Hoy sábado terminé de ver el trabajo periodístico y televisivo "11 de Septiembre íntimo" presentado en T13, desde hace un mes o poco más, todos los sábados. Recordé varias cosas olvidadas y me enteré de otras tantas desconocidas para alguien que vivió todo el proceso desde provincia. El recuerdo emocionado de algunos testigos me traspasó, así como me remeció, como un recuerdo pesadillesco, escuchar las grabaciones de la voz de Pinochet y ver esa imagen fotográfica siniestra, de lentes oscuros, que quedó para la posteridad.
En aquellos tiempos yo estaba en la Universidad (Universidad Austral de Chile) en Valdivia, en la preciosa Isla Teja, lluviosa y nostálgica. Había Paro Universitario o Toma Universitaria, no recuerdo bien... Lo cierto es que no teníamos clases, pero yo había permanecido en la ciudad pues era alumna laborante y estaba aprovechando de cumplir mis horas de trabajo. De la Escuela de Castellano habíamos tres alumnos (los tres de la misma promoción) que habíamos postulado a realizar en nuestro horario disponible tareas en la Biblioteca Central de la UACh y habíamos tenido un exitoso resultado. Con Tamara y Arturo estábamos en segundo año, éramos compañeros y amigos, los tres buenos alumnos y eso permitió que precisamente, por nuestro rendimiento, nos beneficiaran con esa "peguita". En horario fuera de nuestras clases cumplíamos funciones en la Biblioteca, ya sea atendiendo público, ordenando libros o reparándolos. Las tareas nos eran asignadas según necesidad del momento.
En esos días de septiembre tenía como tarea la reparación de textos, muchos de los cuales eran empastados para preservarlos del intensivo uso por parte de los alumnos. Ese martes me fui caminando a mi trabajo (yo vivía en el Pensionado Universitario ubicado en calle Camilo Henríquez esq. Yerbas Buenas, a una cuadra del centro). En esos años no existía movilización pública que llegara al Centro de Estudios. Sólo contábamos con las "Pingüinas", especialmente los días de lluvia y cuando éstas no estaban ocupadas en terreno, las que nos llevaban desde calle O'Higgins (antes de llegar a la Catedral) hasta fuera de la Biblioteca (donde en la actualidad funciona la Dirección de Asuntos Estudiantiles). Claro que subirse a una pingüina (gratuita) era toda una proeza; uno realmente no se subía por voluntad propia: "la subían".
Iba casi llegando a la alameda que constituye el ingreso de la Universidad, 8,30 horas, cuando me alcanzó una funcionaria de la Biblioteca y me informa, rápidamente, muy angustiada, pero, al mismo tiempo, con fuerza de mujer de pelea, que había escuchado a través de la radio que había Golpe de Estado en Santiago. Yo, a decir verdad, estaba totalmente ignorante de la situación. Me contó, mostrándome, que se había puesto la blusa o camisa del Partido para ir a trabajar. Ella era Socialista reconocida y, a pesar de lo que podría significarle vestirse de color amaranto (rojo intenso), no lo dudó (típica actitud de mujer comprometida con sus ideales ...e irreflexiva a la vez). Después de informarme de aquello, siguió adelante y yo dudé si continuar o no. Opté por continuar y allá vería, total, ya me había levantado temprano y estaba casi llegando.
No me impidieron el ingreso, de manera que me aboqué a mi trabajo: debía pegar los marbetes de los libros y luego embadurnar de cola fría el lomo de los libros, lo que les daba más firmeza e impedía que el marbete (etiqueta de papel donde se escribe la clasificación de los libros para su ubicación en las estanterías) se deteriorara.
Yo no era funcionaria de la institución, era sólo alumna, de manera que no me uní (tampoco me correspondía) a las conversaciones y comentarios sobre los hechos contingentes, por lo que permanecí más bien desinformada. Cuando vimos, a través de las ventanas laterales de la Biblioteca, pasar a algunos soldados armados que estaban rodeando el edificio, me empecé a poner inquieta. Los militares se dirigían hacia el Jardín Botánico, que rodea un lado y el fondo de la Biblioteca. Pronto, la Subdirectora me llamó a su oficina, avisándome que había recibido una llamada telefónica de mi madre, preocupada por mi bella persona. Me aconsejó que me fuera a mi hogar (La Unión), al menos por algunos días, porque seguramente las actividades no se reiniciarían inmediatamente y era más seguro que estuviera con mi familia.
No recuerdo cómo volví al Pensionado. Sólo sé que me comuniqué con mi pololo a través de un teléfono público. Nos pusimos de acuerdo para juntarnos un rato y luego calabaza calabaza, pues se iniciaba el "toque de queda". Si no me equivoco, ese primer día fue a las 15 horas y los demás días, fue un poco más tarde. Al día siguiente o unos días después, volví a La Unión, que era un lugar pacífico para lo que se vivía en las ciudades. Allá donde yo estaba sólo se sabía lo que los medios oficiales informaban, mientras mi padre se había ofrecido, si era necesario, para reincorporarse al Cuerpo de Carabineros para defender la Patria.
Sólo cuando reiniciamos las clases, hacia el 30 de septiembre (para terminar el 30 de enero del año 1974, jajaja), me enteré de que varios profesores y condiscípulos nuestros ya no estaban (algunos se habían ido, otros estaban presos), así como nos fuimos informando, a medias y a escondidas, de lo que pasaba en otras ciudades y, especialmente, en la Capital, aunque no teníamos la certeza absoluta de las noticias recibidas.
Si para nosotros no fueron tiempos fáciles, está de más pensar cómo lo habrá sido para los jóvenes y adultos que sí sufrieron las consecuencias de este complejo período de nuestro país. No escondí la cabeza como las avestruces, pero, tal vez, pude haber hecho algo más. Pero lo que ya no fue, quedó sólo en ello. No sirven los arrepentimientos, no sirven las lamentaciones, sólo seguí adelante, como muchos, acostumbrándome a las nuevas reglas, sin que ello significara traicionar mis principios y mis valores.
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