (jajaja -un preciado recuerdo de mi hija-), el mp3 alias "el rojito", la batería de recarga del celu, una botella chica de agua, un par de naranjas, un durazno y mis documentos, más el monedero. ¡Ah! Me faltaba el sombrero y un chaleco. ¡Estoy lista! Es lo básico y necesario, imprescindible para sobrevivir en este primera salida. Una vez terminada la experiencia, vería si agregaba más cosas o eliminaba alguna.
Debía llegar al Rodoviario, desde donde salen los microbuses a localidades cercanas y/o rurales. El día ya había avanzado la mitad, así que opté, para "chicotear los caracoles", por tomar un microbús Trans-O'higgins y por 380 pesotes solicitar que me llevara lo más rápido posible al Terminal aquel.
¡Que llegué llegué, pero casi a la media hora! Estuve tentada de bajarme a empujar la micro...¡¡Uff!! Ahora, a ubicar la oficina de buses a Coya. ¡La encontré! Próxima salida: 13 horas. ¡Hummm! Sólo media hora de espera. ¡Bien! Pronto llegó el autobús e inmediatamente me subí para ubicar asiento. Arriba había que pagar el pasaje.
Una vez que uno se comienza a alejar de Rancagua, el paisaje reverdece, las llanuras que rodean Machalí empiezan a elevarse y la Carretera del Cobre va ganando terreno, iniciando la subida por los cerros cercanos que van apareciendo en el intertanto.
Pronto asoman sus cabezas la Familia Minera, escultura esculpida en plena roca caliza, hermosa característica del sector, pero que no ha sido lo suficientemente cuidada por enemigos del paisaje y del arte. Antes de subir el sector más elevado, aparece el Cóndor, escultura de fierro que domina el paisaje. Impresiona la naturaleza que se va observando: altos y numerosos cerros, profundas hondonadas y, entre todo ello, la carretera que va subiendo y serpenteando.
Pronto llegamos a Maitenes, cruce y lugar de control para "subir" a Sewell y a El Teniente. No voy allá, para ello se necesita autorización especial y no hay buses de recorrido, pues es un recinto privado. Tomamos la otra bifurcación, que conduce a Coya y las Termas de Cauquenes (a este lugar también he ido, pero no en viaje personal , sino institucional, que no es lo mismo). Luego la carretera comienza el descenso, largo y verde, majestuoso, hasta llegar a una nueva bifurcación.
Seguimos derecho, hacia Coya. Los pasajeros comienzan a bajarse, yo no. Voy reconociendo las calles, los lugares. No se ve tan bonito el lugar como las veces anteriores: las calles están muy intervenidas con arreglos, hay desvíos, mucha tierra y escombros. Le consulto a mi compañero de asiento dónde bajarme, pero ya hemos pasado las cercanías de la Plaza. El señor, una persona de tercera edad (¡escoba!), me señala que pronto se llegará al lugar llamado El Álamo (Alto Coya) y que luego, desde allí, se regresa a Rancagua. Se baja el viejito (jajaja) y opto por preguntarle al chofer.
Resultaba que ya estábamos llegando al final del recorrido y el minibús debía permanecer un tiempo allí (ya había otra máquina estacionada que había llegado antes). Por lo tanto, "¡buenas noches, los pastores!" (Jajaja). Todo ese sector estaba habitado, había carretera y vereda, de bajada, así que, en lugar de subirme al otro vehículo (no habría tenido ninguna gracia) inicié el trayecto para el centro de Coya. Me llamó poderosamente la atención el sonido, la música "ambiental": se escuchaba en forma absolutamente nítida el canto de las cigarras y grillos, aunque, lógicamente no se veían. ¡Increíble, absolutamente notorio! Aquello duró hasta... que se acabó (jajaja, qué chistosa); ya al iniciar las casas de población, las cigarras se quedaron en silencio.
Fui disfrutando la caminata, que comencé a las 14 horas exactamente. En mi recorrido inicial como caminante en Coya, fui descubriendo especies de parcelas. De pronto, un fuerte olor a orina de caballo, muy sui géneris, me alertó que por allí habitaban algunos de estos cuadrúpedos. Sin duda, no estaba sola. A ratos, en forma intermitente, pasaban vehículos en ambas direcciones. Iba gozando del monotemático cántico de las cigarras, cuando, ¡oh!, diviso árboles de maqui. ¡Bien!, me dije. ¡No moriré e inanición. Pero, mejor que eso, de pronto descubro un árbol con pequeñas frutas redondeadas, algunas verdes, otras con unos sectores rojizos y otras definitivamente rojas, al menos la parte visible, todo lo cual estaba a orilla de vereda, al alcance de la mano y sin ninguna cerca de por medio.
Examino, cual Charles Darwin, los frutos. Los huelo, les "pego" un mordisco. ¡Mmmm, deliciosa y jugosa, a medio madurar, como me gustan a mí! Se trataba de ciruelas. Llené un bolsillo con frutos. Y empecé a comerlos. Si sobrevivo con este alimento, significa que ya estoy lista para ir de safari al África (jajaja). Sigo caminando y degustando lo agridulce de los frutos. Hay dos o tres más en el trayecto. Aprovecho de llenar mi otro bolsillo de ciruelas-medio-verdes.
El camino continúa, sigo las huellas de un animal que pasó antes que yo, parece que había comido bastante porque hundió el cemento (jajaja). Se ven muchas mariposas ensayando el vuelo con distintos tipos de aterrizajes, de color blanco y negro principalmente. Estoy agachada fotografiando una "marisopa" negra cuando alguien, a voz en cuello, me saluda. Alcanzo a sacar la instantánea antes que el insecto levante el vuelo y me doy vueltas para ver quién me había "reconocido" (jajaja). Era un hombre a caballo, que me saludaba para preguntarme si había visto una vaca en el trayecto. Le contesté inmediatamente que no, pues así era. No me había encontrado con ninguna Srta. o Sra. Vaca.
A esas alturas -o "bajuras", más bien- estaba llegando a la zona urbana propiamente tal y, junto con ello, comenzaban los problemas de veredas y calles, con los arreglos en ejecución. Hubo un momento en que hasta una máquina excavadora debió detener su funcionamiento para que esta Principessa pasara (jajaja). Crucé el puente por el que se accede a una parte de la pequeña ciudad (de 3.200 habitantes aproximadamente), fotografié el puente, las revueltas aguas del río Coya, la iglesia del sector en un alto.
A esas alturas, había tomado varios tragos de agua, y ya llevaba tres horas fuera de palacio. Por lo tanto, la necesidad tenía cara de hereje, así que recurrí a los "amigos en su camino". Subí la pequeña escalinata de concreto e ingresé al edificio, el que me extrañó que no tuviera las puertas abiertas.
El uniformado de guardia me atendió y, junto con explicarle que andaba conociendo la localidad, le solicité me autorizara el uso de servicios higiénicos. Me imagino que habrá respirado tranquilo, al darse cuenta que no iba a "darle pega". Antes de despedirme, le pregunté si el puente metálico que se veía, muy oxidado ya, estaba habilitado y cómo se llegaba hasta allá. Me explicó que estaba oficialmente fuera de uso, pero la gente seguía pasando por allí, a pesar de las barreras. Me indicó por dónde acceder, lo que también me permitiría llegar hasta la antigua población de los jerarcas de Codelco, en tiempos pasados. Seguí las instrucciones, pero no logré dar con el lugar. Al contrario, di con la salida del pueblo. Llegué a pensar que me había engañado ex profeso, pero luego corroboré, con una persona que conoce el lugar, que fui yo la que me equivoqué (jiji). Caminé un poco por un bosque de eucaliptus a la entrada de Coya y logré llegar hasta un sector alto, cercano a las orillas del río, pero que por un lado estaba cerrado el paso. ¡De nuevo!
(La verdad es que esto es comprensible en la actualidad. Este pueblo fue fundado por la Braden Copper Co., en 1911, ante la necesidad de tener un lugar cercano donde vivieran los "gringos" y empleados chilenos encargados de las faenas de inicio de la explotación de la Mina El Teniente. En su arquitectura se nota claramente la diferencia de estrato social entre las viviendas de los empleados de la Braden Coopper y las casas de los lugareños y obreros que se establecieron en el pueblo. En esta localidad hay una Estación Hidroeléctrica de propiedad privada, que provee de electricidad a todo el sector).
Cuando inicié mi regreso a la carretera de salida del pueblo, sorprendida, me encontré con varias casitas para pájaros, ubicadas en altura en varios eucaliptos. ¡Bravo!, me dije. Aquí hay personas dedicadas a la conservación de las aves autóctonas. Claro que no pude corroborar si la "población" avícola tenía habitantes o la villa estaba vacía (jajaja). Eran las 15,30 horas aproximadamente. Hacía calor. Opté por no regresar a Coya e iniciar el camino de regreso a Rancagua, esta vez en ascenso, hasta que pasara algún microbús. Para animarme, iba cantando aquella canción de Joan Manuel Serrat: "¡Vamos, subiendo la cuesta, que arriba....!". ¡Ufff! No era tan fácil la cosa. Dudaba en si conseguiría llegar a algún plano (¡eran kilómetros de subida!), así que crucé los dedos para que el vehículo del recorrido que pasara se apiadara de esta Principessa.
¡Tuve suerte! ¡El microbús que pasó era el mismo que me había llevado hasta allá, por lo que el chofer seguramente me recordaba y se compadeció de mi persona o bien, quiso verme una vez más (jajaja). Ya solucionado mi regreso a la gran ciudad, descansé y aproveché de tomar las últimas fotos del día. También me propuse buscar la posibilidad de visitar el lugar, alguna vez, durante el invierno, pues de acuerdo a lo sabido, los cerros que rodean el lugar se llenan de nieve y el paisaje, aunque distinto al de ahora, debe ser tan o más majestuoso que el de ahora.
¡Primera etapa terminada con éxito! El resto de la tarde a descansar, pero, primero a calmar "la solitaria" que a esa hora, ya siendo las 17, estaba sublevada. Cocí unos ravioles con queso, les agregué abundante salsa y los disfruté con el alma...y el cuerpo también , claro está.
Luego, a descansar, que mañana será otro día (obvio, jajaja).
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